La columna de Vivir en El Poblado
Aquí pasó buena parte de su
vida Emily Dickinson. En este cuarto amplio y luminoso se atrincheró contra el
mundo y escribió unos poemas que se adelantaron a su tiempo. El espacio natural
de la poeta anacoreta permite sentir su presencia de manera más viva.
La casa es bella, grande,
familiar. Corona una colina y refleja la alegría de cuando allí vivía su más célebre
habitante: el fantasma de Amherst, como la llamaban sus contemporáneos. Los
alrededores conservan vestigios del aspecto que tenían en el siglo 19. El viejo
camino entre Boston y el río Connecticut es hoy una avenida. Ahí está, enorme y
de sombra generosa, el roble blanco que sembró su abuelo. La huerta y los
jardines despliegan los aromas y colores que fueron su inspiración. Aquella abeja
es tataranietísima de una que vuela en sus poemas. Se ha hecho un esfuerzo
notable para reconstruir la biblioteca y el comedor. Pero la impresión más
poderosa se siente en su cuarto.
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