jueves, 24 de octubre de 2019

La muerte del padre

La columna de Vivir en El Poblado


Llegó con Dios en la boca. Era casi media noche cuando llamó a mi puerta. Era negro, delgado, de gestos amables. Tendría unos treinta años y venía con dos chicos de la mitad de su edad. Había visto el aviso de alquiler en el apartamento del primer piso y quería que lo ayudara.
Le dije que no metiera a Dios en el asunto. Era un grupo desigual. Uno de los chicos era alto, de cabello rubio y rostro inexpresivo. El otro tenía rasgos hispanos. Su cabello ensortijado me recordó al adolescente que fui hace muchos años. Me dijo que eran sus amigos y que, para ellos, él era como un guía, como un hermano mayor. Dijo que el apartamento era solo para él. Luego me habló de su situación.







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