miércoles, 8 de septiembre de 2021

El idiota

A propósito del bicentenario de Dostoievski, 

reproduzco una vieja reflexión sobre El idiota 




 

No sabría explicar cuáles pasos me trajeron de regreso a la literatura del siglo XIX. Tal vez fue la sensación de que los seres de nuestro tiempo hemos perdido profundidad y estatura espiritual. Tal vez fue el presentimiento de que en aquellos ladrillos voluminosos se quedaron perdidos y olvidados secretos fundamentales que los hombres de ahora nos vemos obligados a redescubrir penosamente, a pesar de que fueron muy obvios hace tiempo.

Visitando las páginas iniciales de El conde de Montecristo, las maravillosas conversaciones que Edmundo Dantes y el Abad Faría sostuvieron en la cárcel, asistimos por ejemplo al proceso de crecimiento de un sujeto, desde la ingenuidad hasta la conciencia plena de las fuerzas y motivaciones que mueven los actos humanos.

El Conde de Montecristo está lleno del sentido común que le falta a nuestro tiempo. Cuando escucho a alguien decir escandalizado: “¿Cómo es posible que haya gente en el mundo tan egoísta y malvada?”, pienso que esas personas habrían podido ahorrarse el gesto de sorpresa si hubieran leído esos libros en los que se dice sin misterio que todo ser humano es bueno sólo si esa bondad se encuentra en el camino de sus propios beneficios.

La aventura de Dantes está llena de enseñanzas que no es necesario salir a buscar nuevamente. Nos dice que la adversidad es la materia básica para la creación. Nos dice que para hallar el culpable de una vileza sólo hay que preguntarse quién es el más beneficiado. Nos recuerda que los tigres y cocodrilos de dos patas, son infinitamente más peligrosos que los que tienen cuatro. Nos muestra cómo es posible que alguien que no ha hecho nada malo llegue a dudar de su inocencia si las circunstancias y la gente se confabulan para acusarlo. Nos dice, en últimas, que ser inocentes es generalmente un crimen que se paga muy caro.

He dejado la inocencia para el final de la lista, porque es justamente la inocencia el tema central de otra novela del siglo XIX a la que he regresado en estos días, El idiota, de Fedor Dostoievsky.

Hace ya muchos años traté de leer ese mamotreto inmenso, pero me perdí en las larguísimas digresiones sobre el espíritu ruso y las diferencias entre el catolicismo y la iglesia rusa ortodoxa.

He vuelto ahora a esta historia a través de una serie de televisión rusa -en dvd- que trata de seguir el texto con decorosa fidelidad. La tarea no ha sido fácil. Los personajes hablan en ruso, son tan expresivos como en el libro y los subtítulos en inglés toman un buen rato para ser leídos. Así que he tenido que ver la serie con el control remoto en la mano, poniendo pausa cada cinco segundos para poder seguirle el hilo a las conversaciones.

Cada uno de los diez capítulos de una hora me tomó por lo menos tres. Pero el esfuerzo no ha sido en vano. Esta fábula hermosa y siniestra sigue siendo tan válida en nuestro tiempo como lo fue cuando apareció publicada en 1869.

El idiota es la historia de todos los desastres que puede producir la presencia entre la gente de un ser completamente bueno e inocente. El protagonista, el príncipe Myshkin, no juzga mal a nadie, siempre ve lo bueno hasta en los seres más mezquinos. Permite que abusen de él mientras perdona las debilidades de quienes se aprovechan. Se considera indigno de que los más indignos le dirijan la palabra. Se mueve por el mundo convencido de que el mundo desborda de dicha, que la sola forma de los árboles o el surgir apresurado de las hierbas en el piso son razones suficientes para que el corazón desborde de alegría.

Pero el mundo no está preparado para una herejía como esa. La mayoría de la gente lo considera idiota, incapaz de vivir en sociedad. Las mujeres que lo aman oscilan entre las ganas de burlarse de él y la sensación de que no podrían soportar tanta bondad. Al final, como era tristemente de esperarse, todo acaba en tragedia. Unos terminan muertos, otros en la cárcel, otros casados con seres convencionales, y el idiota postrado y en silencio, apabullado por las contradicciones y la maldad del mundo.

La obra de Dostoievski está llena de sutilezas. Hasta el personaje más simple tiene una capacidad para interpretar los actos de los demás que ya quisieran para sí los psicoanalistas de hoy en día. Pero, más allá de la sutileza brilla, enceguecedora y cínica, la idea de que la inocencia en un mundo como el nuestro ha sido y sigue siendo el más horrible de los crímenes.

Abril 26, 2006.



Texto incluido en 

Las profundas cavernas del sentido


Disponible en Amazon




No hay comentarios:

Publicar un comentario