jueves, 21 de febrero de 2013

Arturo, el misógino - La columna de Vivir en El Poblado

Arthur Schopenhauer (1788-1860)


Cuando empiezo a sentirme como el Ismael de Moby Dick, que miraba con atención melancólica —y quizá espe­ranzada— los desfiles funerarios, suelo recurrir a mis amigos escépticos para curarme. Cioran es uno de ellos. Basta buscar sus contun­dentes aforismos para curarse de vanas ilusiones, para insta­larse tranquilos en esa nada fugaz que es la conciencia de estar vivos. Schopenhauer es otro.

Esta semana decidí conversar con don Arturo Schopen­hauer. Empecé riendo un rato con sus ideas sobre las mujeres. Me divierte pensar que hay damas que se ofenden con lo que dijo el filósofo alemán, sin darse cuenta de que son los elogios más certeros que se han podido hacer sobre las madres, esposas e hijas de la humanidad. Quizá la frase más difundida de Schopen­hauer sobre las mujeres es aquella que las define como seres de cabellos largos e ideas cortas. Todo el mundo parece conocerla. Todo el mundo parece coincidir en que lo dicho refleja menosprecio. Pero basta pensar el concepto que le inspiran a Schopenhauer las “ideas” para entender que es un verdadero privilegio tener ideas cortas. Para él, las ideas —ese ingrediente que separa a los humanos de los animales— son las responsables de que nuestro sufrimiento sea descomunal. Sufrimos porque razonamos y somos conscientes del tiempo y de la muerte. Buena parte de nuestras vidas se va en recordar lo per­dido y en anhelar lo que aún no hemos conseguido. “Tiempo” y “Felicidad”, son dos de las ideas que nos esclavizan.

En una ocasión Schopenhauer dijo que sólo en Londres había 81 mil prostitutas, refiriéndose al número de mujeres casadas. Muchas mujeres siguen tomando afirma­ciones como ésa para criticar al genio de Danzig. Lo que pocos se han detenido a considerar es que la crítica no apunta a las mujeres, sino a la sociedad —machista, por supuesto— que inventa instituciones que degradan y disfrazan esa degradación. Admito que he sido tenden­cioso a la hora de elegir las citas de Schopenhauer. Reco­noz­co que hay frases suyas difíciles de defender. Pero un poco de misoginia no le queda mal a nadie de vez en cuando. La prueba es que las mujeres son las mayores misóginas y, si ellas son así, si ellas —que de verdad perciben lo que pasa— actúan de ese modo, por algo será.

Pero mi charla con Schopenhauer no se quedó en el inagotable tema de las mujeres. Al leerlo esta semana tenía un interés especial: comprobar si era cierto que defendió alguna vez el suicidio, como sostienen algunos. Su ensayo sobre el suicidio empieza con unos plantea­mientos estremecedores. Dice, por ejemplo, que en nin­guna parte la Biblia ataca el suicidio. Schopenhauer lo presenta como un acto de soberanía personal. Afirma in­clu­so que no debemos saludar a nuestros semejantes con títulos honorarios o con nombres, sino decir simple y llana­mente: “Buenos días, compañero de presidio, colega de sufrimiento”. Y que no hay que reprochar a nadie por renunciar al sufrimiento.

Todo eso, quizá, es lo que ha contribuido para que muchos vean a Schopenhauer como un abogado del suicidio. Pero limitarse a esos argumentos es hacer una lectura equivocada. Pues son los antecedentes de una conclusión determinante. En mi opinión, Schopenhauer jamás defendió el suicidio, defendió la libertad de pensar en él, la de considerarlo una alternativa. Pero lo descartó rotundamente cuando dijo que suicidarse es hacer una pregunta metafísica y no quedarse para saber la respuesta a esa pregunta.



Publicado en Vivir en El Poblado el 21 de diciembre de 2013





domingo, 17 de febrero de 2013

Carta a un aprendiz de novelista


Texto publicado en El Universal de Cartagena,
bajo el seudónimo de Wenceslao Triana.
Febrero 18 de 1998.





   
 Has venido a buscar mi consejo cuando no lo necesitas. Pero el miedo te acorrala cuando faltan dos páginas y quizá pueda servirte para algo que te diga muchas cosas que ya sabes de la rara devoción que te ha hecho preferir la soledad y la fatiga.
Tú mismo has sido tu maestro a lo largo de este lustro que ocupaste en crear esa historia de vacío y estupor. Te moviste por terrenos inciertos, muchas veces creíste comprender lo que tenías entre manos para caer nuevamente en la confusión. Viste con asombro e impotencia la forma como esa historia se extendía y encogía, sometida a fluctuaciones inexplicables. Obligaste a ese esclavo extenuado que eras a sacar fuerzas de la nada para seguir escribiendo más allá de la medianoche, más allá de la conciencia y la esperanza. Soñabas y pensabas tu novela hasta llegar a hacer de ella tu más íntima y secreta compañía. Ahora te falta el valor para acabarla, porque sabes –con razón– que al poner punto final serás huérfano de ella.
Sería fácil –y quizá necesario– recordarte que no estás obligado a terminarla, que esas dos páginas que faltan bien podrían ser dos mil o más (con sólo unos leves cambios en el plan de trabajo) y que así tendrías novela para rato.
Muchas veces pensé –y sigo pensando– que el libro ideal es aquel que puede escribirse durante toda la vida, aquel al que día a día pueden agregársele episodios y que puede darse por terminado en cualquier instante. Concebí una historia a la que solo había que escribirle el comienzo y el final, para luego ir llenando el espacio entre ambos durante el resto de la vida.
Pero sé que te irrito hablándote de eso. Con todo y lo libre que te hace ser autor de una novela que no aspira a ser vendida, ni elogiada, ni figurar en listas de best sellers, tienes la servidumbre del que aspira –al menos– a mostrar a sus amigos, a sus parientes sensibles, un fruto de los dones recibidos.
Sucumbes incluso –más te valdría perseguir el éxito y la fama– a la delirante egolatría de soñar con lectores después de que tu vida se extinga.
Desde ya estás pensando en quitarle a tu familia y a tu vida (como antes les quitaste tiempo y energía), el dinero necesario para editar ese libro que esperas que te redima.
No te critico. También habría hecho lo mismo que tú si alguna vez me hubiera visto envuelto en una historia tan obsesiva y persistente que me obligara a escribirla. A pesar de mis limitaciones –quizá mayores que las tuyas– también habría emprendido, como tú, una tarea superior a mis fuerzas y mi entendimiento, porque –como dijo un innombrable– uno no escribe como quiere sino como puede.
Tampoco censuro –por el contrario, la admiro como se admira una hermosa forma de la locura– la pertinacia que te ha hecho vencer tantos obstáculos y desalientos. Envidio esa abnegación con que asumiste la tarea que expresó con tanto tino Zbigniew Herbert: “Te salvaste/no para vivir/tienes poco tiempo/has de dar el testimonio”.
Pero oye muy bien este consejo que te doy: si al fin te decides a escribir esas dos páginas, si después de todo decides arrojar al mundo tu novela, no esperes nada de ella. Porque ya te ha dado lo que podía darte.
Y otro más: sin preguntarte por qué o para qué, debes seguir. Escribir es una de las formas más bellas y sublimes de morir.













domingo, 10 de febrero de 2013

On Childhood and Youth


    His sense of hopelessness was very genuine. First of all, this starless outlook is common in the calamities of boyhood. The bitterness of boyish distresses does not lie in the fact that they are large; it lies in the fact that we do not know that they are small. About any early disaster there is a dreadful finality; a lost child can suffer like a lost soul.

   It is currently said that hope goes with youth, and lends to youth its wings of a butterfly; but I fancy that hope is the last gift given to man, and the only gift not given to youth. Youth is preeminently the period in which a man can be lyric, fanatical, poetic; but youth is the period in which a man can be hopeless. The end of every episode is the end of the world. But the power of hoping through everything, the knowledge that the soul survives its adventures, that great inspiration comes to the middle-aged; God has kept that good wine until now. It is from the backs of the elderly gentlemen that the wings of the butterfly should burst. There is nothing that so much mystifies the young as the consistent frivolity of the old. They have discovered their indestructibility. They are in their second and clearer childhood, and there is a meaning in the merriment of their eyes. They have seen the end of the End of the World.

GKCh, The boyhood of Dickens.






miércoles, 6 de febrero de 2013

Jorge Escalante, el Panti: Confesiones de un hombre invisible


Jorge Escalante, el Panti
Confesiones de un hombre invisible
Texto publicado en el suplemento Dominical de El Universal, algún domingo de 1992 o 1993.

El Universal, octubre 29 de 1967

Viéndolo ahí, en su rincón, guardando un silencio que rara vez se rompe, moderadamente volcado sobre el vidrio de su pequeño escritorio, dibujando con un lápiz o escarbando con su plumilla embadurnada de tinta china negra y sacando de un cartoncito blanco una  nueva imagen, se tiene la sensación de que no existe, que tal vez ha sido dibujado por alguien que lo imaginó bajo y delgado, que con el tiempo le ha pintado algunas canas, y lleva muchos años sentándolo con las piernas juntas como un estudiante aplicado, con sus movimientos lentos e imperceptibles, poniéndolo  de pie sin que nadie lo note, deslizándolo por entre sus compañeros de trabajo sin ser visto, sigiloso e invisible, para regresar al día siguiente a su pupitre  a cumplir con la tarea que le ha dado para vivir una vida que a veces no ha querido, para seguir arrastrando su silencio de hombre solo, magistralmente escondido bajo  su propio dibujo, bajo un nombre que ha inventado para sentirse borrado.

El Panti ha regresado

Hace un  mes no se  sabía si ya todo había terminado. Su escritorio llevaba varias semanas vacío.
Al periódico llegaban cartas preguntando por él, pidiendo el regreso de sus caricaturas.
Algunos de sus compañeros de trabajo tardaron en notar su ausencia, en sentir ese silencio mucho más profundo que su terca manera de callar, de  sólo modular cuando le hablaban.
Hace un mes pudo haber terminado la carrera y la vida de Jorge Escalante, ese hombre al que todos conocemos como el Panti.

El Panti

En su edición del domingo 29 de octubre de 1967, el diario El Universal, el segundo periódico de una ciudad de la Costa colombiana llamada Cartagena, presentaba, en el centro de la primera página, el dibujo de un joven risueño, cruzado de brazos y sentado sobre una piedra. Sobre él, un título que solo podían entender quienes habían leído el periódico durante los días anteriores: “Llegó el Panti”.
Durante varias semanas había aparecido en todas las ediciones del periódico, a veces en varias páginas de una misma edición, un breve anuncio que decía: “¿Quién es el Panti? Pronto lo sabrá”.

¿Así que ese dibujo era el Panti? La campaña de expectativa había dado estupendos resultados. La gente en la calle había especulado sobre lo que podía ser el Panti. Algunos pensaban que se trataba de algún nuevo almacén de interiores para dama. Pocos habían imaginado que se trataba de un dibujo.
El Panti era la forma como ese periódico celebraba el primer aumento en su número de páginas desde su fundación, casi veinte años atrás. El texto aclaraba las cosas un poco más.


Llegó el Panti

Como habíamos prometido a nuestros lectores, con nuestra salida de doce páginas, hemos querido hacer una serie de innovaciones en nuestro periódico, y así, los tuvimos en suspenso por algún tiempo, con la pregunta ´¿Quién es el Panti?´, que ha sido motivo de gran interés general, hoy, descubrimos  `el gallo tapao´ a nuestros lectores. El Panti es un personaje de la vida diaria de la costa Atlántica, salido de las manos ágiles de un artista cartagenero, promesa indiscutible de este nuevo género artístico, como los son las tiras cómicas; el nombre de este joven a quien nos venimos refiriendo, es totalmente desconocido, pero una vez los lectores de este diario lean el Panti, podrán apreciar las dotes, las calidades artísticas del novicio dibujante humorista, Jorge Escalante. (El Universal, octubre 29 de 1967)

Jorgito

“Yo nací en una casa que estaba sobre el agua, lo que llamaban un tambo. Era una casa de madera y por debajo pasaba el caño de Bazurto”.
“Uno de pelao pescaba barbúo en el caño. Como todo pelao, también me dedicaba a la cacería con hondas que hacíamos con caucho de los neumáticos de los automóviles viejos de una concesionaria Ford que quedaba cerca a la casa”.
 “Con el cuero hacíamos guantes de beisbol. Cuando eso estaba arraigado el beisbol profesional. Si algún deporte practiqué en la niñez fue ése. Jugaba de tercera base o left fielder en playones que actualmente están urbanizados, donde hoy está la urbanización la Ermita, en el Playón Grande, donde está ahora montada la ciudad de hierro”.
“La afición por el dibujo siempre fue innata. Comencé a desarrollarla en la escuela de banquitos, calcando del tío barbas, Benitín y Eneas, el pato Donald, el ratón Mickey. También dibujaba al profesor en el tablero, pero si entraba mientras lo estaba dibujando, ¡mierda!, a amarrarse los pantalones”.
“De la imitación pasé a hacer cosas de típica creación y a participar en los concursos de dibujo que hacían los periódicos. El premio era una invitación a cine, a matiné en el cine Miramar.”

Escalante

“Panti era un dicho en ese tiempo”, dice Jorge Escalante con su voz lenta y leve,  casi afónica. “Así le decían al tipo que era ambientoso, dicharachero, el cartagenero pelito de pimienta, bembón y chato”.
Escalante llevaba varios meses trabajando en El Universal como corrector de pruebas. Estaba recién llegado de Medellín,  donde había estudiado tres semestres de Biología y Química en la Universidad de Antioquia, pero se retiró por problemas económicos.
Escalante le propuso al periódico crear una tira cómica, y presentó una muestra de diez viñetas de un personaje llamado “El doctor Sonrisas”. Al gerente de ese tiempo, el capitán retirado Holmes Otero, le llamó la atención su agilidad para el dibujo  y lo invitó a crear un personaje popular, típico, que le gustara a la gente, con sus “dicharachos”, el muchacho de esquina que se roba una empanada de huevo, pone sobrenombres, “está al tanto de todo lo que pasa en el barrio pa´fregar la vida”.



Así nació el Panti.

“El Panti, al comienzo era un delincuente, se metía a las casas a robar y alguien distinto del periódico, Narciso Castro Yánez, me llamó la atención porque eso podía invitar a cometer delitos, porque, ¡ajá!, era una imagen mala.
“En la tira del  Panti había otros personajes. Estaba la novia, que nunca llegó a conquistar, Andreita, una pelaita despierta, pelito duro, niñita casera. “Caraemico”, el clásico champetúo de ahora, se amarraba la camisa con un nudo, el pecho descubierto, tenía modales bruscos, “Copito de nieve”, un negrito típico palenquero, bueno, mediaba entre el champeta y el bobo, que era otro personaje, el bobato que uno ya sabe siempre, nunca la coge y por eso siempre pierde.
“El tema era lo más sencillo del diablo. Todos los días para trasladarse uno toma el bus  y está viendo las historias por todos lados. El policía que enamora a la empleada, la pelea con el chofer.
Eso brotaba como espontáneo, jamás tuve tropiezos para la creación de eso.



“La tira cómica se sostuvo aproximadamente durante 6 años. En el 73 pasó al Diario de la Costa, donde se le dio más auge, más empuje, y empezó a salir al mismo tiempo la caricatura. Lo de la caricatura fue una insinuación de un señor del interior, bogotano. Me dijo: ´vamos  a hacer una prueba sobre algo que esté en boga y lo publicamos´.
“Hasta que el Diario de la Costa desapareció. Lo tumbó una huelga que duró 4 meses y el periódico le pagaba a los que no estaban sindicalizados. Pagó todo ese tiempo sin recibir un peso. Cuando quisieron arrancar después de la huelga ya no pudieron.
Por los días de la huelga en el Diario de la Costa, en el año 83, un socio de El Universal habló con Jorge Escalante.
“Me dijo: ´ ¿Cómo te va?, ¿te pagan bien?, ¿cómo te tratan? El Universal está pensando hacer algo en grande. Pásate, te vamos a tratar como profesional´. A los dos días estaba aquí. No importó preaviso.
“La tira cómica duró solamente cuatro meses, aunque entre la gente tenía buena acogida. Me dijeron que iba a haber una reestructuración y necesitaban ese espacio.
“Desde entonces solo seguí con la caricatura. Pero nunca perdí la ilusión de revivir la tira cómica. No es por mí, es por darle al periódico un sentido de acercamiento al pueblo. A pesar de todo no ha muerto la ilusión de que el personaje siga. De algún modo se resucita, yo no sé”.
Y al decir ese ´yo no sé´ se asiste al extraño momento de un Jorge Escalante exaltado, su voz se ha elevado apenas un poco, pero en su gesto está la decisión de seguir soñando con el regreso del Panti, ese ser al que Escalante un día le tomó prestado el nombre, porque muchos le decían: “Déjate de vainas, el muñequito que tu pintas es igualito a ti. Tú eres el Panti”.
“¿Qué quiere saber de mi amarga vida?”, dice el Panti, medio en broma, medio en serio. Sabe que ante los ojos de muchos su vida puede parecer amarga.
Cuando se vive de la risa de los otros, las amarguras parecen acentuarse, se vuelven más notorias.
Es sábado. El Panti se ha tomado unas cervezas en la tienda que está al frente del periódico. La influencia de lo bebido se percibe en sus palabras, más sueltas, y en sus movimientos, vacilantes pero presumiendo de seguros.
Hace como tres semanas un Panti cambiado llegó al escritorio que había permanecido abandonado. Venía de una de sus crisis más graves. Se le notaba el esfuerzo por acercarse un poco más a sus compañeros, por hablar más, por provocar bromas en torno al aspecto que le daba el nuevo rasgo que traía: sus gafas de hombre maduro.
Al comienzo los trazos de sus caricaturas eran bruscos. Con la ausencia se había perdido un poco la soltura de las líneas. Pero poco a poco volvió a ser el Panti que todos recordaban, sus dibujos recuperaron ese arte sutil que la costumbre a veces no deja valorar, poco a poco dejó de esforzarse por hablar, poco a poco regresó a la invisibilidad y un sábado le dio por tomarse unas cervezas, convencido de que ahora sí se podría controlar, que no bebería sin parar.

Otro

“Mira, quiero que la gente nunca confunda al personaje del Panti conmigo. El Panti fue una creación, porque no se parece ni en el modo de actuar. Está muy lejos, muy distante del modo de portarme yo.
“Soy más bien un tipo callado que a veces se aparta de la gente, en cambio el Panti era extrovertido, mamador de gallo, jodiendo la vida. Yo no sé si decir que así como lo ponía yo, en cierto modo, eran cosas reprimidas acá en el subconsciente.”
“Lo más  corriente, y eso no ha cambiado desde el primer momento hasta ahora, es que cuando la gente me conoce ve esa dualidad, ese comportamiento tan diferente entre lo que ven plasmado en la caricatura y mi personalidad y se llevan una decepción grande.
“En Alcibia, el barrio donde vivo, todo el mundo me conoce, pero sí me identifican por el Panti, porque si alguien va preguntando por mi nombre no dan.”
“A la gente le gusta compartir conmigo, fíjate. A pesar de que soy apartado me buscan y yo trato con ellos, sobre todo cuando hay trago de por medio.
“El trago no sé si es algo que siempre he buscado, precisamente para hacerme compañía. Cuando estoy en tragos soy más extrovertido de lo normal y es más fácil relacionarme con los otros, los compañeros, los vecinos”.
Pero esa extroversión a veces se le ha salido de las manos. “Si, eso sí, como ahora”, dice suspirando con alivio, como quien milagrosamente ha podido regresar de un lugar del que pocos vuelven para contarlo.
Y al preguntarle si se siente solo, el Panti no deja terminar la pregunta para dejar salir un “¡ufff!” con sonrisa resignada. “Y precisamente, cuando me han atacado esas crisis, en vez de buscar un apoyo, una compañía, precisamente busco es la soledad y entonces eso hace peor la cosa. Y te digo sinceramente que, ajá, inclusive no se ha descartado a veces que me haya dado el pensamiento del suicidio”.
¿Y qué lo ha detenido?
“Yo me he preguntado: ´Bueno, y cuando me llegue la muerte y  me vea allá, en el otro lado, ¿qué?”
“Fíjate, como siempre he tenido esa cuestión religiosa en mi vida, voy casi todos los días a misa, soy muy devoto de la Virgen María, eso es lo que me he preguntado: ¿y si me voy pa´ ese infierno?”
Hablando con el Panti. Así. Un sábado cualquiera de su regreso. Sintiendo esa mezcla de seducción y de combate que entabla con el trago, imaginando apenas los densos y profundos pensamientos que han pasado por su mente, se siente el temor que inspiran los abismos.
Podría pensarse que con alguien que regresa de una crisis no se puede hablar de suicidios, de tragos y de crisis, pero nadie más conocedor de lo que habla que quien ha vivido sus palabras.
Desde el mundo del temor, palabras como “enfermo”, “débil”, “vulnerable”, se usan como tranquilizantes para no pensar de verdad en el inexplicable mundo que viven aquellos que queremos anular etiquetándolos. El Panti ha regresado, viene de una crisis que lo ha llevado a anularse y, puesto que no ha muerto, sabe más que nosotros del misterio insoluble que es la vida.
“Yo no me explicaba cómo algunas personas decían que querían vivir hasta los ochenta, cien años. Y yo me preguntaba: ¿y eso por qué?, lo que soy yo a la vida no le encuentro nada bonito.
“Pero ahora sí.
“Cuando uno atraviesa por crisis hay veces en que uno llega hasta un límite. De ahí no puede más bajar uno y, como definitivamente vi que no podía bajar más, ya no me queda otra cosa que tratar de seguir poco a poco, por peldaños, y he visto que la cuestión va resultando”.

El frayle dibujante

“A pesar de todo, yo nunca me he considerado como un personaje mundial o ni siquiera nacional. Todo lo que realizo es como tratando de tan siquiera aportar un granito de arena en el mundo, y creo que a través de las caricaturas haya logrado algo de eso. He visto que se han mejorado cosas que se han criticado, entonces he pensado:´Hombe, mi paso por el mundo no ha sido en vano´.
“Si no me hubiera dedicado a esta cuestión de la caricatura, hubiera querido haber sido religioso, en cualquiera de sus modalidades, bien sea como sacerdote o frayle, o simplemente como un hermano.”
Y entonces reaparece el tema de la soledad, pero ya no como un callejón, sino como el lugar donde logra realizarse de verdad.
“En la soledad he visto. Es más fácil captar facetas que uno no ve cuando está en la diversión.
“Yo siempre dedico muy frecuentemente ratos a estar fuera, solo, y ver perspectivas, tratar de meditar bastante.
“La soledad la encuentro en los espacios bien abiertos. A veces me voy a las murallas y me quedo contemplando el mar, las distancias, el horizonte; son los que siempre me han gustado”.
Y hablando del mar, del horizonte, sugiriendo brisas y alcatraces, se siente que está  más relajado, que frente a lo inmenso se sacude de ese peso para él agobiante que a veces significan los demás, y logra ser él, simple, silencioso y sencillo, convencido de que en todas partes el hombre es el mismo, con las mismas pasiones, siempre irrealizado a causa de la muerte, hechos todos con la misma tinta, viendo siempre en los demás errores y defectos que tenemos de sobra, criaturas defectuosas creadas por alguien a quien él diariamente le reza, él, el hombre que hubiera querido ser un frayle para dedicarse solamente a rezarle a la virgen y a pensar y a estar solo, para no tener que dibujarse todas las mañanas para salir a la calle, imperceptible, silencioso,  invisible, bajo y delgado, yendo al infierno y regresando, siempre regresando, ahora con gafas y los ojos un poco irritados.




martes, 5 de febrero de 2013

Recuerde el alma dormida: Reflexiones sobre la creación escrita




Contenido:

LA MANO INVISIBLE - 17
UNA SED QUE NUNCA SE SACIA - 25
CARTA A UN APRENDIZ DE NOVELISTA - 39
EL CRONISTA EN LA CRÓNICA - 43
RIESGOS Y OPORTUNIDADES
DE LOS TALLERES LITERARIOS - 57
CARTA A UNA JOVEN ESCRITORA - 65
REPORTEROS DEL MISTERIO - 83
MIS RECUERDOS DE TOMÁS - 93
REFLEXIONES SOBRE UN TÉMPANO DE HIELO - 99
RETRATO DEL ESCRITOR COMO PROFESOR - 109
RECUERDE EL ALMA DORMIDA
NUEVO EPÍLOGO PARA UN RAMO DE NOMEOLVIDES - 119


Presentación del libro: 

Cuando escribí el primer texto de esta colección tenía en las manos una oportunidad y una respon­sabilidad enormes: hacer un libro sobre los inicios de Gabriel García Márquez como periodista en el diario El Universal de Cartagena.
Casi veinte años han transcurrido desde entonces y ese libro, Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El Universal, ha sido uno de los temas recurrentes en mis reflexiones sobre la creación escrita.
Pero ha habido otras cosas. No he dejado de escribir crónicas y notas de opinión. He seguido escribiendo cuentos y novelas. He tenido la oportunidad de dirigir numerosos talleres de escritura creativa. Este libro reúne las reflexiones que he hecho en el camino.
Durante la escritura de Un ramo de nomeolvides, dejé a un lado el manuscrito de mi primera novela. A principios de 1996, terminado el libro sobre García Márquez, traté de retomar esa novela pero me costaba revivirla. En diciembre de 1997 tuve la oportunidad de asistir a un taller de narración periodística con García Márquez, en Barranquilla. Hice una nota breve sobre el taller, que apareció publicada en El Universal, y desde entonces tenía la intención de escribir con más detalles sobre esa experiencia memorable. Tardaría en encontrar la disposición y el tiempo para escribir la crónica completa de aquellos días, que es el texto que cierra y le da título a este libro.
Pocas semanas después del taller con García Márquez encontré la determinación y la claridad para poner punto final a mi novela, Criatura perdida, y para seguir adelante con la escritura de otros libros. A finales de 1998 viajé a los Estados Unidos para hacer mis estudios graduados de literatura en la Universidad de Rutgers. Allí encontré a Tomás Eloy Martínez, otro mentor y maestro que me dio aliento y me ayudó a encontrar el camino. Así vinieron más novelas, más libros de cuentos, y una constante actividad en el periodismo de opinión.
En agosto de 2010, leí en Cartagena el texto ‘Reflexiones sobre un témpano de hielo’, en el que hacía un balance de más de veinte años de creación escrita y hablaba de mis proyectos hacia el futuro. Cuatro días más tarde me llegó la noticia de que El origen del mundo había recibido en México el Premio Bicentenario de Novela.
La edición mexicana de El origen del mundo fue presentada en la Feria del Libro de Guadalajara, en noviembre de ese año. Seis meses más tarde apareció la edición colombiana y tuve la oportunidad de presentarla en la Feria del Libro de Bogotá. Concedí entrevistas, hablé para la radio y la televisión; tuve mis quince minutos de celebridad. Después de haber publicado una docena de libros, casi todos de circulación reducida, fue emocionante y agotador recibir esa atención.
A finales del 2011, pasado el ruido por El origen del mundo, me dediqué a explorar entre mis cuadernos para reanudar la tarea. Así encontré los apuntes que tomé durante el taller de narración periodística con García Márquez. En esos días circulaban insistentes los rumores sobre sus problemas de memoria y comprendí que aquel encuentro en Barranquilla había sido mi última oportunidad de ver y escuchar a uno de los autores que más influyeron en mi decisión de dedicarme a la literatura. Pude entender, también, que aquella experiencia ya remota me había dado la fuerza para terminar mi primera novela y para seguir escribiendo.
Siempre que me preguntan por la influencia que García Márquez ha tenido en mi obra respondo que esa influencia no está en los temas, ni en el lenguaje, sino en la devoción, en la pasión por el oficio. He recibido lecciones de muchos escritores. De Tomás Eloy Martínez aprendí sobre el poder generador de realidad que tienen las palabras y sobre la dignidad del oficio. García Márquez, “el autor de la oda inmortal”, me ha dejado la lección de que una obra es, sobre todo, un arduo logro moral.


Oneonta, enero 30 de 2012.