Jorge Escalante, el Panti
Confesiones de un hombre invisible
Texto
publicado en el suplemento Dominical de El Universal, algún domingo de 1992 o
1993.
El Universal, octubre 29 de 1967
Viéndolo ahí, en su rincón, guardando
un silencio que rara vez se rompe, moderadamente volcado sobre el vidrio de su
pequeño escritorio, dibujando con un lápiz o escarbando con su plumilla
embadurnada de tinta china negra y sacando de un cartoncito blanco una nueva imagen, se tiene la sensación de que no
existe, que tal vez ha sido dibujado por alguien que lo imaginó bajo y delgado,
que con el tiempo le ha pintado algunas canas, y lleva muchos años sentándolo
con las piernas juntas como un estudiante aplicado, con sus movimientos lentos
e imperceptibles, poniéndolo de pie sin
que nadie lo note, deslizándolo por entre sus compañeros de trabajo sin ser
visto, sigiloso e invisible, para regresar al día siguiente a su pupitre a cumplir con la tarea que le ha dado para
vivir una vida que a veces no ha querido, para seguir arrastrando su silencio
de hombre solo, magistralmente escondido bajo su propio dibujo, bajo un nombre que ha
inventado para sentirse borrado.
El
Panti ha regresado
Hace un mes no se
sabía si ya todo había terminado. Su escritorio llevaba varias semanas
vacío.
Al periódico llegaban cartas
preguntando por él, pidiendo el regreso de sus caricaturas.
Algunos de sus compañeros de trabajo
tardaron en notar su ausencia, en sentir ese silencio mucho más profundo que su
terca manera de callar, de sólo modular
cuando le hablaban.
Hace un mes pudo haber terminado la
carrera y la vida de Jorge Escalante, ese hombre al que todos conocemos como el
Panti.
El
Panti
En su edición del domingo 29 de
octubre de 1967, el diario El Universal,
el segundo periódico de una ciudad de la Costa colombiana llamada Cartagena,
presentaba, en el centro de la primera página, el dibujo de un joven risueño,
cruzado de brazos y sentado sobre una piedra. Sobre él, un título que solo podían
entender quienes habían leído el periódico durante los días anteriores: “Llegó
el Panti”.
Durante varias semanas había aparecido
en todas las ediciones del periódico, a veces en varias páginas de una misma
edición, un breve anuncio que decía: “¿Quién es el Panti? Pronto lo sabrá”.
¿Así que ese dibujo era el Panti? La
campaña de expectativa había dado estupendos resultados. La gente en la calle
había especulado sobre lo que podía ser el Panti. Algunos pensaban que se trataba
de algún nuevo almacén de interiores para dama. Pocos habían imaginado que se
trataba de un dibujo.
El Panti era la forma como ese
periódico celebraba el primer aumento en su número de páginas desde su
fundación, casi veinte años atrás. El texto aclaraba las cosas un poco más.
Llegó el Panti
“Como
habíamos prometido a nuestros lectores, con nuestra salida de doce páginas,
hemos querido hacer una serie de innovaciones en nuestro periódico, y así, los
tuvimos en suspenso por algún tiempo, con la pregunta ´¿Quién es el Panti?´,
que ha sido motivo de gran interés general, hoy, descubrimos `el gallo tapao´ a nuestros lectores. El
Panti es un personaje de la vida diaria de la costa Atlántica, salido de las
manos ágiles de un artista cartagenero, promesa indiscutible de este nuevo
género artístico, como los son las tiras cómicas; el nombre de este joven a
quien nos venimos refiriendo, es totalmente desconocido, pero una vez los
lectores de este diario lean el Panti, podrán apreciar las dotes, las calidades
artísticas del novicio dibujante humorista, Jorge Escalante. (El Universal,
octubre 29 de 1967)
Jorgito
“Yo
nací en una casa que estaba sobre el agua, lo que llamaban un tambo. Era una
casa de madera y por debajo pasaba el caño de Bazurto”.
“Uno de pelao pescaba barbúo en el
caño. Como todo pelao, también me dedicaba a la cacería con hondas que hacíamos
con caucho de los neumáticos de los automóviles viejos de una concesionaria
Ford que quedaba cerca a la casa”.
“Con el cuero hacíamos guantes de beisbol.
Cuando eso estaba arraigado el beisbol profesional. Si algún deporte practiqué
en la niñez fue ése. Jugaba de tercera base o left fielder en playones que actualmente están urbanizados, donde
hoy está la urbanización la Ermita, en el Playón Grande, donde está ahora
montada la ciudad de hierro”.
“La
afición por el dibujo siempre fue innata. Comencé a desarrollarla en la escuela
de banquitos, calcando del tío barbas, Benitín y Eneas, el pato Donald, el
ratón Mickey. También dibujaba al profesor en el tablero, pero si entraba
mientras lo estaba dibujando, ¡mierda!, a amarrarse los pantalones”.
“De
la imitación pasé a hacer cosas de típica creación y a participar en los
concursos de dibujo que hacían los periódicos. El premio era una invitación a
cine, a matiné en el cine Miramar.”
Escalante
“Panti era un dicho en ese tiempo”,
dice Jorge Escalante con su voz lenta y leve,
casi afónica. “Así le decían al tipo que era ambientoso, dicharachero,
el cartagenero pelito de pimienta, bembón y chato”.
Escalante llevaba varios meses
trabajando en El Universal como
corrector de pruebas. Estaba recién llegado de Medellín, donde había estudiado tres semestres de
Biología y Química en la Universidad de Antioquia, pero se retiró por problemas
económicos.
Escalante le propuso al periódico
crear una tira cómica, y presentó una muestra de diez viñetas de un personaje
llamado “El doctor Sonrisas”. Al gerente de ese tiempo, el capitán retirado
Holmes Otero, le llamó la atención su agilidad para el dibujo y lo invitó a crear un personaje popular,
típico, que le gustara a la gente, con sus “dicharachos”, el muchacho de
esquina que se roba una empanada de huevo, pone sobrenombres, “está al tanto de
todo lo que pasa en el barrio pa´fregar la vida”.
Así
nació el Panti.
“El Panti, al comienzo era un
delincuente, se metía a las casas a robar y alguien distinto del periódico,
Narciso Castro Yánez, me llamó la atención porque eso podía invitar a cometer
delitos, porque, ¡ajá!, era una imagen mala.
“En la tira del Panti había otros personajes. Estaba la
novia, que nunca llegó a conquistar, Andreita, una pelaita despierta, pelito
duro, niñita casera. “Caraemico”, el clásico champetúo de ahora, se amarraba la
camisa con un nudo, el pecho descubierto, tenía modales bruscos, “Copito de
nieve”, un negrito típico palenquero, bueno, mediaba entre el champeta y el
bobo, que era otro personaje, el bobato que uno ya sabe siempre, nunca la coge y
por eso siempre pierde.
“El tema era lo más sencillo del
diablo. Todos los días para trasladarse uno toma el bus y está viendo las historias por todos lados. El
policía que enamora a la empleada, la pelea con el chofer.
Eso brotaba como espontáneo, jamás
tuve tropiezos para la creación de eso.
“La tira cómica se sostuvo
aproximadamente durante 6 años. En el 73 pasó al Diario de la Costa, donde se le dio más auge, más empuje, y empezó
a salir al mismo tiempo la caricatura. Lo de la caricatura fue una insinuación
de un señor del interior, bogotano. Me dijo: ´vamos a hacer una prueba sobre algo que esté en
boga y lo publicamos´.
“Hasta que el Diario de la Costa desapareció. Lo tumbó una huelga que duró 4
meses y el periódico le pagaba a los que no estaban sindicalizados. Pagó todo
ese tiempo sin recibir un peso. Cuando quisieron arrancar después de la huelga
ya no pudieron.
Por los días de la huelga en el Diario de la Costa, en el año 83, un
socio de El Universal habló con Jorge
Escalante.
“Me dijo: ´ ¿Cómo te va?, ¿te pagan
bien?, ¿cómo te tratan? El Universal está
pensando hacer algo en grande. Pásate, te vamos a tratar como profesional´. A
los dos días estaba aquí. No importó preaviso.
“La tira cómica duró solamente cuatro
meses, aunque entre la gente tenía buena acogida. Me dijeron que iba a haber
una reestructuración y necesitaban ese espacio.
“Desde entonces solo seguí con la caricatura.
Pero nunca perdí la ilusión de revivir la tira cómica. No es por mí, es por
darle al periódico un sentido de acercamiento al pueblo. A pesar de todo no ha
muerto la ilusión de que el personaje siga. De algún modo se resucita, yo no sé”.
Y al decir ese ´yo no sé´ se asiste al
extraño momento de un Jorge Escalante exaltado, su voz se ha elevado apenas un
poco, pero en su gesto está la decisión de seguir soñando con el regreso del
Panti, ese ser al que Escalante un día le tomó prestado el nombre, porque
muchos le decían: “Déjate de vainas, el muñequito que tu pintas es igualito a
ti. Tú eres el Panti”.
“¿Qué quiere saber de mi amarga vida?”,
dice el Panti, medio en broma, medio en serio. Sabe que ante los ojos de muchos
su vida puede parecer amarga.
Cuando se vive de la risa de los
otros, las amarguras parecen acentuarse, se vuelven más notorias.
Es sábado. El Panti se ha tomado unas
cervezas en la tienda que está al frente del periódico. La influencia de lo
bebido se percibe en sus palabras, más sueltas, y en sus movimientos,
vacilantes pero presumiendo de seguros.
Hace como tres semanas un Panti
cambiado llegó al escritorio que había permanecido abandonado. Venía de una de
sus crisis más graves. Se le notaba el esfuerzo por acercarse un poco más a sus
compañeros, por hablar más, por provocar bromas en torno al aspecto que le daba
el nuevo rasgo que traía: sus gafas de hombre maduro.
Al comienzo los trazos de sus
caricaturas eran bruscos. Con la ausencia se había perdido un poco la soltura
de las líneas. Pero poco a poco volvió a ser el Panti que todos recordaban, sus
dibujos recuperaron ese arte sutil que la costumbre a veces no deja valorar,
poco a poco dejó de esforzarse por hablar, poco a poco regresó a la
invisibilidad y un sábado le dio por tomarse unas cervezas, convencido de que
ahora sí se podría controlar, que no bebería sin parar.
Otro
“Mira, quiero que la gente nunca
confunda al personaje del Panti conmigo. El Panti fue una creación, porque no
se parece ni en el modo de actuar. Está muy lejos, muy distante del modo de
portarme yo.
“Soy más bien un tipo callado que a
veces se aparta de la gente, en cambio el Panti era extrovertido, mamador de
gallo, jodiendo la vida. Yo no sé si decir que así como lo ponía yo, en cierto
modo, eran cosas reprimidas acá en el subconsciente.”
“Lo más corriente, y eso no ha cambiado desde el
primer momento hasta ahora, es que cuando la gente me conoce ve esa dualidad,
ese comportamiento tan diferente entre lo que ven plasmado en la caricatura y
mi personalidad y se llevan una decepción grande.
“En Alcibia, el barrio donde vivo,
todo el mundo me conoce, pero sí me identifican por el Panti, porque si alguien
va preguntando por mi nombre no dan.”
“A la gente le gusta compartir
conmigo, fíjate. A pesar de que soy apartado me buscan y yo trato con ellos,
sobre todo cuando hay trago de por medio.
“El trago no sé si es algo que siempre
he buscado, precisamente para hacerme compañía. Cuando estoy en tragos soy más
extrovertido de lo normal y es más fácil relacionarme con los otros, los
compañeros, los vecinos”.
Pero esa extroversión a veces se le ha
salido de las manos. “Si, eso sí, como ahora”, dice suspirando con alivio, como
quien milagrosamente ha podido regresar de un lugar del que pocos vuelven para
contarlo.
Y al preguntarle si se siente solo, el
Panti no deja terminar la pregunta para dejar salir un “¡ufff!” con sonrisa
resignada. “Y precisamente, cuando me han atacado esas crisis, en vez de buscar
un apoyo, una compañía, precisamente busco es la soledad y entonces eso hace
peor la cosa. Y te digo sinceramente que, ajá,
inclusive no se ha descartado a veces que me haya dado el pensamiento del
suicidio”.
¿Y qué lo ha detenido?
“Yo me he preguntado: ´Bueno, y cuando
me llegue la muerte y me vea allá, en el
otro lado, ¿qué?”
“Fíjate, como siempre he tenido esa
cuestión religiosa en mi vida, voy casi todos los días a misa, soy muy devoto
de la Virgen María, eso es lo que me he preguntado: ¿y si me voy pa´ ese
infierno?”
Hablando con el Panti. Así. Un sábado
cualquiera de su regreso. Sintiendo esa mezcla de seducción y de combate que
entabla con el trago, imaginando apenas los densos y profundos pensamientos que
han pasado por su mente, se siente el temor que inspiran los abismos.
Podría pensarse que con alguien que
regresa de una crisis no se puede hablar de suicidios, de tragos y de crisis,
pero nadie más conocedor de lo que habla que quien ha vivido sus palabras.
Desde el mundo del temor, palabras
como “enfermo”, “débil”, “vulnerable”, se usan como tranquilizantes para no
pensar de verdad en el inexplicable mundo que viven aquellos que queremos
anular etiquetándolos. El Panti ha regresado, viene de una crisis que lo ha
llevado a anularse y, puesto que no ha muerto, sabe más que nosotros del
misterio insoluble que es la vida.
“Yo no me explicaba cómo algunas
personas decían que querían vivir hasta los ochenta, cien años. Y yo me
preguntaba: ¿y eso por qué?, lo que soy yo a la vida no le encuentro nada
bonito.
“Pero ahora sí.
“Cuando uno atraviesa por crisis hay
veces en que uno llega hasta un límite. De ahí no puede más bajar uno y, como
definitivamente vi que no podía bajar más, ya no me queda otra cosa que tratar
de seguir poco a poco, por peldaños, y he visto que la cuestión va resultando”.
El
frayle dibujante
“A pesar de todo, yo nunca me he
considerado como un personaje mundial o ni siquiera nacional. Todo lo que
realizo es como tratando de tan siquiera aportar un granito de arena en el
mundo, y creo que a través de las caricaturas haya logrado algo de eso. He
visto que se han mejorado cosas que se han criticado, entonces he
pensado:´Hombe, mi paso por el mundo no ha sido en vano´.
“Si no me hubiera dedicado a esta
cuestión de la caricatura, hubiera querido haber sido religioso, en cualquiera de
sus modalidades, bien sea como sacerdote o frayle, o simplemente como un
hermano.”
Y entonces reaparece el tema de la
soledad, pero ya no como un callejón, sino como el lugar donde logra realizarse
de verdad.
“En la soledad he visto. Es más fácil
captar facetas que uno no ve cuando está en la diversión.
“Yo siempre dedico muy frecuentemente
ratos a estar fuera, solo, y ver perspectivas, tratar de meditar bastante.
“La soledad la encuentro en los
espacios bien abiertos. A veces me voy a las murallas y me quedo contemplando
el mar, las distancias, el horizonte; son los que siempre me han gustado”.
Y hablando del mar, del horizonte, sugiriendo brisas y alcatraces, se siente que está más relajado, que frente a lo inmenso se
sacude de ese peso para él agobiante que a veces significan los demás, y logra
ser él, simple, silencioso y sencillo, convencido de que en todas partes el
hombre es el mismo, con las mismas pasiones, siempre irrealizado a causa de la
muerte, hechos todos con la misma tinta, viendo siempre en los demás errores y
defectos que tenemos de sobra, criaturas defectuosas creadas por alguien a
quien él diariamente le reza, él, el hombre que hubiera querido ser un frayle
para dedicarse solamente a rezarle a la virgen y a pensar y a estar solo, para
no tener que dibujarse todas las mañanas para salir a la calle, imperceptible,
silencioso, invisible, bajo y delgado,
yendo al infierno y regresando, siempre regresando, ahora con gafas y los ojos
un poco irritados.
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