jueves, 21 de febrero de 2013

Arturo, el misógino - La columna de Vivir en El Poblado

Arthur Schopenhauer (1788-1860)


Cuando empiezo a sentirme como el Ismael de Moby Dick, que miraba con atención melancólica —y quizá espe­ranzada— los desfiles funerarios, suelo recurrir a mis amigos escépticos para curarme. Cioran es uno de ellos. Basta buscar sus contun­dentes aforismos para curarse de vanas ilusiones, para insta­larse tranquilos en esa nada fugaz que es la conciencia de estar vivos. Schopenhauer es otro.

Esta semana decidí conversar con don Arturo Schopen­hauer. Empecé riendo un rato con sus ideas sobre las mujeres. Me divierte pensar que hay damas que se ofenden con lo que dijo el filósofo alemán, sin darse cuenta de que son los elogios más certeros que se han podido hacer sobre las madres, esposas e hijas de la humanidad. Quizá la frase más difundida de Schopen­hauer sobre las mujeres es aquella que las define como seres de cabellos largos e ideas cortas. Todo el mundo parece conocerla. Todo el mundo parece coincidir en que lo dicho refleja menosprecio. Pero basta pensar el concepto que le inspiran a Schopenhauer las “ideas” para entender que es un verdadero privilegio tener ideas cortas. Para él, las ideas —ese ingrediente que separa a los humanos de los animales— son las responsables de que nuestro sufrimiento sea descomunal. Sufrimos porque razonamos y somos conscientes del tiempo y de la muerte. Buena parte de nuestras vidas se va en recordar lo per­dido y en anhelar lo que aún no hemos conseguido. “Tiempo” y “Felicidad”, son dos de las ideas que nos esclavizan.

En una ocasión Schopenhauer dijo que sólo en Londres había 81 mil prostitutas, refiriéndose al número de mujeres casadas. Muchas mujeres siguen tomando afirma­ciones como ésa para criticar al genio de Danzig. Lo que pocos se han detenido a considerar es que la crítica no apunta a las mujeres, sino a la sociedad —machista, por supuesto— que inventa instituciones que degradan y disfrazan esa degradación. Admito que he sido tenden­cioso a la hora de elegir las citas de Schopenhauer. Reco­noz­co que hay frases suyas difíciles de defender. Pero un poco de misoginia no le queda mal a nadie de vez en cuando. La prueba es que las mujeres son las mayores misóginas y, si ellas son así, si ellas —que de verdad perciben lo que pasa— actúan de ese modo, por algo será.

Pero mi charla con Schopenhauer no se quedó en el inagotable tema de las mujeres. Al leerlo esta semana tenía un interés especial: comprobar si era cierto que defendió alguna vez el suicidio, como sostienen algunos. Su ensayo sobre el suicidio empieza con unos plantea­mientos estremecedores. Dice, por ejemplo, que en nin­guna parte la Biblia ataca el suicidio. Schopenhauer lo presenta como un acto de soberanía personal. Afirma in­clu­so que no debemos saludar a nuestros semejantes con títulos honorarios o con nombres, sino decir simple y llana­mente: “Buenos días, compañero de presidio, colega de sufrimiento”. Y que no hay que reprochar a nadie por renunciar al sufrimiento.

Todo eso, quizá, es lo que ha contribuido para que muchos vean a Schopenhauer como un abogado del suicidio. Pero limitarse a esos argumentos es hacer una lectura equivocada. Pues son los antecedentes de una conclusión determinante. En mi opinión, Schopenhauer jamás defendió el suicidio, defendió la libertad de pensar en él, la de considerarlo una alternativa. Pero lo descartó rotundamente cuando dijo que suicidarse es hacer una pregunta metafísica y no quedarse para saber la respuesta a esa pregunta.



Publicado en Vivir en El Poblado el 21 de diciembre de 2013





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