Calle Barbacoas-Medellín. Foto El Tiempo.
Empeñada en ser la primera del mundo en todo —así sea
contratando desocupados virtuales para que la ciudad tenga más votos que
habitantes—, Medellín reaccionó con comprensible nerviosismo al título de
“burdel más grande del mundo” concedido por uno de sus habitantes —que a lo
mejor sabe de lo que habla— y ratificado por un medio de comunicación europeo
—que a lo mejor investiga lo que divulga. La reacción oficial no se hizo
esperar. Las autoridades dijeron que los periodistas extranjeros habían sido
tendenciosos. En un análisis digno de doctores en letras, señalaron que el
testigo que inspiró el título en realidad no dijo que Medellín fuera el burdel
más grande del mundo. Según los doctos doctores, la frase textual era que “si a
Medellín le pusieran un techo sería el burdel más grande del mundo”, por lo que
—según ellos—mientras no tenga techo, Medellín no puede recibir ese título.
Se ha dicho que la prostitución es el oficio más antiguo
del mundo y agradecería mucho a quien me explicara las razones que hay detrás
de ese dicho. Lo que sí me queda claro es que el tema está por todos lados.
Para no ir muy lejos, casi todos los autores hispanoamericanos destacados se
han referido en algún momento a las prostitutas, dándole al tema diferentes
tratamientos. Uno de los capítulos más festivos de Cien años de soledad se refiere a la llegada a Macondo de unas
francesas que introdujeron refinamientos y cambiaron para siempre los apareamientos
simples de los habitantes del pueblo. Pero esa es sólo una de las muchas
apariciones de las perendecas en la obra de García Márquez. Las vemos en El amor en los tiempos del cólera, pues
Florentino pasa una temporada viviendo en el hotel de las “pajaritas”. Las
vemos en Memorias de mis putas tristes,
con una variedad del oficio inspirada por el escritor japonés Yasunari
Kawabata. También están en las memorias del autor, quien como Faulkner sostenía
que un prostíbulo era el mejor lugar del mundo para un escritor.
Juan Rulfo señala en el tema su relación con la pobreza.
En el cuento “Es que somos muy pobres”, el gran temor de la familia, tras la
inundación que ahogó la vaca de Tacha, es que la niña termine siendo “piruja”
como sus hermanas. Vargas Llosa, dedicó varias novelas al tema de la
prostitución: La casa verde, Pantaleón y las visitadoras. Borges lo
tocó de refilón en “Emma Zunz”, con la curiosa variante de que Emma se deshizo
del dinero que recibió del marinero que la desfloró. Pero sin duda el que mejor
ha auscultado el alma de la prostitución ha sido Juan Carlos Onetti, en
particular en El Pozo y en Juntacadáveres, donde se hace evidente
la hipocresía social que rodea la compra y la venta de seres humanos.
El debate sobre el nuevo “honor” para Medellín ha procurado
estrechar el concepto de prostitución, para mostrarlo como un problema
aislado. Pero si ampliamos la perspectiva, la prostitución puede ser sólo un
síntoma visible de una sociedad en la que, de muchas maneras, se compran y se
venden los cuerpos y las almas de las personas. Prostituto no es sólo el que se
vende porque no tiene dinero, sino también el que lo hace porque no tiene
principios. Prostituto es todo aquel que no es dueño de su vida y de sus
decisiones, pero también lo son el político corrupto, el constructor tramposo,
el médico negociante o el periodista vendido. Prostituto es el empleado
explotado y el desempleado abusado. Prostituto será también el ingeniero
verraco que se le mida a hacerle el techo a Medellín y acepte poner en riesgo
la seguridad de tanto puto, haciendo trampa con los materiales utilizados.
Publicado en Vivir en El Poblado el 24 de septiembre de 2014.
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