"Veinte años después de su publicación, Un ramo de nomeolvides,
la crónica sobre el paso de García Márquez por El Universal
sigue siendo un documento vigente e imprescindible".
Un libro que
ha hecho historia
En abril de 1994, Gabriel
García Márquez volvió a conmocionar el mundo editorial con la aparición de la
que sería su penúltima novela: Del amor y otros demonios. Otra vez la
palabra amor aparecía en el título de un libro suyo y otra vez la ciudad de
Cartagena, estilizada por el arte, volvía a ser escenario de su obra. La trama
general de la novela podría situarse en algún momento impreciso del siglo 18,
pero la génesis del relato se hallaba mucho después, en octubre de 1949, cuando
Gabriel García Márquez era un reportero principiante en este diario y,
supuestamente, fue enviado por su jefe de redacción a cubrir la noticia de la
apertura de unas criptas en el antiguo convento de las clarisas.
La mención de su paso por El
Universal y del discreto magisterio de Clemente Manuel Zabala causó revuelo
local. Ya para entonces se rumoraba con insistencia que García Márquez había
exagerado la importancia de Barranquilla en su destino de escritor, y que había
dejado en la sombra su experiencia cartagenera. La mención en el prólogo era,
en cierta manera, una respuesta a esos rumores: Zabala era tan digno de
inclusión en su obra como antes lo habían sido Cepeda, Fuenmayor, Germán Vargas
o “el sabio catalán”.
El revuelo encendió el
bombillo de Gerardo Araújo y Héctor Hernández Ayazo, gerente y director de El
Universal. Por qué no hacer “una vaina berraca”, por ejemplo un libro, para
destacar el hecho de que los inicios de García Márquez como periodista habían
tenido lugar en este periódico. La idea tomó vuelo y fue así como cayeron en
mis manos la oportunidad y el reto más importantes que he tenido en mi vida. Me
apresuré a diseñar el proyecto y, a finales de ese mismo mes de abril, recibí
vía libre y el apoyo decidido del periódico para que escribiera una crónica
–con entrevistas y textos rescatados del archivo– sobre el paso de Gabriel
García Márquez por El Universal.
Hasta ese momento pocos
habían escrito sobre el tema. Al lado del estudio y la recopilación de columnas
hecha por Jacques Gilard, el precedente más importante era una serie de ensayos
académicos –posteriormente reunidos en un libro– del investigador Jorge García
Usta, en los que daba cuenta de hechos notables de lo que llamó “periodo
Cartagena”, destacaba la influencia de Clemente Manuel Zabala y aventuraba
influencias –como la de Ramón Gómez de la Serna– en el estilo de García
Márquez. Así pude saber que García Márquez empezó su colaboración con El
Universal el 21 de mayo de 1948, cuando estaba recién llegado de una Bogotá
conmocionada por el asesinato de Gaitán, que colaboró de manera casi continua
con el periódico hasta diciembre de 1949, cuando se fue a Barranquilla, y que
volvió a escribir aquí –de manera más discreta– cuando su familia vino a vivir
a Cartagena a principios de la década del 50. Con esa información básica empecé
el lento y minucioso proceso de investigación que me llevó a escribir Un
ramo de nomeolvides, un libro que ha sido objeto de elogios innumerables y
de alguna calumnia que la ignorancia se ha ocupado de propagar.
Muchísimo trabajo
Cartagena no sería Cartagena
si en aquel tiempo algunos no se hubieran preguntado por qué razón un paisa
había sido comisionado para hacer una tarea que debió hacer alguien de la
región. Puedo responder por mis motivos. Desde que estudié periodismo en
Medellín les decía a mis amigos que quería vivir en Cartagena y trabajar en El
Universal, porque allí era donde García Márquez había comenzado. Cuando
tuve una oportunidad, me vine a esta ciudad que siempre he amado y tardé poco
en llegar a trabajar en la redacción de El Universal. A los veintidós
años había publicado mi primer libro –la primera biografía que se escribió de
Julio Cortázar–, y desde el momento en que llegué al periódico me dediqué a
escribir crónicas y a hacer literatura. Pronto asumí la edición del suplemento Dominical.
La pasión por el oficio nunca me ha faltado. Si me comprometía a escribir un
libro estaba convencido de que persistiría hasta materializarlo. Creo que esas
mismas razones fueron las de quienes me asignaron esa tarea que me cambió la
vida.
Durante dieciocho meses me
dediqué a investigar en archivos y bibliotecas. Me sumergí en aquella época:
revisé noticia por noticia los periódicos disponibles, descubrí joyas
escondidas y al final me sentí listo para hacer las entrevistas a quienes
tenían información sobre esos tiempos y compartieron con García Márquez
aquellos meses de sus inicios. En Cartagena, Bogotá y Barranquilla hablé con
Héctor Rojas Herazo, Gustavo Ibarra Merlano, Manuel Zapata Olivella, Ramiro y
Óscar de la Espriella, Víctor Nieto Núñez, Carlos Alemán, Jorge Franco Múnera,
Elvira Vergara Echávez, Jorge Lee Biswell, Donaldo Bossa, Roberto Burgos Ojeda,
Jaime Angulo Bossa, César Alonso Alvarado, Dorothy de Espinosa, Eliécer López y
Pedro Pablo Vargas Prins. También tuve el privilegio de hablar con García
Márquez en varias ocasiones y de pedirle que me confirmara su autoría de
algunos textos que aparecían sin firma. Fueron cientos de horas de recuerdos
vagos, repetidos, de oídas, pero en medio de los cuales se asomaban los
instantes, las imágenes que necesitaba el libro.
Al final pasé muchas noches
en vela enfrentando ese reto de escritura que sabía definitivo. El esfuerzo fue
tan intenso, y en ocasiones me sentía tan cansado, que debía utilizar una
grabadora en lugar del computador. Sólo mi familia más cercana y la gente de El
Universal –con quienes me reunía con frecuencia para discutir los avances y
el enfoque del libro– supieron del esfuerzo físico y mental que significó
escribir Un ramo de nomeolvides. Por eso me han alegrado tanto sus
éxitos, por eso –aunque quisiera ignorarlas– me duelen las calumnias que aún
difunden académicos de rigor dudoso e irresponsabilidad criminal.
Cuando escribía Un ramo de
nomeolvides pensé que escribiría un libro que el mismo García Márquez
considerara intachable. No quise hacer un libro lisonjero y estoy convencido de
que algunos pasajes le trajeron recuerdos dolorosos. El título del libro está
inspirado en el primer vallenato que García Márquez decía haber aprendido en la
vida: “Te voy a dar un ramo de nomeolvides para que hagas lo que dice el
significado”. En diciembre de 1995, cuando le entregué el primer ejemplar
impreso a su protagonista, le dije que esperaba que estuviera a la altura. “O a
la bajura”, me respondió. Dijo que lo leería con un lápiz en la mano y sólo
atiné a decirle que esperaba ver lo que quedara después del lápiz.
Dos años después tuve una
alegría enorme, cuando escuché al mismo García Márquez invitar a un grupo de
periodistas de Latinoamérica a que leyeran el libro: “Tiene una versión mejor
que la mía”, les dijo. “Conoce de mi vida más que yo”. Veinte años después sigo
creyendo que es uno de los mejores libros que he escrito.
Proyección de una obra
Un ramo de nomeolvides era un libro necesario, pues la información que recoge
estaba a punto de perderse. Todos los entrevistados han fallecido y el libro
llegó a ser la principal fuente documental que usó Gerald Martin en su
biografía para hablar de García Márquez en Cartagena. También fue una de las
fuentes primordiales de Eligio García Márquez en Tras las claves de
Melquiades y obligó a Dasso Saldívar a hacer ajustes para la segunda
edición de su Viaje a la semilla. El mismo García Márquez reconoció
haberlo usado como referencia para su libro de memorias, Vivir para contarla.
Años después, García Márquez le robó a Juan Gossaín su ejemplar del libro,
porque el suyo no lo tenía en Cartagena. La segunda edición de Un ramo de
nomeolvides apareció en 2013. El libro se ha convertido en referencia
obligada y el rumbo de mi vida ha quedado marcado por sus efectos. Poco después
de la publicación del libro recibí una beca para hacer estudios de doctorado en
la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos. Así dejé Cartagena y El
Universal hace dieciocho años.
Los muertos no pueden
defenderse, pero sus actos pueden seguir haciendo daño. Tras la publicación de Un
ramo de nomeolvides, el autor del estudio previo afirmó que el libro era un
plagio del suyo. Nunca puso una demanda, nunca demostró nada; pero sabía lo
dañino que puede ser un rumor. Cualquiera que haya leído los dos libros sabrá
que la acusación es infundada. Convencidos de que haciendo eco de sus errores
exaltan su memoria, los herederos de su legado siguen con el infundio –y se
exponen a demandas por calumnia– amparados en que vivo lejos y son pocos los
que leen y nadie confirma la veracidad de los rumores. Pero esa nube no
consigue ocultar la trayectoria de un libro que durante veinte años ha puesto
muy en alto los valores que han hecho de este diario un patrimonio de Colombia
y de la humanidad.
Un ramo de nomeolvides rescató del olvido grandes trozos de nuestra historia y
ahora es parte de esa historia. Historiadores, sociólogos, estudiosos de la
literatura y en particular de la obra de García Márquez siguen encontrando
entre sus páginas información valiosa. Alguna vez le oí decir a García Márquez
que un libro que consigue llegar a más de tres generaciones de lectores es un
libro salvado del olvido, sin modestia he de decir que Un ramo de
nomeolvides ha hecho “lo que dice el significado”.
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