La imagen de una profesora a quien los ojos anhelantes se le van detrás
de un estudiante me recuerda esta viejísima extravagancia.
Relato incluido en Bajas pasiones (Ediciones El Guarro 1990)
Finalista del Concurso Internacional de Cuento Erótico Revista Lexus. Barranquilla Colombia (1997).
Fragmento de la portada del libro Emily Clarke of Meadowfields, de Lisa Berry
No debo
abusar de mis profesoras. Mil veces. No debo abusar de mis profesoras. Es injusto. No debo abusar de mis profesoras. Está bien que hice mal. No debo abusar de mis profesoras. Tampoco
soy un inconsciente que no sabe cuándo obra mal. No debo abusar de mis profesoras. Pero ¿mil veces...No debo abusar
de mis profesoras? Es el colmo. No debo
abusar de mis profesoras. Con cincuenta habría sido más que suficiente. No debo abusar de mis profesoras. ¿Pero
mil? No debo abusar de mis profesoras. Al
fin y al cabo, la culpa no es del todo mía. No
debo abusar de mis profesoras. A ellas también les cabe cierta
responsabilidad. No debo abusar de mis
profesoras. Bueno, les cabe mucho de todo. No debo abusar de mis profesoras. Especialmente a Beatriz, la de
ética y moral. No debo abusar de mis
profesoras. Quién lo creyera. No debo abusar de mis profesoras, tan
recataditas, No debo abusar de mis profesoras, tan puestas en su sitio, No debo
abusar de mis profesoras, y sin embargo creo, No debo abusar de mis profesoras,
o mejor, estoy seguro de que lo sucedido, No debo abusar de mis profesoras, ese
momento de locura irrefrenable, No debo abusar de mis profesoras, ese arrebato
que anuló mi conciencia, No debo abusar de mis profesoras, no les disgustó del todo.
No debo abusar de mis profesoras. Está
bien que nada en ellas demostró claramente su satisfacción. No debo abusar de mis profesoras. Por el
contrario, sus muestras de dolor eran conmovedoras. No debo abusar de mis profesoras. Pero estoy casi seguro de que mi
salvaje intervención no las dejó tan indignadas. No debo abusar de mis profesoras. Por lo menos no tanto como
aparentaban estarlo cuando, No debo abusar de mis profesoras, en un juicio
manipulado hasta la sentencia, decidieron, no sólo avergonzarme, No debo abusar
de mis profesoras, sino ponerme a escribir mil veces No debo abusar de mis
profesoras en la mil veces maldita letra gótica, No debo abusar de mis
profesoras; no sólo para que aprenda que No debo abusar de mis profesoras, sino
para que los demás compañeros, No debo abusar de mis profesoras, esos que
también son responsables del delito, No debo abusar de mis profesoras, reciban
escarmiento de una vez y graben en su mente la frase que repito y repito en el
tablero. No debo abusar de mis
profesoras. Para que nadie olvide esa sentencia, No debo abusar de mis
profesoras, esa ley sagrada, No debo abusar de mis profesoras, irrefutable, No
debo abusar de mis profesoras, incuestionable. Para que a ninguno se le ocurra
lo que a mí se me ocurrió cuando, No debo abusar de mis profesoras, durante mi
ronda de vigilancia nocturna en el dormitorio de estudiantes, No debo abusar de
mis profesoras, empujado por la curiosidad de saber lo que las profesoras
hacían en su cuarto, No debo abusar de mis profesoras, tranquilo porque en los
dormitorios todo iba normal, No debo abusar de mis profesoras, me dejé llevar
por los pasos, No debo abusar de mis profesoras, despreocupados al comienzo, No
debo abusar de mis profesoras, y sigilosos luego, No debo abusar de mis profesoras,
hasta la misma puerta del cuarto de las profesoras. No debo abusar de mis profesoras. Al comienzo, la sensación de
estar haciendo algo indebido me tenía paralizado. No debo abusar de mis profesoras. Me había salido de mi trayecto de
vigilancia, No debo abusar de mis profesoras, estaba en la parte final del ala
izquierda del viejo edificio, No debo abusar de mis profesoras, y no tenía
ninguna justificación para estar allí. No
debo abusar de mis profesoras. Había llegado hasta ese lugar en estado de
trance. No debo abusar de mis profesoras.
Las conversaciones de recreo, las aventuras con mujeres que varios
compañeros decían haber tenido, me aturdían. No debo abusar de mis profesoras. No había sido totalmente
consciente de que me dirigía al dormitorio de las profesoras. No debo abusar de mis profesoras. Ni
siquiera sabía muy bien lo que haría cuando llegara. No debo abusar de mis profesoras. Pero estaba allí. No debo abusar de mis profesoras. Fue
como un súbito despertar. No debo abusar
de mis profesoras. Por entre los resquicios del ensordecedor palpitar de mi
corazón se filtraban ruidos parecidos a risas de mujeres. No debo abusar de mis profesoras. Intenté serenarme. No debo abusar de mis profesoras. Recurrí
al método de respiración de la señorita Dávila, pero al recordar la forma como
su pecho se eleva al explicar el ejercicio, No debo abusar de mis profesoras,
la forma como su blusa quiere estallar, No debo abusar de mis profesoras,
empujada como por una fuerza telúrica, No debo abusar de mis profesoras, sólo
conseguí agitarme aun más. No debo abusar
de mis profesoras. Pegué la oreja a la puerta e intenté escuchar. No debo abusar de mis profesoras. Sí,
eran risas. No debo abusar de mis
profesoras. Pero no las risas del salón de clases o de la oficina de
profesoras. No debo abusar de mis
profesoras. Eran risas desencajadas, No debo abusar de mis profesoras,
entrecortadas por suspiros, No debo abusar de mis profesoras, risas que a veces
parecían lamentos, No debo abusar de mis
profesoras. La idea de estar frente a una faceta desconocida de mis
profesoras aumentó mi alteración. No debo
abusar de mis profesoras. Era una noche calurosa. No debo abusar de mis profesoras. Necesitaré por lo menos una caja
de tizas. No debo abusar de mis
profesoras. Por primera vez fui consciente del endurecimiento. No debo abusar de mis profesoras. Bajé
la mirada y pude constatar lo evidente de mi estado. No debo abusar de mis profesoras. Entonces, al levantar la vista,
No debo abusar de mis profesoras, descubrí un diminuto chorro de luz que salía
por la cerradura de la puerta. No debo
abusar de mis profesoras. Al comienzo no pude discernir nada en la
penumbra. No debo abusar de mis
profesoras. Sólo estaba encendida una lámpara de mesa. No debo abusar de mis profesoras. Vi las dos camas vacías y en la
tercera, la más lejana, No debo abusar de mis profesoras, vi el confuso
entrelazamiento de los cuerpos desnudos de las que debían ser las profesoras
Dávila, Martínez y Beatriz Sinisterra. No
debo abusar de mis profesoras. Por más que lo intenté, no podía explicarme
lo que pasaba. No debo abusar de mis
profesoras. Sonreí por lo tontas que eran las profesoras al querer dormir
todas en una cama, teniendo una para cada una. No debo abusar de mis profesoras. De pronto pensé que hacía mal espiándolas
y decidí marcharme. No debo abusar de mis
profesoras. Pero al querer alejarme apoyé la mano en la puerta del cuarto y
el leve crujido pareció un estruendo en el silencio de la noche. No debo abusar de mis profesoras. Volví
a mirar por la cerradura con la esperanza de que ellas no se hubieran
percatado. No debo abusar de mis
profesoras. Pero cuando intenté discernir lo que veía, una sombra oscureció
todo y la puerta se abrió de sopetón. No
debo abusar de mis profesoras. Me quedé petrificado en la posición en que
miraba por la cerradura. No debo abusar
de mis profesoras. Por un momento cerré los ojos, queriendo borrar lo
sucedido. No debo abusar de mis
profesoras. Desee estar dormido y soñando con la profesoras, como ya tantas
veces lo había hecho. No debo abusar de
mis profesoras. Pero no era un sueño. No
debo abusar de mis profesoras. La profesora Dávila, totalmente desnuda,
exhibiendo sin asomo de pudor su gimnástico cuerpo, me arrastró al interior del
cuarto, me hizo sentar en la primera cama y fue a cerrar la puerta sin hacer
ruido pero con visible enojo. No debo
abusar de mis profesoras. Las tres se acercaron a mí y me miraron en forma
inquisitiva. No debo abusar de mis
profesoras. Bueno, decir que me miraban es una conjetura. No debo abusar de mis profesoras. La
verdad es que mi vista andaba perdida en esos seis pechos que me juzgaban como
ojos enormes, No debo abusar de mis profesoras, sin atreverme a ver del todo
los oscuros pasajes que había más abajo, No debo abusar de mis profesoras, esas
selvas profundas que sólo conocía de oídas y que no esperaba ver siendo tan
joven. No debo abusar de mis profesoras. No
recuerdo lo que la profesora Sinisterra comenzó a decirme. No debo abusar de mis profesoras. Sólo sé que señalaba admonitoria
el bulto en mi pantalón. No debo abusar
de mis profesoras. Tímidamente busqué sus ojos y, a pesar de su enojo, me
pareció ver una sonrisa. No debo abusar
de mis profesoras. Las tres se cruzaron miradas que no pude descifrar y, de
pronto, la profesora Dávila dio una orden que no pude discutir. No debo abusar de mis profesoras. “¡Desnúdate!”,
dijo. No debo abusar de mis profesoras. Miré
a las otras profesoras y comprendí que la orden era unánime. No debo abusar de mis profesoras. “¡Qué
significa eso!”, preguntó la profesora Martínez, como si preguntara una
lección, mientras señalaba mi longitudinal turbación. No debo abusar de mis profesoras. “¿Querías abusar de nosotras?”. No debo abusar de mis profesoras. Yo no
tenía palabras para responder. No debo
abusar de mis profesoras. Quería balbucir alguna excusa. No debo abusar de mis profesoras. Pero
estaba allí, No debo abusar de mis profesoras, desnudo y agitado, No debo
abusar de mis profesoras, con los desquiciadores cuerpos de mis profesoras a la
mano, No debo abusar de mis profesoras, recordando las proezas de que tanto
hablaban mis compañeros, No debo abusar de mis profesoras, y asistiendo a la
súbita conciencia de que tenía ante mí la posibilidad de una proeza
inigualable. No debo abusar de mis profesoras.
Entonces levanté la mano derecha y, como quien recorre con los dedos el
teclado de un piano, pasé las yemas por esos pechos, No debo abusar de mis
profesoras, pequeñitos y puntudos los de Beatriz Sinisterra, No debo abusar de
mis profesoras, colgantes como alforjas los de la profesora Martínez, No debo
abusar de mis profesoras, redondos como lunas los de la descomunal profesora
Dávila. No debo abusar de mis profesoras.
“Eres malo”, dijo la profesora Dávila, pero —igual que las demás— no movió
un dedo para evitar la caricia. No debo
abusar de mis profesoras. “Sí”, dijo la profesora Sinisterra tomando mi
otra mano, “querer atacarnos aquí con esa cosa enorme”, y condujo mi mano a ese
fiordo inquietante. No debo abusar de mis
profesoras. “Vas a pagar caro por esto”, sentenció la profesora Martínez. No debo abusar de mis profesoras. Entonces
comprendí que no tenía nada que perder, No debo abusar de mis profesoras, que
si, al fin y al cabo, iba a ser castigado, No debo abusar de mis profesoras, y
que si ellas, a pesar de hablar, no suspendían violentamente mis exploraciones,
que ya incursionaban en secretas texturas de la profesora Dávila, No debo
abusar de mis profesoras, seguiría, No debo abusar de mis profesoras, me
perdería en el pecado. No debo abusar de
mis profesoras. Sé que hice mal. No
debo abusar de mis profesoras. Sé que el castigo lo merezco por perverso. No debo abusar de mis profesoras. Pero
mil es demasiado. No debo abusar de mis
profesoras. Además creo que nadie sabe cuántas llevo. No debo abusar de mis profesoras. Al fin y al cabo, al terminar de
llenar el tablero debo borrar para seguir y nadie lleva la cuenta. No debo abusar de mis profesoras. Las
profesoras asisten inexpresivas al cumplimiento del castigo. No debo abusar de mis profesoras. Algunos
compañeros han pedido permiso para ir al baño y no han regresado. No debo abusar de mis profesoras. Escribiré
unas cuantas más y diré que he terminado. No
debo abusar de mis profesoras. Nadie va a decirme que no. No debo abusar de mis profesoras. Hasta
los compañeros que me odian —y sospecho que me envidian— dan señales de
cansancio. No debo abusar de mis profesoras.
Terminaré de escribir No debo abusar de mis profesoras, las miraré con
docilidad y les diré que he aprendido que No
debo abusar de mis profesoras. No debo abusar de mis profesoras. Y para
terminar de borrar mi falta iré a buscarlas esta noche a su cuarto. No debo abusar de mis profesoras. Al
estar frente a ellas y sus cuerpos desnudos, les pediré perdón. No debo abusar de mis profesoras. Haré
lo que sea para que me perdonen.