La columna de Vivir en El Poblado
Tiene año y medio y sus ojos ya reflejan abismos. Hay
en sus gestos la impronta de saberes recientes.
Hace un par de semanas, su mundo era seguro y
predecible. Abría los ojos en su cuna y le bastaba un gemido para que unas
manos diligentes de gigante lo elevaran por los aires y lo depositaran en el
mundo.
Todo estaba en su sitio. Los muebles y las mesas. Las
butacas de asiento giratorio que tanto lo obsesionan. Los juguetes en la caja
de plástico: carros, pelotas de diversos tamaños, un libro de texturas, un
tablero con botones que al hundirlos emiten sonidos diversos.
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