Año del
señor dos mil y quince
Muy Excelentísimo Profesor y Escribano Mayor
Señor Don Gustavo de Arango y Arango
Me dirijo a usted en calidad de lector de arremetida converso y luego de
leer su novela siento que debo expresarle mis impresiones. He sido amante de
los libros históricos, desde los textos escolares hasta las novelas de ficción
histórica y en la amplia biblioteca de mi colegio empecé con títulos de
literatura juvenil como Sandokán de Emilio Salgari, y asistí a sus aventuras en
las junglas de Malasia. Pasé por los gigantescos libros de heráldica española
que ocupaban toda una mesa buscando mi apellido en ellos cosa que nunca
ocurrió. Siempre pensé que mi estirpe debía ser de muy baja alcurnia
puesto que allí no estaban los blasones ni el escudo de los Orrego.
Muchos años después con el advenimiento de la internet logré desentrañar el
misterio. Mis raíces se inclinan más hacia el occidente de la península,
en dirección a Portugal. Ahora estuve inmerso por espacio de doce horas
en las selvas de Urabá leyendo detenidamente la historia de Santa María que me
transportó a las imágenes mentales que tenía guardadas de algunos de esos
acontecimientos. Recuerdo un álbum de laminitas que llené con mi mamá y
se llamaba Historia Pictórica de Colombia con ilustraciones en acuarela del
maestro Ramón Vásquez. Allí vi algunas de las macabras escenas que con
maestría usted describe. Vi a Juan de la Cosa agujereado por cientos de
flechas. Vi los festines caníbales. Vi a Balboa
señalando la mar del sur. Y digo LA MAR porque siempre me ha
parecido que esas aguas voluptuosas solo pueden ser femeninas.
Y así muchas de las descripciones de su libro estaban consignadas en mi
memoria y como dijo el maestro Arciniegas, faltaba quien la contara cosa que
usted ha hecho con lujo de detalles.
Las otras doce horas fueron de insomnio pensando que habrá sido de la india
Isabel en el convento de Sevilla.
Llego a este punto en particular pues siempre me he preguntado cómo vieron
los indios llevados a España el viejo mundo.
Hace veinte años empecé un relato que inicia en Guanahani, posteriormente
San Salvador. Al día de hoy solo hay dos cuartillas escritas.
Pretendía contar la historia de Hani, un muchacho Taíno que siendo cautivo de
caníbales en esta playa asiste a la llegada de las carabelas de Colón y hace
parte de los siete indios que el almirante llevó de vuelta a España.
Quería narrar desde los ojos de un nativo del nuevo mundo la sociedad española
del momento. Le sucederían algunas aventuras y se embarcaría de regreso
en alguna expedición posterior. La idea lleva durmiendo el sueño de los
justos y me gustaría retomarla. Tomaré su novela como acicate maravilloso.
Dicho esto me despido de usted diciéndole que la única palabra que como
editor no autorizado quitaría del libro es ubérrimo que aun siendo bella, la
asocio con algún personaje con la entraña más podrida que el mismísimo
Pedrarias...
De usted, un
admirador sincero,
Bachiller
Juan Carlos Orrego
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