No es de verdad un santo, pero no
me extrañaría que algún día la iglesia se diera cuenta del tesoro que dejó
olvidado en las afueras de Londres. Su nombre era Gilberth Keith, vivió entre
1874 y 1936, y dejó una monumental obra ensayística, periodística y literaria
que, sin embargo, se encuentra casi olvidada.
Hagan la prueba. Pregunten entre
familia y amigos si han leído recientemente algún libro de Chesterton
(suponiendo que hayan leído algún libro) y encontraran los más deliciosos
gestos de desconcierto: ¿De qué?”, preguntarán algunos. “De Chesterton”, dirán
ustedes, convencidos de que después de la aclaración los interlocutores
empezarán a mencionar título tras título de entre los casi cien libros que
publicó el polígrafo de Beaconsfield. Pero no. Casi nadie sabe o recuerda quién
era él.
Cualquiera diría que los
colombianos no tenemos la obligación de recordar escritores ingleses teniendo
entre nosotros Shakespeares propios dedicados a ensalzar las tragedias y
comedias de la sicaresca. Pero dejando de lado la dudosa gloria de nuestras letras,
es posible agregar que el mundo angloparlante tampoco recuerda a Chesterton. Ni
siquiera en Londres es fácil armar un equipo de baloncesto con sus seguidores.
Como esta columna es muy corta y
como estamos en los tiempos del Google y la Wikipedia, prescindiré de la
cortesía de mencionar las grandes obras de Chesterton. Pero más que mirar
biografías, lo más aconsejable, si es que están de ánimo para recibir consejos,
es que lean directamente sus obras y que le concedan la oportunidad de poner
sus vidas cabeza arriba.
Me parece comprensible que
Chesterton haya sido olvidado o tergiversado en nuestro tiempo. Es demasiado
peligroso que la gente lo lea. Quienes se internan en sus inagotables paradojas
no vuelven a aceptar los discursos de los políticos, o de los medios, o los que
la cultura inocula paciente y personalizadamente en todos. Uno no vuelve a ver
el mundo del mismo modo.
En cuanto a los milagros que
podrían ayudar a su canonización, tal vez cuente el testimonio de su
secretaria, quien nos dice que Chesterton era capaz de escribir un libro
mientras le dictaba a ella otro. Pero encuentro más significativo el efecto que
produce en los corazones de quienes lo leen. Podría volverme autobiográfico y
contar las muchas veces que San Gilberto me ha salvado la vida o me ha devuelto
el gusto por ella. Pero no creo que él mismo aprobara la abundancia de pruebas
y testimonios. Como dice en su autobiografía: “El sentido de la vida se
encuentra en apreciar las cosas. No tiene ningún sentido tener más cosas si uno
empieza a apreciarlas menos”.
Por eso, para esta apología, dos
frases sacadas de esa foresta de libros pueden ser suficientes. La primera se
refiere a lo que Chesterton quiso haber dedicado toda su vida a enseñar: “la
idea de que hay que recibir las cosas con gratitud”. Esa misma idea está
contenida en otra de sus poderosas paradojas: “La única manera de poder
disfrutar de la más pequeña hoja de hierba es sintiéndonos indignos incluso de
una hoja de hierba. La más extraña y asombrosa herejía es pensar que el ser
humano tiene derecho a una flor”.
Oneonta, mayo de
2008.
Texto originalmente publicado en el periódico Centrópolis.
Regreso al Centro, en Amazon.
Notas de prensa publicadas en
el periódico Centrópolis, de Medellín,
entre 2007 y 2011.
Notas de prensa publicadas en
el periódico Centrópolis, de Medellín,
entre 2007 y 2011.
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