domingo, 1 de febrero de 2015

San Gilberto de Beaconsfield


No es de verdad un santo, pero no me extrañaría que algún día la iglesia se diera cuenta del tesoro que dejó olvidado en las afueras de Londres. Su nombre era Gilberth Keith, vivió entre 1874 y 1936, y dejó una monumental obra ensayística, periodística y literaria que, sin embargo, se encuentra casi olvidada.
Hagan la prueba. Pregunten entre familia y amigos si han leído recientemente algún libro de Chesterton (suponiendo que hayan leído algún libro) y encontraran los más deliciosos gestos de desconcierto: ¿De qué?”, preguntarán algunos. “De Chesterton”, dirán ustedes, convencidos de que después de la aclaración los interlocutores empezarán a mencionar título tras título de entre los casi cien libros que publicó el polígrafo de Beaconsfield. Pero no. Casi nadie sabe o recuerda quién era él.
Cualquiera diría que los colombianos no tenemos la obligación de recordar escritores ingleses teniendo entre nosotros Shakespeares propios dedicados a ensalzar las tragedias y comedias de la sicaresca. Pero dejando de lado la dudosa gloria de nuestras letras, es posible agregar que el mundo angloparlante tampoco recuerda a Chesterton. Ni siquiera en Londres es fácil armar un equipo de baloncesto con sus seguidores.
Como esta columna es muy corta y como estamos en los tiempos del Google y la Wikipedia, prescindiré de la cortesía de mencionar las grandes obras de Chesterton. Pero más que mirar biografías, lo más aconsejable, si es que están de ánimo para recibir consejos, es que lean directamente sus obras y que le concedan la oportunidad de poner sus vidas cabeza arriba.
Me parece comprensible que Chesterton haya sido olvidado o tergiversado en nuestro tiempo. Es demasiado peligroso que la gente lo lea. Quienes se internan en sus inagotables paradojas no vuelven a aceptar los discursos de los políticos, o de los medios, o los que la cultura inocula paciente y personalizadamente en todos. Uno no vuelve a ver el mundo del mismo modo.
En cuanto a los milagros que podrían ayudar a su canonización, tal vez cuente el testimonio de su secretaria, quien nos dice que Chesterton era capaz de escribir un libro mientras le dictaba a ella otro. Pero encuentro más significativo el efecto que produce en los corazones de quienes lo leen. Podría volverme autobiográfico y contar las muchas veces que San Gilberto me ha salvado la vida o me ha devuelto el gusto por ella. Pero no creo que él mismo aprobara la abundancia de pruebas y testimonios. Como dice en su autobiografía: “El sentido de la vida se encuentra en apreciar las cosas. No tiene ningún sentido tener más cosas si uno empieza a apreciarlas menos”.
Por eso, para esta apología, dos frases sacadas de esa foresta de libros pueden ser suficientes. La primera se refiere a lo que Chesterton quiso haber dedicado toda su vida a enseñar: “la idea de que hay que recibir las cosas con gratitud”. Esa misma idea está contenida en otra de sus poderosas paradojas: “La única manera de poder disfrutar de la más pequeña hoja de hierba es sintiéndonos indignos incluso de una hoja de hierba. La más extraña y asombrosa herejía es pensar que el ser humano tiene derecho a una flor”.


Oneonta, mayo de 2008.

Texto originalmente publicado en el periódico Centrópolis.





Regreso al Centro, en Amazon.
Notas de prensa publicadas en 
el periódico Centrópolis, de Medellín, 
entre 2007 y 2011.



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