¿Qué significa ser cura? ¿Por qué hay gente que elige ese
camino? De todas las vocaciones, es una de las más raras. Es fácil criticarlos.
Como las multitudes son de gatillo fácil, cuesta poco generalizar cuando se
habla de la codicia de algunos de ellos, de los abusos cometidos contra los
niños. En tiempos en que las hordas atacan y acaban vidas a twiterazos es fácil
ser anticlerical.
El comienzo de Calvary,
la película, es aterrador. Al principio vemos a un sacerdote que lee en la
penumbra de un confesionario. Recordemos que Irlanda comparte con nosotros el
catolicismo, esa versión desaforada del cristianismo. Recordemos que la
confesión es una de sus ceremonias más intrigantes: ese interpelar a Dios en
un ser humano. De repente se escuchan los ruidos de alguien que ha entrado al
confesionario. El cura abre la rejilla. Espera. Hay un largo silencio. Luego
una voz de hombre dice: “Conocí el sabor del semen cuanto tenía siete años”.
Desconcertado, el cura permanece en silencio. El hombre
le pregunta: “¿No tiene nada para decir?”; a lo que el cura responde:
“Ciertamente es una primera línea que sorprende”. Pero el hombre devuelve la
conversación al tono grave para hablar de los cinco años que fue abusado “oral
y analmente” por un cura. Responde con impaciencia a las preguntas sobre si
denunció el caso, si buscó ayuda profesional. Dice que no quiere aprender a
vivir con lo ocurrido, que el violador ya está muerto y que ha decidido matar a
su interlocutor, porque sólo un acto así de absurdo —matar a un cura bueno—
estará a la altura de su dolor. El hombre le da al cura una semana para que
ponga en orden sus asuntos con Dios y lo invita a encontrarse con él en la
playa al domingo siguiente. El cura calla. El hombre vuelve a preguntarle si
tiene algo para decir y el cura responde que no por el momento, pero que está
seguro de que para el domingo siguiente habrá pensado en algo. El resto de la
película es todo lo que ocurre en la semana antes de aquella cita en la playa.
Cuando se habla de curas se tiene la tendencia a creer
que son personas alejadas del mundo, ingenuos que no saben lo que pasa. Calvary nos recuerda que, si alguien de
veras conoce la naturaleza humana, sus más pestilentes cloacas, es justamente
un sacerdote. Uno entiende por qué Chesterton eligió al padre Brown como el
agudo detective de sus relatos policiacos. Nadie tiene un contacto tan directo
con el mal, nadie tiene un conocimiento tan certero del lodazal en que nos
movemos.
En Calvary
ocurre de todo (orgullo, lujuria, adulterio, cinismo, robo y un larguísimo
etcétera), y el padre Lowell es objeto de toda clase de hostilidades. Un
tratamiento realista haría imposible este relato, porque el asunto se
resolvería con escapar o denunciar a quien hizo la amenaza. Pero el enfoque
religioso no sólo hace ver con horror el infierno en que vivimos, también logra
que apreciemos el resplandor de la gracia.
Considerada por algunos la mejor película irlandesa de
todos los tiempos —y criticada por otros por exagerada—, Calvary es un montón de cosas: es una película de vaqueros (un
homenaje a High Noon), una historia detectivesca
(el espectador se la pasa tratando de saber quién será el asesino), un homenaje
a Bernanos (está inspirada en su Diario
de un cura rural), una comedia (cuando el dueño del bar le dice al cura:
“Su iglesia está en llamas”, parece hablar en sentido figurado), pero por sobre
todo es una descarnada reflexión sobre el mal, la inocencia y el perdón.
También, sobre los gestos con los que cada uno de nosotros morirá.
Publicado en Vivir en El Poblado 2 de diciembre de 2015.
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