sábado, 25 de julio de 2015

"Las camas en que duermen se llaman hamacas..."

Retomo esta hermosa imagen de mi querida Silvana de Faria, para reproducir un fragmento de 
Santa María del Diablo donde el veedor Fernández de Oviedo describe las hamacas.



Llegados los viajeros a Santa María, pasados los protocolos y las euforias que inspira lo nunca visto, el conocerse y el reconocerse de los viejos y los nuevos habitantes de Castilla del Oro, una languidez extraña se arrastró como una nube y se apoderó de todos. Tardarían en notar que había un peligro en esa pesadez que atribuyeron al cansancio del viaje. Después de estudiar las hamacas con detalle, y de preguntarse cómo era posible que Europa no hubiera concebido algo tan simple y tan práctico, Oviedo escribió en su cartapacio: “Las camas en que duermen se llaman hamacas, que son unas mantas de algodón muy bien tejidas y de buenas y lindas telas, y delgadas algunas de ellas, de dos varas y de tres de luengo, y algo más angostas que luengas, y en los cabos están llenas de cordeles de cabuya y de henequén, y estos hilos son luengos, y vanse a juntar y concluir juntamente, y hácenles al cabo un trancahilo, como a una empulguera de una cuerda de ballesta, y así la guarnecen, y aquélla atan a un árbol, y la del otro al otro cabo, con cuerdas o sogas de algodón, que llaman hicos, y queda la cama en el aire, cuatro o cinco palmos levantada de la tierra, en manera de honda o columpio; y es muy buen dormir en tales, y son muy limpias; y como la tierra es templada, no hay necesidad de otra ropa ninguna encima”. 



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