sábado, 12 de septiembre de 2015

Los secretos de King

Quince años antes de recibir la Medalla de Honor, 
ya Stephen King había recibido el Premio Wenceslao Triana. 
Un texto publicado en El Universal de Cartagena, el 15 de noviembre de 2000.


Stephen King recibe la Medellla de Honor en las Artes (Septiembre 10, 2015)

Dos placeres ocuparon mis días en las fiestas pasadas. El primero tiene que ver con las señoritas, tan lindas ellas, que nos visitaron. Pero me temo que no sea conveniente andar publicándolo. El otro, más tranquilo, menos disparatado, fue la lectura de un libro de Stephen King sobre la escritura.
De King empecé a tener noticias hace más de dos decenios, a través de una película que contaba la historia de una joven con poderes telekinéticos. Desde entonces, desde la lejana “Carrie”, he seguido sus historias, disfrutándolas con una mezcla de placer y miedo semejante a la que se siente cuando la vida está en juego. Luego vino “El resplandor”, la historia de ese escritor “bloqueado” que se fue con su familia a cuidar un hotel vacío y que terminó enloqueciendo. No se qué fue lo mejor de la película basada en ese libro, si la actuación de Jack Nicholson, que le reportó la consagración definitiva, o esa historia encantada sobre la memoria de los lugares desiertos. La verdad es que a partir de ese momento, el nombre de Stephen King empezó a deambular en mi memoria como una aparición.
Los años me han demostrado que King es un genio contando historias. “It”, la historia de un payaso aterrador; “Dolores Clairbone”, la historia de una asesina llena de inocencia; “The Shawsank Redemption”, una de las más asombrosas apologías de la libertad que he visto o leído en los últimos tiempos, o “The Green Mile”, esa obra que pone en evidencia la tendencia al prejuicio que tenemos los lectores, son algunas de las obras memorables de ese hombre que ha escrito cerca de cuarenta libros, casi todos ellos mamotréticos, en menos de treinta años.
Durante mucho tiempo sospeché que había algo de prejuicio en la manera como intelectuales y académicos descalifican la obra de Stephen King. Entre los estudiosos de la literatura existe una frontera que separa los libros malos de los buenos. Para ellos, los libros que se venden demasiado, aquellos que les gustan a millones y producen dinero a sus autores, pertenecen, sin apelación posible, al bando de los malos. Hay muy pocas excepciones a esa norma, las obras de García Márquez son una de ellas. Pero ni el mismo García Márquez –me atrevo a vaticinar– gozará en el futuro del prestigio, del incuestionable reconocimiento literario que le espera al hoy denigrado maestro del terror.
Corriendo el riesgo de que me ahorquen mis amigos intelectuales, me atrevo a asegurar que King es el Cervantes o el Shakespeare de estos tiempos de miedo. En su libro sobre la escritura, encontramos la ironía y el descreimiento que mostraba Cervantes frente a las academias y centros de poder intelectual. Vemos también en él ese conocimiento del corazón humano que le permitió a Shakespeare reflejarnos. 
A lo largo de las casi trescientas páginas que comprenden “On writing”, vemos la pasión por el lenguaje de un Joyce, el sentido de absurdo de un Kafka o la furia de un Celine, pero más importante que todo eso, vemos su fe en el viejo oficio de contar historias.

Muchas cosas enseña King en su nuevo libro. La mayoría, como suelen ser las cosas importantes, parecen obvias: que la literatura es magia, que es una forma de la telepatía, que en la verdad y la pasión está la clave, que escritor que no lee está jodido. Pero, además de todo eso, al mantenernos en vilo con la historia de un hombre que se ha pasado todo el tiempo sentado escribiendo, puso en escena un principio básico de la literatura: que no hay malas historias, que el arte verdadero está en saber contarlas.




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