Una reseña de Ramiro de la Espriella
publicada en el diario El Espectador, de Bogotá,
el lunes 5 de diciembre de 1994.
Por Ramiro de la Espriella.
La editorial Lealón, de Medellín, ha editado el libro de
cuentos Su última palabra fue silencio,
de Gustavo Arango, un periodista que vela sus armas en El Universal de Cartagena.
Estos escritores jóvenes de ahora, con muchas más
resonancias internas y por eso mismo menos visibles, penetran en el ser
psicológico de sus personajes y nos los entregan mucho más allá del sofá de
Freud, en un diálogo del comportamiento humano de la vida cotidiana. Esa que
por permanente casi no se ve y aparece apenas en sus rasgos vívidos en la
recreación de sus intérpretes. Es el caso manifiesto de Gustavo Arango, que no
cuenta cuentos, va mucho más allá: estremece el anonimato de la vida diaria,
nos enseña lo que interiormente sabemos, pero casi nunca queremos o nos
atrevemos a adivinar.
La creación literaria entre nosotros desbordó hace mucho
tiempo el costumbrismo, se fue paradójicamente más lejos, quedándose en la
presencia del ser humano, sus contradicciones, el silencio de unas vidas hechas
hacia adentro, cuyo comportamiento no trasciende más allá de sus propios seres.
El creador debe entonces entender que la riqueza que busca está contenida,
toda, en el silencio anímico de esos seres en apariencia intrascendentes que lo
rodean o simplemente observados desde la distancia de la imaginación.
Eso sucede con el libro de cuentos de Gustavo Arango,
hecho de soledad y de silencios, tan hondo y penetrante. Desde su primer
cuento, que sirve de título a la selección, hasta el de la niña de nueve años
que ya es capaz en su angustia de pensar que “el dolor es más soportable que el
temor”.
Desaparecidos los ismos
de nuestra literatura, y probablemente también pueda decirse que las
generaciones, porque lo que ahora crea y recrea es el ser contemporáneo, son
tantos nuestros grandes escritores que ya no es posible señalarlos con el dedo
y decir Jorge Isaacs y María, José Eustacio
Rivera y La vorágine. El unigénito
debe venir consagrado desde afuera en tanto los demás están tentados a sufrir
el anonimato de sus propios personajes, un día exhumados por la memoria de los
tiempos.
En Escapar el personaje
se pregunta si en su prisa por partir no se habrá ido solo, quedándose donde
estaba. Y la tragedia de Peldaños,
cuando surge de pronto el instinto de matar, apenas viendo alejarse en la
distancia borrosa el cuerpo de la víctima. El
viaje es la reiteración del tiempo que se va en la mansedumbre fatal: el
uno pregunta si el tiempo depende de la manera como se ocupe, y cuando se
insiste en preguntarle cómo transcurre más rápido, se limita a afirmar: “Hablando”,
pensando no, “puede ser eterno”. Para concluir: “El paso de las cosas más
cercanas no deja ver la distancia”.
El periodista Douglas Fairbanks en busca de un buzón
donde depositar su manuscrito reencarna y revive a todos los creadores anónimos
en busca de un editor. Pirandelo puso a sus personajes a buscar un autor y se encontró con él mismo.
Mucho más grave entre nosotros, acaso en
todo el mundo, la angustia de los escritores jóvenes, habrá casos en que no
encontrarán jamás el buzón.
El diálogo entre Agustín Heredia y la tía Carola, sentada
eternamente en su mecedora, revela en su penumbra el poder evocador del
silencio, como va pasando la vida y se devora ella misma. La tía Carola dice
que cuando niña le gustaba escribir, pero le gustaba aún más borrar, borrar lo
escrito, y así: escribiendo y borrando, su suprema elación consistía en ver las
páginas en blanco, “limpias, sin arrugas, sin huellas de palabras”. Otra vez el
silencio.
Son cuentos cortos, excepción hecha de Las manos en las sombras y El viaje, hechos en silencio, así como
su última palabra.
Hubo una época en Colombia que alcanzó aún a García
Márquez, en que los suplementos literarios tenían por misión principal la de
dar a conocer los valores desconocidos, augurados de buena suerte, una especie
de escrutinio de la inteligencia hacia el futuro, un vaticinio.
Después de leer este libro habrá que seguir de cerca la
trayectoria de Gustavo Arango.
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