La columna de Vivir en el Poblado
Es tiempo de
caza. Por todos lados hay perros ansiosos, hombres armados, animales que huyen.
En medio de los ires y venires, escuchamos una voz ahogada. Un negro ha caído
en un pozo y pide nuestra ayuda. Es un conocido nuestro. Está herido, lleva
allí varias horas y empieza a desfallecer. El asunto es casi divertido. Sólo es
cuestión de arrojarle una cuerda y decirle que procure ser más cuidadoso.
Entonces recordamos que nos falta un perro para tener el número mágico. Uno más
y la caza será un placer sin límite. Así que decidimos prolongar la charla. Le
preguntamos al negro si retribuiría nuestra generosidad de sacarlo con la
generosidad de regalarnos uno de sus perros. El hombre intenta explicar que no
puede pagarnos de ese modo; propone otras formas de retribuirnos. Entonces
perdemos el entusiasmo por ayudarlo. Lo dejamos a solas en el pozo. Es probable
que su ausencia pase desapercibida por varios días. Al final, quizá tengamos
muchos más perros de caza.
Es medianoche. Nick ha dicho con voz resuelta que es hora de
marcharnos. Ha sido una larga jornada de juego y de licor. Nos movemos con
dificultad; tenemos que obedecer. Cuando ya nos dirigimos a la puerta, irrumpe
de la calle una mujer que parece estar huyéndole al demonio. Tiene un aire
vulnerable y decente. El bar de Nick no es un sitio apropiado para ella. Vemos
la fiereza en los ojos de Nick, lo vemos acercarse, tranquilizarla; insiste en
que nos marchemos. Sentimos el deber de protegerla e inventamos excusas. No hay
que dejarla sola con Nick. Buscamos la manera de sacarla. Pero él se aferra a
ella. Alguno se atreve a decirle que será responsable de lo que ocurra, pero él
sólo responde con ojos salvajes. Salimos a la calle, miramos las sombras en el
cuarto de arriba, decidimos alejarnos. A Nick le debemos dinero, le debemos
obediencia. Decidimos pensar que aquel grito es solo viento que se cuela en las
cornisas.
Día tras día la mujer se queda sola en casa mientras su esposo se
va a trabajar, más allá del pantano, en la nueva cabaña. Día tras día, un
hombre siniestro se sienta en el tronco frente a la casa. Sonríe, sabe que está
sola, espera. La mujer se arma de valor y se asoma a la puerta. Le grita que se
marche. Pero él dice que no le hace mal a nadie, que está bien allí, y que
espera a que el marido no vuelva para hacerla suya. La mujer teme. El hombre
que la acecha se marcha poco antes del regreso del marido. Pasa el tiempo y
poco cambia. Otra vez la mujer decide enfrentar al hombre y éste le dice que un
día su marido no va a volver. Dice que el pantano es peligroso, que si alguien
cae en sus aguas desaparece para siempre. La mujer teme que ese hombre sea capaz
de lo peor. Espera y teme. Una noche, el marido no regresa. Tampoco aparece al
día siguiente, ni a la noche siguiente. El hombre en el tronco ya no se mueve;
permanece allí todo el tiempo. Al final la mujer sale corriendo de la casa, se
dirige al pantano y se arroja a las aguas.
Es un precursor de Rulfo. En su tiempo fue uno de los escritores
norteamericanos más vendidos y leídos. Fue prolífico y poco amigo de las
entrevistas. Algunos de sus cuentos y novelas son ligeros, divertidos, sería
fácil llamarlos realistas; pero todos tienen una rara dimensión intemporal.
Leer a Erskine Caldwell (1903-1987) deja huellas en el alma difíciles de borrar.
Oneonta, octubre de 2013.
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