Xavier Cocacolo
era un hombre de pocas palabras. Tenía tan pocas que casi ni hablaba. De hecho,
no hay nadie que pueda decir que lo hubiera escuchado. Ni a solas hablaba. Casi
ni pensaba. Cuando era un bebé no lloraba. Nunca pudo hacer la primera comunión
porque no confesó nada. Tampoco llegó a casarse, porque decir “Sí” habría sido necesario. Cuando se murió o –mejor– lo
mataron, todos decidimos que hacerle una lápida en blanco era un justo homenaje.
Incluido en El tamaño sí importa: cuentos desmesuradamente cortos.
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