miércoles, 6 de mayo de 2015

El abismo


Pocos días después de que Pedrarias llegara a Panamá, el licenciado Espinosa regresó de su expedición por el Sur. Traía cincuenta mil pesos de oro. Pedrarias envió un mensajero a Santa María, para pedirle a Oviedo que fuera a Panamá a supervisar la fundición del oro conseguido por Espinosa, y a coordinar el pago de los porcentajes respectivos. En el mensaje volvió a insinuarle que lo mejor para él y su familia sería mudarse a la costa del Mar del Sur.
Oviedo viajó con Diego Márquez, quien tardó en hacer los preparativos para la partida, pues no tenía intención de regresar y se iba con su esposa y sus bienes a Panamá. El Veedor se obstinó en no abandonar a Santa María. Allí dejó a doña Isabel y a Francisco, su hijo menor. Al marcharse entregó a su mujer los planos y mil quinientos castellanos para la construcción de una enorme casa para la familia. Quería que su hogar sirviera de ejemplo para todos y levantara la moral de la colonia. Isabel de Aguilar coordinó con apacible autoridad las labores de los indios, para la construcción de la vivienda más amplia, cómoda y hermosa que se había hecho hasta entonces en Tierra Firme.
A finales de 1521, Oviedo pudo por fin salir de Panamá para regresar a Santa María. Al despedirse de Pedrarias volvió a insistirle en el peligro de desaparecer que corría Santa María. Pedrarias le dijo que estaba muy ocupado coordinando exploraciones en el Mar del Sur y que, ya que lo quería como a un hijo, le rogaba que aceptara ser su teniente en Santa María. Le aseguró a Oviedo que confiaba plenamente en que bajo su gobierno la ciudad no sufriría perjuicios.
Oviedo no quería aceptar el cargo, porque estaba comisionado por la Corona para limitar la autoridad de Pedrarias, pero los turiferarios del Gobernador le insistieron tanto que aceptó el cargo. Pedrarias firmó de su puño y letra el nombramiento. Oviedo atravesó el istmo, llegó a Nombre de Dios y se embarcó a Santa María.

Llegó el sábado 9 de noviembre de 1521, y encontró a su mujer agonizando. Isabel de Aguilar llevaba diez días enferma, atacada por fiebres terribles. Murió al amanecer del día siguiente, dejando construida la primera mansión  española de Tierra Firme, mucho más amplia y hermosa que la  vivienda de Balboa. Viendo a su mujer muerta, Gonzalo Fernández de Oviedo pensó que perdía el seso. Pasó aquel domingo abrazado al cuerpo yerto. Acariciaba el hermoso rostro mediterráneo de Isabel y le decía que quería morirse para estar junto a ella. En medio de su delirio, alzó los ojos vesánicos y preguntó por qué se le privaba de la dulce compañía de su esposa. Quiso que el cielo le explicara la razón por la cual se le negaba la posibilidad de vivir en matrimonio, como buen cristiano, y no amancebado como algunos vecinos suyos que tenían dos mujeres o más. Se volvió de nuevo al cuerpo ya sin alma, y lo llenó de besos y de lágrimas, y sintió la presencia de una suerte de abismo, un oscuro y terrible y magnético abismo. Besó los labios y sintió el filo de sus dientes. Quiso creer que la mujer se estremecía, y se dejó caer en el abismo. 



Fragmento de Santa María del Diablo. 




Disponible en 


No hay comentarios:

Publicar un comentario