Una entrevista con Tomás Eloy Martínez
publicada por el
suplemento Generación de El Colombiano,
en noviembre de 2004
Por Gustavo Arango
Después de la publicación de Santa Evita, en 1995, Tomás Eloy Martínez empezó a recibir un
reconocimiento internacional que hoy lo hace el escritor argentino más vendido
y traducido. El camino, sin embargo, no fue fácil. Alguien supersticioso podría
asegurar que esa novela, y las energías que rodean al personaje, tienen que ver
con la enfermedad que le hizo sentir la cercanía de la muerte y están detrás
del accidente en el que murió su esposa, la ensayista venezolana Susana Rotker.
Pero las dificultades parecen vitaminas para algunos escritores. Hace dos años
Martínez ganó el Premio Alfaguara de Novela, con El vuelo de la reina, y este año ha vuelto a ser noticia con una
nueva novela, El cantor de Tango, que
narra las peripecias de un estudiante norteamericano en Buenos Aires, en busca
de un artista legendario del que no se consiguen grabaciones.
“El cantor de tango
ha tenido buena acogida en España y en Brasil. El tango es una excusa para
recorrer la ciudad. La novela es una visión de Buenos Aires como laberinto en
el tiempo y el espacio. En febrero aparecerá en Londres y en Frankfurt. En
marzo saldrá en danés y en checo. También saldrá en francés, con Gallimard, que
compró los derechos de toda mi obra”.
Tomás Eloy Martínez vive con su hija Sol Ana en Highland
Park (New Jersey) y dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos de la
Universidad de Rutgers. Su amistad con escritores latinoamericanos como Carlos
Fuentes y Gabriel García Márquez, las anécdotas de primera mano, hacen que sus
clases estén llenas de estudiantes ávidos de testimonios y cansados de teorías
literarias. En el momento de la entrevista, Martínez se prepara para una serie
de viajes por América Latina. Presentará
en Brasil El cantor de tango. Estará
en el Congreso de la Lengua en Buenos Aires. También asistirá en Cartagena al
Foro de Iberoamérica.
“El Foro es un grupo de discusión creado hace cinco años por
iniciativa de Carlos Fuentes y el empresario argentino Ricardo Estebez. Cada
año se reúnen políticos, empresarios y escritores, para discutir a puerta
cerrada sobre temas de actualidad. Entre los colombianos que tienen
participación permanente se encuentran Gabriel García Márquez, Belisario
Betancur, Carlos Ardila Lulle y Julio Mario Santodomingo. Supongo que los empresarios usan el Foro para
hacer negocios. Lo que se hace es pedirles que tengan políticas más claras. De
allí salen fondos para escuelas, donaciones para bibliotecas”.
“A Colombia la voy a ver mejor a partir de la semana que
viene cuando tenga una impresión de primera mano. Pienso que ésta es una
pacificación a medias. No me parece saludable sustituir la paz a través de la
legalización de gente que ha estado involucrada en situaciones de desorden
criminal muy grave. Estoy aludiendo a los paramilitares. Esa zona de la
pacificación me resulta enormemente sospechosa. Además tengo miedo de que este
arreglo precario le cueste a Colombia un precio muy alto. Estas personas
acostumbradas a resolver sus pleitos a través de la violencia suelen infectar
la democracia. Lo sé de modo muy claro a través de algunos representantes
argentinos que antes fueron torturadores o golpistas militares. Los seres
humanos nunca mudan de piel con tanta facilidad. Creo que estos acuerdos que ha
logrado el presidente Uribe, que pueden ser de buena voluntad, son peligrosos
porque pueden ser pactos con el diablo”.
Reflexiones
sobre el Boom
No es extraño ver escritores latinoamericanos discutiendo
con políticos y empresarios. Ya los autores del Boom nos habían acostumbrado a
esas curiosas amistades. Tomás Eloy Martínez no sólo es un conocedor del
fenómeno del boom. En cierto modo fue
uno de sus impulsores. Cuando Cien años de soledad apareció en Buenos
Aires, en 1967, Martínez publicó en Primera plana una entrevista con
García Márquez, quien además ocupó la portada de la revista. En esa misma
edición escribió además la primera reseña que se hizo de esa novela. Ese
despliegue fue definitivo para el impulso inicial que tuvo la obra de García
Márquez.
“El boom fue un
fenómeno que si no lo sitúas en su momento puede parecer ahora como
extemporáneo o gastado, sobre todo por la enorme cantidad de imitadores que tuvieron
García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes. Yo diría que cambiaron los hábitos de lectura
en América Latina y hasta ellos mismos fueron tomados por sorpresa. Antes del boom había una constelación de autores
de primerísimo orden: Onetti, Asturias, Borges, Bioy Casares, Carpetier y
Rulfo, nada menos. Lo bueno es que el boom
ejerce también sobre ellos un efecto de arrastre. Pero los autores del boom pertenecen a la historia literaria.
El único que conserva la magia, ese toque de Midas, es García Márquez”.
La primera
evasión
Para Tomás Eloy Martínez, la literatura ha sido una
mezcla de arma y de refugio. Cuando era niño leía para escapar de las pequeñas
infelicidades cotidianas y, entre los nueve y diez años, descubrió que la
escritura le permitía tener, con la imaginación, lo que no podía tener en la
realidad. A esa edad escribió su primer
cuento.
“Al lado de la casa de mi abuela vivía un anciano
coleccionista de estampillas. Me gustaba visitarlo y mirar esas imágenes de
lugares remotos. Un día que mis padres me tenían castigado imaginé que
escapaba. Así nació la idea para mi primer relato. Yo entraba caminando en el
paisaje de una estampilla de correos y seguía viajando. Así aprendí –sin saber
la magnitud de lo que aprendía– que el lenguaje es un reino en el que las cosas
existen con independencia de la realidad, y que cada cosa nombrada podía asumir
la medida, la forma, el peso y los desvíos que le daba mi imaginación”.
En ese primer cuento estaba ya implícita la poética que
rige la obra de Tomás Eloy Martínez: un eterno balancearse en el límite
incierto entre la realidad y la ficción.
“Cada vez que uno imagina una realidad que es otra, trastorna la
historia y la reinventa. Las ficciones son el otro nombre de los deseos. Goethe
dice que, cuanto más temprano expresemos un deseo en la vida, tanta más
posibilidad habrá de alcanzarlo. Cuanto más allá situemos nuestros sueños,
tanto más lejos nos llevará la experiencia. Escribir ficciones es buscar lo que
no somos en lo que ya somos”.
Gajes del oficio
Tener una vida de escritor es pasarse todo el tiempo
buscando un secreto, una fórmula, que al parecer nunca alcanza su expresión
definitiva. Cada quien se rodea de hábitos, supersticiones y disciplinas que le
permiten ir escribiendo sus libros. Para Tomás Eloy Martínez, por su parte, la
escritura se erige sobre los escombros de múltiples fracasos.
“Cuando empecé a escribir mis primeras novelas fracasadas, a
los veinte años, me deslumbraba la imagen de Flaubert batallando como un
esclavo de algodonal para encontrar la palabra precisa. Luego supe
que Joyce había pasado una vez dieciséis horas verificando si todas las partes
de una oración de Ulyses estaban
donde debían estar. Yo trataba de imitarlos, sin advertir que por mucha razón
que uno encuentre en los modelos, más razón hay en explorar los límites de uno
mismo.
“Cuando siento que lo que
quiero contar ha encontrado al fin su tono y su arquitectura, trabajo a un
ritmo rápido, que empieza con media página por día, y que hacia el final del
libro puede llegar a cinco o seis. Envidio a los escritores que pueden trabajar
en cualquier parte, a mano o como sea. Eso me sucede, por lo general, con los
artículos periodísticos. Los escribo en cualquier lugar. Pero cuando empiezo un
libro, necesito seguir escribiéndolo y terminarlo en el mismo cuarto de la
misma casa y en la misma computadora, lo cual se convierte en un drama cuando
un libro tarda más de la cuenta, como me sucedió con Santa Evita o El vuelo de la reina. Si la realidad de alrededor
se altera, no puedo saltar a la misma ficción. Salto a otra, me cambio de
penumbra”.
Purgatorio
Tomás Eloy Martínez ha
empezado a pensar en retirarse de la actividad académica. Ha considerado volver
a vivir en la Argentina, de donde tuvo que marcharse hace casi treinta años
porque su vida corría peligro bajo la dictadura. Pero no está seguro de
encontrar en Buenos Aires la tranquilidad para escribir que le ofrece su casa
en Highland Park.
“Me sorprenden siempre las señales de afecto que recibo
en Buenos Aires. Los taxistas no me cobran. En los restaurantes tampoco me
quieren cobrar y yo les digo que si no me cobran no voy a poder volver. Me
resulta difícil entrar a una librería sin que alguien se acerque a saludar. A
veces me intimida ser una persona pública, pero también es algo que resulta
gozoso, que satisface”.
Pero antes de cerrar su carrera académica, tiene la
impaciencia de escribir una nueva novela. “El año que viene tengo sabático, me
encierro a escribir. La novela se llama Purgatorio
y la vengo pensando hace tiempo. Es una narración de la vida cotidiana de los
argentinos durante el período de la dictadura. Es posible que al final esto que
te digo sólo sea una alusión, pero estoy tratando de recuperar esos años de la
vida de mi país que no pude vivir porque estaba en el exilio. El disparador de
la historia es una obsesión que me ha acompañado por mucho tiempo. Hay ciertos
instantes de las novelas que son el desarrollo de una obsesión de adolescentes
o de niños. Esta novela la voy a tratar de escribir a partir de un acto férreo
de disciplina”.
Consejos
para escritores
“Hace unos meses, en la ceremonia de clausura del Forum
Barcelona 2004, se les preguntó a los escritores invitados qué consejo podían
darles a los jóvenes que querían ser escritores. Estábamos Carlos Fuentes, Nélida
Piñón, José Saramago, Juan Goytisolo y yo. Ahora siento que estoy de acuerdo
con las respuestas que dieron todos. Fuentes dijo que el secreto estaba en la disciplina.
Nélida insistió en que había que corregir mucho. Saramago
habló de la dedicación que exige el oficio. Goytisolo, de la necesidad de
romper las convenciones, de no prestarles atención”.
“Yo hablé de la libertad y de la entrega. Los seres
humanos somos muy poco libres y la escritura de ficciones es un acto de
libertad. En las ficciones debemos ser más nosotros mismos que en ninguna otra
actividad. La ficción es la puesta al límite de nuestros sueños. Si no ejerces esa
actividad del modo más pleno posible, si escondes parte de ti o te endureces o
temes que al mostrarte o exponerte te sancionen, vas a perder la batalla”.
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