domingo, 24 de mayo de 2015

“La escritura de ficciones es un acto de libertad”. Tomás Eloy Martínez

Una entrevista con Tomás Eloy Martínez
publicada por el suplemento Generación de El Colombiano, 
en noviembre de 2004

 Por Gustavo Arango

Después de la publicación de Santa Evita, en 1995, Tomás Eloy Martínez empezó a recibir un reconocimiento internacional que hoy lo hace el escritor argentino más vendido y traducido. El camino, sin embargo, no fue fácil. Alguien supersticioso podría asegurar que esa novela, y las energías que rodean al personaje, tienen que ver con la enfermedad que le hizo sentir la cercanía de la muerte y están detrás del accidente en el que murió su esposa, la ensayista venezolana Susana Rotker. Pero las dificultades parecen vitaminas para algunos escritores. Hace dos años Martínez ganó el Premio Alfaguara de Novela, con El vuelo de la reina, y este año ha vuelto a ser noticia con una nueva novela, El cantor de Tango, que narra las peripecias de un estudiante norteamericano en Buenos Aires, en busca de un artista legendario del que no se consiguen grabaciones.

El cantor de tango ha tenido buena acogida en España y en Brasil. El tango es una excusa para recorrer la ciudad. La novela es una visión de Buenos Aires como laberinto en el tiempo y el espacio. En febrero aparecerá en Londres y en Frankfurt. En marzo saldrá en danés y en checo. También saldrá en francés, con Gallimard, que compró los derechos de toda mi obra”.

Tomás Eloy Martínez vive con su hija Sol Ana en Highland Park (New Jersey) y dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Rutgers. Su amistad con escritores latinoamericanos como Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, las anécdotas de primera mano, hacen que sus clases estén llenas de estudiantes ávidos de testimonios y cansados de teorías literarias. En el momento de la entrevista, Martínez se prepara para una serie de viajes por América Latina.  Presentará en Brasil El cantor de tango. Estará en el Congreso de la Lengua en Buenos Aires. También asistirá en Cartagena al Foro de Iberoamérica.


“El Foro es un grupo de discusión creado hace cinco años por iniciativa de Carlos Fuentes y el empresario argentino Ricardo Estebez. Cada año se reúnen políticos, empresarios y escritores, para discutir a puerta cerrada sobre temas de actualidad. Entre los colombianos que tienen participación permanente se encuentran Gabriel García Márquez, Belisario Betancur, Carlos Ardila Lulle y Julio Mario Santodomingo.  Supongo que los empresarios usan el Foro para hacer negocios. Lo que se hace es pedirles que tengan políticas más claras. De allí salen fondos para escuelas, donaciones para bibliotecas”.

“A Colombia la voy a ver mejor a partir de la semana que viene cuando tenga una impresión de primera mano. Pienso que ésta es una pacificación a medias. No me parece saludable sustituir la paz a través de la legalización de gente que ha estado involucrada en situaciones de desorden criminal muy grave. Estoy aludiendo a los paramilitares. Esa zona de la pacificación me resulta enormemente sospechosa. Además tengo miedo de que este arreglo precario le cueste a Colombia un precio muy alto. Estas personas acostumbradas a resolver sus pleitos a través de la violencia suelen infectar la democracia. Lo sé de modo muy claro a través de algunos representantes argentinos que antes fueron torturadores o golpistas militares. Los seres humanos nunca mudan de piel con tanta facilidad. Creo que estos acuerdos que ha logrado el presidente Uribe, que pueden ser de buena voluntad, son peligrosos porque pueden ser pactos con el diablo”.

Reflexiones sobre el Boom

No es extraño ver escritores latinoamericanos discutiendo con políticos y empresarios. Ya los autores del Boom nos habían acostumbrado a esas curiosas amistades. Tomás Eloy Martínez no sólo es un conocedor del fenómeno del boom. En cierto modo fue uno de sus impulsores. Cuando Cien años de soledad apareció en Buenos Aires, en 1967, Martínez publicó en Primera plana una entrevista con García Márquez, quien además ocupó la portada de la revista. En esa misma edición escribió además la primera reseña que se hizo de esa novela. Ese despliegue fue definitivo para el impulso inicial que tuvo la obra de García Márquez.

“El boom fue un fenómeno que si no lo sitúas en su momento puede parecer ahora como extemporáneo o gastado, sobre todo por la enorme cantidad de imitadores que tuvieron García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes.  Yo diría que cambiaron los hábitos de lectura en América Latina y hasta ellos mismos fueron tomados por sorpresa. Antes del boom había una constelación de autores de primerísimo orden: Onetti, Asturias, Borges, Bioy Casares, Carpetier y Rulfo, nada menos. Lo bueno es que el boom ejerce también sobre ellos un efecto de arrastre. Pero los autores del boom pertenecen a la historia literaria. El único que conserva la magia, ese toque de Midas, es García Márquez”.


La primera evasión

Para Tomás Eloy Martínez, la literatura ha sido una mezcla de arma y de refugio. Cuando era niño leía para escapar de las pequeñas infelicidades cotidianas y, entre los nueve y diez años, descubrió que la escritura le permitía tener, con la imaginación, lo que no podía tener en la realidad.  A esa edad escribió su primer cuento.

“Al lado de la casa de mi abuela vivía un anciano coleccionista de estampillas. Me gustaba visitarlo y mirar esas imágenes de lugares remotos. Un día que mis padres me tenían castigado imaginé que escapaba. Así nació la idea para mi primer relato. Yo entraba caminando en el paisaje de una estampilla de correos y seguía viajando. Así aprendí –sin saber la magnitud de lo que aprendía– que el lenguaje es un reino en el que las cosas existen con independencia de la realidad, y que cada cosa nombrada podía asumir la medida, la forma, el peso y los desvíos que le daba mi imaginación”.

En ese primer cuento estaba ya implícita la poética que rige la obra de Tomás Eloy Martínez: un eterno balancearse en el límite incierto entre la realidad y la ficción.  “Cada vez que uno imagina una realidad que es otra, trastorna la historia y la reinventa. Las ficciones son el otro nombre de los deseos. Goethe dice que, cuanto más temprano expresemos un deseo en la vida, tanta más posibilidad habrá de alcanzarlo. Cuanto más allá situemos nuestros sueños, tanto más lejos nos llevará la experiencia. Escribir ficciones es buscar lo que no somos en lo que ya somos”.

Gajes del oficio


Tener una vida de escritor es pasarse todo el tiempo buscando un secreto, una fórmula, que al parecer nunca alcanza su expresión definitiva. Cada quien se rodea de hábitos, supersticiones y disciplinas que le permiten ir escribiendo sus libros. Para Tomás Eloy Martínez, por su parte, la escritura se erige sobre los escombros de múltiples fracasos.

“Cuando empecé a escribir mis primeras novelas fracasadas, a los veinte años, me deslumbraba la imagen de Flaubert batallando como un esclavo de algodonal para encontrar la palabra precisa. Luego supe que Joyce había pasado una vez dieciséis horas verificando si todas las partes de una oración de Ulyses estaban donde debían estar. Yo trataba de imitarlos, sin advertir que por mucha razón que uno encuentre en los modelos, más razón hay en explorar los límites de uno mismo.

“Cuando siento que lo que quiero contar ha encontrado al fin su tono y su arquitectura, trabajo a un ritmo rápido, que empieza con media página por día, y que hacia el final del libro puede llegar a cinco o seis. Envidio a los escritores que pueden trabajar en cualquier parte, a mano o como sea. Eso me sucede, por lo general, con los artículos periodísticos. Los escribo en cualquier lugar. Pero cuando empiezo un libro, necesito seguir escribiéndolo y terminarlo en el mismo cuarto de la misma casa y en la misma computadora, lo cual se convierte en un drama cuando un libro tarda más de la cuenta, como me sucedió con Santa Evita o El vuelo de la reina. Si la realidad de alrededor se altera, no puedo saltar a la misma ficción. Salto a otra, me cambio de penumbra”.

Purgatorio

Tomás Eloy Martínez ha empezado a pensar en retirarse de la actividad académica. Ha considerado volver a vivir en la Argentina, de donde tuvo que marcharse hace casi treinta años porque su vida corría peligro bajo la dictadura. Pero no está seguro de encontrar en Buenos Aires la tranquilidad para escribir que le ofrece su casa en Highland Park.

“Me sorprenden siempre las señales de afecto que recibo en Buenos Aires. Los taxistas no me cobran. En los restaurantes tampoco me quieren cobrar y yo les digo que si no me cobran no voy a poder volver. Me resulta difícil entrar a una librería sin que alguien se acerque a saludar. A veces me intimida ser una persona pública, pero también es algo que resulta gozoso, que satisface”.

Pero antes de cerrar su carrera académica, tiene la impaciencia de escribir una nueva novela. “El año que viene tengo sabático, me encierro a escribir. La novela se llama Purgatorio y la vengo pensando hace tiempo. Es una narración de la vida cotidiana de los argentinos durante el período de la dictadura. Es posible que al final esto que te digo sólo sea una alusión, pero estoy tratando de recuperar esos años de la vida de mi país que no pude vivir porque estaba en el exilio. El disparador de la historia es una obsesión que me ha acompañado por mucho tiempo. Hay ciertos instantes de las novelas que son el desarrollo de una obsesión de adolescentes o de niños. Esta novela la voy a tratar de escribir a partir de un acto férreo de disciplina”.

Consejos para escritores

“Hace unos meses, en la ceremonia de clausura del Forum Barcelona 2004, se les preguntó a los escritores invitados qué consejo podían darles a los jóvenes que querían ser escritores. Estábamos Carlos Fuentes, Nélida Piñón, José Saramago, Juan Goytisolo y yo. Ahora siento que estoy de acuerdo con las respuestas que dieron todos. Fuentes dijo que el secreto estaba en la disciplina.
Nélida insistió en que había que corregir mucho. Saramago habló de la dedicación que exige el oficio. Goytisolo, de la necesidad de romper las convenciones, de no prestarles atención”.

“Yo hablé de la libertad y de la entrega. Los seres humanos somos muy poco libres y la escritura de ficciones es un acto de libertad. En las ficciones debemos ser más nosotros mismos que en ninguna otra actividad. La ficción es la puesta al límite de nuestros sueños. Si no ejerces esa actividad del modo más pleno posible, si escondes parte de ti o te endureces o temes que al mostrarte o exponerte te sancionen, vas a perder la batalla”.






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