miércoles, 20 de marzo de 2019

Henry Shukman: En busca de El Dorado


Texto publicado en el suplemento Dominical, de El Universal de Cartagena, en febrero de 1994.


Henry Shukman: En busca de El Dorado 

Habría pasado inadvertido aquella noche en la Plaza de Los Coches. Fue un viernes y había un acto cultural en ese sitio.
Poco antes de iniciarse el evento, Henry Shukman y su amiga se acercaron hasta los organizadores, acompañados por un guía.
El guía dijo que esa pareja de escritores ingleses quería saber en qué consistían la música y las danzas que iban a presentar. Había un interés particular por la parte musical. Estaban en Cartagena para escribir un artículo para una revista de viajes.
La palabra ‘escritores’ desató una breve y entusiasta cadena de preguntas y respuestas. A los pocos minutos sabíamos que Henry era el escritor, que al día siguiente él y su amiga, la fotógrafa, viajarían a Mompox y a la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero lo más sorprendente fue saber que una parte de su última novela Travels with my Trombone: A Caribbean Journey (Si bien el libro no ha sido traducido aún al español, su título en este idioma podría ser: “Viajes con mi trombón: un periplo caribeño) transcurría en Cartagena.
Uno de los motivos principales de la novela de Henry Shukman está en la idea que de niño, en Inglaterra, se hizo de El Dorado, ese sitio legendario que buscaron muchos hombres en América.
Escuchando los relatos de amigos colombianos de su padre, un profesor de historia rusa en Oxford, Henry Shukman empezó desde muy niño a tener el sueño de viajar.
“Colombia era mi propio Dorado”, dice Henry Shukman, alto, juvenil, de mirada curiosa y sonrisa amable. “Como mi padre es judío ruso y su padre llegó a Inglaterra en 1911, no me sentí muy cómodo como un inglés. Esa es la causa por la que escribo y por la que me gusta viajar”.
A los 18 años, pudo volver realidad su sueño. Cuando salió de la escuela, en lugar de seguir estudiando, quiso hacer algo distinto. Fue a la Argentina y allí trabajo la tierra en una granja durante tres meses. Luego viajó al norte, a Bolivia, al Perú, y empezó a tomar apuntes sobre sus experiencias.
Escribía poesía desde los doce años. Sólo durante ese viaje empezó a escribir en prosa. “Antes no sabía que la prosa podía ser muy poética”.
Cuando volvió a Inglaterra, vio que tenía un libro. Lo llamó Sons of the Moon (Hijos de la Luna) y se lo entregó a un agente. Fue difícil encontrar un editor, “Siempre es muy difícil”, pero al final uno se interesó.
Los siguientes tres años, Henry Shukman los dedicó a estudiar literatura y antropología social en la Universidad de Cambridge. Para obtener su Ph.D realizó un estudio sobre los símiles en la Ilíada de Homero. Pero ése fue un período “triste  aburrido”, ya la fiebre de viajar lo había invadido y regresó a las tierras de El Dorado en cuanto pudo.
Este segundo viaje lo llevó con su trombón (un instrumento con el que sostiene una rara “relación de amor y de rechazo”) a Trinidad y Tobago, Guadalupe, Martinica, Ecuador y un amplio territorio colombiano. Tocando con orquestas de los sitios que visitó pudo conocer desde dentro la música del Caribe.
“La gente del Caribe es muy musical. Todos saben algo de su música. Es una lástima que no entienda mejor el castellano para entender más las letras”.
“El vallenato es parecido al calypso en Trinidad, sus letras son anécdotas, pequeñas historias de la comunidad".
“La semejanza entre los tipos de música del Caribe está en que siempre hay una base de ritmo africano con armonía y melodía europea. En Colombia por ejemplo, los esclavos hacían parodias de la música europea pero con ritmo africano. Algo parecido sucede en Dominica con el Jing Ping, que son mazurcas, polkas, valses, sobre un ritmo africano y tienen mucha energía, más que el original europeo”.
El final de ese viaje, realizado en 1990, fue en Cartagena. Aquí terminó su excursión al mito de su infancia.
La historia de ese viaje, alimentada con su fantasía, dio origen a su segunda novela, Travels with my Trombone, un libro por el que se disputaron varias editoriales.
Shukman escribió esa novela en Estados Unidos, en el sector Hispánico de Harlem, en Nueva York, y desde entonces ha estado radicado en ese país. “Me interesa Estados Unidos porque hay escritores muy buenos allá, mucho mejores que en Inglaterra en este momento”.
Desde la publicación de su segundo libro las cosas han sido menos difíciles para Henry Shukman. Ha escrito catálogos de música para la BBC de Londres. Sus dos primeras novelas han sido editadas en Inglaterra, Japón, Estados Unidos  y Alemania,  y el interés creciente de las editoriales le permite alimentar el sueño de dejar de escribir únicamente libros de viajes, para dedicarse a publicar ficciones literarias.
En ese camino ya tiene un buen trayecto recorrido. Entre los 21 y los 25 años escribió seis novelas que no ha publicado y recientemente ha vuelto a escribir poemas, el género con que empezó a hacer literatura cuando tenía doce años.
Actualmente vive en Nuevo México, allí está escribiendo una novela sobre esa región de los Estados Unidos tan fuertemente marcada por la proximidad cultural con México.
Poco antes de su regreso a Estados Unidos, después de sus viajes a Mompox y a la Sierra, volvemos hablar con él. Lleva miles de impresiones para condensarlas en las cuatro mil quinientas palabras que debe tener su artículo en la revista de viajes.
Se excusa por no poder expresar bien en español conceptos complejos.
Dice que lo que más le impresiona es la alegría de la gente. “Aquí parecen mucho más felices. En países como Inglaterra, el precio de la riqueza es la felicidad. Aquí hay pobreza, parece que tienen menos, pero son más despreocupados, la gente es más alegre, sonríe más”.
Se despide dejándonos su libro y la impresión de que El Dorado que salió a buscar desde muy joven aún no lo ha encontrado.
Su paso por la ciudad de su novela ha sido silencioso y fugaz.  Tiene treinta y un años y una voluntad de vivir  y de escribir indoblegables. Regresa a Nuevo México para seguir sumando libros a una obra que tal vez con los años llegue hasta nosotros con el ruido de la fama.

Es posible que algún día nos sintamos orgullosos de estar en una obra de un escritor inglés que andaba en busca de El Dorado y que, tal vez, entonces por fin lo haya encontrado.


* * *


Cartagena muy mentada
Hace algunos años, un conocido periodista inició una interesante serie  que denominó “Colombia, muy mentada”. Con ella trataba de hacer una recopilación de menciones de nuestro país en grandes obras literarias.
Esa iniciativa desató una masiva colaboración de los lectores, para aportar nombres y citas en esa insólita búsqueda.
Colombia apareció en muchas novelas de autores de renombre.
La novela de Henry Shukman nos hace pensar en Cartagena. Hace más de un mes, Umberto Eco recordó que ‘El Corsario Negro’, de Salgari, mencionaba la ciudad.
En el siguiente fragmento, luego de ser detenido por la policía en circunstancias dignas de Franz Kafka, el  protagonista de Journey with my Trombone camina por las calles de Cartagena y llega hasta el palacio de la Inquisición:
Los mapas de la ilusión
Una ola repentina de entusiasmo me invadió al darme cuenta de que había llegado al final de mi viaje. Hasta ese momento no me había percatado. Se había terminado, lo había realizado.
Caminé a través de la plaza con su larga avenida de bustos de cartageneros eminentes. Recorrí la galería de hijos ilustres de la ciudad. En torno a los puestos de perros calientes, en la parte más distante, viejos borrachos y prostitutas jóvenes discutían. Pasé de largo por entre ellos y atravesé el arco de la gruesa muralla hasta la ciudad vieja. Era libre ahora. Libre.
Fui directamente al Palacio de la Inquisición, una edificación sencilla del siglo XVIII con patios blancos llenos de árboles frondosos. Subiendo las escalas había un cuarto de mapas. Era un cuarto grande con ventanas de antepecho bajo y un piso de madera lisa, opaca y antigua que se doblaba a cada paso. La luz del sol entraba en bandas anchas y suaves por las ventanas. Si uno se agachaba podía ver la muralla y más allá la bahía de Cartagena.
Los mapas, cada uno en un marco negro, cubrían las paredes. Muchos eran de Cartagena y su bahía. Pero la mayoría en de Sudamérica. Eran mapas realizados entre el siglo XVI y el XIX. Desde 1697 hasta 1811 El Dorado era una referencia tan natural como Cartagena misma. Allí, en el interior de Venezuela, en todos los mapas, aparecía un pequeño punto con uno de sus nombres, Manoa o El Dorado,  y a su lado el trazo irregular del Lago Parima, erróneamente marcado como el ‘Lago Primero’ en un mapa inglés. Era una ilusión, consistentemente sostenida en los mapas, con la fervorosa esperanza de que la cartografía del deseo triunfaría sobre el realismo oficial. Y entonces, desde comienzos del siglo XIX en adelante, se había desvanecido, como tinta disuelta. Los hombres ya tenían lo suficiente de eso y lo habían enterrado bajo la geografía moderna. Y los cartógrafos y todo el que tuviera que mirar aquellos mapas fueron liberados para siempre de ese mito. El Dorado ya no estaba allí. La carga había desaparecido. Ya no había nada inalcanzable esperando ser alcanzado, no había más prados dorados.
Fui directamente a la oficina de la aerolínea para comprar mi tiquete de salida.





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