Texto publicado en
el suplemento Dominical, de El Universal de Cartagena, en febrero de 1994.
Henry Shukman: En
busca de El Dorado
Habría pasado
inadvertido aquella noche en la Plaza de Los Coches. Fue un viernes y había un
acto cultural en ese sitio.
Poco antes de
iniciarse el evento, Henry Shukman y su amiga se acercaron hasta los
organizadores, acompañados por un guía.
El guía dijo que
esa pareja de escritores ingleses quería saber en qué consistían la música y
las danzas que iban a presentar. Había un interés particular por la parte
musical. Estaban en Cartagena para escribir un artículo para una revista de
viajes.
La palabra
‘escritores’ desató una breve y entusiasta cadena de preguntas y respuestas. A
los pocos minutos sabíamos que Henry era el escritor, que al día siguiente él y
su amiga, la fotógrafa, viajarían a Mompox y a la Sierra Nevada de Santa Marta.
Pero lo más sorprendente fue saber que una parte de su última novela Travels with my Trombone: A Caribbean Journey
(Si bien el libro no ha sido traducido aún al español, su título en este idioma
podría ser: “Viajes con mi trombón: un periplo caribeño) transcurría en Cartagena.
Uno de los motivos
principales de la novela de Henry Shukman está en la idea que de niño, en
Inglaterra, se hizo de El Dorado, ese sitio legendario que buscaron muchos
hombres en América.
Escuchando los
relatos de amigos colombianos de su padre, un profesor de historia rusa en
Oxford, Henry Shukman empezó desde muy niño a tener el sueño de viajar.
“Colombia era mi
propio Dorado”, dice Henry Shukman, alto, juvenil, de mirada curiosa y sonrisa
amable. “Como mi padre es judío ruso y su padre llegó a Inglaterra en 1911, no
me sentí muy cómodo como un inglés. Esa es la causa por la que escribo y por la
que me gusta viajar”.
A los 18 años,
pudo volver realidad su sueño. Cuando salió de la escuela, en lugar de seguir
estudiando, quiso hacer algo distinto. Fue a la Argentina y allí trabajo la
tierra en una granja durante tres meses. Luego viajó al norte, a Bolivia, al
Perú, y empezó a tomar apuntes sobre sus experiencias.
Escribía poesía
desde los doce años. Sólo durante ese viaje empezó a escribir en prosa. “Antes
no sabía que la prosa podía ser muy poética”.
Cuando volvió a
Inglaterra, vio que tenía un libro. Lo llamó Sons of the Moon (Hijos de la Luna) y se lo entregó a un agente.
Fue difícil encontrar un editor, “Siempre es muy difícil”, pero al final uno se
interesó.
Los siguientes
tres años, Henry Shukman los dedicó a estudiar literatura y antropología social
en la Universidad de Cambridge. Para obtener su Ph.D realizó un estudio sobre
los símiles en la Ilíada de Homero. Pero ése fue un período “triste aburrido”, ya la fiebre de viajar lo había
invadido y regresó a las tierras de El Dorado en cuanto pudo.
Este segundo viaje
lo llevó con su trombón (un instrumento con el que sostiene una rara “relación
de amor y de rechazo”) a Trinidad y Tobago, Guadalupe, Martinica, Ecuador y un
amplio territorio colombiano. Tocando con orquestas de los sitios que visitó
pudo conocer desde dentro la música del Caribe.
“La gente del
Caribe es muy musical. Todos saben algo de su música. Es una lástima que no
entienda mejor el castellano para entender más las letras”.
“El vallenato es
parecido al calypso en Trinidad, sus letras son anécdotas, pequeñas historias
de la comunidad".
“La semejanza
entre los tipos de música del Caribe está en que siempre hay una base de ritmo
africano con armonía y melodía europea. En Colombia por ejemplo, los esclavos
hacían parodias de la música europea pero con ritmo africano. Algo parecido
sucede en Dominica con el Jing Ping, que son mazurcas, polkas, valses, sobre un
ritmo africano y tienen mucha energía, más que el original europeo”.
El final de ese
viaje, realizado en 1990, fue en Cartagena. Aquí terminó su excursión al mito
de su infancia.
La historia de ese
viaje, alimentada con su fantasía, dio origen a su segunda novela, Travels with my Trombone, un libro por
el que se disputaron varias editoriales.
Shukman escribió
esa novela en Estados Unidos, en el sector Hispánico de Harlem, en Nueva York,
y desde entonces ha estado radicado en ese país. “Me interesa Estados Unidos
porque hay escritores muy buenos allá, mucho mejores que en Inglaterra en este
momento”.
Desde la
publicación de su segundo libro las cosas han sido menos difíciles para Henry
Shukman. Ha escrito catálogos de música para la BBC de Londres. Sus dos
primeras novelas han sido editadas en Inglaterra, Japón, Estados Unidos y Alemania,
y el interés creciente de las editoriales le permite alimentar el sueño
de dejar de escribir únicamente libros de viajes, para dedicarse a publicar
ficciones literarias.
En ese camino ya
tiene un buen trayecto recorrido. Entre los 21 y los 25 años escribió seis
novelas que no ha publicado y recientemente ha vuelto a escribir poemas, el
género con que empezó a hacer literatura cuando tenía doce años.
Actualmente vive
en Nuevo México, allí está escribiendo una novela sobre esa región de los
Estados Unidos tan fuertemente marcada por la proximidad cultural con México.
Poco antes de su
regreso a Estados Unidos, después de sus viajes a Mompox y a la Sierra,
volvemos hablar con él. Lleva miles de impresiones para condensarlas en las
cuatro mil quinientas palabras que debe tener su artículo en la revista de
viajes.
Se excusa por no
poder expresar bien en español conceptos complejos.
Dice que lo que
más le impresiona es la alegría de la gente. “Aquí parecen mucho más felices.
En países como Inglaterra, el precio de la riqueza es la felicidad. Aquí hay
pobreza, parece que tienen menos, pero son más despreocupados, la gente es más
alegre, sonríe más”.
Se despide
dejándonos su libro y la impresión de que El Dorado que salió a buscar desde
muy joven aún no lo ha encontrado.
Su paso por la
ciudad de su novela ha sido silencioso y fugaz.
Tiene treinta y un años y una voluntad de vivir y de escribir indoblegables. Regresa a Nuevo
México para seguir sumando libros a una obra que tal vez con los años llegue
hasta nosotros con el ruido de la fama.
Es posible que
algún día nos sintamos orgullosos de estar en una obra de un escritor inglés
que andaba en busca de El Dorado y que, tal vez, entonces por fin lo haya
encontrado.
* * *
Cartagena muy mentada
Hace algunos años,
un conocido periodista inició una interesante serie que denominó “Colombia, muy mentada”. Con ella
trataba de hacer una recopilación de menciones de nuestro país en grandes obras
literarias.
Esa iniciativa
desató una masiva colaboración de los lectores, para aportar nombres y citas en
esa insólita búsqueda.
Colombia apareció
en muchas novelas de autores de renombre.
La novela de Henry
Shukman nos hace pensar en Cartagena. Hace más de un mes, Umberto Eco recordó
que ‘El Corsario Negro’, de Salgari, mencionaba la ciudad.
En el siguiente
fragmento, luego de ser detenido por la policía en circunstancias dignas de
Franz Kafka, el protagonista de Journey with my Trombone camina por las
calles de Cartagena y llega hasta el palacio de la Inquisición:
Los
mapas de la ilusión
Una ola repentina de entusiasmo me invadió al darme
cuenta de que había llegado al final de mi viaje. Hasta ese momento no me había
percatado. Se había terminado, lo había realizado.
Caminé a través de la plaza con su larga avenida de
bustos de cartageneros eminentes. Recorrí la galería de hijos ilustres de la
ciudad. En torno a los puestos de perros calientes, en la parte más distante,
viejos borrachos y prostitutas jóvenes discutían. Pasé de largo por entre ellos
y atravesé el arco de la gruesa muralla hasta la ciudad vieja. Era libre ahora.
Libre.
Fui directamente al Palacio de la Inquisición, una
edificación sencilla del siglo XVIII con patios blancos llenos de árboles
frondosos. Subiendo las escalas había un cuarto de mapas. Era un cuarto grande
con ventanas de antepecho bajo y un piso de madera lisa, opaca y antigua que se
doblaba a cada paso. La luz del sol entraba en bandas anchas y suaves por las
ventanas. Si uno se agachaba podía ver la muralla y más allá la bahía de
Cartagena.
Los mapas, cada uno en un marco negro, cubrían las
paredes. Muchos eran de Cartagena y su bahía. Pero la mayoría en de Sudamérica.
Eran mapas realizados entre el siglo XVI y el XIX. Desde 1697 hasta 1811 El
Dorado era una referencia tan natural como Cartagena misma. Allí, en el
interior de Venezuela, en todos los mapas, aparecía un pequeño punto con uno de
sus nombres, Manoa o El Dorado, y a su
lado el trazo irregular del Lago Parima, erróneamente marcado como el ‘Lago
Primero’ en un mapa inglés. Era una ilusión, consistentemente sostenida en los
mapas, con la fervorosa esperanza de que la cartografía del deseo triunfaría
sobre el realismo oficial. Y entonces, desde comienzos del siglo XIX en
adelante, se había desvanecido, como tinta disuelta. Los hombres ya tenían lo
suficiente de eso y lo habían enterrado bajo la geografía moderna. Y los
cartógrafos y todo el que tuviera que mirar aquellos mapas fueron liberados
para siempre de ese mito. El Dorado ya no estaba allí. La carga había
desaparecido. Ya no había nada inalcanzable esperando ser alcanzado, no había
más prados dorados.
Fui directamente a la oficina de la aerolínea para
comprar mi tiquete de salida.
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