“Si quieres que Dios se ría,
cuéntale tus planes”. Recuerdo esta expresión cuando me veo muy seguro sobre lo
que ocurrirá. Si la incertidumbre aqueja, esa joya milenaria me recuerda que en
cualquier momento puede ocurrir lo inesperado.
A finales de 2007, mi vida
estaba más o menos en un limbo. Llevaba una semana descansando, mirando hacia
adentro y ayunando. Aquella mañana de sábado me desperté sacudido por
intuiciones, por señales vagas e inexplicables. Poco después del mediodía
estaba de regreso con una caja llena de libros y manuscritos, de reliquias de
una vida que me había sido confiada.
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