Dorothy Johnson de Espinosa y Bill Clinton
Luego de casi tres años de pelear con casi todo
el mundo para mantener con vida a la Fototeca y no dejarla extinguir, Dorothy Johnson
de Espinosa necesitaba un descanso, unas merecidas vacaciones en su país.
Un texto publicado en el suplemento Dominical, de El Universal,
a finales de 1992.
Continuidad de los parques
Tal vez (1)
Tal vez fue en el
momento en que a sus ojos azules llegó la imagen aumentada por un lente de un diminuto huesito metacarpiano de un enorme y tierno estegosaurio.
Tal vez no sucedió
en ese momento.
Tal vez fue cuando
sobrevolaban en avioneta el Gran Cañón del Colorado, mientras tomaban fotos y hablaban
con unos turistas españoles de la amistad de Felipe González y de Gabo.
Pero, tal vez no.
Tal vez fue frente
a los geysers de Yellowstone, su
furia evaporada que hacía pensar en ollas a presión o en hombres que fumaban.
Los parques
Dorothy está en la
nueva sede de la Fototeca, ahora una puerta se abre a un jardín interior. La
foto de Peyo sigue ocupando un lugar importante. Pasa fotos a color y postales
y mapas y habla de sus últimas vacaciones, de su gira por el oeste
norteamericano visitando los parques nacionales, esas porciones de territorio
que los estados se preocupan por preservar mientras lo demás se acaba.
Luego de casi tres
años de pelear con casi todo el mundo para mantener con vida a la Fototeca y no
dejarla extinguir, Dorothy Johnson de Espinosa necesitaba un descanso, unas
merecidas vacaciones en su país. Bueno este también es su país, pero el otro
fue primero su país.
Dorothy y su
esposo fueron a visitar a sus hijos en el verano de 1992, planearon un tour con
la familia de uno de ellos, que vive en Wichita, Kansas, es ingeniero de Boeing
y actualmente trabaja en el diseño del motor más grande de avión comercial que
se haya hecho, el del 777, el avión de los próximos años.
El tour comprende
los parques nacionales y museos del oeste norteamericano y el asombro comienza
en el mismo Wichita.
Y es que Wichita,
ahí donde la ve, con su nombre minúsculo, es bien importante. Está en el centro
de todo el país, es como su ombligo.
Es el cruce entre
el este y el oeste legendario de vaqueros y de indios, de caballos pintos y
colorados. Allí está el museo con los cuadros de Charles Rusell, esta hombre de
fines del siglo pasado que prefirió vivir con los indios a pesar de ser de
familia acomodada y aunque su padre quería hacer de él un abogado.
Están las pistas
de prueba de los bombarderos 82, cuya vibración hace sonar las alarmas de los
autos.
O el zoológico
donde la gente adopta a un animal.
También están los
vidrios rotos por el último tornado que pasó las ventanas de madera en los
edificios, las abolladuras en los carros por el granizo. Wichita en verano
parecía una provincia bombardeada por las nubes.
De allí fueron a
Colorado Springs.
Después de varias
horas por una autopista con “millas y millas y millas de plantaciones de
trigo”, ascendieron a uno de los picos nevados más famosos de Estados Unidos,
el Pikes Peak. Tomaron chocolate y comieron donuts en un restaurante que queda
en la cima. También tomaron fotos y compraron souvenirs.
Luego fueron a la
Caverna de los Vientos, donde modernos indios Hopi danzaban para turistas y
dirigían recorridos entre estalagmitas, estalactitas y flores minerales que
debieron ser separadas de los turistas con una malla para evitar que las
acabaran.
Después visitaron
la muda elocuencia de los dinosaurios.
La sonrisa de los dinosaurios
Están ahí, en el Dinosaur National Monument, en la misma
caverna donde fueron hallados, en forma de huesos dispersos y fundidos a una
pared de roca, o meticulosamente reconstruidos, imponentes, fieros, sonrientes
y silenciosos, hablando de épocas inimaginables, dando testimonio de tiempos
que nadie recuerda y solo podemos imaginar por lo que los paleontólogos
concluyen, reflejos de un mundo que suponemos cálido, húmedo, eruptivo y
pantanoso, obligados a permanecer de pie, en posición de ataque o
desplazamiento, los sumisos esqueletos de tiranosaurios, pterodáctilos,
estegosaurios, muertos hace muchos siglos, sus fémures colosales y sus
pequeñísimos y casi imperceptibles huesitos metacarpianos.
Tal vez (2)
Tal vez fue al
recibir algún folleto, o al aceptar divertida el hecho de poder ingresar sin
costo a cualquier parque a causa de su edad (el viejo era el cuerpo).
Tal vez fue
mientras veía un audiovisual ilustrativo o al descubrir la facilidad con que un
inválido podía desplazarse por cualquiera de los parques.
Pudo ser en uno de
los cuartos de los múltiples hoteles, moteles y campings que esperan la llegada
de los visitantes. Tal vez fue en un baño, desconcertadoramente limpio.
Bien pudo haber
sido en algunas de las reprimendas de su hijo, su nuera o su nieto por no
respetar las más simples recomendaciones o reglamentos. En el momento de saber
que por ósmosis tenía dentro de ella el ritmo frenético e indisciplinado de su
otro país.
Y el viaje prosigue
Más tarde fueron a
la gran cadena montañosa llamada el Grand Teton, sus nieves perpetuas y sus
lagos espejo, y luego llegaron a Yellowstone, un parque lleno de geysers en el que el mundo parece que
fuera a estallar.
Descripción de un Geyser
“Geyser Castillo:
puede ser el más viejo geyser del
Parque Nacional de Yellowstone, posee una circunferencia en cono de
aproximadamente 36 metros. Su erupción usualmente se produce en dos fases,
cambiando 30 minutos de erupción de agua hirviente a una hora de vapor”. (De
una postal)
Geysers por todos
lados, pantanos, fumarolas, lodo burbujeante, un mundo que parece estar apenas
creándose, “la tierra fumando”, minerales brotando. Cientos de hectáreas que se
están reforestando luego del incendio de 1988 que duró dos semanas,
Yellowstone, un campo abierto e inmenso para explorar. Pero iban de prisa,
hacían el recorrido por los parques en camioneta y el tiempo apremiaba. No
pudieron ver al oso Yogui.
Luego vino al
Parque Nacional de las Sequoias y allí sufrieron una decepción.
El mérito de las sequoias
“La sequoia es el
mayor de los seres vivos, algunos de sus ejemplares cuentan varios siglos de
existencia y alcanzan alturas de hasta 150 metros, son frecuentes en los bosques
del norte de los Estados Unidos, donde hoy día tienen protección oficial,
algunos son tan grandes que en sus troncos se han excavado túneles a través de
los que pueden pasar automóviles”. (Álbum de Historia Natural de chocolatinas
Jet).
La visita de los Bush
Un lugar al que no
pudieron ingresar fue al Parque Nacional de las Sequoias. Dorothy se lamenta
por no haber conocido esos árboles enormes y con miles de años. Pero ese día
estaba de visita la familia Bush, estaban en campaña presidencial y querían
decir unas palabras al lado de tan importantes árboles.
Tal vez (3)
Las Islas del
Rosario, su reino subacuático, la Ciénaga de la Virgen, las indescifradas
inscripciones en las cavernas de Tierra Bomba, las Iguanas, nietas de
dinosaurios, masacradas por sus huevos, los volcanes de lodo de Turbaco, los
hallazgos arqueológicos de San Jacinto, la vieja casa que da paso a un edificio
advenedizo y ostentoso, la playa, las erosionadas playas, la brisa, la
contaminada brisa, el mar, el moribundo mar.
Amarillo, azul y rojo, colorado tengo este ojo
El ojo debió
quedarle colorado de tanto tomarle fotos al Gran Cañón del Colorado, esa
inmensa roca kilométrica labrada por el agua, esas capas desnudas de viejos periodos
geológicos, esa tierra desolada, silenciosa y mineral.
Distraídamente
intervenía en la conversación con los españoles, lo importante estaba allá,
abajo, en esa grieta descomunal sobre la que la avioneta se veía como un
insecto, frágil, vulnerable y sacudido por el viento.
Ya me duele el sentadero
Hubo otras
anécdotas importantes. Hubo rituales indígenas más auténticos en Seattle, el
puertecito al norte, en el Pacífico, un abrigado refugio para indios y
marineros.
O los cuatros
dólares que Dorothy se ganó en Las Vegas, el chorro de monedas que la bañó en
la primera máquina en que jugó y su decisión de no jugar más, de irse ganadora
de la capital del juego.
El viaje, ese
amplio círculo por el oeste del país, concluyó sin todas las visitas que habían
previsto. El doctor Espinosa, el esposo de Dorothy, consideró que una semana de
viaje continuo en camioneta, de ir de un hospedaje a otro, de un
deslumbramiento a otro, resultaba más que suficiente y mejor pensaban en
terminar el periplo viajando en avión.
Pero lo más
importante no es el viaje, el viaje es importante para ella y su familia, lo
que de verdad importa es este parque en que vivimos, este gran parque que
quemamos, golpeamos y ensuciamos, ese afán destructor que nos acosa, este
planeta que apenas naciendo se derrumba, bajo la triste mirada de las sequoias.
Tal vez (4)
Tal vez la idea no
había sido provocada en un instante, son largamente labrada instante tras
instante. Solo que en uno de esos momentos afloró la alegre y triste idea de
querer escribir, de advertir, y descubrir a la vez que escribir no serviría de
nada, porque por mucho que viviera en ese país, de donde había venido a pasear
a su país: “siempre voy a ser una extranjera”.
Lo cierto es que
pensó descubrió al mismo tiempo lo que
es estar sobre la tierra y no ser de ningún lado. Supo que lo que dijera sería
entendido como el simple orgullo de alguien que nunca dejó de ser de allá, que
nadie tomaría verdaderamente en serio su advertencia.
De nada valdría
que ella dijera que es importante cuidar lo que difícilmente se valora, lo que
es patrimonio de todos. Ella misma, en su rescate de imágenes, había tenido que
enfrentarse al desdén y la indiferencia. Poco eco tendrían sus ideas de hacer
de los sitios turísticos lugares más agradables, verdaderas lecciones para los
visitantes. Ningún sentido tendría proponer las publicaciones de mapas y
folletos si sólo se piensa en recuperar las inversiones a corto plazo. Las
ideas surgidas en el viaje se habían encendido y apagado.
Pero Dorothy
acepta esto con altura. Se sobrepone y sigue. Piensa en la Fototeca, es
preservar para el futuro nuestro subestimado pasado. Mira fotos a color y mapas
y postales de un viaje inolvidable, pero ya la Fototeca la ha llamado.
Cuenta que en
Washington D.C., un hombre le presta cámaras fotográficas a los gamines para
que ellos fotografíen su ambiente y luego organiza exposiciones donde las
fotografías se venden a 500 dólares.
Habla con entusiasmo de lo que se logra con esos niños, de la motivación
que tienen al ver sus fotos son valoradas. Pero sabe que esa idea tampoco la
puede realizar.
Y Dorothy suspira,
ahora con los ojos un poco verdes, y se resigna sonriente, con la calma terca y
sabia de quien ha dejado atrás poco más de sesenta años y no paga para entrar a
ningún parque y se mantiene de pie, sin llorar y sin quejarse, sonriendo con
inocencia, como el callado esqueleto de un tierno y gigantesco estegosaurio.
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