Palabras de recepción del
Premio Internacional de Novela Marcio Veloz Maggiolo
Nueva York, diciembre 13 de 2002.
Por Gustavo Arango
Desde el momento en que recibí la noticia de que había
ganado el Premio Internacional de Novela Marcio Veloz Maggiolo, he vivido unas
semanas de intensa reflexión sobre el significado de la literatura y sobre el
papel del español en los Estados Unidos.
Confieso que la primera reacción fue menos reflexiva. No
creo cometer una imprudencia si confieso que al recibir la noticia sentí una
dicha casi infantil y hasta creo que di saltos de alegría.
La literatura es un vicio que adquirí casi desde niño. De
todas las definiciones que ha recibido: vocación, oficio, tarea, prefiero la
que dio uno de mis maestros, el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, quien
dijo que la literatura es un vicio, una dulce condenación.
Puedo decir, sin abundar en detalles, que ese vicio me ha
salvado la vida y la ha llenado de sentido. Escribiendo he llorado, he reído,
he amado, he sido libre, he muerto y he resucitado. Pero quizá lo más
importante es que la literatura ha convertido mi tendencia a la soledad en un
camino que conduce hacia otros seres humanos. La literatura es un universo
lleno de paradojas. Quien escribe, suele buscar el silencio y la soledad para
comunicarse con los demás.
Escribí “La risa del muerto” sintiendo la presencia de
muchos muertos queridos. Pienso en parientes, en amigos, incluso en escritores
a quienes sólo conocí a través de libros. Siento que he escrito una novela
sobre las huellas que otros seres dejan en nuestras vidas, sobre la forma como
siguen vivos en nosotros.
Pienso que un escritor no necesita ser una figura pública
para entrar en contacto con su tiempo y con su cultura. El único compromiso,
como me lo han enseñado mis maestros, consiste en tratar de escribir lo mejor
posible. Lo que hay para decir debe estar en los libros. Momentos como éste son
excepcionales. Representan el aliento, el estímulo que a veces hace falta para
no desfallecer.
Personalmente pienso que resulta un privilegio ser
alguien que escribe literatura en español hoy en día en los Estados Unidos.
Como profesor de español y de literatura latinoamericana en las universidades
de Rutgers y Princeton, vivo constantemente el hecho de que nuestra lengua es
una presencia vigorosa en esta sociedad.
Demográficamente, los Estados Unidos es uno de los cinco
países donde más personas hablan el español. Esa lengua de conquistadores y
conquistados, esa lengua de inconformes que buscan siempre una vida distinta,
esa amalgama donde conviven el latín y el griego, el árabe, el hebreo, el
cartaginés, cientos de otras lenguas africanas e indígenas, el fenicio y hasta
el mismo inglés, ha ido ganando con los años una posición y un respeto que eran
difícilmente previsibles hace algunas décadas. El contacto permanente con el
inglés y con diversas variedades del español, hace que cada uno de nosotros sea
muy consciente de su identidad lingüística. Nuestra experiencia diaria está
llena de reflexiones sobre el lenguaje. Una inmensa variedad de culturas
dialoga a través de esa lengua universal.
En ese contexto, recibir un premio de novela en español,
convocado en la ciudad de Nueva York, es un honor que llevaré con orgullo toda
mi vida. Felicito a los organizadores del concurso, a la Casa de la Cultura
Dominicana, por esa invaluable tarea dignificadora de una lengua y muchos
pueblos. Convocatorias como ésta hacen que seamos cada vez menos un estereotipo
y cada vez más una presencia viva en la sociedad.
Agradezco muy especialmente a los miembros del jurado la
generosidad con que han valorado mi novela.
Una de las grandes paradojas de la literatura radica en
que, a pesar de la soledad de su ejecución, siempre es el reflejo de una
colectividad. Toda novela es una multitud que dialoga. Si quisiera nombrar a
todas las personas con quienes me siento agradecido, la lista sería larguísima.
Quiero dedicar mi novela y esta distinción a toda esa multitud que me acompaña.
Pero especialmente a dos niños, a mis hijos Mateo y Valentina, por llenarme día
a día de motivos para seguir viviendo y escribiendo, dos cosas que en mí siempre han sido lo mismo.
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