domingo, 4 de octubre de 2015

Un honor explosivo



Muchas veces polémico,  casi siempre sorprendente,
el Premio Nobel de Literatura sigue siendo
el galardón literario más prestigioso del mundo.

Una reflexión sobre los premios Nobel, 
en el suplemento Generación,
de El Colombiano.

Publicado el 4 de octubre de 2015.

Octubre es un mes especial para los apasionados por la literatura. Cada año, a principios del mes, se anuncia el ganador del Premio Nobel: la distinción literaria más reputada del mundo. Este jueves o el siguiente (la fecha se mantiene en secreto), un nuevo nombre alcanzará la cúspide más alta del prestigio literario. Puede ser Murakami, con su prosa monocorde como música de centro comercial. Puede ser Philip Roth, a quien su condición de eterno candidato le está infligiendo la misma tortura que Borges recibió el siglo pasado. Puede ser un oscuro escritor o escritora que sostenga la idea de que el Premio no es sólo para los afamados. Lo cierto es que, con el anuncio de esta semana, recordaremos que existe un país llamado Suecia y habrá una avalancha de expertos en el galardonado y las ventas de sus libros harán las delicias de algunas editoriales.
Para un observador desprevenido puede resultar absurdo que un grupo de académicos pueda reconocer los mejores escritores de su tiempo. Su tarea es absurda si pensamos que el tiempo suele ser el mejor crítico y a veces tarda siglos en ofrecer su dictamen. Por muy largos que sean sus inviernos, y por muy aplicados que sean en leer, los académicos suecos parecen condenados a equivocarse. Lo verdaderamente admirable es que alguna vez hayan acertado.
Como ocurre con toda selección, al Premio Nobel de literatura se le aplica el refrán: “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Parece haber consenso entre los que están y son. Pocos se atreven a poner en duda que el premio lo merecieran Beckett o Faulkner, Hemingway, Camus o García Márquez, Octavio Paz, Thomas Mann o George Bernard Shaw. También suele haber consenso entre los que no se merecían la distinción. Es unánime la idea de que la academia cometió un exabrupto coronando a don José de Echegaray, en 1904 (el primer autor de lengua castellana que recibió el premio) o a Elfriede Jelenik, en 2004, sobre quien nadie –ni ella misma– se explica cómo llegó a ganar. El Nobel para Jelenik determinó la renuncia del académico Knut Ahnlud, quien consideró que esa concesión le había hecho un daño irreparable a la reputación del Premio.
Pero los ánimos se caldean cuando llega la hora de nombrar a los que merecían la distinción y nunca la recibieron: Leon Tolstoy, Rainer María Rilke, James Joyce, Marcel Proust, Franz Kafka, Henry James, Joseph Conrad, Graham Greene, G. K. Chesterton, Jorge Luis Borges. La lista varía según los gustos, pero muchos sostienen que fue el Premio Nobel el que se perdió el honor de contarlos entre sus ganadores.

Un premio problemático

A finales del siglo XIX, el científico sueco Alfred Nobel acumuló una gran fortuna fabricando comercialmente la dinamita. En 1895, un año antes de su muerte, Nobel destinó 9.200.000 dólares a la concesión de un premio que reconociera aportes, en diversas disciplinas, para el avance de la humanidad. Entre esas “disciplinas” incluyó la literatura y, desde entonces, los 18 miembros de la Academia Sueca de las Letras se han dedicado a repartir laureles con irregular puntería. Al principio distinguieron autores locales o de países vecinos. Luego comprendieron que el dinero del premio lo hacía el más jugoso del mundo y empezaron a coronar escritores de otras latitudes.
El Premio se concede por el conjunto de una obra, no por un solo libro, y su monto ha variado con los años según la fluctuación de los intereses que arrojen las inversiones. Para el 2015 habrá un recorte del 20 por ciento: los ganadores recibirán un poco más de 900 mil euros, en lugar de 1 millón 120 mil euros que recibieron los ganadores del año pasado. Al referirse al monto recibido, el escritor inglés George Bernard Shaw dijo que era “como un salvavidas que se le arroja al nadador cuando ha llegado a la orilla”.
No se ha dejado de notar que el Premio Nobel tiene dos manchas inocultables: el hecho de que provenga del invento humano que más muertes ha causado, y que su rentabilidad provenga –muy probablemente– de inversiones en países del tercer mundo, como algunas minas en África; en otras palabras, de la explotación y esclavitud de miles de personas. Pero la mayoría de los galardonados, por muy críticos que fueran, han preferido ignorar esos detalles y han recibido el Premio emocionados.
La concesión del Nobel de Literatura ha estado rodeada de intrigas. Se dice que una de las razones por las que Jean Paul Sartre rechazó el premio fue porque se lo habían concedido primero a Albert Camus; que a Graham Greene y Somerset Maugham se les negó por ser demasiado populares; que Winston Churchill  recibió la distinción en literatura porque no había manera de que pasara como científico. Una de las historias más dramáticas en torno al Premio Nobel fue la eterna candidatura de Jorge Luis Borges. Durante décadas el escritor argentino sonó como favorito. Cada mes de octubre periodistas y curiosos invadían su casa. Esa inminencia de premio terminó por ser una tortura. Se dice que Borges no recibió el Nobel porque, el año que iban a premiarlo, aceptó una condecoración del dictador chileno, Augusto Pinochet, y elogió “su lucha contra el comunismo”. Otros sostienen que perdió toda posibilidad cuando se burló de las opiniones literarias de un miembro de la Academia Sueca.
Lo cierto es que el Premio Nobel no ha sido una distinción desligada de intereses políticos y, en la segunda mitad del siglo veinte, la Academia mostró abierta preferencia por escritores de izquierda, como Pablo Neruda y Gabriel García Márquez. Cuando la Academia Sueca consideró la posibilidad de concederle el Premio a García Márquez, uno de los argumentos que circulaban era que la concesión del Premio al colombiano favorecería el regreso del socialdemócrata Olof Palme a la posición de Primer Ministro, como en efecto ocurrió.

Colombia y el Nobel

La concesión del Premio Nobel a Gabriel García Márquez, en 1982, dejó claro que además del mérito literario se requiere una activa labor de relaciones públicas. García Márquez buscó el Nobel e hizo lo necesario para obtenerlo. En las redes virtuales circula el video de una conversación entre el colombiano y Pablo Neruda, cuando a éste se le concedió el Nobel en 1971. Allí Neruda dejó saber que estaba abogando por la candidatura de su amigo, y un sobrador García Márquez dio a entender que recibir esa distinción sólo era cuestión de tiempo.
En 1980, meses antes de que se le concediera el Nobel, García Márquez publicó una serie de artículos sobre el tema. En ellos analiza el fenómeno desde distintos ángulos y llega incluso a la minucia de explicar que la palabra Nobel tiene el acento en la e. García Márquez habla de la fuerte campaña de relaciones públicas para que el premio se le concediera a Naipaul (lo recibiría en 2001). Menciona los aciertos y desaciertos más notables en la concesión del galardón. Señala curiosidades: que el más joven en recibirlo fue –y sigue siendo– Rudyard Kipling (de 42 años) y el más viejo, el alemán Paul Heyse (superado luego por la ganadora en 2007, Doris Lessing, de 88 años).  En esa serie, el futuro Nobel hablaría también de las supersticiones, en especial de la leyenda de que los ganadores suelen morir poco después de recibir el Premio.
Pero la serie sobre los Premios Nobel revela más que eso. Como en “El corazón delator”, el cuento de Poe, García Márquez habla de su acercamiento a Arthur Lundkvist, el único miembro de la Academia Sueca que leía castellano en aquel tiempo. García Márquez se refiere a la visita a casa de Lundkvist en Estocolmo y a su colección de libros con dedicatorias “lagartas”. García Márquez no fue ajeno a esa tradición y también le dejó un libro dedicado.
Años después, el mismo García Márquez confesaría que la publicación de su Crónica de una muerte anunciada fue decisiva para que se le otorgara el Nobel. A mediados de los años setenta, el colombiano había dicho que no volvería a publicar hasta que Pinochet dejara el poder en Chile. La Academia manifestó su preocupación por el hecho de que un ganador del Nobel no tuviera intención de volver a publicar. García Márquez disipó las dudas, publicó su novela, y un año después, en diciembre de 1982, llevó el calor y la alegría del Caribe al oscuro invierno del país escandinavo.
Es poco probable que otro escritor colombiano reciba el Premio Nobel en el futuro inmediato. Fernando González, Germán Pardo García, León de Greiff y Baldomero Sanín Cano llegaron a ser postulados.  El primero estuvo cerca de obtenerlo, y los dos últimos presionaron a sus amigos para que los postularan. Se dice que escritores contemporáneos como William Ospina, Juan Gabriel Vásquez y Juan Manuel Roca han procurado acercarse a la Academia Sueca. Pero las probabilidades para ellos no parecen muy altas.
La Academia empieza cada año su proceso de selección con una lista extensa de candidatos. Para este año la lista tuvo 198 autores, entre ellos 30 que se consideran por primera vez. La lista se redujo a veinte candidatos y posteriormente a cinco, que son los que los académicos se dedicaron a leer durante el verano. Los anuncios se hacen en octubre, por ser el mes en que nació Alfred Nobel. La ceremonia de premiación tiene lugar el 10 de diciembre, la fecha en que murió.

Sólo el monto de dinero conferido mantiene al Premio Nobel en su sitial de honor. A medida que avanzamos en el siglo veintiuno, la trascendencia de este premio ya no es la que era en el siglo pasado y no sería de extrañar que algún magnate ocioso decidiera destronarlo. Lo cierto es que dentro de pocos días el mundo hablará con estruendo sobre el nuevo ganador. Habrá fotos, reimpresiones, traducciones y lectores deseosos de leer al elegido. Pero pronto pasarán los sobresaltos de esa súbita explosión. En este mundo frívolo –que el nobel Vargas Llosa denunciara y a la vez alimentara con su romance senil– son tantas las noticias que circulan cada día, y todo cae tan pronto en el olvido, que la gloria de los nobeles no alcanza ni siquiera para el año que dura su reinado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario