lunes, 12 de noviembre de 2018

Así hablaba Wenceslao

Introducción del libro "Vida y opiniones de Wenceslao Triana",
publicado por la editorial UPB.



En Cartagena de Indias, a finales del segundo milenio y comienzos del tercero, vivió un hombre misterioso de celebridad notable. Un día sus escritos ―su única presencia en este mundo― desaparecieron de la misma manera callada como diez años atrás habían empezado a aparecer en la sección editorial del diario El Universal.
Poco, por no decir nada, sabemos de la vida y milagros de Wenceslao Triana. Se ignora el lugar y la fecha de su nacimiento. No se tienen testimonios sobre su muerte. Es casi imposible encontrar personas con quienes haya tenido encuentros personales. Siempre rechazó con diplomacia las invitaciones que le hacían. Cuando sus lectores intentaban contactarlo respondía con saludos y evasivas al final de sus columnas. Al parecer nadie llegó a saber exactamente dónde vivía o cómo era. La única imagen suya que nos queda es el dibujo pensativo que acompañó siempre sus notas semanales.
Salvo un testimonio apócrifo ―y calumnioso― sobre el lugar y la manera como llevaba a cabo sus meditaciones, lo único que podemos afirmar sobre Wenceslao Triana se encuentra en la obra periodística de la que aquí se ofrece una generosa selección. Se sabe que no nació en Cartagena de Indias, que muy probablemente nació en el interior de ese lugar que él llamaba “El país de los colombios”; pero Cartagena fue siempre el centro y el auditorio de todas sus reflexiones, incluso cuando decidió exiliarse en el País del sueño.
Su otro nacimiento ―si aceptamos que su vida es lo que nos queda de ella― se produjo a finales de 1993, cuando Triana estaba cerca de cumplir noventa años. Semana tras semana, Wenceslao fue ganando una audiencia fiel y numerosa, a pesar de que siempre insistía en referirse a sus “dos o tres lectores”. La audacia de sus títulos, la singularidad de sus enfoques, el humor y la ironía fueron algunos de sus rasgos característicos.
Podría pensarse que el estilo juguetón y creativo de sus escritos representaba una innovación en la forma de hacer periodismo de opinión. Pero solo se trataba de un regreso a las formas originales, a un tiempo en que la nota editorial podía considerarse un género literario y era espacio de libertad expresiva. Grandes manifestaciones de ese periodismo literario se habían visto cincuenta años atrás, en los primeros tiempos de ese mismo diario El Universal, cuando las páginas editoriales estaban en manos de creadores como Clemente Manuel Zabala, Héctor Rojas Herazo o Gabriel García Márquez. Entonces, la columna de opinión era el taller donde se exploraban los límites y posibilidades de la palabra escrita. Wenceslao es un heredero de esa tradición, aunque la monotonía generalizada hacía ver su propuesta como algo novedoso y adelantado a su tiempo.
Los textos de Wenceslao Triana se ocupan de un amplio espectro temático: la literatura, el fútbol, la ciencia, el cine, la política, la música, la historia, la crítica a los medios; para mencionar solo algunos de los temas recurrentes. Muchos cumplen al mismo tiempo con las funciones básicas del periodismo de opinión y de la reflexión filosófica. Esa doble perspectiva es el rasgo más característico de la obra de Wenceslao y aquello que explica su vigencia mucho tiempo después de ocurridos los hechos que la inspiraron.

Como documentos históricos, los escritos de Wenceslao Triana nos ofrecen una mirada singular a los hechos que marcaron la vida mundial, nacional y local a finales del siglo XX y comienzos del XXI. En el plano internacional nos ofrece reflexiones sobre temas políticos y ecológicos, sobre demografía, sobre la popularización de  Internet y los teléfonos celulares, sobre avances científicos capitales como la clonación, el estudio del ADN, las exploraciones espaciales y hasta la aparición del Viagra. Muchas veces Wenceslao recurre a la figura del hipotético lector del futuro para distanciarse un poco de ese final de milenio saturado de hechos, pero falto de perspectiva. “Imaginé esos rostros y risas vistos por alguien dentro de varios siglos. Imaginé un sistema aún inédito para visualizar el pasado, la gente tratando a su vez de imaginar lo que pensaban las personas de este final de milenio” (“Alí”, 24 de julio de 1996).
A nivel nacional, los textos de Wenceslao cubren la historia de Colombia desde el final de la presidencia de César Gaviria, pasando por los gobiernos de Ernesto Samper y Andrés Pastrana, hasta los inicios del mandato de Álvaro Uribe. A pesar de su abierta aversión a la política son numerosas sus notas cargadas de ironía, sus propuestas descabelladas frente a una crisis social e institucional desalentadora. La guerra, las masacres, la corrupción, las cortinas de humo que distrajeron a la opinión pública en aquellos años, son alusiones constantes o temas centrales de sus columnas. Dentro de esa línea de reflexión podemos incluir muchos de sus comentarios sobre temas deportivos, en especial sobre fútbol. La participación de Colombia en dos campeonatos mundiales, las alegrías desbordadas y las tragedias le dan pie a Wenceslao para hablar sobre la identidad nacional, algunas veces con profunda desazón.
A nivel local Wenceslao se ocupa de las glorias y mezquindades de una pequeña ciudad de provincia que goza, paradójicamente, de un especial atractivo para personas de todo el mundo. Cartagena de Indias es un microcosmos ideal para reflexionar sobre “la vida ciudadana”, sobre la política local, sobre los prejuicios, padecimientos y alienaciones de su sociedad. Al lado de eso, las visitas de personalidades, las grandes convenciones internacionales, los reinados, el turismo y los festivales ofrecen motivos en abundancia para que las notas tengan siempre un interés que rebasa lo estrictamente local.
Pero no todo es historia en las columnas de Wenceslao. Como puede apreciarse en la distribución que se hace en este libro, hay en su obra intereses que no tienen siempre un vínculo directo con los hechos de actualidad. Su pasión por el cine y por la literatura es evidente. En alguna ocasión, cansado de los hechos de violencia, expresó su intención de seguir hablando solamente de literatura, pero no pudo ser consecuente con su promesa. Muchas de sus notas son reseñas biográficas o anécdotas de escritores. Abundan también las reflexiones sobre el lenguaje y la creación escrita. Otro de sus grandes intereses es la búsqueda de historias de orígenes diversos. Una de las secciones de este libro reúne, justamente, esas historias escuchadas, vistas, leídas y en ocasiones rescatadas tras siglos de olvido. Al lado de esas historias también es necesario incluir algunos textos que podemos llamar crónicas: testimonios escritos de eventos o momentos específicos.
Si se quisiera hacer un estudio cronológico de los textos de Wenceslao podríamos decir que hay dos períodos de cinco años claramente definidos. Durante el primero, entre agosto de 1993 y diciembre de 1998, Wenceslao es un habitante anónimo de Cartagena de Indias que vive la misma realidad de sus lectores. A finales de 1998 parecía que su aventura periodística había llegado a su fin. Muchas de sus últimas columnas de ese año están cargadas de nostalgia y contienen despedidas implícitas. Pero después de unos meses en el País del sueño Wenceslao reanuda su tarea, ahora desde la perspectiva del exilio. Esa nueva perspectiva acompaña sus escritos desde 1999 hasta mayo del 2003, cuando sus colaboraciones dejan de aparecer sin explicación alguna. En cada sección de este libro se ha querido hacer notoria esa transición separando gráficamente, con tres asteriscos, las columnas de un período y otro.
La expresión el “País del sueño” ameritaría una reflexión adicional, pero este no es el espacio para hacerla. Que baste con saber que apareció desde la primera columna que Wenceslao envió a El Universal desde los Estados Unidos y que la expresión, además de aludir al llamado Sueño Americano, tiene implícitas también realidades más prosaicas.
Antes de concluir esta introducción, que Wenceslao habría calificado de “verborreica”, y a lo mejor de “hiperlábica”, se justifica hacer algunas consideraciones sobre su estilo. Una de las primeras revelaciones que asalta a los lectores es que no siempre el comentario aparece esbozado de manera directa y solo se descubre cuando se considera el contexto en que aparece la nota. En algunos casos, los hechos comentados eran tan conocidos por los lectores que Wenceslao no se tomaba el trabajo de usar nombres propios o detalles específicos. Como es evidente que la distancia con los hechos puede hacer difícil mantener esas referencias se ha optado en esta edición por agregar notas de pie de página cuando se consideran necesarias.
En otros casos la omisión tiene una intención irónica. En “Los sonidos de la casa” (18 de junio de 1998), por ejemplo, Wenceslao se dedica a hablar de fútbol o de detalles nimios de su hogar, pero lo que hace en realidad es ignorar, mostrar con su indiferencia la poca importancia que le da a las elecciones políticas. Sus notas, aparentemente anacrónicas, generaban opinión por el contraste entre ellas y el resto del contenido del periódico, recargado de información sobre el proceso electoral.
En columnas como “Instrucciones para comprar una cacerola” (16 de enero de 2002) la única manera de entender que se trata de una columna política es recordar que en los días en que apareció publicada los llamados cacerolazos, o protestas de la ciudadanía haciendo estruendo con cacerolas, se estaban volviendo comunes en América Latina. La columna es, en cierto modo, una invitación a la protesta.
A veces es necesario un ojo atento a la ironía para entender lo que el autor quiere decir. En “Un triciclo reciclable” (26 de mayo de 1999), lo que parece un ataque fiero a una publicación hecha por jóvenes cartageneros es, en realidad, un elogio disfrazado en el que Wenceslao también les da consejos para sobrevivir en una sociedad de doble moral.
No es fácil describir el estilo de Wenceslao Triana. Muchas veces es telegráfico. Abundan los párrafos con una sola oración, el juego con los silencios. Sus columnas poseen a veces la disposición de un poema. En “Columna con una salvedad”, por ejemplo, parodia el poema de Eduardo Carranza “Soneto con una salvedad”. Cada frase está dispuesta como un párrafo separado y la última línea del poema: “Salvo mi corazón, todo está bien”, aparecen con un sentido opuesto.
Wenceslao no les teme a los adjetivos; los emplea, abunda en ellos, habla del “horror vacío y tenso” en el que se interna un cohete, o se refiere a los seres humanos como “aquellos seres erráticos y torpes que fueron castigados con el aguijón del pensamiento”. Un pasaje de una columna suya sobre el mar nos muestra que podía acumular cualquier cantidad de términos, como de hecho hizo en algunas columnas formadas solamente por listas de palabras: “Conocí el mar demasiado tarde para ser grumete, tarde también para embarcarme como polizón, pero a tiempo para maravillarme todavía con todos sus matices de mar verdadero, salado, espumoso, jadeante, voluble”. Wenceslao tampoco le temía a crear palabras nuevas cuando no existían las que necesitaba. Quizá uno de los inventos de los que más se vanaglorió fue la palabra colombios, que tomó de uno de sus nietos:

Se me ocurre que la palabra colombios nos define mejor que el gentilicio convencional. Colombios suena como a civilización extraterrestre, no muy civilizada, o a familia de mamíferos pequeños, inquietos, de ojos vivaces y comportamiento absurdo (“Razones de los colombios”, 22 de marzo de 2002).

Como corresponde a un buen amante de la literatura, sus notas están llenas de alusiones literarias. Un inventario de esas alusiones nos permitiría, tal vez, rastrear en las fuentes de su estilo y sus temáticas. Se trataba sin duda de guiños para los lectores que compartían su pasión por los libros. Algunas veces, las alusiones son mitológicas, como cuando sugiere la figura de Prometeo en un “Mohamed Alí, dueño absoluto del fuego y encadenado al mal de Parkinson”. Pero son más comunes las alusiones literarias, las referencias, los parafraseos. En “Nuestro día D”, por ejemplo, Wenceslao se las arregla para aludir a Marcel Proust y a Dante en las primeras líneas. “Al despertar siempre nos toca recordar en un instante los pormenores de ese sueño recurrente que llaman realidad. Recordar nuestro nombre, nuestra difusa identidad, precisar el trayecto del ‘camino de la vida’ en el que nos encontramos” (“Nuestro día D”, 22 de junio de 1994).
Esa misma nota tiene también un sentido premonitorio, nos revela la manera como Wenceslao interpretaba los hechos. Apareció publicada el día en que la selección de Colombia se enfrentó a los Estados Unidos en el Mundial de Fútbol de 1994, el partido en el que Andrés Escobar anotó el autogol que le costó la vida. En esa nota, Wenceslao hablaba de las posibles consecuencias y reacciones si Colombia perdía ese partido. “Lo que está en juego no es solo un juego. Los hombres de amarillo lo saben. Un pase afortunado, un golpe de suerte y serán endiosados. Un traspié, un dolor o un temor y serán masacrados”.
La reacción tras el asesinato de Escobar es otro ejemplo de columna de opinión que no hace ninguna referencia directa a los hechos que la inspiran. Fue la única columna de Wenceslao que no apareció en la página editorial. Fue publicada como un recuadro en la página quinta de El Universal, al lado de un artículo sobre los hechos y una fotografía del futbolista. El texto no hace ni una sola alusión al hecho que la inspira, aquí el silencio se convierte en opinión. Esa columna, “Quiero ser de otro lado”, expresa una visión sombría del país que subyace en las columnas posteriores sobre y desde el exilio.
Podría decirse que es una lástima tener poca información sobre el autor de los textos que hoy aparecen reunidos. Pero una vez se empieza a leerlos se descubre que allí está Wenceslao en toda su dimensión, que sus columnas eran la forma que encontró para llegar hasta nosotros de la manera más viva. Por eso el título de este libro. Porque cada vez que alguien se acerque a conocer sus opiniones volverá a darle vida a ese anciano juvenil y enamorado que llegó y se marchó, a la manera de Fray Luis, sin hacer mucho “ruïdo” .

G. A.






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