Introducción del libro "Vida y opiniones de Wenceslao Triana",
publicado por la editorial UPB.
En Cartagena de Indias, a
finales del segundo milenio y comienzos del tercero, vivió un hombre misterioso
de celebridad notable. Un día sus escritos ―su única presencia en este mundo―
desaparecieron de la misma manera callada como diez años atrás habían empezado
a aparecer en la sección editorial del diario El Universal.
Poco, por no decir nada,
sabemos de la vida y milagros de Wenceslao Triana. Se ignora el lugar y la
fecha de su nacimiento. No se tienen testimonios sobre su muerte. Es casi
imposible encontrar personas con quienes haya tenido encuentros personales.
Siempre rechazó con diplomacia las invitaciones que le hacían. Cuando sus
lectores intentaban contactarlo respondía con saludos y evasivas al final de
sus columnas. Al parecer nadie llegó a saber exactamente dónde vivía o cómo
era. La única imagen suya que nos queda es el dibujo pensativo que acompañó
siempre sus notas semanales.
Salvo un testimonio apócrifo
―y calumnioso― sobre el lugar y la manera como llevaba a cabo sus meditaciones,
lo único que podemos afirmar sobre Wenceslao Triana se encuentra en la obra
periodística de la que aquí se ofrece una generosa selección. Se sabe que no
nació en Cartagena de Indias, que muy probablemente nació en el interior de ese
lugar que él llamaba “El país de los colombios”; pero Cartagena fue siempre el
centro y el auditorio de todas sus reflexiones, incluso cuando decidió
exiliarse en el País del sueño.
Su otro nacimiento ―si
aceptamos que su vida es lo que nos queda de ella― se produjo a finales de
1993, cuando Triana estaba cerca de cumplir noventa años. Semana tras semana,
Wenceslao fue ganando una audiencia fiel y numerosa, a pesar de que siempre
insistía en referirse a sus “dos o tres lectores”. La audacia de sus títulos,
la singularidad de sus enfoques, el humor y la ironía fueron algunos de sus
rasgos característicos.
Podría pensarse que el estilo
juguetón y creativo de sus escritos representaba una innovación en la forma de
hacer periodismo de opinión. Pero solo se trataba de un regreso a las formas
originales, a un tiempo en que la nota editorial podía considerarse un género
literario y era espacio de libertad expresiva. Grandes manifestaciones de ese
periodismo literario se habían visto cincuenta años atrás, en los primeros
tiempos de ese mismo diario El Universal, cuando las páginas editoriales
estaban en manos de creadores como Clemente Manuel Zabala, Héctor Rojas Herazo
o Gabriel García Márquez. Entonces, la columna de opinión era el taller donde
se exploraban los límites y posibilidades de la palabra escrita. Wenceslao es
un heredero de esa tradición, aunque la monotonía generalizada hacía ver su
propuesta como algo novedoso y adelantado a su tiempo.
Los textos de Wenceslao
Triana se ocupan de un amplio espectro temático: la literatura, el fútbol, la
ciencia, el cine, la política, la música, la historia, la crítica a los medios;
para mencionar solo algunos de los temas recurrentes. Muchos cumplen al mismo
tiempo con las funciones básicas del periodismo de opinión y de la reflexión
filosófica. Esa doble perspectiva es el rasgo más característico de la obra de
Wenceslao y aquello que explica su vigencia mucho tiempo después de ocurridos
los hechos que la inspiraron.
Como documentos históricos,
los escritos de Wenceslao Triana nos ofrecen una mirada singular a los hechos
que marcaron la vida mundial, nacional y local a finales del siglo XX y
comienzos del XXI. En el plano internacional nos ofrece reflexiones sobre temas
políticos y ecológicos, sobre demografía, sobre la popularización de Internet y los teléfonos celulares, sobre
avances científicos capitales como la clonación, el estudio del ADN, las
exploraciones espaciales y hasta la aparición del Viagra. Muchas veces
Wenceslao recurre a la figura del hipotético lector del futuro para
distanciarse un poco de ese final de milenio saturado de hechos, pero falto de
perspectiva. “Imaginé esos rostros y risas vistos por alguien dentro de varios
siglos. Imaginé un sistema aún inédito para visualizar el pasado, la gente
tratando a su vez de imaginar lo que pensaban las personas de este final de
milenio” (“Alí”, 24 de julio de 1996).
A nivel nacional, los textos
de Wenceslao cubren la historia de Colombia desde el final de la presidencia de
César Gaviria, pasando por los gobiernos de Ernesto Samper y Andrés Pastrana,
hasta los inicios del mandato de Álvaro Uribe. A pesar de su abierta aversión a
la política son numerosas sus notas cargadas de ironía, sus propuestas
descabelladas frente a una crisis social e institucional desalentadora. La
guerra, las masacres, la corrupción, las cortinas de humo que distrajeron a la
opinión pública en aquellos años, son alusiones constantes o temas centrales de
sus columnas. Dentro de esa línea de reflexión podemos incluir muchos de sus
comentarios sobre temas deportivos, en especial sobre fútbol. La participación
de Colombia en dos campeonatos mundiales, las alegrías desbordadas y las tragedias
le dan pie a Wenceslao para hablar sobre la identidad nacional, algunas veces
con profunda desazón.
A nivel local Wenceslao se
ocupa de las glorias y mezquindades de una pequeña ciudad de provincia que
goza, paradójicamente, de un especial atractivo para personas de todo el mundo.
Cartagena de Indias es un microcosmos ideal para reflexionar sobre “la vida
ciudadana”, sobre la política local, sobre los prejuicios, padecimientos y
alienaciones de su sociedad. Al lado de eso, las visitas de personalidades,
las grandes convenciones internacionales, los reinados, el turismo y los
festivales ofrecen motivos en abundancia para que las notas tengan siempre un
interés que rebasa lo estrictamente local.
Pero no todo es historia en
las columnas de Wenceslao. Como puede apreciarse en la distribución que se hace
en este libro, hay en su obra intereses que no tienen siempre un vínculo
directo con los hechos de actualidad. Su pasión por el cine y por la literatura
es evidente. En alguna ocasión, cansado de los hechos de violencia, expresó su
intención de seguir hablando solamente de literatura, pero no pudo ser
consecuente con su promesa. Muchas de sus notas son reseñas biográficas o
anécdotas de escritores. Abundan también las reflexiones sobre el lenguaje y la
creación escrita. Otro de sus grandes intereses es la búsqueda de historias de
orígenes diversos. Una de las secciones de este libro reúne, justamente, esas
historias escuchadas, vistas, leídas y en ocasiones rescatadas tras siglos de
olvido. Al lado de esas historias también es necesario incluir algunos textos
que podemos llamar crónicas: testimonios escritos de eventos o momentos
específicos.
Si se quisiera hacer un
estudio cronológico de los textos de Wenceslao podríamos decir que hay dos
períodos de cinco años claramente definidos. Durante el primero, entre agosto
de 1993 y diciembre de 1998, Wenceslao es un habitante anónimo de Cartagena de
Indias que vive la misma realidad de sus lectores. A finales de 1998 parecía
que su aventura periodística había llegado a su fin. Muchas de sus últimas
columnas de ese año están cargadas de nostalgia y contienen despedidas
implícitas. Pero después de unos meses en el País del sueño Wenceslao reanuda
su tarea, ahora desde la perspectiva del exilio. Esa nueva perspectiva acompaña
sus escritos desde 1999 hasta mayo del 2003, cuando sus colaboraciones dejan de
aparecer sin explicación alguna. En cada sección de este libro se ha querido
hacer notoria esa transición separando gráficamente, con tres asteriscos, las
columnas de un período y otro.
La expresión el “País del
sueño” ameritaría una reflexión adicional, pero este no es el espacio para
hacerla. Que baste con saber que apareció desde la primera columna que
Wenceslao envió a El Universal desde los Estados Unidos y que la expresión,
además de aludir al llamado Sueño Americano, tiene implícitas también
realidades más prosaicas.
Antes de concluir esta
introducción, que Wenceslao habría calificado de “verborreica”, y a lo mejor de
“hiperlábica”, se justifica hacer algunas consideraciones sobre su estilo. Una
de las primeras revelaciones que asalta a los lectores es que no siempre el
comentario aparece esbozado de manera directa y solo se descubre cuando se
considera el contexto en que aparece la nota. En algunos casos, los hechos comentados
eran tan conocidos por los lectores que Wenceslao no se tomaba el trabajo de
usar nombres propios o detalles específicos. Como es evidente que la distancia
con los hechos puede hacer difícil mantener esas referencias se ha optado en
esta edición por agregar notas de pie de página cuando se consideran
necesarias.
En otros casos la omisión
tiene una intención irónica. En “Los sonidos de la casa” (18 de junio de 1998),
por ejemplo, Wenceslao se dedica a hablar de fútbol o de detalles nimios de su
hogar, pero lo que hace en realidad es ignorar, mostrar con su indiferencia la
poca importancia que le da a las elecciones políticas. Sus notas, aparentemente
anacrónicas, generaban opinión por el contraste entre ellas y el resto del
contenido del periódico, recargado de información sobre el proceso electoral.
En columnas como
“Instrucciones para comprar una cacerola” (16 de enero de 2002) la única manera
de entender que se trata de una columna política es recordar que en los días en
que apareció publicada los llamados cacerolazos, o protestas de la ciudadanía
haciendo estruendo con cacerolas, se estaban volviendo comunes en América
Latina. La columna es, en cierto modo, una invitación a la protesta.
A veces es necesario un ojo
atento a la ironía para entender lo que el autor quiere decir. En “Un triciclo
reciclable” (26 de mayo de 1999), lo que parece un ataque fiero a una
publicación hecha por jóvenes cartageneros es, en realidad, un elogio
disfrazado en el que Wenceslao también les da consejos para sobrevivir en una
sociedad de doble moral.
No es fácil describir el
estilo de Wenceslao Triana. Muchas veces es telegráfico. Abundan los párrafos
con una sola oración, el juego con los silencios. Sus columnas poseen a veces
la disposición de un poema. En “Columna con una salvedad”, por ejemplo, parodia
el poema de Eduardo Carranza “Soneto con una salvedad”. Cada frase está
dispuesta como un párrafo separado y la última línea del poema: “Salvo mi
corazón, todo está bien”, aparecen con un sentido opuesto.
Wenceslao no les teme a los
adjetivos; los emplea, abunda en ellos, habla del “horror vacío y tenso” en el
que se interna un cohete, o se refiere a los seres humanos como “aquellos seres
erráticos y torpes que fueron castigados con el aguijón del pensamiento”. Un pasaje
de una columna suya sobre el mar nos muestra que podía acumular cualquier
cantidad de términos, como de hecho hizo en algunas columnas formadas solamente
por listas de palabras: “Conocí el mar demasiado tarde para ser grumete, tarde
también para embarcarme como polizón, pero a tiempo para maravillarme todavía
con todos sus matices de mar verdadero, salado, espumoso, jadeante, voluble”.
Wenceslao tampoco le temía a crear palabras nuevas cuando no existían las que
necesitaba. Quizá uno de los inventos de los que más se vanaglorió fue la
palabra colombios, que tomó de uno de sus nietos:
Se me ocurre que la palabra
colombios nos define mejor que el gentilicio convencional. Colombios suena como
a civilización extraterrestre, no muy civilizada, o a familia de mamíferos
pequeños, inquietos, de ojos vivaces y comportamiento absurdo (“Razones de los
colombios”, 22 de marzo de 2002).
Como corresponde a un buen
amante de la literatura, sus notas están llenas de alusiones literarias. Un
inventario de esas alusiones nos permitiría, tal vez, rastrear en las fuentes
de su estilo y sus temáticas. Se trataba sin duda de guiños para los lectores
que compartían su pasión por los libros. Algunas veces, las alusiones son
mitológicas, como cuando sugiere la figura de Prometeo en un “Mohamed Alí,
dueño absoluto del fuego y encadenado al mal de Parkinson”. Pero son más
comunes las alusiones literarias, las referencias, los parafraseos. En “Nuestro
día D”, por ejemplo, Wenceslao se las arregla para aludir a Marcel Proust y a
Dante en las primeras líneas. “Al despertar siempre nos toca recordar en un
instante los pormenores de ese sueño recurrente que llaman realidad. Recordar
nuestro nombre, nuestra difusa identidad, precisar el trayecto del ‘camino de
la vida’ en el que nos encontramos” (“Nuestro día D”, 22 de junio de 1994).
Esa misma nota tiene también
un sentido premonitorio, nos revela la manera como Wenceslao interpretaba los
hechos. Apareció publicada el día en que la selección de Colombia se enfrentó a
los Estados Unidos en el Mundial de Fútbol de 1994, el partido en el que Andrés
Escobar anotó el autogol que le costó la vida. En esa nota, Wenceslao hablaba
de las posibles consecuencias y reacciones si Colombia perdía ese partido. “Lo
que está en juego no es solo un juego. Los hombres de amarillo lo saben. Un
pase afortunado, un golpe de suerte y serán endiosados. Un traspié, un dolor o
un temor y serán masacrados”.
La reacción tras el asesinato
de Escobar es otro ejemplo de columna de opinión que no hace ninguna referencia
directa a los hechos que la inspiran. Fue la única columna de Wenceslao que no
apareció en la página editorial. Fue publicada como un recuadro en la página
quinta de El Universal, al lado de un artículo sobre los hechos y una
fotografía del futbolista. El texto no hace ni una sola alusión al hecho que la
inspira, aquí el silencio se convierte en opinión. Esa columna, “Quiero ser de
otro lado”, expresa una visión sombría del país que subyace en las columnas
posteriores sobre y desde el exilio.
Podría decirse que es una
lástima tener poca información sobre el autor de los textos que hoy aparecen
reunidos. Pero una vez se empieza a leerlos se descubre que allí está Wenceslao
en toda su dimensión, que sus columnas eran la forma que encontró para llegar
hasta nosotros de la manera más viva. Por eso el título de este libro. Porque
cada vez que alguien se acerque a conocer sus opiniones volverá a darle vida a
ese anciano juvenil y enamorado que llegó y se marchó, a la manera de Fray
Luis, sin hacer mucho “ruïdo” .
G. A.
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