Del baúl, un texto publicado en El Universal de Cartagena
el martes 26 de
noviembre de 1991
Más allá de homo, hetero o
bisexualidades y enfermedades del siglo, más allá de si el sida es algo que nos
incumbe, la muerte es una sola y la vida personal de alguien no debe ser el
criterio para medir la trascendencia de sus actos.
Freddy Mercury, el “astro del
rock”, fallecido el pasado domingo, ha sido, es y (si el mundo es justo, si los
hombres no arrojamos sobre él, como lo hemos hecho sobre muchos, el indiferente
olvido) será considerado el artista con una de las voces más perfectas de la
música moderna, una de las manifestaciones más intensas de ese sutil
instrumento llamado la voz humana.
Queen, rock para pensar
Hablar de Freddy Mercury es
hablar del grupo Queen, y hablar del grupo Queen es hablar de un rock lejano al
facilismo.
Si bien el grupo tuvo
momentos en que hacía concesiones al gusto fácil y lo comercial, la totalidad
de su discografía presenta una obra sólida, pensada, con alcances literarios
que remiten a la tradición poética inglesa, rica en símbolos, plena de significados.
No es gratuito que la
orquesta sinfónica de Londres haya hecho arreglos de temas musicales de ese
grupo. Más allá de sus contenidos, hay entre ellos verdaderas obras maestras.
Al escuchar canciones como “Rapsodia
Bohemia”, con sus coros infinitos, "La“canción del profeta”, esa mezcla de
furia y suavidad, o “Black Queen”, se tiene la sensación de que se está ante
obras musicales que vencerán el tiempo y el olvido, que dejarán de ser
patrimonio de unas pocas generaciones para ser patrimonio, reflejo, expresión
de una forma de ser profundamente humana.
Detrás de todo eso estaban
John Deacon, Roger Taylor, Bryan May, un guitarrista que merece capítulo aparte,
y Mercury, pianista y cantante, alma de Queen, aliento vital de su música.
El último aliento
Decía Cortázar que morimos con
la muerte de cada amigo. Con la muerte de Mercury, que es también la muerte de Queen,
miles de personas en el mundo sienten que ha muerto una parte de ellos.
Ahora todo es pasado y riesgo
de olvido, Ahora cada disco se vuelve valioso recuerdo. Ahora no es lo mismo
escuchar el último disco de Queen, esas palabras en “Innuendo” que, por entre
el desencanto por una humanidad agresiva y desbocada, dicen: “Seguiremos
intentándolo”.
Hay muchas cosas que ya nunca
más sucederán. Sin saberlo, diariamente nos estamos despidiendo de algo o de
alguien que no veremos nunca más. “Bijou”, tal vez la última gran obra maestra de Queen, ahora es solo lo que
queda en las grabaciones. Ya nunca más se encontrarán la voz de Mercury y la
guitarra de Bryan May, el mundo no volverá a ser testigo de tan afortunado
encuentro.
Para muchos quedará cancelado
de por vida el sueño de asistir a un concierto de Queen con Freddy Mercury,
muchos tendremos que contentarnos con sacar los discos, desempolvar algunos que
teníamos ingratamente olvidados y escucharlos y pensar y suspirar y dejar
imaginariamente una rosa sobre la tumba de Mercury, mientras le decimos con una
voz gangosa y torpe, con más dolor por nosotros que por él: “Show must go on”,
el show debe continuar, esa terrible sentencia del coro que se pierde en el
silencio, al final de la última canción del último lado del último disco de
Queen.
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