En noviembre de 1990, después de haber colaborado con un par de artículos para el Dominical, recibí la invitación del periódico El Universal, de Cartagena, para remplazar por tres semanas a su redactor cultural, Gustavo Tatis, quien llevaba muchos años sin tomar vacaciones.
En "Al día con la cultura", además de las noticias regulares, escribí mis primeras crónicas.
Ésta es una de ellas.
Historia
de un viajero
A finales de un milenio en que todo es rapidez y
eficacia, el satélite y los vuelos supersónicos hacen que el mundo empiece a parecernos
pequeño. Por eso tiene un encanto especial encontrarse con viajeros que parecen
descendientes de los antiguos exploradores; personas que un día deciden salir a
recorrer el mundo como si fuera el patio de su casa, lentamente, a veces
buscando dificultades, sin la prisa de los turistas, a los que difícilmente les
alcanza el tiempo para tomar sus fotos.
Cartagena es una ciudad que atrae a este tipo de
viajeros. Aquí llegan seres de todas partes del mundo, cada uno con una
historia fascinante. Ahora hemos tenido la oportunidad de conocer un pedazo de
la vida de Schell Klaus, un alemán cansado y curtido por el sol, que a
principios de este año tomó un avión en Luxemburgo, hasta lima, Perú, para
embarcarse en una aventura más de su trasegada vida.
Pero, empezar a contar la historia por el inicio de ese
viaje que ahora lo tiene en nuestra ciudad, sería dejar de lado una vida que ya
de por sí resulta interesante. Shell nació en Volklingen, Alemania Federal,
hace 44 años. En 1957, él y su familia se radican en Alemania Oriental. Lo
siguientes años fueron de ires y venires
a través del muro de Berlín, siempre lejos de alguien, siempre en busca
de alguien. En 1964, durante un viaje a Yugoslavia, fue deportado a Alemania Oriental,
donde fue puesto preso dos años más tarde por su descontento con el sistema
vigente. Según las leyes del estado socialista, la preparación de un escape o
la sola intención de escapar son penalizables. Siete años más tarde pudo viajar
a Alemania Federal, donde continuó una vida errante, trabajando en circos que recorrían
Europa, como electricista, mecánico, chofer, encargado de montaje. Los últimos
ocho años ha estado radicado en España, lugar donde aprendió el idioma y tuvo
la idea de conocer Suramérica: para él, un remoto y brumoso lugar de selvas y ríos
y formas de vida exóticas.
Schell ha visitado India, África y casi toda Europa,
utilizando los medios más insospechados: una pequeña moto, una bicicleta, pidiendo
aventón. Precisamente este viaje que ahora vive lo emprendió en bicicleta. Partió
del Perú hacia Brasil, luego a Uruguay, y pasó más tarde a Argentina, donde
estuvo durante seis meses y donde le sucedieron las mejores y peores cosas de
este viaje: el robo de la bicicleta y de todo su dinero, y la notica de la unificación
alemana.
Por eso suspendió este viaje que estaba previsto para
durar más tiempo. Sin dinero, comiendo poco, Schell sólo piensa en volver a su país.
El viajero errante tiene ahora una meta fija: llegar a Alemania, reencontrase
con su familia, volver a ver a su madre después de veinticuatro años.
Así son las historias de los viajeros que pasan por esta ciudad.
Siempre con alegrías y desilusiones. Pero siempre llenas de un desmesurado amor
por la vida, representado en el afán siempre constante de recorrer kilómetro a kilómetro
ese camino del que todos terminamos siendo un pequeño trayecto.
El Universal. 29 de noviembre de 1990.
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