Foto: Valentina Arango
Primera carta a Mateo
Por Wenceslao Triana
Te
escribo desde un mundo al que le quedan pocos días, un mundo en el que sólo
eres las huellas que te anuncian: esa luna luminosa donde vives, esa cuna con
ecos de bosque, ese pato, ese payaso, ese tibio sobresalto con que sueles
saludarnos.
Te
escribo para hablarte de esta tensa y feliz agonía, de este tiempo arcaico y
obsoleto que no te tiene en cuenta, de esta espera del instante en que el mundo
se fragmente y multiplique.
Como hace
la serpiente -hay serpientes en el mundo, hijo mío, ya habrá tiempo para
hablarte de esa mezcla de belleza y de peligro- también aquí nosotros deseamos
despojarnos de la piel que nos recubre y desdoblarnos hacia otra que te incluya
y te acaricie.
Tienen
estos días de la espera un olor de pasado remoto, de tiempo en que no estabas
-imagínate- cuando en unas semanas -y durante todo el tiempo que vivamos- será
para nosotros imposible pensar en nuestras vidas sin pensarte, decidir nuestros
destinos sin contar antes contigo, vivir alegrías y tristezas, muertes y
nacimientos, sin que tus sentimientos estén allí presentes.
Y la
espera es monótona y suicida. Queremos que el tiempo vuele hasta el instante de
tu arribo, para entonces pedirle que no se mueva, que no avance, que no
transcurra con su amenaza y su cuenta regresiva.
Y matamos
las horas como un niño que se pasa la tarde frente a un hormiguero, obstinado,
contando, mirando.
(Algún
día te hablaré de las hormigas, hijo mío)
Nosotros
contamos y miramos conjeturas. Le ponemos mil colores a tus ojos y a tu pelo.
Tu voz es
muchas voces y ninguna.
Llegamos
incluso a inventarte unos gestos y sueños, una manera de amarnos y de
recriminarnos.
Pero
tanto especular cansa, tanto imaginarte teniendo la certeza de estar
equivocados, cuando lo que de verdad nos sirve es tu presencia.
Entonces
nos armamos de paciencia y esperamos.
Sólo
falta que escuches el llamado y que lo atiendas.
Y no
olvides que no hay nada que temer cuando empiece el cataclismo.
A pesar
del aire intruso y lacerante que traerá de lo profundo el primer grito.
A pesar
de esa agonía persistente que es el hambre.
A pesar
de esa incansable sucesión de horrores y consuelos que es la vida, procura
estar sereno.
Porque
aquí hay todo un ejército esperándote, dispuesto a adivinar cualquier deseo,
atento a consolarte y a saciarte
Dispuesto
a dar la vida, si es preciso, para que sobrevivas y lleves nuestra sangre y
nuestros sueños un poco más adelante.
Junio 18
de 1997.
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