En un parque muy lindo, dos niños jugaban a los vaqueros.
Por entre las ramas de los verdes árboles se asomaban para
dispararse con sus pistolas imaginarias.
“Pam”, “Pun”, “Bang”, sonaban los sonidos de los disparos
que hacían los dos juguetones niños.
Resulta que, por esas cosas de los juegos y la guerra, quedaron
los dos en un campo abierto.
El más rápido sería el ganador.
Uno de ellos, de cabello negro y algo ensortijado,
disparó antes que su rubio rival.
El rubio rival se llevó una mano al pecho. Como un enorme
árbol a punto de derrumbarse, comenzó a bambolearse.
Caminó con dificultad, llevándose ambas manos al corazón
y con cara de dolor y de angustia.
Casi arrastrándose, terminó de llegar a una roca.
Dejó el arma a un lado y, con respiración agitada y cada
vez menos fuerzas, comenzó a tratar de hablar.
Antes de cerrar los ojos y dejar caer la cara a un lado,
dijo que regresaría para vengarse.
El de cabello ensortijado se acercó al amiguito que
fingía estar muerto.
Observó el esfuerzo que hacía por detener el aliento, los
ojos entrecerrados de pestañas que vibraban contenidas.
Se dedicó a mirarlo, con desdén y sin prisa, hasta ver
que empezaba a ponerse morado.
Poco antes de marcharse hacia su casa, le dijo con
desprecio:
–El problema es que has visto muchas películas.
De "La ciudad de los crepúsculos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario