A propósito de los veinte años de la FNPI,
la crónica de un taller con Alex Grijelmo, en octubre de 1997.
Texto publicado en El Dominical, de El Universal
Aquello era cosa de locos.
Durante tres días –en el lugar donde solían reunirse,
recorriendo lugares históricos, comiendo o tomando cervezas– a ese grupo de lunáticos
sólo se le ocurrió hablar de aquello con lo que se habla.
El señor que venía de Cali dijo que a las mujeres con el
pecho descubierto era mejor llamarlas torsidesnudas,
en lugar de emplear la palabra inglesa topless.
La señora argentina decía que no podía imaginarse la vida sin la palabra Marketing. Las chicas mexicanas
sostenían que escribir no era lo mismo desde que empezó a sonar el Ejército
Zapatista. El señor uruguayo que trabaja en el BID elogió la sinergía de ese grupo,
pero el señor Abello se apresuró a decir que prefería la sinergia, y volvió a
protestar con humor por la nefasta influencia de la AFP en el español. Alguien
contó que su hija había empleado una expresión que lo dejó desconcertado:
después de salir de las olas, la niña saboreó su brazo y proclamó contenta: “Sé
a mar”. Los locos legaron al consenso de que sí era posible decir una cosa como
esa y que “sé” es la conjugación correcta cuando uno proclama su sabor.
Uno de los más entusiastas era el seños de Bogotá. Fue él
quien propuso que el encuentro continuara a pesar de la distancia y que entre
todos siguieran defendiendo la belleza del idioma.
Y era tanta la pasión y era tanta la obsesión que esa
gente parecía una pandilla de Quijotes elogiando a Dulcinea.
El Quijote
mayor
El más loco de todos –¿o el más cuerdo?– era el
coordinador de aquel asunto: un taller de la Fundación para un Nuevo Periodismo
Iberoamericano (la de García Márquez), dedicada esta vez a los manuales de
estilo en los medios de comunicación.
Su nombre es Alex Grijelmo, y es autor de dos obras de
consulta obligatoria para cualquier periodista: el Manual de Estilo de El País, de Madrid, y El estilo del periodista, una biblia del idioma que analiza los
problemas e lenguaje más frecuentes en
el periodismo y sugiere alternativas que permiten emplear un lenguaje más eficaz.
Más allá de su preocupación
diaria por que en El País se emplee
un correcto español, Alex Grijelmo es un hombre que se mueve por el mundo y por
la vida pensando en la defensa del idioma. Lo exasperan los eufemismos del
comercio (una vez quiso quejarse en un almacén y, como le dieron un formulario
de sugerencias, pasó varias horas explicando que no es lo mismo quejarse que
sugerir), lo irritan hasta la úlcera las
personas que quieren pasar por cultas y refinadas creando monstruos
multisilábicos, y vive a la caza de los gazapos de la prensa de su país (tiene
una colección de errores increíbles que podrían exhibirse en una exposición
itinerante). Su sueño primordial consiste en conseguir que el idioma no se
deforme por el mal uso, por influencias de otros idiomas y, fundamentalmente,
que no se disuelva la unidad que el
español brinda a cientos de millones de personas en América y Europa.
Algunos dicen que tarde o temprano, quiéralo o no, será
miembro de la Academia Española de la Lengua, y sabe tanto, habla de su tema
con tanta pasión, que si no llega a ser académico, peor para la Academia.
Manuales
de estilo
Así como defender el buen uso del idioma es más que
hablar de gramática y ortografía (es una tarea de defensa y fortalecimiento
cultural), así mismo los manuales de estilo son mucho más que pautas con las
cuales se elaboran los periódicos.
“El manual de estilo es la defensa del espíritu
profesional del periodista, es también un contrato con el lector, nuestra ‘Constitución’,
y una de las razones para divulgarlo es que los lectores mismos puedan reclamar
cuando sientan que el periódico no está cumpliendo con los principios que
proclama en el Manual”.
Detrás de un libro de estilo debe haber alguien que vigile
su cumplimiento. No es fácil hacer el Manual (Grijelmo repartió borradores
entre los periodistas y muy pocos lo leyeron), tampoco es fácil conseguir que
los periodistas se habitúen a consultarlo, ni que acepten que los corrijan,
pero es un reto que hay que asumir, una tarea ingrata que alguien tiene que
cumplir.
El Manual de Estilo
de El País incluye un capítulo dedicado a definir los principios generales
de ese diario (en su caso, la independencia es una de sus características
primordiales). Otro capítulo se dedica a precisar la definición de los géneros
periodísticos (noticia, crónica, reportaje), los demás definen elementos de
titulación, tipos de letra, manejo de fotos y gráficos, uso de la firma (“buscamos
que firmar un artículo sea un honor, una de las sanciones más frecuentes es
quitarle la firma al redactor”), tratamiento y protocolo (no reproducir
rumores, rectificar con la mayor presteza), uso de nombres propios
(especialmente con los nombres extranjeros se necesita unificar la manera de
escribirlos), abreviaciones, números, signos ortográficos, normas gramaticales
y hasta publicidad (“porque muchas veces los avisos publicitarios plantean
problemas que es necesario tener previstos”).
“La idea es que todas las consultas que se le ocurran al
periodista pueda hacerlas en el Manual”, concluye Alex Grijelmo.
Cada edición (el Manual
de El País va por la edición número 13) incluye nuevas precisiones cuya
necesidad ha sido planteada por el mismo trabajo diario. Pero, por encima de
los casos particulares, , en la base de este documento imprescindible en los
medios actuales se encuentra la idea de que hasta el más pequeño problema de
lenguaje, hasta el más inadvertido error de ortografía, es un problema ético
donde está en juego el respeto por los lectores.
El Genio
del idioma
Entre los momentos más apasionantes de los días del
taller estuvieron aquellos en los que se habló de las bellezas del idioma que
nos ha correspondido.
“Las palabras cortas son calientes y las largas, frías”,
decía Alex Grijelmo.
“Las metáforas son cometas, siempre hay un hilo que las
sostiene”.
Muchas veces habló de “el genio del idioma”, ese espíritu
que hace del español una cosa viva, que respira y siente, que va resolviendo
las dudas a medida que el mismo idioma crece, evoluciona, se adapta a las
mentalidades y geografías. “Las palabras también tienen cromosomas”, decía
Grijelmo. “Si conocemos y respetamos la genética de la palabra, podemos entendernos
a pesar de la diversidad. Una de las cosas maravillosas del encuentro entre
personas de diferentes países es que, a pesar de tener palabras distintas para
muchas cosas, conseguimos entendernos. Esa afinidad es obra del “genio”.
Y en medio de esas charlas desatadas era posible imaginarse
a ese ser omnipresente y sagaz, inventando palabras, manteniendo las cosas en
orden para que millones de personas pudieran contarse sus sueños.
No diga,
diga
Buena parte del taller fue dedicada a resolver casos
concretos, a intentar aclarar las dudas más frecuentes que plantea el lenguaje
periodístico.
Se habló, por ejemplo, de la lucha que hoy en día se
adelanta contra las palabras sexistas (no es lo mismo tipo que tipa) y contra
la información discriminatoria (de las noticias que aparecen, sólo el 9 por
ciento corresponde a mujeres, y las mujeres que aparecen casi todas trabajan en
el mundo del espectáculo).
Se habló de los eufemismos, de como las palabras, sin
mentir, deforman, y así, por ejemplo, se le dice reajuste a lo que fue un alza
en los precios.
También estuvieron en la mira las “falsas amigas”: evento, chequeo, confrontación, evidencias,
nominado, sofisticado, privacidad, todas ellas muy comunes en el lenguaje
periodístico, a pesar de que se usan consentido equivocado.
Fueron criticados los que creen que alargándolas palabras
se consigue ganar algo, aquellos que prefieren intencionalidad en lugar de
intención, señalizar en lugar de señalar, finalidad en lugar del rotundo y
monosilábico fin.
Bisbiseo le
ha ganado a triquiñuela
Al final –poco antes de despedirse, cuando cada uno se
preguntaba con quién podría seguir hablando de ese modo–Alex Grijelmo hizo un
memorable elogio del idioma.
“Me gusta la riqueza expresiva del español, sus matices.
No es lo mismo oír que escuchar. No es lo mismo empezar, emprender o acometer.
Las palabras que más me gustan son las onomatopéyicas,
las que en su sonido contiene lo que expresan. Durante un viaje al África, con
un grupo de colegas, hicimos un concurso para encontrar la palabra más bella. Yo
gané injustamente con bisbiseo. Otra
persona propuso triquiñuela, que me
gusta más.
“De español me gusta también la sutileza de los verbos: ‘Si
quieres mañana voy a verte’ no es lo mismo que ‘Si quisieras mañana iría a
verte’
“Los mismo sonidos del idioma tienen su genética: lo
pequeño suele estar lleno de letras i,
el sonido de la u es dulce, las cosas
grandes suelen ir con la a.
“Ese genio, ese espíritu del idioma, me parece
apasionante. Que un continente entero hable una misma lengua, eso es
invaluable. No sabemos el tesoro que tenemos”.
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