Sigue la arqueología para el tercer volumen de Morir en Sri Lanka.
Aquí un discurso leído frente a la clase, en quinto de bachillerato (1980). Era una actividad de la clase de español. Los compañeros de clase debían escribir los títulos de obras literarias que identificaran en el discurso.
Copartidarios:
Nos encontramos aquí reunidos para hablar de los muchos
problemas que nos aquejan y para que ustedes me elijan como sucesor de El Señor presidente de la Sociedad de títulos
de obras literarias.
Son tantos los problemas que nos aquejan, que podría
decirse que la vida es sueño o,
mejor, que es una pesadilla.
El tránsito es
como un gran holocausto, pues es casi
una odisea cruzar las calles, en
especial mientras llueve.
Al hablar de la inseguridad, pensamos que son sólo narraciones extraordinarias, pero no es
así, pues tal parece que el día señalado
para el fin del mundo se estuviese acercando.
La palabra que les dirijo puede ser un poco aburridora, pero es por
la mala hora que escogí. Sin embargo,
deben ustedes recordar que así hablaba
Zaratustra.
Por eso, amigos, digamos adiós a las armas y atendamos el
llamado de la selva, pues en la
vorágine está el futuro económico del país. Si logramos explotar nuestras
riquezas tendremos el siglo de las luces de
las lámparas de petróleo.
Un consejo que les doy es que cuando tengan que decidir
entre la guerra y la paz, mejor
escóndanse en el túnel, antes que
matar al prójimo, pues si matan a otros hombres quedarán marcados de por vida
con las palabras crimen y castigo en
su consciencia.
En cuanto a la economía, debo recordarles que nuestras
dos grandes riquezas, la piel de zapa
y las raíces de plátano las debemos
cuidar y no acercarlas para nada a la
ciudad y los perros.
Para terminar, Platero
y yo les decimos que vuelvan a las urnas para acabar con esos cien años de soledad electoral en que
todos han votado en blanco y voten por nosotros para evitar así la decadencia de occidente y celebremos
juntos nuestro triunfo con un aire de
tango.
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