En 1983, la televisión colombiana ofreció la que quizá haya sido hasta ahora la única telenovela basada en un texto de Cortázar. "Los Premios" fue un desastre aparatoso en el que lo más rescatable fueron las duchas que se daba Paula (Amparo Grisales) en la cabina del barco. Un cronista aficionado escribió en un cuaderno su indignación.
La fiesta
organizada por Restelli transcurría normalmente. La gente ya había olvidado el
desmayo de Jorgito. Carlos López no había brillado por su ausencia. Sólo a
Paula le había parecido extraño que no lo hubiese visto en todo el día; lo de
la noche anterior no justificaba su actitud. En la hora de la retirada algunos
se dirigieron a su cuarto. Esto lo deben saber los demás. No podemos tolerar
esta clase de atropellos. Las madres de Atilio y de la Nena, previa mirada
comprensiva a la sana diversión de sus críos, se dirigieron al cuarto de
Claudia. Jorgito está mejor, pobrecito el angelito; en este barco no hay
sacerdote, se va a morir sin haberse confesado. Lucio con su “…aaay, Nora”, la obliga a
permanecer en la sala donde tiene lugar la reunión. “Para qué ir al cuarto si
no vamos a hacer nada especial. Llegarás con tus remilgos y no permitirás ni
una sola caricia, bobita, taradita. ¿De verdad crees que nos casaremos?” Persio
descubre que Medrano lo saca de taquito. Hay que ser un avión en cosas de
mujeres, y Persio es sólo un globo que deambula por las inmediaciones del astro
rey. Grandísimo bobo, lunático al fin de cuentas (La verdad sea dicha, el tal
Julio Jiménez te volvió una nada. Tú tan despreocupado ni te quejas, de todas
formas no eres Persio, eres simple y llanamente Hugo Pérez) me voy a cubierta.
El auténtico
Persio se tomó la molestia de llevar un telescopio. Te ves lobísimo con esos binoculares.
Ese Jiménez te la tiene velada. Por añadidura, te vuelve puritano y censurero.
Yo sé, estoy totalmente convencido de que el gran Persio se hubiera quedado: qué
mejor problema de reflexión que la desinhibición de los atados, la liberación
de las consciencias, el desarraigo de las prendas. El resto: ¡Qué pillada!
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