Un texto de Wenceslao Triana
Cada día que pasa estoy más
convencido de que la única esperanza que nos queda está en la poesía.
Aquí, como en todo, se requieren
claridades. No hablo de la poesía como esa otra forma del engaño que se ha
hecho tan popular. No hablo de versos rimbombantes y vanos que se escriben y
leen para buscar aplausos, reverencias, cargos públicos. Tampoco hablo de las
ostentaciones lexicográficas, de esas aparatosas competencias en las que
algunos se embarcan para que quede claro todo lo que saben, todas las palabras
raras (y mudas para muchos) que conocen.
Para ser más exactos, cuando hablo
de la poesía que puede salvarnos ni siquiera me refiero a una cosa que tenga
que ser escrita, sino a una manera de enfrentar cada día, a una manera de
sentir y de pensar, como la que propone la poesía.
Hace unos días estaba tratando de
definir la poesía con la ayuda de unos amigos. Uno dijo que la poesía es un
conjunto de palabras, pero esa definición la descartamos de inmediato, porque
también una novela o un cuento, incluso el directorio telefónico, entrarían en
tan ilustre categoría. Nuestro amigo se defendió con la idea de que incluso en
el directorio telefónico o en una lista de mercado puede haber poesía. Pero la
mayoría convino en que aceptar esa idea es caer en una de las famosas trampas
de lo que llaman “postmoderno”, donde uno termina incapaz de distinguir la
mierda de la pomada.
Durante un rato estuvimos
barajando otros rasgos, pero todos se fueron cayendo por su peso. Ni el ritmo,
ni la rima, ni la brevedad, sobrevivieron a la discusión. Sólo quedaron dos
rasgos que se aplican a muchas más cosas que a un poema: la expresión de emociones
o sentimientos y la exaltación del poder significativo del lenguaje. Al final,
para poder dormir tranquilos, nos inventamos la conclusión de que la poesía
puede estar en muchas partes.
Ignoro si mis amigos pudieron
dormir aquella noche, pero yo seguí dándole vueltas a la pregunta. Recordé ese
lacónico verso de Béquer, “poesía eres tú”, y se me ocurrió un nuevo rasgo del
poema, la posibilidad que nos ofrece de encontrarnos con el otro. Después
recordé un breve verso de Mutis, “Que la muerte te encuentre con los sueños
intactos”, y pensé que la poesía es también rebeldía, libertad, resistencia
contra las fuerzas que nos anulan. Creo que ya empezaba a amanecer cuando
decidí aceptar que la frontera entre lo que es poesía y lo que no es, es la
misma que existe entre lo que es y no es vida.
Así llegué a la conclusión con que
hoy empiezo. Si la muerte nos tiene sitiados, si están tratando de robarnos
nuestros sueños, si han conseguido ponernos en contra a unos con otros, es por
falta de poesía. La poesía es la única fuerza capaz de oponerse a las fuerzas
que nos arrasan. No hablo de hacer recitales, no hablo de pintar palomitas y
poner caritas de ángeles. Hablo de elegir la vida con furia, con libertad, en
medio de nuestras servidumbres cotidianas.
Vivir en poesía es detenerse,
mirar, oler, sentir, los rostros, las estrellas, las manos, las naranjas, las
orejas; sentir todo eso de verdad. Vivir en poesía es recorrer las cavernas
horribles que llevamos dentro y regresar purificados. Es hacer un viaje absurdo
para dar un beso. Es buscar ese nombre verdadero que se esconde detrás de cada
nombre. Es ponerse a escuchar el tambor de la muerte en el pecho del ser amado.
Es buscar con ímpetu la dicha y poder reconocer que la encontramos. Es sudar
una gota más, pero una gota nuestra, una gota viva.
Vivir en poesía es vender cara
nuestra muerte. Ponerle un alto precio a nuestra vida.
Abril 11 del 2001
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ResponderEliminarGracias, Vecina. Un abrazo!
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