viernes, 3 de abril de 2015

Paraíso: Otra forma del miedo


 El nombre de Mary Agnes Donoghue, la directora de Paraíso, dará mucho de que hablar en los próximos años. Esa es la sensación que queda después de ver una película que se sale de los laberintos que ha seguido el cine de los Estados Unidos, con historias escandalosamente parecidas que pretenden vivir del éxito de sus predecesoras.
Atrás parece haber quedado la época en que una película daba para cinco o seis partes (Rocky, Martes Trece, Halloween, Pesadilla sin fin). Los “genios” de Hollywood encontraron que era más cómodo –y la mediocridad menos evidente– si seguían la línea de películas exitosas como Atracción fatal y Nueve semanas y media, reproduciendo al infinito la paranoia con los seres más cercanos y un mal llamado erotismo, que disimula deplorables novelones.
Por eso, en un panorama tan desolador, cabe esperar que personas capaces de hacer una película sensible y sencilla como Paraíso, alejada del vértigo engañoso de las ciudades, capaces de volver a decir –en un tiempo de cegueras y sorderas– el mensaje poderoso y siempre vigente de la verdadera vida, puedan seguir adelante con la difícil tarea de mantener con vida el agonizante cine norteamericano.
Es un alivio ver una película como Paraíso. Es un alivio por el mundo que muestra y al que rara vez se dirige la mirada, es un alivio por la frescura de su temática, por el cambio de enfoque en la forma de mirar los problemas del adulto, es reconfortante por la actuación de los niños que llevan el peso de la película.
Uno de los méritos de Paraíso es que a veces no parece norteamericana, parece nutrirse de otros aires. Alegra ver una película en la que sus momentos más intensos no son gritos o disparos, sino palmadas en los hombros o abrazos despojados de ese sexo que los medios han terminado por convertir en vicio.
El protagonista de Paraíso es el miedo, pero no ese miedo que se asoma abruptamente en las esquinas con cuchillos y miradas vidriosas; es el miedo que nos rodea y nos envuelve a lo largo de la vida hasta terminar por convertirnos en autómatas.
Un mensaje simple pero necesario. Una película que vale la pena ver.


El Universal, 11 de marzo de 1992.






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