jueves, 18 de junio de 2015

El ladrón de gallinas

Fragmento de Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El Universal.



“Esta noche sabrá lo que es un tiro”, dijo el general después de golpear la mesa del comedor.
Su esposa lo vio ir hasta el cuarto, hurgar en el armario y sacar una escopeta reluciente de dos cañones.
Al salir de la casa le dijo a su mujer que se acostara.
La noche era despejada y la brisa tenía sabor salado.
El general entró al galpón y se refugió al final del ponedero donde una larga hilera de gallinas estaba concentrada en prepararle unos huevos.
Cargó el arma, miró la oscuridad, escuchó los grillos y esperó.
Se preguntó si no estaría tratando de descargar con un simple ladrón de gallinas su frustración política, la amargura de la accidentada oposición que él y sus amigos ejercían por esos días. Pero estaba decidido a dispararle. Ya eran muchas las bajas en su corral.
Poco antes de las diez de la noche vio una fila de sombras que se acercaba. Con el arma preparada esperó a que abrieran la puerta y entraran.
“Por aquí”, dijo la sombra que marchaba adelante, y se fue al extremo opuesto del ponedero. Los otros dos lo siguieron.
“Buagghh”, dijo una gallina, y de inmediato todas las gallinas se unieron a la protesta.
Los tres hombres rieron ante el estruendo. El general aprovechó para moverse en la oscuridad hasta la puerta y encendió la luz.
Todos quedaron petrificados. El general apuntaba en dirección a los tres hombres. Una lluvia de plumas pequeñas caía entre ellos.
“Soy yo, papá”, dijo avergonzado Diego, el hijo del general, con la gallina en la mano. “Gabito y Ramiro son mis amigos. Queríamos irnos donde las muchachas”.
El general siguió apuntando con el arma.
Hasta las gallinas guardaron silencio.




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