Anonimidad
y ciudadanía en La Bagatela, de
Antonio Nariño
Un texto
que se propone reflexionar sobre las estrategias, las influencias, las
transformaciones y contradicciones que ocurren (o concurren) en otro texto,
debe tener también la cortesía de mostrar cómo operan esas fuerzas en él mismo.
Lukács afirmó que el título de todo ensayo está
precedido “en letras invisibles, por las palabras ‘Pensamientos provocados
por...’ ”(15). Si aceptamos esta sugerencia, el título de este ensayo podría
ser “Pensamientos provocados por una lectura de La Bagatela”. Entonces tendríamos que aclarar que quien piensa, el
autor de este ensayo (o la función autorial, para emplear términos de una de
nuestras herramientas metodológicas) está condicionado en su lectura por
sentirse partícipe de la comunidad imaginaria que empezaba a gestarse en el
momento en que aparecieron las 38 ediciones del periódico La Bagatela. El lector-autor de este texto busca y cree encontrar,
en las diferencias irreconciliables, en las paradojas extremas, reflejadas por La Bagatela, la explicación –o
los síntomas– de una nación que no ha podido nunca constituirse como tal y que
hoy mismo se encuentra en un momento extremo de desintegración y ruina.
La
lectura de La Bagatela obliga a
reconsiderar muchos de los discursos nacionales que aún circulan en Colombia.
Hasta la más simple cartilla de historia en ese país, menciona entre las obras
importantes de Nariño, la publicación de La
Bagatela. Pero ha sido soslayado el hecho importante de que, en su momento,
la publicación circuló de manera anónima y que su función fue, o quiso ser, la
de intentar proponer ideales de ciudadanía, de sociedad y de nación, en un
momento donde predominaban la improvisación y los intereses particulares.
La Bagatela ofrece una
serie de textos que han perdido legitimidad por el olvido, por esa otra forma
del olvido que son las glorias etiquetadas. A Nariño le ha sido impuesta la
etiqueta de “El Precursor de la Independencia”, a raíz de su traducción de los Derechos del Hombre, que fue uno de los
factores desencadenantes del movimiento independentista. Pero la historia ha
omitido lo que sus escritos en La
Bagatela dejan ver con claridad: una
conciencia crítica a la que la ironía mantiene en constante movimiento, capaz
de leer la realidad más allá de su superficie y capaz de mostrar, a ojos que
vienen de dos siglos más tarde, las frágiles y contradictorias bases sobre las
que se empezó a construir una nación a la que hoy conocemos como Colombia.
Desde
esa perspectivas, desde la de quien busca en lo que interpreta el origen de lo
que hoy es la nación a la que pertenece, me propongo desarrollar en este ensayo
los “pensamientos provocados” por La
Bagatela.
Antonio
Nariño
En julio
de 1811, un año después del primer
movimiento independentista en Colombia, empezó a circular en Santa Fe de Bogotá
un pequeño periódico semanal llamado La
Bagatela. El periódico, que
circulaba sin una firma responsable, tuvo una vida breve. Su último ejemplar
apareció en abril de 1812. Pero durante ese tiempo fue un espacio para la
reflexión sobre los derechos y deberes de los ciudadanos en el nuevo estado y
sobre las actitudes apropiadas para sacar adelante el amenazado movimiento
emancipatorio.
La Bagatela fue escrita y
editada por una de las figuras más interesantes de la historia colombiana.
Antonio Nariño, hijo de nobles nacido en Bogotá en 1765, se convirtió desde muy
joven en una de los protagonistas de la generación que alentaría el movimiento
independentista.
“Estudió filosofía y jurisprudencia
en San Bartolomé, y el virrey Gil y Lemos lo nombró tesorero de diezmos, una
posición elevada y muy bien remunerada en la que Ezpeleta lo mantuvo a pesar de
la oposición del cabildo de la Iglesia. También fue alcalde ordinario de la
ciudad y, aunque se involucró en la exportación de quinina, cacao y tabaco, no
descuidó susu estudios. Leía todos los periódicos extranjeros que caían en susu
manos y, como era amante de lo libros nuevos, los traía de contraband desde
Europa al punto de llegar a reunir una biblioteca considerable. Alí podían
econtrarse clásicos griegos y latinos, como
Homero, Cicerón y Virgilio, las obras de Moliere y Fray Luis de Granada, libros
de historia, teología, matemáticas, ciencia, medicina y derechoand, y
finalmente las obras de los enciclopedistas franceses del siglo 18. (Henao y
Arrubla, 180)
A través
de un funcionario del Virreinato, Nariño tuvo acceso la Historia de la Asamblea Constituyente de Francia y, en agosto de 1794, tradujo e imprimió la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, la cual distribuyó entre sus amigos. La publicación produjo un
efecto inmediato en Santafé de Bogotá, desencadenó una serie de publicaciones
anónimas que ridiculizaban a la corona española y Nariño fue puesto preso,
condenado a diez años de prisión en África y a exilio perpetuo de América.
Nariño
escapó en Cadiz de la embarcación que lo conducía a África. Viajó a Francia,
donde vivió durante dos meses y “aprovechó para estudiar las instituciones
francesas” (Henao y Arrubla, 183). Luego fue a Londres, donde intentó obtener
ayuda para la causa independentista Lord Liverpool, el canciller del gobierno
Británico ofreció a Nariño asistencia militar y económica para liberarse de
España, le ofreció también un cargo importante bajo el gobierno británico
o un lugar de refugio en Inglaterra. Pero la oferta fue rechaza por
Nariño.
“Nunca fue mi intención solicitor dominación
extranjera, y mi propuesta se limitó a preguntar si, en caso de rupture con la
madre patria, Inglaterra nos ayudaría con armas, municiones, y una flota para
patrullar nuestros mares y prevenir el desembarco de refuerzos españoles, a
cambio de ciertos privilegios comerciales”. (Henao y
Arrubla, 184)
Nariño
regresó a América por Coro –hoy Venezuela– y, empleando diferentes disfraces,
llegó a Santafé de Bogotá en abril de 1797, donde vivió un tiempo de manera
clandestina, repartiendo propaganda revolucionaria. Finalmente se presentó ante
el Virrey y fue confinado en las barracas de caballería, donde permaneció
recluido hasta 1803. El 10 de agosto de 1809,
los líderes criollos de Quito establecieron una Junta Suprema de
Gobierno e invitaron al cabildo de Santafé y a otros cabildos a sumarse a su
causa. Este hecho desencadenó, en Bogotá, tensiones entre los bandos españoles
y patriotas. Las comunicaciones fueron bloqueadas para evitar que se tuviera
conocimiento de lo ocurrido en Quito. El tribunal de la Inquisición proclamó un edicto excomulgando a quienes
tuvieran en su poder propaganda revolucionaria y el virrey decretó la pena de
muerte para esos crímenes. Nariño fue
puesto preso nuevamente bajo la acusación de estar implicado en maquinaciones
revolucionarias, escapó mientras era trasladado de una cárcel a otra y se
dirigió a Santa Marta, pero poco después fue capturado y conducido a una celda
en el castillo de Bocachica, en Cartagena, donde se encontraba el 20 de julio
de 1810, cuando se produjo un hecho
decisivo que hoy la historia Colombiana identifica como el Grito de
Independencia.
En el
acta de la revolución del 20 de julio se estableció que el nuevo gobierno
quedaría sujeto a la Suprema Junta de Regencia. Esta situación fue eliminada en
el acta del 26 de julio de 1810, cuando la Junta Suprema del Reino se declaró
independiente del Consejo de Regencia y cesaron en su ejercicio todos los
funcionarios del antiguo gobierno. Se planteó así en el Nuevo Reino de Granada
el movimiento autonomista del gobierno representante de la monarquía, con una
independencia total en sus decisiones: conservando, sin embargo, estos dominios
para el “deseado” Fernando VII. La revolución se radicalizó con las
declaraciones absolutas de independencia, que significaron una ruptura total
con el imperio español. Las provincias Unidas de Venezuela fueron las primeras
en declarar la independencia absoluta de España, el 5 de julio de 1811. La
provincia de Cartagena, en el Nuevo Reino de Granada, declaró la independencia
absoluta de España el 11 de noviembre de 1811... Después de Cartagena hicieron sus declaraciones
de independencia las provincias de Cundinamarca (16 de julio de 1813),
Antioquia (11 de agosto de 1813), Tunja (10 de diciembre de 1813) (Ocampo
López, 19)
Desde el
momento en que se suscribió el acta de la revolución, se inició en la Nueva
Granada una pugna entre Centralistas y Federalistas. Nariño, liberado en
Cartagena por la revolución, intento promover la idea de un gobierno central
para defenderse de la anarquía. Esa sería una de las banderas principales de La Bagatela. La libertad de prensa sería
otra de ellas.
La Bagatela surgió como un
instrumento para defender las ideas centralistas y para criticar los errores
del nuevo gobierno. Tan violentos fueron los ataques que una de sus ediciones,
la del 19 de septiembre de 1911, determinó la renuncia del presidente Jorge
Tadeo Lozano, quien fue remplazado por el mismo Nariño, elegido por los
cundinamarqueses. Este es uno de los
rasgos más interesantes de La Bagatela,
sin dejar de ser una publicación anónima, pasó de ser un medio de crítica y
oposición, a ser un medio de difusión de las ideas oficiales. Esta transición
es la que permite apreciar las contradicciones y conflictos en medio de los que
fue escrita.
Nariño ocuparía la presidencia hasta 1814,
cuando todos sus esfuerzos por imponer las ideas centralistas habían fracasado
y la reconquista española era casi un hecho. Su papel siguió siendo importante
aun después de las campañas libertadoras. En 1821 ocupó por breve tiempo la
vicepresidencia. Poco antes de su muerte, editó otro periódico titulado Los toros de Fucha, a través del cual
combatió al general Santander y defendió, esta vez, las ideas federales.
Una de
sus últimas actuaciones públicas fue una intervención en el Congreso, para
defenderse de acusaciones por malversación de fondos. Sus palabras, como
mostraré al analizar La Bagatela,
intentan y logran ser coherentes con las ideas de libertad de expresión que
defendió a través de su periódico.
“Qué
satisfactorio es para mí, señores, verme hoy como en otro tiempo Timoleón,
acusado ante un Senado que él había creado; acusado por dos jóvenes, acusado
por malversación después de los servicios que había hecho a la República, y el
poderos decir sus mismas palabras al principiar el juicio: ‘Oíd a mis
acusadores’, decía aquel grande hombre, ‘oídlos, señores, advertid que todo hombre tiene derecho a
acusarme, y que en no permitirlo daríais un golpe a esa misma libertad que me
es tan glorioso haberos dado’”. (Gómez Restrepo, 156)
El
Bagatelista
En su
ensayo, What is an author?,
Michel Foucault reflexiona sobre el sentido de la anonimidad y de la
autoría. Esta reflexión puede servirnos de base para caracterizar la relación
entre La Bagatela y su autor anónimo
(que para nosotros no es tal).
“Hubo un tiempo en el que aquellos
textos que llamamos ‘literarios’ (historias, leyendas, epopeyas y tragedias)
eran aceptados, circulaban y eran valorados sin preguntar por la identidad de
su autor. Su carácter anónimo era ignorado porque su antigüedad supuesta o real
era garantía suficiente de suautenticidad. Sin embargo, textos que ahora
llamamos ‘científicos’ solo eran considerado verdaderos en la Edad Media si tenían
indicado el nombre de su autor. En los siglos 17 y 18, se desarrolló una
concepción totalmente nueva, cuando los textos científicos fueron aceptados en
virtud de susu propios méritos y posicionados dentro de un sistema anónimo y
coherente de verdades conceptuales establecidas y métodos de verificación... Al
mismo tiempo, sin embargo, el discurso literario sólo era aceptado si llevaba
el nombre de su autor, todo texto de poesía o ficción estaba obligado a reveler
el nombre de su autor, así como el lugar, el momento y las circunstancias de su
escritura. El significado y el valor atribuido al texto dependía de esta
información.Si por accidente o por diseño el texto aparecía anónimo, se hacía
todo esfuerzo para identificar a su autor. La anonimidad literaria era de interés
solo como un juego de adivinanzas, en nuestros días las obras literarias están
dominadas por complete por la soberanía del autor”. (126)
Los
textos que aparecen en La Bagatela
(alegorías, textos informativos, supuestas cartas entre el autor del periódico
y una Dama sin nombre) pueden ser considerados sin ningún problema como textos
literarios. Como señala Julio Ramos (101),
la diferenciación entre la literatura y un uso del lenguaje
específicamente periodístico sólo
aparece en la década de 1880. La
Bagatela se sitúa en un momento crucial en donde el problema de la autoría
empieza a ser objeto de consideraciones legales.
“Cuando se establecieron un sistema
de propiedad y reglas estrictas de derechos de autor (hacia el final del siglo
18 y comienzo del 19) las propiedades transgresoras siempre intrínsecas del
acto de escribir se convirtieron en un imperative forzoso de la literature”. (Foucault,
125)
En este
contexto, la aparición de un periódico anónimo como La Bagatela plantea numerosas posibilidades interpretativas. El
discurso es, al mismo tiempo, una ratificación del poder transgresor de la
palabra escrita y un juego intelectual a
través del cual un sujeto anónimo se
revela, despliega el espectáculo de sus facultades intelectuales e ideas
políticas, se ofrece como paradigma del sentido común y la sensatez, con la
probable intención de que su identidad verdadera sea descubierta un día y el
significado expuesto ampliamente en La
Bagatela se encuentre finalmente, en un gesto que tiene mucho de teatral,
con su significante.
“¿Qué
tenemos de Bagatela?, se preguntan. Frioleras, dice el uno. ¿Tú la has visto?
No. ¿Y tú la tienes? No la he comprado: es lástima que el autor no se dedique a
cosas más serias. Si apareciera alguno que nos la prestara para ver lo que
dice, y pasar el rato... Llega un tercero, un cuarto, un quinto, &c. y
entre todos se encuentra un ejemplar; se lee, se ríe, se critica lo menos
sustancial. ¿Y quién será el autor? Este punto llama toda su atención, y olvídanse
de lo que dice, sólo se habla de quién será quien lo dice. !¿Qué importará que
se llame Gervacio, ó Protacio, para que lo que dice sea bueno o malo?! Se
juzgan las obras por el autor, y no el autor por sus obras. Yo guardo el
incógnito, y he tenido la fortuna que entre los muchos a quienes les han
aplicado mis culpas, no han dado con quien las comete; me río a mis solas, y
estoy cierto que si conocieran mi mala figura, mis andrajos y mi poco crédito,
ya no se preguntaría siquiera ¿qué tenemos de Bagatela?” (Suplemento a La Bagatela 4, 8–4–1811)
La
personificación que el autor anónimo ofrece de sí mismo, nos plantea uno de los
aspectos trasgresores más importantes que tiene La Bagatela. El sujeto de la
enunciación se dibuja a sí mismo (otro disfraz en la vida de Nariño) como un
ser despreciable, un simple cultivador de arroz, de mala figura y
andrajoso. La intención es clara. El
propósito de La Bagatela es proponer
un modelo de sociedad basado en la concepción clásica de ciudadanía y, al mismo
tiempo, extender los alcances de esa categoría. A pesar de que esta estrategia
se revela fácilmente como un juego discursivo (los calificativos “simple
cultivador” o “mala figura” muestran que no hay una asimilación completa del
Otro), son muchos los ejemplos en los que se ve el intento por integrar, o al
menos reconocer, esos componentes de la sociedad tradicionalmente excluidos del diálogo.
“Todos
los extremos son viciosos: tan mala es para la administración de justicia una
suma distancia, como la excesiva proximidad. Bien sabido es la preponderancia
de algunos ricachos en quasi todos los pueblos del reyno: si se concentra en
ellos la administración de justicia, ¿qué recurso le queda al pobre, al
desvalido, para no ser oprimido por el poderoso: La bondad de la ley, se me
responderá. No, la ley no es bastante, si no se facilitan también los medios de
su execución contra los asaltos del oro, y del valimiento” (7, 8–27–1811).
En una
reflexión sobre el origen y lugar de los Americanos, el autor de La Bagatela ofrece una visión en la que
se observa una consciencia del otro, poco común entre los discursos de la Independencia.
“Al
mismo tiempo que ocupaban el suelo de América sus originarios habitadores, y
que se introducían los Europeos tan extrangeros como cualesquiera otros,
oprimían estos la libertad en diversas partes del globo disminuyendo la raza de
los indígenas del país, y aumentando el número de los esclavos más o menos
oprimidos, parte con el vil comercio de los negros de la África, y parte con la
descendencia de los emigrados españoles. Ellos mismos trataban de impedir a sus
hijos las ideas de diversidad que llaman degeneración de la especie humana, y
este concepto era más común y más arraigado en los Españoles sobrevinientes.
Así la sucesión de los primeros, menospreciada por los segundos, y sumida en el
más triste abatimiento por los que permanecían en el antiguo mundo, empezaba a
ser una generación más hermanada con los Indios que con los Europeos, y cuya
madre no era la tierra de Europa, que los miraba como degenerados, sino la de
América en donde nacían, que los abrigaba en su seno, y de donde recibían el
carácter de la degradación que los hacía inferiores a los europeos.
“¿De
cuál de estas progenies ha sido madre la España?¿ De cuál de ellas ha sido
Patria la Península? No de los Indios, que ya existían y que poco o nada tenían
que agradecerle a los Españoles...Tampoco es Madre ni Patria de la casta de los
negros. Horroriza sólo el pensamiento de que aspire al título de Madre la que
ha autorizado el tráfico infame de los negros, la que ha cooperado a su
desgracia...Y si este cuadro es espantoso ¿qué será el de los que con algunas
relaciones, se han visto y se ven no menos desnaturalizados? Seámoslo
enhorabuena, y si la emigración de nuestros Padres, y nuestro nacimiento en
América, nos han hecho degenerar de nuestro origen Español, nada executaremos
con nuestra independencia que no sea conforme al espíritu de los Españoles
Europeos” (10, 9–15–1811).
Para
Benedict Anderson, el periodismo produce un público en el cual se basan las imágenes
de la nación emergente. El periódico contribuye a producir un campo de
identidad, un sujeto nacional, inicialmente inseparable del público lector del
periódico. Desde esa perspectiva, La
Bagatela cumple un papel importante en la construcción de un imaginario
nacional colombiano.
En la
edición número 8 de La Bagatela,
publicada el 1 de septiembre de 1811, el editor responde la carta de un lector
que denuncia en la publicación falta de orientación filosófica. Desde entonces,
el periódico aparecerá siempre encabezado por la expresión Pluribus unum, que otro lector traducirá luego al español, en una
edición posterior, como “Uno de tantos”.
Ese es
uno de los puntos de tensión más notable que ofrece La Bagatela, mientras se intenta por un lado ofrecer una visión pluralista, afincada en el sentido
común y el interés general, los textos expresan de manera permanente el
carácter singular de su autor, su cultura, su temperamento y su actitud de
liderazgo. Quizá la prueba más explosiva de todos estos rasgos sea la BAGATELA
EXTRAORDINARIA publicada el jueves 19 de
septiembre de 1811, la cual obligó al presidente Jorge Tadeo Lozano a renunciar
ese mismo día y condujo, pocos días después, a la elección del propio Nariño
como presidente de Cundinamarca. En ella advierte sobre el peligro de perder la
independencia alcanzada hasta el momento, por la reacción española y la desidia
del gobierno de Cundinamarca.
“No hay
pues, ya más esperanzas que la energía y firmeza del Gobierno. Al Americano, al
Europeo, al Demonio que se oponga a nuestra libertad, tratarlos como nos han de
tratar si la perdemos. Que no haya fueros, privilegios, ni consideraciones: al
que no se declare abiertamente con sus opiniones, con su dinero y con su
persona a sostener nuestra causa, se
debe declarar enemigo público, y castigarlo como tal. Esos egoístas, esos
tibios, esos embrolladores son mil veces más peores que los que abiertamente se
declaran en contra. Al que no quiera ser libre con nosotros, que se vaya; pero
al que se quede, y no sostenga nuestra causa con calor, que le caiga encima
todo el peso de la ley.
“¡Abramos
por Dios los ojos! La hora ha llegado: nuestra ruina es irresistible si no nos
unimos, si no deponemos todas las miras personales, todos los resentimientos
pueriles, y sobre todo, esta apatía, esta confianza estúpida, esta inacción tan
perjudicial en momentos tan críticos. Que el fuego sagrado de la Patria
penetre nuestros corazones; y los
inflame con la justicia de nuestra causa, y los riesgos que nos amenazan, que
no haya más que un sentimiento, un fin: que no se conozcan más distinciones de
Patria, de profesiones para defender nuestra libertad, que el de Ciudadanos de
Cundinamarca, y finalmente que no se oiga más que una sola voz: Salvar la Patria o morir”.
Este
llamado a que todos se declaren abiertamente con “sus” opiniones, es una fisura
que se abre en la estrategia discursiva de La
Bagatela. A partir de entonces, con su autor en el poder, la posición del
periódico será muy difícil de sostener. El contenido de La Bagatela se limitará
en muchos casos a la transcripción de las cartas de los lectores, en otra
ocasión (Número 23, diciembre 1 de 1811) incluye de manera íntegra los
manuscritos ingleses de Bentham sobre la libertad de prensa. El tono general de
la publicación se torna pesimista sobre la posibilidad de sacar adelante el
movimiento independentista. Y la máscara del anonimato empieza a hacerse
insostenible.
“Yo he
comparado varias veces acá a mis solas estos tiempos a un baile de máscaras:
unos vestidos de filósofos, otros de militares, este con la capa de la virtud,
aquel con el traje del patriotismo; la revolución les quita la máscara y vemos
todo lo contrario de lo que nos parecía. Aquí se ve hoy una verdadera
metamorfosis que admira a los sotes y que para el hombre que piensa es tan
natural como la de la mariposa en gusano: el ambicioso, el intrigante, que
antes parecía penetrado por amor a la Patria porque sólo hablaba de libertad,
hoy se ve que sólo era un egoísta que deseaba un trastorno para sacar su
partido personal, mientras que el hombre virtuoso, a quien el fuego puro del
amor de la humanidad lo hacía pasar por temerario y ambicioso, sólo suspira ya
por el orden, por la tranquilidad, y por ver afirmada la posesión de nuestros
derechos. Pero si te he de hablar con aquella imparcialidad que forma una de
tus bellas cualidades, te confieso que caídas las máscaras hemos descubierto
más mal que bien”. (15, 10–13–1811)
El
recurso retórico que tanta fuerza tuvo en la oposición, da paso a la impotencia
cuando Nariño asume la Presidencia y se enfrenta a todo tipo de obstáculos
externos e internos. A la discusión entre Centralismo y Federalismo, a los
movimientos que desde España se hacen para recobrar el dominio sobre las
colonias, se ha sumado su propia pugna con el Congreso. El anonimato no muy
celosamente guardado empieza a ser blanco de ataques cuando sus adversarios
emplean esa misma estrategia para denunciar sus contradicciones, para
reinterpretar sus afirmaciones. La más polémica de todas fue una serie de
artículos publicados en los primeros números de La Bagatela en los que el autor planteaba cual debía ser el tipo de
Estado ideal para las excolonias. La serie comienza como un juego literario:
“Yo me
figuro, para decretar a mi gusto, que soy un Soberano con los plenos poderes en
todo el Reyno; y que tengo mi trono, como el gran Lama, en la punta de un
cerro. Como mi idea no es la de Gobernar a mi gusto, sino la de que se
gobiernen al suyo mis amados Granadinos, doy orden para que vengan Diputados de
todas las provincias y me expongan su voluntad en un congreso que yo presidiré”
(3, 7–28–1811).
La serie
continúa con diálogos en los que se discuten los modelos europeos y
norteamericanos y en donde se concluye sobre la necesidad de crear un modelo
adaptado a las propias condiciones. Pero La figura del supremo soberano le fue
enrostrada a Nariño por sus adversarios como una muestra de la ilegitimidad de
su discurso. En la penúltima edición de La Bagatela (número 37, de marzo 9 de
1812), que aparece con el título de “Última o penúltima, Bagatela
extraordinaria”, replica a los ataques que se le hacen e invita a sus
adversarios a que se quiten las máscaras.
“Tú me
conoces, y sabes que tengo sobrados motivos para estar persuadido que no soy
doblón de a ocho, como suele decirse, para que todos me quieran; pero a pesar
de este conocimiento, por el que tengo del odio mortal que se profesa a mi
antagonista, le voy a hacer este otro desafío: que nos descubramos en mitad de
la plaza, y que el público decida por cuál de los dos está la mayor dosis de
odio. Si se declara en que está por mí, consiento en que me quiten la vida; y
si está por él, que diga a cara descubierta si hace el mismo sacrificio. Dos
naranjas a que calla y se pone como un mico”.
La Bagatela deja de aparecer
durante más de un mes, pero como los ataques continúan, el 12 de abril de 1811,
Nariño publica una más con el título “La última que se había reservado”. En
esta edición, la máscara del anonimato termina de caer, al parecer contra la misma
voluntad del autor. Incapaz ya de sostener su propia creación, ya no es el paupérrimo
cultivador, el uno de tantos, quien habla, sino el mismo presidente,
descompuesto por la lucha, en una tercera persona del singular que intenta
sostener la coherencia del discurso de La
Bagatela.
No es la
libertad de hablar francamente contra el Gobierno y sus funcionarios la que se
imprueba, ésta la debe haber en todo gobierno libre como el nuestro; es el fin
que se han propuesto: desacreditar sus oficiales, desacreditar sus tropas;
disfrazar sus intenciones dándoles siempre un aspecto criminal; imputarle
infracciones, quebrantamientos de la Constitución que jamás ha cometido;
suponer cartas para decir en boca de un Cucuteño y con pretexto del Bagatelista
que el presidente se quiere hacer Rey. Si este hubiera tenido tan ridículo,
como criminal pensamiento de que en toda la carrera de su vida no ha dado sino
pruebas de lo contrario, quizá los Montalvanistas no tendrían el atrevimiento
de decírselo, o no estarían ya en estado de hacerlo. No hay una defensa más
convincente y vigorosa de la libertad del gobierno que los mismos papeles que
actualmente se escriben y se imprimen a su vista; no hay género de dicterios
que con disfraz o sin él, no se le hayan dicho por la prensa, y hasta ahora no
sabemos que se haya hecho la menor indagación, ni tomado la menor providencia
contra sus autores. El Presidente no puede ignorar, porque son bien conocidos
sus principios, que con la imprenta libre
no puede haber tiranía”.
Máscaras,
disfraces, abundan en el discurso del Bagatelista. Lo que le cuesta admitir es
que sus palabras sean a su vez disfrazadas por otros y manipuladas en su
sentido. Cuando eso ocurre, cuando se ve
obstaculizado por sutilezas discursivas que él mismo había empleado contra sus
opositores, las contradicciones internas le impiden seguir adelante. Sin que pueda expresarlo abiertamente, el
anónimo autor de La Bagatela ha
demostrado con su propio ejemplo, que en las nuevas sociedades
hispanoamericanas del siglo XIX resultaba imposible ser al mismo tiempo “uno de
tantos” y el señor Presidente.
“Concluyo
pues, con decirte que voy a dexarme de Bagatelas, y tomar otro camino, no
porque me dé por vencido y la crea perjudicial a la causa de nuestra libertad,
que algún día se conocerá lo que ha contribuido a ella, con todas sus
impolíticas y heregías; sino porque habiéndose conspirado una porción de
regentistas amigos del antiguo gobierno, de Godoy y de su amigo Napoleón, bajo
el nombre de montalvanistas, para sofocar al Bagatelista, y distraerlo de su
objeto a fuerza de desvergüenzas y dicterios, sería dar margen con mi
continuación a que siguiera este lenguage que desacredita a la antigua Capital
del Reyno. Así mi amigo, que sigan ilustrándonos con su bello y pulido lenguaje
los de la secta Montalvánica, mientras yo a la sombra de un Aliso, ya que tanto
ha escandalizado la del manto de Venus, me lamento de la suerte del Gobierno,
si no abre el ojo sobre esta cuadrilla de Patriotas al revés, que han formado
un plan de ataque contra la causa de libertad, rabiosos de que las cosas vayan
ya tomando un aspecto que destruye sus esperanzas, y antiguos proyectos de
repúblicas crucificadas”. (37, 3–9–1812)
Ciudadanía
y otras palabras
Todo
movimiento revolucionario implica también una revolución en el lenguaje. Las
nuevas instituciones, el nuevo orden social, requieren de nuevos términos o, al
menos, una revisión de las viejas palabras y de su significado. La Bagatela es un espacio donde la
reflexión sobre el lenguaje es un permanente esfuerzo de resignificación.
“Siendo
mis entendederas un poco tardas, no ha sido poco lo que me ha costado barruntar
siquiera, ya que no acabar de saber lo que quieren decir esas voces tan usadas
de tres años a esta parte: “Sucumbir, Revolucionarios, Insurgentes, Disidentes,
Agitadores, Centralistas, Federalismo, Patriotismo, Chisperos, Provincialistas, Capitalistas, Egoístas, Constitución,
Poder Legislativo, Executivo, Judicial, &c.&c. y que sé yo que más;
pero la que no cabe en mi cabeza, y cuyo sentido, a pesar de infinitas
meditaciones no he podido entender, sin duda por la limitación de mi ingenio a
quien he dado por esta causa más de quinientos coscorrones, es aquello de la Madre Patria, tan repetido en nuestros
papeles públicos, y tan cantaleteado en los de las imprentas del Comercio de
Cádiz... Mil veces he deseado saber quién sea la Abuela Patria, la Hermana Patria, la Prima Patria, la Tía Patria,
sin que de todas mis inquisiciones haya sacado otro conocimiento que el de la Madrastra Patria, aquella que ha
tratado siempre como extraños a sus descendientes, y a sus hijos como esclavos”.
(8, 9–1–1811)
Muchas
son las estrategias suasorias empleadas por el Bagatelista, y en todas ellas
hay un uso admirable del lenguaje. Cuando quiere advertir sobre la fragilidad
de las provincias para enfrentar una arremetida española, emplea como
referencia la imagen del Quijote y se pregunta si no estará viendo ovejas donde
todos ven ejércitos y desnudez y hambre donde todos ven riqueza. Una de las
secciones más interesante de toda la serie de Bagatelas es un intercambio
epistolar entre el Bagatelista, que se firma en esas cartas como “Un filósofo
sensible” y una “Dama” que lo invita a alejarse un poco de la vida política y a
disfrutar de los placeres de la vida y de las tertulias de intelectuales que
ella organiza en su casa. Este intercambio epistolar, que también fue objeto de
censura moral por los detractores de La
Bagatela, obligó al Bagatelista a confirmar que su Dama era un personaje
imaginario. La ironía es también un
instrumento de uso constante. El título mismo de la publicación tenía la
intención de salirle al paso a quienes pretendieran demeritar el contenido de
la publicación: “mientras más se empeñen en hacer creer que son bagatelas, más
ayudan a llenar su título y más la elogian”. (1, 7–14 –1811). El autor recurre
constantemente a fábulas, a episodios y personajes de la cultura clásica para
ilustrar sus ideas. Es justamente de la tradición clásica de donde extrae uno
de sus conceptos sobre los que más insiste en sus páginas: el concepto de
ciudadanía.
“¿Cuál
es, en efecto, el fin de toda
asociación? La felicidad posible de los asociados. ¿Y en qué consiste esa
felicidad? En que cada ciudadano sea dueño de sus bienes, de sus personas y de
sus opiniones, sin más restricción que
la que la Ley crea necesaria para mantener el orden y tranquilidad pública; es
decir, la que sea necesaria para defender esos mismos bienes, esa persona y
esas opiniones contra los que te quieran privar de ellos. Todas las delicias de
la vida nacen de estos principios: el ciudadano estudioso y retirado toma la
pluma sin temor, y se entrega al placer de manifestar sus opiniones, y de
instruir a sus semejantes; su gabinete es un castillo inexpugnable desde donde
ataca el despotismo sin riesgo de ser oprimido: el ciudadano pacífico duerme
tranquilo al abrigo de las leyes, y de su propia conciencia: el hombre
laborioso ve sin sobresalto el fruto de sus sudores asegurado contra un Fisco
audaz que no le puede privar de él sin crimen. De aquí nace la confianza entre
el Gobierno y el Público. Del amigo para con el amigo, y de la esposa para con
su marido; la confianza se reanima cuando los hombres se creen seguros al
abrigo de las leyes, y sólo la confianza mutua puede hacer la felicidad de la
vida”. (28, 1–5–12)
El
concepto de ciudadanía que plantea el Bagatelista insiste permanentemente en la
voluntad de sacrificio que debe tener el ciudadano: “el amor del próximo, y del
bien público le animan en todas las circunstancias de su vida”, “el que tiene derechos
es el que se sacrifica” (25, 12–15–1811). Y cuando el Bagatelista empieza a
sentir el desaliento de lo irrealizable de su empresa, es justamente contra los
“malos ciudadanos”, contra los que protestan porque hay que pagar impuestos (“Así como pagamos los
zapatos para no lastimarnos los pies, así debemos pagar los caminos para no
rompernos la cabeza”), los que actúan con displicencia para defender la
independencia, que dirige sus ataques. A través de la carta de un amigo
ficticio, expresa: “No te fatigues tanto por inocular patriotismo e interés
entre tus conciudadanos; porque ellos se quedarán como están, y tú te expones a
reventar como el loco” (24, 12–8–1811). Para el Bagatelista, la ilustración,
las virtudes y el desinterés personal son los atributos del perfecto ciudadano
y la base de la libertad, el concepto central sobre el que se insistió en La Bagatela desde el primero hasta el
último número. “La libertad, a mi ver, es como un excelente vino generoso que
tomado con moderación, anima la circulación y da una suave alegría al alma;
pero que tomado con exceso causa la embriaguez y el delirio. (19, 11–10–1811)
Para el
Bagatelista, la libertad conquistada con los movimientos independentistas es
una libertad falsa. La verdadera libertad está aún por conquistar: “No creamos
más en cuentos de viejas: sin pólvora, sin balas, sin hombres y sin dinero es
imposible imposible conservar las
apariencias de libertad que se nos ha venido a las manos aunque nos gloriemos
de haberla conquistado” (22, 11–18–1811). En su defensa de las ideas
centralistas, llega a aceptar que las provincias se unan en torno a una ciudad
diferente a Santafé de Bogotá:
“Yo amo
con todo mi corazón la ciudad en que respiro, pero amo más la libertad; y si,
para asegurarla, creyera que Santafé se debía someter al menor de los pueblos
del reyno, sería el primero en suscribir. Antes quiero ser libre en un pueblo,
que esclavo en la Capital” (7, 8–25–1811).
Quizá la
expresión más apasionada en torno al concepto de libertad, y sobre su estrecho
vínculo con las virtudes de los ciudadanos, se aprecia en la edición de La
Bagatela que elogia la decisión del
Congreso de Caracas de proclamar , en julio de 1811, su independencia absoluta
de España.
“¡Americanos
dignos de este nombre, prosternaos conmigo ante la imagen augusta de la
Libertad, para expiar nuestras culpas! Invoquemos los manes de esos ilustres
varones que tan fielmente la sirvieron. ¡Sombras respetables de Bruto, de
Catón, de Aristides, de Marco Aurelio y de Franklin, venid en nuestro socorro! ¡Que nuestros corazones penetrados de
nuestras virtudes cívicas laven hoy los ultrajes con que hemos desfigurado la
brillante imagen de la libertad! Nosotros la hemos adornado con las insignias
del despotismo: nosotros hemos manchado su hermoso rostro con los sucios
colores del Libertinage: nosotros hemos
confundido sus dones con la codicia y la ambición. Pero ya desengañados de
nuestros errores, venimos a tributarle un homenaje más puro.
“¡Libertad
santa! Libertad amable, vuelve a nosotros tus benignos ojos!, haz que te
conozcamos tal como eres; y adornada con tus propios y verdaderos atributos,
ven a sentarte entre nosotros para no abandonarnos jamás. Nosotros te ofrecemos
levantar un trono majestuoso en medio de la frugalidad y del trabajo; nosotros
te ofrecemos desterrar la Inquisición, los Denuncios y el Tormento, como los
mas firmes apoyos del despotismo; y finalmente te ofrecemos adornar tu templo
con todas las virtudes públicas y domésticas para traerte propicia a nuestra
causa. Oye, pues, benigna, nuestros votos: que la Ambición, la Discordia, y
todos tus enemigos desaparezcan para siempre de un suelo que desde hoy
sinceramente te consagramos”. (7, 8–25–1811)
Antonio
Nariño habló de Libertad desde la primera hasta la última de sus intervenciones
públicas. Lo hizo a nombre propio o desde la clandestinidad y el anonimato.
Insistió constantemente en la necesidad de evitar tergiversaciones y
manipulaciones de ese concepto. La historia oficial dice que Antonio Nariño fue uno de los primeros en hablar
de Independencia y Libertad. Lo que no dice es que muy pocos lo escucharon.
Tampoco dice que fue él, desde el momento en que el primer movimiento
independentista intentaba afianzarse, quien auguró el fracaso de la empresa, a
raíz de sus endebles bases éticas.
“Carta
de un filósofo sensible a una Dama su amiga:... En vendiendo la última carga de
arroz vuelvo a tu lado, pero con condición de que no me has de hablar de
asuntos públicos, si quieres que el juicio no se me acabe de gastar. Que vengan
los Franceses, Los Ingleses, o nuestros antiguos Virreyes, ya no me queda otra
esperanza que el manto de Venus, o retozar con su hijo para hacer tolerables
las cadenas. A tu lado, mi dulce hechicera, todo es llevadero, hasta la misma
esclavitud” (25, 12–15–1811).
Bibliografía
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Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Londres: Verso/New
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practice. Ed. Donald F. Bouchard. 113–138.
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Lukács, Georg. On the nature and form
of the essay. Soul and form. Trans. Anna Bostock. London : Merlin Press, 1974.
Nariño, Antonio. La Bagatela (edición
facsimilar). Concejo Distrital de Bogotá. 1966.
Nueva Historia de Colombia. Planeta:
Bogotá. 1989.
Ramos, Julio. Límites de la autonomía
Desencuentros de la modernidad en América Latina : literatura y política en el
siglo XIX / Julio Ramos. México: Fondo de Cultura Económica, 1989.
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