martes, 2 de junio de 2015

Pedazos de eternidad

Texto publicado en El Universal, de Cartagena,
el 20 de junio de 1993


1
Para entendernos desde el principio, a menos de una hora de Cartagena fueron hallados restos de cerámica requeteprecolombina que fue hecha por unos seres difíciles de imaginar, hace un poco más de cinco mil años, cinco mil cuatrocientos para ser exactos.
La cifra anterior ha sido ratificada gracias a una exquisitez de la ciencia llamada el C–14, que toma su nombre de la partícula más comunicativa en los objetos y restos de seres, la que dice hace cuánto aparecieron y tuvieron vida útil esos objetos y seres.
Cinco mil años. ¿Alguien tiene idea de lo que son cinco mil años? Un año más otro año más otro año más otro año más otro año más otro año…y así, hasta cinco mil.
Pero tal vez el anterior juego de palabras no sea suficiente para que nos hagamos una idea del asunto. Tal vez mencionando sucesos históricos.
El tiempo que nos separa de la construcción de las murallas de Cartagena más antiguas habría que multiplicarlo por trece.
Sigamos bajando. Cristo está mil trescientos años más lejos de esas cerámicas que de nosotros.
Cuando Sócrates dijo que nada sabía, hacía más de tres mil años que habían sido elaboradas esas vasijas y microvasijas, esos aparentes platos.
La primera epopeya que se conoce es la de Gilgamesh, que fue redactada o compilada dos mil años antes de Cristo. Nuestras cerámicas, para ese entonces, ya eran muy viejas.
De atrás sabemos poco. Mientras hoy en un periódico recibimos miles de noticias de lo que sucedió en un día. Hacia atrás, se pueden contar con los dedos de una mano las que tenemos de un milenio.
¿Podremos entender algún día lo que son cinco mil años?
“Cinco mil años, en la historia humana, no es nada”, dice Thierry Legros, el director de la investigación que ha dado como resultado los hallazgos cerca de Puerto Badel. “Los restos humanos más antiguos que se conocen son los de Lucy y tienen varios millones de años, esa sí era una abuelita –la pusieron Lucy en honor a una canción de los Beatles titulada “Lucy in the Sky of Diamonds”. Pero los últimos cinco mil años son fundamentales, se produjo la aceleración de la historia y se dieron los cambios de sociedad. Me siento bastante cercano a ellos”.


Muy cerca de aquí
–Tenían, eventualmente, una cultura material con menos cosas, pero eran bastante espirituales. Por este sencillo hecho, estaban mucho mejor que nosotros– dice Thierry Legros con una extraña mezcla de costeño y de francés. Conduce una camioneta Chevrolet Trooper y mira hacia la carretera de El Bosque, en Cartagena. Es sábado muy de mañana, y la luz del día hay que aprovecharla. Es rubio, barba y cabello cortos, ojos verdes con algo de amarillo o de café. Podrían calculársele unos 35 años, pero con los arqueólogos nunca se sabe.
Después de seis años de excavaciones intermitentes en el mismo lugar, a veces largo tiempo paralizadas por falta de patrocinio, él y su grupo se han decidido a dar a conocer a un público más amplio su descubrimiento.
Necesitan difusión para seguir el trabajo, pero esto a la vez es un riesgo. Una noticia como esa puede atraer muchos curiosos y despertar la codicia de algunos.
La investigación de Legros y su equipo se complementa con la de Augusto Oyuela, en San Jacinto. Hay una diferencia de cerca de seis siglos entre ambas. Legros aclara que son más antiguas las cerámicas de San Jacinto, pues son como del cuatro mil antes de Cristo. Precisa que la noticia difundida inicialmente, acerca de que la hallada por él era más antigua, fue sensacionalismo de los periodistas, pero que en ningún momento se ha querido competir con esos hallazgos.
Es posible que las cerámicas encontradas en ambos lugares pertenezcan a un mismo grupo y, de hecho, son las más antiguas que se conocen en América. Para la época en que fueron hechas, en otras partes del continente no pasaba mayor cosa, los hombres seguían labrando piedras y encendiendo hogueras.
Lo cierto es que ambos hallazgos nos dicen que en ese milenio (del 3 al 4 mil antes de Cristo), muy cerca de aquí, pero en un planeta de aspecto distinto, se produjo el primer proceso industrial del continente. El hombre empezó a parecerse más al hombre.

Llanuras del Caribe
Por la carretera de Mamonal, el vehículo toma el desvió hacia Puerto Badel. Dos señoras le piden que las lleve hasta el pueblo.
Legros cuenta que durante casi todo el año 87 recorrió a pie esa región.
Llegó a Colombia por primera vez hace cerca de once años para trabajar en la Sierra Nevada de Santa Marta, pero pronto se interesó en civilizaciones más antiguas. “Menos industriales”.
Por los trabajos realizados por Reichel Dolmatoff, en Monzú y Puerto Hormiga, hace casi treinta años, quiso continuar la línea investigativa sobre el período “Formativo Temprano”.
Después de trabajar en la Sierra Nevada, había regresado a Francia y permanecido allí cerca de tres años, esperando a que le aprobaran un proyecto al que había denominado “Llanuras del Caribe”. Pero el tiempo pasaba y la aprobación tardaba. Pensó que nunca más volvería a Colombia y eso lo deprimía. Sabía que el proyecto era válido y estaba bien formulado.
“Cuando por fin me lo aceptaron recuerdo que casi me ahogo de la rasca”.
En el 87, recorrió a pie amplias zonas de El Plato, Zambrano, parte del río Magdalena, las ciénagas y las partes altas de la región.
“Del día del descubrimiento recuerdo el calor. Estábamos Hernando Maldonado, que actualmente es el subdirector de la investigación; Camilo Rodríguez, otro arqueólogo que estuvo con nosotros al comienzo; un estudiante de la Universidad Nacional y yo.
“La navaja con que trabajamos ardía de calor, pero el calor se apagó cuando encontramos el conchal”.
“Esa fue la primera emocionada de verdad. Después de caminar más de 6 meses la zona, con las finanzas acabándose y la angustia, empezó a salir cerámica con desgrasante de fibra”.
Una de las características de las cerámicas del período Formativo Temprano es la utilización de fibras vegetales como desgrasante. El desgrasante es el elemento que absorbe el agua y le da consistencia al barro para producir la cerámica.
“Este primer pedacito que encontramos era más de cinco años de reto. Todo eso tardó el proyecto para financiarse en Francia”.
El día del hallazgo celebraron con ron en Puerto Badel, pero el cansancio y las ganas de seguir trabajando pudieron más que el deseo de celebrar. Durante los dos días siguientes excavaron con ritmo frenético y tomaron las muestras necesarias para obtener informaciones más precisas en los laboratorios.
El patrimonio
En la entrada a Puerto Badel las dos señoras descienden agradecidas. Thierry Legros recuerda que él y Maldonado darán una charla en el pueblo para mostrarle a la gente lo importante que es para ellos este hallazgo y para que se sientan responsables de su cuidado.
Dice que una de las razones por las que ahora es necesario para ellos que la prensa los divulgue, es para que se asuman responsabilidades frente a lo encontrado.
Su idea es promover la creación de un museo arqueológico que a la vez sirva de centro de estudio para especialistas en el tema.
Cartagena se beneficiaría con un atractivo más para el turismo internacional, para el que temas como éste son de importancia, y haría méritos para estar a la altura de su título de Patrimonio Histórico.
Una vieja sonrisa
El centro de operaciones está en la estación de bombeo de Dolores, pocos minutos después de Puerto Badel. Hernando Maldonado y el equipo de trabajo esperaban la llegada de Legros para iniciar la marcha. Son quince minutos a través de un terreno al que dos aguaceros le han dejado una vegetación abundante.
El grupo arranca, pero el arqueólogo se retrasa porque tiene algo importante que mostrarnos.
De una cajita que ha tratado con mucho cuidado durante el viaje, saca un trapo blanco, lo desenvuelve solemnemente y pone ante nuestros ojos una sonrisa de cinco mil años.
Es una figura indescifrable, como una especie de dios burlón, un ser de ojos o mejillas hinchadas que sonríe. Un pedazo de sueño moldeado que se ríe de lo poco que sabemos de ese abismo conocido comúnmente con el nombre de pasado.
Frente a ese objeto se siente el vértigo de lo inabarcable. Los dedos que dieron forma a esa figura son más leves que un sueño olvidado; sin embargo, ahí están, perpetuados en su obra, cobrando su anónima cuota de inmortalidad.

La excavación
En la estación de bombeo de Dolores les han prestado unos cuartos y una cocina pequeña. En ella tienen varios cedazos en los que ponen a secar, después de haberlos lavado, los trozos de cerámicas, hueso, piedras y carbón, que salen de la excavación.
Desde ese lugar empiezan los tanteos para tratar de reconstruir algunas piezas. La mayoría de los fragmentos son muy pequeños, centenares de enigmas que se nos proponen. Algunos son lisos o con huellas de la fibra utilizada como desgrasante, otros, unos pocos, tienen puntos y líneas, poseen raras formas de animales o de seres extraños.
En el camino hacia la excavación es posible ver en el suelo partes de cerámicas recientes (del siglo XV aproximadamente), o piedras talladas del paleolítico, pero Thierry Legros vuelve y las deja en su lugar.
En la excavación, bajo dos enormes carpas, hay dos cuadrados de 6 metros de lado que tienen casi un metro de profundidad. En uno de ellos varios jóvenes trabajan removiendo la tierra con palustre y bisturí, apartando conchas de ostras o caracuchas y guardando en bolsas los pedazos de cerámicas.
Al sol, un joven empieza a remover la superficie en otro cuadrado, delimitado con hilos blancos, que tiene la misma extensión de los anteriores. En unos días tendrá la profundidad de los que se encuentran bajo las carpas.
Ese día de sol es especialmente pesado. En el comedor, un techo de paja bajo el que hay una larga mesa y una banca de guadua, Legros empieza a hablar del grupo.
“Hernando Maldonado, ‘Nani’, es el que tiene barba. Está desde el comienzo. Hacía sus prácticas de antropología en el 87 y ahora está también al frente del proyecto”.
“El que está al sol es de Barranquilla. Se llama Lázaro, estudió Ciencias Sociales. Lo que le gusta es la arqueología, pero en ninguna universidad de la costa existe esa carrera”.
Un joven de tez clara y  cabello largo remueve conchas bajo la carpa. “Felipe es otro estudiante de Antropología. Vino de Bogotá hace una semana. Está haciendo su período de prácticas y en este trabajo se especializa en material lítico”.
Los demás, Peyo, Luis, Rodolfo, Juancho, José Ignacio y Alfredo, son jóvenes de la región, de Rocha y Puerto Badel. Legros dice satisfecho que a través de ellos el pueblo se ha hecho consciente de la importancia del hallazgo y, especialmente, de que les pertenece.
Luis llegó desde cuando se hicieron las primeras excavaciones en el 87. Tenía 13 años. Pidió permiso para verlos trabajar y se fue quedando con ellos. Pronto estaba ayudando a remover el conchal y asomando a la luz centenares de pedazos de cerámica.

Los formativos (I)
Después del primer hallazgo, en el 87, se hicieron nuevas campañas en el lugar, en 1988 y 1989, que duraron de dos a tres meses. En el 90, Legros regresó pero no hubo excavaciones y sólo tomó unas muestras de suelo, de fauna y polen. Desde el 5 de mayo pasado se realiza una nueva campaña.
Hasta mediados de julio seguirán abriéndose paso lentamente en la tierra, sacando toda la información posible para saber quiénes eran esos seres que habitaron estas tierras hace tanto, qué pensaban, cómo vivían, a qué le temían y de qué se reían.
“Lo de la cerámica no es lo más importante. La cerámica es como una ventanita a través de la que podemos asomarnos. También nos interesan las huellas de postes para tener idea de la forma de las casas, para saber cómo repartían el espacio para comer y para dormir”.
“Hasta el momento no hemos encontrado restos humanos pero sería muy importante. Cualquier pobre tipo que hayan tirado a la basura. Necesito huesos para saber de su estatura, de su fisonomía y tratar de deducir algo de su dieta”.
“No sabemos si son agricultores. Sólo hay indicaciones de la carne que comían: Conchas, pescado, manatí y caimán”.
“Sería bueno encontrar una tumba para saber cómo entierran a sus muertos, en qué posición, cuál es el ajuar funerario. Con las tumbas se puede saber del estado de salud y de civilización”.
“Una de las cosas que más nos intrigaba al comienzo era por qué se encontraban estas acumulaciones de conchas tan lejos del mar. Pensamos que no sería práctico cargarlas desde tan lejos y así llegamos a la respuesta”.
“En aquella época el mar se encontraba 10 kilómetros más adentro que ahora, o sea 5 metros más alto,  como consecuencia del descongelamiento de los polos, ya que la tierra en esa época era más caliente. Unos estudios por satélite permitieron comprobar ese hecho. Este paraje perdido entre colinas leves y manglares dulces, hace cinco mil años era una zona costera”.
“Podemos inferir que sólo permanecían en el lugar unos meses al año. Que probablemente venían del interior. No eran pescadores, pero estando acá se dedicaban a eso. Es posible que ni siquiera supieran nadar. Por lo elaborado de algunas cerámicas, podemos deducir que ya tenían especialización del trabajo, algunos de ellos se dedicaban sólo a hacer cerámicas”.

Lejos
Durante todo el día se cumple el meticuloso trabajo de remover poco a poco la tierra y extraerle su misterio.
A veces bromean, se hacen chistes sobre los de Rocha y los de Puerto Badel. Thierry participa de las bromas y es divertido oírle decir: “juepucha, mano” con acento francés”.
A veces hablan del cacique. A pesar de que no lo han encontrado y tal vez nunca lo encuentren, el cacique es para ellos como un viejo conocido. Dicen en broma que se les va a aparecer, que les dirá muchas cosas sobre los formativos. Todos los días le ponen un nombre distinto: Turún Turún, Churupipí, y riendo y hablando se olvida el cansancio.
Otras veces es tanta la concentración en el trabajo que no se escuchan cuando se hablan. Hay algo de inusual devoción en ese rasguñar la tierra para fines tan insólitos, en esa minúscula tortura que se le inflige a la piel del planeta para que confiese su pasado.
Algunos tratan de imaginar los seres que están del otro lado de los objetos hallados. Otros, simplemente trabajan como autómatas, con las mentes borradas por el calor, por la sed, por la fatiga acumulada. A veces parecen más primarios que los dueños de los objetos que están sacando.
Thierry le pide a Lázaro que le devuelva su palustre.  Ha hurgado en muchos sitios distantes de la tierra, está ya bastante desgastado y le dolería menos partirlo él mismo.
Al mediodía, consciente de su importancia, llega Manuela con el almuerzo.
Hay en ese momento un regreso a esta realidad. Se habla de la multiplicación de los panes y del vino. El estudiante de Bogotá recuerda a su madre. Se habla del calor y de la sed, de lo rápido que se está acabando el agua, de la sutil tortura del aviso de gaseosa sobre las carpas, del enojo de Luis porque Thierry le ha dicho amablemente que no hizo algo bien.
Luego, casi todos van a bañarse a Puerto Chacho, un paraje desierto unos metros más abajo, donde quedaba el mar. En ese manglar aún hay anguilas y manatíes, en ese manglar aún hay manglar.
En el camino hacia Puerto Chacho hay algo curioso. Las últimas lluvias de mayo han dejado al descubierto basura del siglo XVII.
Por entre esos restos de botellas o de pipas de viejos españoles, ha pasado con relativa indiferencia el grupo de los arqueólogos.
¿Qué son trescientos años?
Pero son algo, no deja de ser interesante saber que allí dejaron los españoles sus platos rotos.
El resto de la tarde trabajan en silencio, llevando el pensamiento a lugares más profundos. Y el canto de los grillos sube y baja en oleadas, se mueve entre el silencio y un estruendo incomprensible, dialoga con los chillidos de los micos. Y lagartijas descendientes de aquellas que conocieron a los dueños de esos tiestos observan curiosas y recelosas a los excavadores.

2
Ahora es lunes, estamos en el CIOH (Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas), de la Escuela Naval.
Los trabajos de excavación se hacen de martes a sábado. Los domingos el grupo se toma un descanso, que ya empieza a resultar insuficiente, y los lunes son de trabajo de laboratorio.
En el CIOH, les han prestado un espacio en el Laboratorio de Especies Náufragas. Eso, y las dos carpas de la excavación, que les prestó Coca–Cola, (“por favor, dígalo”, insiste Thierry agradecido), son la única ayuda que han recibido hasta el momento de Cartagena.
Este lunes 7 de junio es un día de fiesta, al menos para Thierry, Maldonado, y los estudiantes que los acompañan (sólo faltan los muchachos de Rocha y Puerto Badel). Por primera vez despliegan en un lugar amplio todos los pedazos de cerámica que han extraído en ese sitio desde el 87.
Con ellos dispuestos en largos mesones empieza un paso decisivo de la investigación: tratar de reconstruir lo más completos posibles los utensilios hallados. Cuando la excavación termine, a mediados de julio, se encerrarán por lo menos tres meses en el laboratorio a clasificar y tratar de dar orden a ese infinito rompecabezas y a empezar a elaborar un informe.
Para ello se valen de técnicas arqueológicas como la de tener claramente establecido en qué sector del terreno, y a qué profundidad fue hallado cada fragmento.
Eso permite que las posibilidades de reconstruir piezas, por la cercanía de los fragmentos, sean mayores.
Otros recursos permiten seguir visualizando el terreno en el laboratorio y seguir conjeturando. De cada nueva capa se hace un mapa preciso y se toman fotografías.
“En arqueología, cada capa que uno encuentra es como la página de un libro. La diferencia es que, para leer otra, hay que destruir la anterior. Por eso hay que tratar de dejar testimonio de ella”.
El sueño de Nani
Hernando Maldonado (‘Nani’) habla poco pero es amable. En el laboratorio no oculta satisfacción por el comienzo de una nueva etapa.
Desde la excavación se ha visto que le gusta más trabajar que hablar. Comparte, sin decirlo, la idea de Thierry de que poco se aprende de arqueología en las universidades, que se aprende con el palustre en la mano.
“En América la presencia del hombre se calcula en el 30 mil antes de Cristo, aproximadamente”.
Dice que, aunque la cerámica apareció más tarde en América que en Asia o Europa, eso no es argumento para insistir en que somos atrasados. Sólo que aquí se dio un proceso de evolución naturalista y eso no es necesariamente negativo.
“Nos interesa plantear que las cerámicas, independientes de las fechas, ayudan a determinar en qué situación evolutiva se encuentra el hombre”.
Ahora, con gafas y lejos de la excavación, empieza a ser posible que ese hombre silencioso, que tomaba medidas e indicaba, también sea un científico.
Dice que habrá que confrontar con los hallazgos de Oyuela, que habrá que discutir y, si es necesario, pelear para que haya un debate científico que dé luz sobre esa época y ese grupo que parece ser uno sólo.
“Son muchas preguntas. Pero a medida que avanzamos nos encaminamos mejor. ¿Tienen jefes? ¿Hay división social del trabajo? ¿Machismo o feminismo? ¿Tienen dioses o no? ¿El poder lo ejercen aniquilando o con castigos severos? ¿Cómo es la transmisión del saber? La cerámica es la posibilidad de pensar en todo eso”.
En medio de esos interrogantes, Maldonado tuvo una vez un sueño con los “formativos”.
“Un día teníamos bastante material cerámico y necesitábamos pensar cómo vivían. En el sueño salimos en el jeep, estábamos cerca de Bogotá y le dije a Thierry: ‘No seamos güevones, preguntémosle a los formativos’”.
“Y ahí estaban, en el carro, los formativos. Eran un señor, una señora y una niña. Estaban sentados, serios y callados, la niña al lado de la señora.
Pero cuando Nani iba a preguntarles, una balacera distrajo su atención. Ahora el sueño era una violenta escena de calle al lado del carro. Un asalto. Dos personas murieron acribilladas”.
El mundo moderno, con su violencia, no dejó hacerle preguntas a los formativos.

Los formativos (II)
Lázaro, Felipe y Marta (una estudiante bogotana que se incorporó al grupo el día anterior y se especializa en restos de huesos), se quedan en el laboratorio distribuyendo sobre  los mesones los pedazos de cerámica, de acuerdo con el sector de la excavación del que fueron extraídos.
Al lado de una cancha del CIOH, Thierry Legros y Hernando Maldonado intentan darnos una idea de los formativos.
Están contentos porque la noche anterior Thierry logró hacer coincidir dos piezas y la figura que encontraron los deslumbró: unos dedos en torno a un seno. Ese hallazgo les abre más puertas para entender la complejidad de estos seres.
“El reflejo que nos llega es mínimo, pero es lo que podemos tener. Faltan infinidad de cosas, faltan los tejidos, falta la madera, falta la cestería, no hay ni un solo rito. Muestran una industria lítica burda”.
“Sobre las cerámicas se puede inferir, pero no se puede cuantificar. En estas de Puerto Badel ya hay acabado. No están dueños completamente del proceso de cocción, pero poseen varias técnicas, por lo que se supone que lo sabían desde un lapso importante de tiempo”.
“Cuando se habla de épocas antiguas, aunque el 5 mil antes de Cristo no es muy antiguo, hay tendencia a imaginarse a los hombres como seres salvajes y luchando denodadamente por sobrevivir. Eso es falso.  Estaban más organizados de lo que pensamos. Tenían abundancia y conocimiento de recursos. Tenían mucho tiempo libre. Hay un libro sobre el tema que se llama ‘Edad de piedra, edad de abundancia’. Ellos estaban frescos jugando naipes. Recogían en dos horas lo que necesitaban para el día. Eran mucho más civilizados de lo que creíamos”.
“Sus vasijas tienen figuras raras, mezcla de animal y humano. Esto nos dice que tenían un mundo mitológico, probablemente varios dioses. Tenían complejidad. Los objetos, además de funcionales tenían connotaciones sagradas”.

Thierry Legros
Maldonado debe salir de la Escuela Naval a buscar en Bazurto unos anjeos y unas escaleras.
Legros se queda hablando de su oficio y de sus sueños. Dice que la arqueología es un virus que cuando contagia a alguien le da una energía tremenda para seguir trabajando.
“Esto que para muchos no tiene relevancia, para mí tiene el peso de la historia. Por ética, no tengo ningún objeto arqueológico conmigo. Es una cosa de peso, segura. Le tengo mucho respeto a lo que excavo. Las piezas deben quedar en el lugar en que son halladas”.
“Somos los intérpretes de esta gente que no puede hablar, tenemos la responsabilidad de no traicionarlos, de entenderlos, difundirlos y hacerlos respetar”.
“Mirando sus cerámicas, es posible suponer que aquellos seres pudieron imaginar la trascendencia que tendrían sus objetos. Al plasmar figuración simbólica no lo hacían en vano. Hay un pedazo de eternidad en eso y el que lo hace lo sabe”.
“En mi caso, saber que una pieza que uno salvó se podrá exponer dentro de unos siglos, esa es mi parte de eternidad”.
Legros dice que la investigación necesita la vinculación de especialistas en muchas áreas: Zooarqueología, botánica, palinólogos (especializados en el paisaje florístico), y que eso sólo será posible creando en Cartagena un Museo, un Centro de Investigaciones en varias disciplinas y haciendo promociones con folletos y revistas.
Recuerda que la investigación se ha hecho gracias a la Embajada de Francia, el Instituto Francés de Estudios Andinos, el Instituto Colombiano de Antropología y que él, a su vez, trabaja para el Centre Nationale de la Recherche Scientifique.
Habla de la mística que necesita el oficio de arqueólogo, de esa entrega en la que a veces ni se duerme, de la prodigiosa expansión de la memoria que les permite recordar un borde de cerámica visto mucho antes y que empalma perfectamente con otro que están mirando.
Habla de su palustre, ese viejo amigo que ya es tan de él como su mano y que ha hurgado  la tierra en Tailandia, Siria, el sur de Europa, México y ahora en las llanuras del Caribe de Colombia.
Dice que se ha leído más de diez veces “Cien años de soledad” y que cuando encontró el conchal de Puerto Badel y pensó que el mar se había retirado unos kilómetros, recordó la imagen del barco encallado tierra adentro.
Habla de sus otras pasiones: la música y el mar. Recuerda sus viajes en velero cuando niño con su padre, en el Mediterráneo, y concluye con voz segura: “El día en que yo diga: ‘me mamé de este cuento’, me monto en un velero y me largo a navegar”.

El viaje
Al caer la noche de ese lunes dejamos la cancha y regresamos al laboratorio. Ya los estudiantes han ocupado dos inmensos mesones con pedazos de cerámica, separándolos en grupos, con cinta de enmascarar, y con su procedencia (capa y nivel) debidamente identificada.
Ya ‘Nani’ ha regresado de Bazurto. Quedan pocas personas en las instalaciones del CIOH. El grupo trabaja hipnotizado por los pedazos. Nadie sabe cuántos son. Podrían calcularse entre cinco y diez mil.
Mientras colocan las cerámicas, huesos y piedras, en las áreas delimitadas con cinta, logran hacer coincidir varios pedazos que ya empiezan a ser jarrón o batea. Están cansados pero no son capaces de detenerse, aunque al día siguiente tendrán que madrugar a seguir excavando.
A través de los ventanales del laboratorio se ve la bahía, a pocos metros y, más allá del brillo y la negrura de las aguas, las luces de la ciudad.
Maldonado trabaja casi en silencio. Thierry, inspirado por ese despliegue de fragmentos, se sube al mesón y dice que uno de los sueños de su infancia fue trabajar en un lugar así, amplio, de edificios blancos y al lado del mar.
Dice que lo mejor de todo es lo que significan esas cerámicas en una sede militar, que son como un símbolo de paz.
Y las cerámicas sonríen, tímidas y confiadas, y siguen en su viaje por la eternidad.


Junio 20 de 1993





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