Texto publicado en El Universal, de Cartagena,
el 20 de junio de 1993
1
Para entendernos desde
el principio, a menos de una hora de Cartagena fueron hallados restos de
cerámica requeteprecolombina que fue hecha por unos seres difíciles de
imaginar, hace un poco más de cinco mil años, cinco mil cuatrocientos para ser
exactos.
La cifra anterior ha
sido ratificada gracias a una exquisitez de la ciencia llamada el C–14, que
toma su nombre de la partícula más comunicativa en los objetos y restos de
seres, la que dice hace cuánto aparecieron y tuvieron vida útil esos objetos y
seres.
Cinco mil años.
¿Alguien tiene idea de lo que son cinco mil años? Un año más otro año más otro
año más otro año más otro año más otro año…y así, hasta cinco mil.
Pero tal vez el
anterior juego de palabras no sea suficiente para que nos hagamos una idea del
asunto. Tal vez mencionando sucesos históricos.
El tiempo que nos
separa de la construcción de las murallas de Cartagena más antiguas habría que
multiplicarlo por trece.
Sigamos bajando. Cristo
está mil trescientos años más lejos de esas cerámicas que de nosotros.
Cuando Sócrates dijo
que nada sabía, hacía más de tres mil años que habían sido elaboradas esas
vasijas y microvasijas, esos aparentes platos.
La primera epopeya que
se conoce es la de Gilgamesh, que fue redactada o compilada dos mil años antes
de Cristo. Nuestras cerámicas, para ese entonces, ya eran muy viejas.
De atrás sabemos poco.
Mientras hoy en un periódico recibimos miles de noticias de lo que sucedió en
un día. Hacia atrás, se pueden contar con los dedos de una mano las que tenemos
de un milenio.
¿Podremos entender
algún día lo que son cinco mil años?
“Cinco mil años, en la
historia humana, no es nada”, dice Thierry Legros, el director de la
investigación que ha dado como resultado los hallazgos cerca de Puerto Badel.
“Los restos humanos más antiguos que se conocen son los de Lucy y tienen varios
millones de años, esa sí era una abuelita –la pusieron Lucy en honor a una
canción de los Beatles titulada “Lucy in the Sky of Diamonds”. Pero los últimos
cinco mil años son fundamentales, se produjo la aceleración de la historia y se
dieron los cambios de sociedad. Me siento bastante cercano a ellos”.
Muy
cerca de aquí
–Tenían, eventualmente,
una cultura material con menos cosas, pero eran bastante espirituales. Por este
sencillo hecho, estaban mucho mejor que nosotros– dice Thierry Legros con una
extraña mezcla de costeño y de francés. Conduce una camioneta Chevrolet Trooper
y mira hacia la carretera de El Bosque, en Cartagena. Es sábado muy de mañana,
y la luz del día hay que aprovecharla. Es rubio, barba y cabello cortos, ojos
verdes con algo de amarillo o de café. Podrían calculársele unos 35 años, pero
con los arqueólogos nunca se sabe.
Después de seis años de
excavaciones intermitentes en el mismo lugar, a veces largo tiempo paralizadas
por falta de patrocinio, él y su grupo se han decidido a dar a conocer a un
público más amplio su descubrimiento.
Necesitan difusión para
seguir el trabajo, pero esto a la vez es un riesgo. Una noticia como esa puede
atraer muchos curiosos y despertar la codicia de algunos.
La investigación de
Legros y su equipo se complementa con la de Augusto Oyuela, en San Jacinto. Hay
una diferencia de cerca de seis siglos entre ambas. Legros aclara que son más
antiguas las cerámicas de San Jacinto, pues son como del cuatro mil antes de
Cristo. Precisa que la noticia difundida inicialmente, acerca de que la hallada
por él era más antigua, fue sensacionalismo de los periodistas, pero que en
ningún momento se ha querido competir con esos hallazgos.
Es posible que las
cerámicas encontradas en ambos lugares pertenezcan a un mismo grupo y, de
hecho, son las más antiguas que se conocen en América. Para la época en que
fueron hechas, en otras partes del continente no pasaba mayor cosa, los hombres
seguían labrando piedras y encendiendo hogueras.
Lo cierto es que ambos
hallazgos nos dicen que en ese milenio (del 3 al 4 mil antes de Cristo), muy
cerca de aquí, pero en un planeta de aspecto distinto, se produjo el primer
proceso industrial del continente. El hombre empezó a parecerse más al hombre.
Llanuras
del Caribe
Por la carretera de
Mamonal, el vehículo toma el desvió hacia Puerto Badel. Dos señoras le piden
que las lleve hasta el pueblo.
Legros cuenta que
durante casi todo el año 87 recorrió a pie esa región.
Llegó a Colombia por
primera vez hace cerca de once años para trabajar en la Sierra Nevada de Santa
Marta, pero pronto se interesó en civilizaciones más antiguas. “Menos
industriales”.
Por los trabajos
realizados por Reichel Dolmatoff, en Monzú y Puerto Hormiga, hace casi treinta
años, quiso continuar la línea investigativa sobre el período “Formativo
Temprano”.
Después de trabajar en
la Sierra Nevada, había regresado a Francia y permanecido allí cerca de tres
años, esperando a que le aprobaran un proyecto al que había denominado
“Llanuras del Caribe”. Pero el tiempo pasaba y la aprobación tardaba. Pensó que
nunca más volvería a Colombia y eso lo deprimía. Sabía que el proyecto era
válido y estaba bien formulado.
“Cuando por fin me lo
aceptaron recuerdo que casi me ahogo de la rasca”.
En el 87, recorrió a
pie amplias zonas de El Plato, Zambrano, parte del río Magdalena, las ciénagas
y las partes altas de la región.
“Del día del
descubrimiento recuerdo el calor. Estábamos Hernando Maldonado, que actualmente
es el subdirector de la investigación; Camilo Rodríguez, otro arqueólogo que
estuvo con nosotros al comienzo; un estudiante de la Universidad Nacional y yo.
“La navaja con que
trabajamos ardía de calor, pero el calor se apagó cuando encontramos el
conchal”.
“Esa fue la primera
emocionada de verdad. Después de caminar más de 6 meses la zona, con las
finanzas acabándose y la angustia, empezó a salir cerámica con desgrasante de
fibra”.
Una de las
características de las cerámicas del período Formativo Temprano es la
utilización de fibras vegetales como desgrasante. El desgrasante es el elemento
que absorbe el agua y le da consistencia al barro para producir la cerámica.
“Este primer pedacito
que encontramos era más de cinco años de reto. Todo eso tardó el proyecto para
financiarse en Francia”.
El día del hallazgo
celebraron con ron en Puerto Badel, pero el cansancio y las ganas de seguir
trabajando pudieron más que el deseo de celebrar. Durante los dos días
siguientes excavaron con ritmo frenético y tomaron las muestras necesarias para
obtener informaciones más precisas en los laboratorios.
El
patrimonio
En la entrada a Puerto
Badel las dos señoras descienden agradecidas. Thierry Legros recuerda que él y
Maldonado darán una charla en el pueblo para mostrarle a la gente lo importante
que es para ellos este hallazgo y para que se sientan responsables de su
cuidado.
Dice que una de las
razones por las que ahora es necesario para ellos que la prensa los divulgue,
es para que se asuman responsabilidades frente a lo encontrado.
Su idea es promover la
creación de un museo arqueológico que a la vez sirva de centro de estudio para
especialistas en el tema.
Cartagena se
beneficiaría con un atractivo más para el turismo internacional, para el que
temas como éste son de importancia, y haría méritos para estar a la altura de
su título de Patrimonio Histórico.
Una
vieja sonrisa
El centro de
operaciones está en la estación de bombeo de Dolores, pocos minutos después de
Puerto Badel. Hernando Maldonado y el equipo de trabajo esperaban la llegada de
Legros para iniciar la marcha. Son quince minutos a través de un terreno al que
dos aguaceros le han dejado una vegetación abundante.
El grupo arranca, pero
el arqueólogo se retrasa porque tiene algo importante que mostrarnos.
De una cajita que ha
tratado con mucho cuidado durante el viaje, saca un trapo blanco, lo desenvuelve
solemnemente y pone ante nuestros ojos una sonrisa de cinco mil años.
Es una figura
indescifrable, como una especie de dios burlón, un ser de ojos o mejillas
hinchadas que sonríe. Un pedazo de sueño moldeado que se ríe de lo poco que
sabemos de ese abismo conocido comúnmente con el nombre de pasado.
Frente a ese objeto se
siente el vértigo de lo inabarcable. Los dedos que dieron forma a esa figura
son más leves que un sueño olvidado; sin embargo, ahí están, perpetuados en su
obra, cobrando su anónima cuota de inmortalidad.
La
excavación
En la estación de
bombeo de Dolores les han prestado unos cuartos y una cocina pequeña. En ella
tienen varios cedazos en los que ponen a secar, después de haberlos lavado, los
trozos de cerámicas, hueso, piedras y carbón, que salen de la excavación.
Desde ese lugar
empiezan los tanteos para tratar de reconstruir algunas piezas. La mayoría de
los fragmentos son muy pequeños, centenares de enigmas que se nos proponen.
Algunos son lisos o con huellas de la fibra utilizada como desgrasante, otros,
unos pocos, tienen puntos y líneas, poseen raras formas de animales o de seres
extraños.
En el camino hacia la
excavación es posible ver en el suelo partes de cerámicas recientes (del siglo
XV aproximadamente), o piedras talladas del paleolítico, pero Thierry Legros
vuelve y las deja en su lugar.
En la excavación, bajo
dos enormes carpas, hay dos cuadrados de 6 metros de lado que tienen casi un
metro de profundidad. En uno de ellos varios jóvenes trabajan removiendo la
tierra con palustre y bisturí, apartando conchas de ostras o caracuchas y
guardando en bolsas los pedazos de cerámicas.
Al sol, un joven
empieza a remover la superficie en otro cuadrado, delimitado con hilos blancos,
que tiene la misma extensión de los anteriores. En unos días tendrá la
profundidad de los que se encuentran bajo las carpas.
Ese día de sol es especialmente
pesado. En el comedor, un techo de paja bajo el que hay una larga mesa y una
banca de guadua, Legros empieza a hablar del grupo.
“Hernando Maldonado,
‘Nani’, es el que tiene barba. Está desde el comienzo. Hacía sus prácticas de
antropología en el 87 y ahora está también al frente del proyecto”.
“El que está al sol es
de Barranquilla. Se llama Lázaro, estudió Ciencias Sociales. Lo que le gusta es
la arqueología, pero en ninguna universidad de la costa existe esa carrera”.
Un joven de tez clara
y cabello largo remueve conchas bajo la
carpa. “Felipe es otro estudiante de Antropología. Vino de Bogotá hace una
semana. Está haciendo su período de prácticas y en este trabajo se especializa
en material lítico”.
Los demás, Peyo, Luis,
Rodolfo, Juancho, José Ignacio y Alfredo, son jóvenes de la región, de Rocha y
Puerto Badel. Legros dice satisfecho que a través de ellos el pueblo se ha
hecho consciente de la importancia del hallazgo y, especialmente, de que les
pertenece.
Luis llegó desde cuando
se hicieron las primeras excavaciones en el 87. Tenía 13 años. Pidió permiso
para verlos trabajar y se fue quedando con ellos. Pronto estaba ayudando a
remover el conchal y asomando a la luz centenares de pedazos de cerámica.
Los
formativos (I)
Después del primer hallazgo,
en el 87, se hicieron nuevas campañas en el lugar, en 1988 y 1989, que duraron
de dos a tres meses. En el 90, Legros regresó pero no hubo excavaciones y sólo
tomó unas muestras de suelo, de fauna y polen. Desde el 5 de mayo pasado se
realiza una nueva campaña.
Hasta mediados de julio
seguirán abriéndose paso lentamente en la tierra, sacando toda la información
posible para saber quiénes eran esos seres que habitaron estas tierras hace
tanto, qué pensaban, cómo vivían, a qué le temían y de qué se reían.
“Lo de la cerámica no
es lo más importante. La cerámica es como una ventanita a través de la que
podemos asomarnos. También nos interesan las huellas de postes para tener idea
de la forma de las casas, para saber cómo repartían el espacio para comer y
para dormir”.
“Hasta el momento no
hemos encontrado restos humanos pero sería muy importante. Cualquier pobre tipo
que hayan tirado a la basura. Necesito huesos para saber de su estatura, de su
fisonomía y tratar de deducir algo de su dieta”.
“No sabemos si son
agricultores. Sólo hay indicaciones de la carne que comían: Conchas, pescado,
manatí y caimán”.
“Sería bueno encontrar
una tumba para saber cómo entierran a sus muertos, en qué posición, cuál es el
ajuar funerario. Con las tumbas se puede saber del estado de salud y de
civilización”.
“Una de las cosas que
más nos intrigaba al comienzo era por qué se encontraban estas acumulaciones de
conchas tan lejos del mar. Pensamos que no sería práctico cargarlas desde tan
lejos y así llegamos a la respuesta”.
“En aquella época el
mar se encontraba 10 kilómetros más adentro que ahora, o sea 5 metros más
alto, como consecuencia del
descongelamiento de los polos, ya que la tierra en esa época era más caliente.
Unos estudios por satélite permitieron comprobar ese hecho. Este paraje perdido
entre colinas leves y manglares dulces, hace cinco mil años era una zona
costera”.
“Podemos inferir que
sólo permanecían en el lugar unos meses al año. Que probablemente venían del
interior. No eran pescadores, pero estando acá se dedicaban a eso. Es posible
que ni siquiera supieran nadar. Por lo elaborado de algunas cerámicas, podemos
deducir que ya tenían especialización del trabajo, algunos de ellos se
dedicaban sólo a hacer cerámicas”.
Lejos
Durante todo el día se
cumple el meticuloso trabajo de remover poco a poco la tierra y extraerle su
misterio.
A veces bromean, se
hacen chistes sobre los de Rocha y los de Puerto Badel. Thierry participa de
las bromas y es divertido oírle decir: “juepucha, mano” con acento francés”.
A veces hablan del
cacique. A pesar de que no lo han encontrado y tal vez nunca lo encuentren, el
cacique es para ellos como un viejo conocido. Dicen en broma que se les va a
aparecer, que les dirá muchas cosas sobre los formativos. Todos los días le
ponen un nombre distinto: Turún Turún, Churupipí, y riendo y hablando se olvida
el cansancio.
Otras veces es tanta la
concentración en el trabajo que no se escuchan cuando se hablan. Hay algo de
inusual devoción en ese rasguñar la tierra para fines tan insólitos, en esa
minúscula tortura que se le inflige a la piel del planeta para que confiese su
pasado.
Algunos tratan de
imaginar los seres que están del otro lado de los objetos hallados. Otros,
simplemente trabajan como autómatas, con las mentes borradas por el calor, por
la sed, por la fatiga acumulada. A veces parecen más primarios que los dueños
de los objetos que están sacando.
Thierry le pide a
Lázaro que le devuelva su palustre. Ha
hurgado en muchos sitios distantes de la tierra, está ya bastante desgastado y
le dolería menos partirlo él mismo.
Al mediodía, consciente
de su importancia, llega Manuela con el almuerzo.
Hay en ese momento un
regreso a esta realidad. Se habla de la multiplicación de los panes y del vino.
El estudiante de Bogotá recuerda a su madre. Se habla del calor y de la sed, de
lo rápido que se está acabando el agua, de la sutil tortura del aviso de
gaseosa sobre las carpas, del enojo de Luis porque Thierry le ha dicho
amablemente que no hizo algo bien.
Luego, casi todos van a
bañarse a Puerto Chacho, un paraje desierto unos metros más abajo, donde
quedaba el mar. En ese manglar aún hay anguilas y manatíes, en ese manglar aún
hay manglar.
En el camino hacia
Puerto Chacho hay algo curioso. Las últimas lluvias de mayo han dejado al descubierto
basura del siglo XVII.
Por entre esos restos
de botellas o de pipas de viejos españoles, ha pasado con relativa indiferencia
el grupo de los arqueólogos.
¿Qué son trescientos
años?
Pero son algo, no deja
de ser interesante saber que allí dejaron los españoles sus platos rotos.
El resto de la tarde
trabajan en silencio, llevando el pensamiento a lugares más profundos. Y el
canto de los grillos sube y baja en oleadas, se mueve entre el silencio y un
estruendo incomprensible, dialoga con los chillidos de los micos. Y lagartijas
descendientes de aquellas que conocieron a los dueños de esos tiestos observan
curiosas y recelosas a los excavadores.
2
Ahora es lunes, estamos
en el CIOH (Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas), de la
Escuela Naval.
Los trabajos de
excavación se hacen de martes a sábado. Los domingos el grupo se toma un
descanso, que ya empieza a resultar insuficiente, y los lunes son de trabajo de
laboratorio.
En el CIOH, les han
prestado un espacio en el Laboratorio de Especies Náufragas. Eso, y las dos
carpas de la excavación, que les prestó Coca–Cola, (“por favor, dígalo”,
insiste Thierry agradecido), son la única ayuda que han recibido hasta el
momento de Cartagena.
Este lunes 7 de junio
es un día de fiesta, al menos para Thierry, Maldonado, y los estudiantes que
los acompañan (sólo faltan los muchachos de Rocha y Puerto Badel). Por primera
vez despliegan en un lugar amplio todos los pedazos de cerámica que han
extraído en ese sitio desde el 87.
Con ellos dispuestos en
largos mesones empieza un paso decisivo de la investigación: tratar de
reconstruir lo más completos posibles los utensilios hallados. Cuando la
excavación termine, a mediados de julio, se encerrarán por lo menos tres meses
en el laboratorio a clasificar y tratar de dar orden a ese infinito
rompecabezas y a empezar a elaborar un informe.
Para ello se valen de
técnicas arqueológicas como la de tener claramente establecido en qué sector
del terreno, y a qué profundidad fue hallado cada fragmento.
Eso permite que las
posibilidades de reconstruir piezas, por la cercanía de los fragmentos, sean
mayores.
Otros recursos permiten
seguir visualizando el terreno en el laboratorio y seguir conjeturando. De cada
nueva capa se hace un mapa preciso y se toman fotografías.
“En arqueología, cada
capa que uno encuentra es como la página de un libro. La diferencia es que,
para leer otra, hay que destruir la anterior. Por eso hay que tratar de dejar
testimonio de ella”.
El
sueño de Nani
Hernando Maldonado
(‘Nani’) habla poco pero es amable. En el laboratorio no oculta satisfacción
por el comienzo de una nueva etapa.
Desde la excavación se
ha visto que le gusta más trabajar que hablar. Comparte, sin decirlo, la idea
de Thierry de que poco se aprende de arqueología en las universidades, que se
aprende con el palustre en la mano.
“En América la
presencia del hombre se calcula en el 30 mil antes de Cristo, aproximadamente”.
Dice que, aunque la
cerámica apareció más tarde en América que en Asia o Europa, eso no es
argumento para insistir en que somos atrasados. Sólo que aquí se dio un proceso
de evolución naturalista y eso no es necesariamente negativo.
“Nos interesa plantear
que las cerámicas, independientes de las fechas, ayudan a determinar en qué
situación evolutiva se encuentra el hombre”.
Ahora, con gafas y
lejos de la excavación, empieza a ser posible que ese hombre silencioso, que
tomaba medidas e indicaba, también sea un científico.
Dice que habrá que
confrontar con los hallazgos de Oyuela, que habrá que discutir y, si es
necesario, pelear para que haya un debate científico que dé luz sobre esa época
y ese grupo que parece ser uno sólo.
“Son muchas preguntas.
Pero a medida que avanzamos nos encaminamos mejor. ¿Tienen jefes? ¿Hay división
social del trabajo? ¿Machismo o feminismo? ¿Tienen dioses o no? ¿El poder lo
ejercen aniquilando o con castigos severos? ¿Cómo es la transmisión del saber?
La cerámica es la posibilidad de pensar en todo eso”.
En medio de esos
interrogantes, Maldonado tuvo una vez un sueño con los “formativos”.
“Un día teníamos
bastante material cerámico y necesitábamos pensar cómo vivían. En el sueño salimos
en el jeep, estábamos cerca de Bogotá y le dije a Thierry: ‘No seamos güevones,
preguntémosle a los formativos’”.
“Y ahí estaban, en el
carro, los formativos. Eran un señor, una señora y una niña. Estaban sentados,
serios y callados, la niña al lado de la señora.
Pero cuando Nani iba a
preguntarles, una balacera distrajo su atención. Ahora el sueño era una
violenta escena de calle al lado del carro. Un asalto. Dos personas murieron
acribilladas”.
El mundo moderno, con
su violencia, no dejó hacerle preguntas a los formativos.
Los
formativos (II)
Lázaro, Felipe y Marta
(una estudiante bogotana que se incorporó al grupo el día anterior y se
especializa en restos de huesos), se quedan en el laboratorio distribuyendo
sobre los mesones los pedazos de
cerámica, de acuerdo con el sector de la excavación del que fueron extraídos.
Al lado de una cancha
del CIOH, Thierry Legros y Hernando Maldonado intentan darnos una idea de los
formativos.
Están contentos porque
la noche anterior Thierry logró hacer coincidir dos piezas y la figura que
encontraron los deslumbró: unos dedos en torno a un seno. Ese hallazgo les abre
más puertas para entender la complejidad de estos seres.
“El reflejo que nos
llega es mínimo, pero es lo que podemos tener. Faltan infinidad de cosas,
faltan los tejidos, falta la madera, falta la cestería, no hay ni un solo rito.
Muestran una industria lítica burda”.
“Sobre las cerámicas se
puede inferir, pero no se puede cuantificar. En estas de Puerto Badel ya hay
acabado. No están dueños completamente del proceso de cocción, pero poseen
varias técnicas, por lo que se supone que lo sabían desde un lapso importante
de tiempo”.
“Cuando se habla de épocas
antiguas, aunque el 5 mil antes de Cristo no es muy antiguo, hay tendencia a
imaginarse a los hombres como seres salvajes y luchando denodadamente por
sobrevivir. Eso es falso. Estaban más
organizados de lo que pensamos. Tenían abundancia y conocimiento de recursos.
Tenían mucho tiempo libre. Hay un libro sobre el tema que se llama ‘Edad de
piedra, edad de abundancia’. Ellos estaban frescos jugando naipes. Recogían en
dos horas lo que necesitaban para el día. Eran mucho más civilizados de lo que
creíamos”.
“Sus vasijas tienen
figuras raras, mezcla de animal y humano. Esto nos dice que tenían un mundo
mitológico, probablemente varios dioses. Tenían complejidad. Los objetos,
además de funcionales tenían connotaciones sagradas”.
Thierry
Legros
Maldonado debe salir de
la Escuela Naval a buscar en Bazurto unos anjeos y unas escaleras.
Legros se queda
hablando de su oficio y de sus sueños. Dice que la arqueología es un virus que
cuando contagia a alguien le da una energía tremenda para seguir trabajando.
“Esto que para muchos
no tiene relevancia, para mí tiene el peso de la historia. Por ética, no tengo
ningún objeto arqueológico conmigo. Es una cosa de peso, segura. Le tengo mucho
respeto a lo que excavo. Las piezas deben quedar en el lugar en que son
halladas”.
“Somos los intérpretes
de esta gente que no puede hablar, tenemos la responsabilidad de no
traicionarlos, de entenderlos, difundirlos y hacerlos respetar”.
“Mirando sus cerámicas,
es posible suponer que aquellos seres pudieron imaginar la trascendencia que
tendrían sus objetos. Al plasmar figuración simbólica no lo hacían en vano. Hay
un pedazo de eternidad en eso y el que lo hace lo sabe”.
“En mi caso, saber que
una pieza que uno salvó se podrá exponer dentro de unos siglos, esa es mi parte
de eternidad”.
Legros dice que la
investigación necesita la vinculación de especialistas en muchas áreas:
Zooarqueología, botánica, palinólogos (especializados en el paisaje
florístico), y que eso sólo será posible creando en Cartagena un Museo, un
Centro de Investigaciones en varias disciplinas y haciendo promociones con
folletos y revistas.
Recuerda que la
investigación se ha hecho gracias a la Embajada de Francia, el Instituto
Francés de Estudios Andinos, el Instituto Colombiano de Antropología y que él,
a su vez, trabaja para el Centre
Nationale de la Recherche Scientifique.
Habla de la mística que
necesita el oficio de arqueólogo, de esa entrega en la que a veces ni se
duerme, de la prodigiosa expansión de la memoria que les permite recordar un
borde de cerámica visto mucho antes y que empalma perfectamente con otro que
están mirando.
Habla de su palustre,
ese viejo amigo que ya es tan de él como su mano y que ha hurgado la tierra en Tailandia, Siria, el sur de
Europa, México y ahora en las llanuras del Caribe de Colombia.
Dice que se ha leído
más de diez veces “Cien años de soledad” y que cuando encontró el conchal de
Puerto Badel y pensó que el mar se había retirado unos kilómetros, recordó la
imagen del barco encallado tierra adentro.
Habla de sus otras
pasiones: la música y el mar. Recuerda sus viajes en velero cuando niño con su
padre, en el Mediterráneo, y concluye con voz segura: “El día en que yo diga:
‘me mamé de este cuento’, me monto en un velero y me largo a navegar”.
El
viaje
Al caer la noche de ese
lunes dejamos la cancha y regresamos al laboratorio. Ya los estudiantes han
ocupado dos inmensos mesones con pedazos de cerámica, separándolos en grupos,
con cinta de enmascarar, y con su procedencia (capa y nivel) debidamente
identificada.
Ya ‘Nani’ ha regresado
de Bazurto. Quedan pocas personas en las instalaciones del CIOH. El grupo
trabaja hipnotizado por los pedazos. Nadie sabe cuántos son. Podrían calcularse
entre cinco y diez mil.
Mientras colocan las
cerámicas, huesos y piedras, en las áreas delimitadas con cinta, logran hacer
coincidir varios pedazos que ya empiezan a ser jarrón o batea. Están cansados
pero no son capaces de detenerse, aunque al día siguiente tendrán que madrugar
a seguir excavando.
A través de los
ventanales del laboratorio se ve la bahía, a pocos metros y, más allá del
brillo y la negrura de las aguas, las luces de la ciudad.
Maldonado trabaja casi
en silencio. Thierry, inspirado por ese despliegue de fragmentos, se sube al
mesón y dice que uno de los sueños de su infancia fue trabajar en un lugar así,
amplio, de edificios blancos y al lado del mar.
Dice que lo mejor de
todo es lo que significan esas cerámicas en una sede militar, que son como un
símbolo de paz.
Y las cerámicas
sonríen, tímidas y confiadas, y siguen en su viaje por la eternidad.
Junio 20 de
1993
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