jueves, 29 de junio de 2017

Criatura perdida

Palabras de agradecimiento y lectura de Rómulo Bustos Aguirre, 
durante la presentación de la novela Criatura perdida, 
el 17 de mayo de 2001, en la Casa Museo Rafael Núñez de Cartagena.

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Los rumbos mágicos


     Hace un poco más de medio siglo, el parque situado frente a esta casa era el escenario de las tertulias trasnochadas de tres amigos a quienes los unía la pasión por la literatura.
Gustavo, Gabriel y Héctor solían quedarse en el parque hasta la madrugada, hablando de libros, de la historia de la casa, del mar y las murallas, del misterio del viento o de los árboles.
Una noche discutieron, hasta quedar exhaustos, las posibilidades de un verso antiguo que decía: “Y ella sus rumbos mágicos entabla”.
¿Quién era ella? ¿Una mujer? ¿La misma vida? ¿Tal vez una divinidad? Y esos rumbos mágicos de que habla el verso, ¿qué clase de rumbos son?, ¿se refieren a las direcciones de un viaje?, ¿al destino de los seres humanos?
Esa noche ocurrió un episodio inexplicable. Los tres amigos se quedaron mirando el patio de una casa frente al parque –quizá el patio donde ahora mismo estamos– y sintieron la presencia muda y misteriosa de algo que parecía hipnotizarlos sin palabras.
Sólo uno de los tres recuerda hoy ese episodio. Para Gustavo Ibarra Merlano, aquello que veían era una manifestación de lo cerca que estaban de Dios cuando hablaban de literatura.
He querido recordar esa anécdota y ese verso, “Y ella sus rumbos mágicos entabla”, para tratar de transmitir todo el sentido, mágico, trascendental, religioso que tiene para mí presentar mi primera novela en esta ciudad, en esta casa, frente a estos rostros amigos.
Vine a vivir a Cartagena en 1989. La ciudad y su mar me habían seducido desde niño. Vine convencido de que aquí podría escribir. Sabía que aquí se está más cerca de los misterios de la vida, de esa oscuridad enorme de donde sale la literatura. Desde entonces no he parado de escribir y la ciudad no ha dejado de alentarme.
Mis maestros me han enseñado que un escritor no debe hablar demasiado, que lo que no dicen los libros es inútil tratar de decirlo de otro modo. Por eso sólo quiero expresar mis gratitudes.
En primer lugar, quiero agradecer al Instituto Internacional de Estudios del Caribe y a la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena, por todo el cariño y el entusiasmo que le han puesto a la organización de este acto, por creer en la literatura como expresión de un compromiso con la vida.
Al doctor Hector Hernández Ayazo, por la generosidad sin límites con que me ha ayudado a encontrar el camino.
Al periódico El Universal, mi casa, a los amigos periodistas  que han asumido como propia la tarea de llevar esta novela a los lectores.
A Omaira Aristizábal, expresión de amistad incomparable.
Si quisiera ser justo, la lista de gratitudes se prolongaría por el resto de la noche. Sólo quiero agregar algo más. Hoy en la mañana debía estar en la Universidad de Rutgers, en en New Jersey, para recibir el diploma que me acredita como maestro de artes. He creído que la mejor manera de celebrar ese logro es estar aquí presentando mi novela en la ciudad y los espacios de los que se nutrió.
Por eso quiero agradecer muy especialmente a ustedes, a quienes han venido, a quienes están aquí de corazón o pensamiento, por tener la sensibilidad y el espíritu necesarios para que ella entable sus rumbos mágicos.



Una reflexión sombría, compasiva y lúcida

Por Rómulo Bustos Aguirre

Algo que salta a la vista en este reciente trabajo de Gustavo Arango es que no es un texto que se entregue fácil. Su fragmentación y ambivalencia ponen exigencias al lector, que comenzará desde la primera página a internarse en un mundo movedizo, en permanente declive y
disolución.
Tal vez la clave de ello (y uno de los aspectos más seductores de esta novela) esté en el hecho de que hacen simultánea presencia en sus páginas dos elementos que están en los extremos de la evolución del género épico a la novela, según ha sido analizado por algunos estudiosos: el viaje del héroe por el mundo para explorarlo y transformarlo y la imposibilidad de este viaje, es decir: la parálisis del héroe (su imposibilidad anímica), baste pensar en la obra de Kafka; el resultado es, si se quiere, una novela de aventuras imaginarias que se despliegan a través del mecanismo de una ilusoria conversación; el clima de vértigo queda de manifiesto cuando el lector descubre que ni siquiera hay “viaje” de la palabra, pues hablante y oyente, de algún modo son el mismo ser en dos instancias temporales, siendo que recíprocamente una es invención de la otra.
A través de esta vertiginosa confesión el personaje construye/reconstruye su vida constituida por una serie de ovillamientos y de desovillamientos, de contracciones y expansiones en una suerte de parábola de la derrota y el fracaso de toda vida humana en que se hace inevitable evocar al maestro del horror existencial: Juan Carlos Onetti.
Esa especie de agujero negro que dibuja la novela a este nivel que hemos señalado es una expresión de una de las ambiguas obsesiones del personaje: la fascinación y el terror de lo abismal: la nada o el enigma final, su imposible o posible solución; en este sentido resulta muy significativo el pasaje siguiente:
“ —¿Entraste en la gruta? Eric pensó en confesar lo que había significado para él ese reducto que lo acogió en el momento de mayor estupor. Hubiera querido ser capaz de explicar esa mezcla de consuelo y de horror que le inspiró cuando el instinto lo obligó a guarecerse en lo profundo, acurrucado contra el musgo y el fango, bañado todavía con sus aguas. Acobardado por el resplandor de esa noche incomprensible, por la insistencia rutinaria de un mar que se negaba a devolverle el recuerdo de sí mismo [...]” ( p.124)
Una vez más el mar como imagen del abismo, de la nada y la disolución,  pero también contenedor de todas las claves y avaro de las mismas, aquí lo tenemos: “Un mar que se negaba a devolverle el recuerdo de sí mismo”. La amnesia que padece el personaje (Wenceslao Triana o Smith o Eric, pues se trata de avatares de un mismo ser) adquiere aquí un valor significativo: más allá de su referencia patológica quiere ser una imagen de la ignorancia, del desconocimiento esencial, del triunfo del enigma que permanecerá violento y huidizo; entonces a falta del recuerdo esencial se construyen recuerdos pasados o futuros, siempre fantasmales, vicarios, en una especie de ironización de la teoría platónica del conocimiento como recuerdo. Pero qué es lo que “mueve” a este personaje, que instiga sus sucesivas —o tal vez se trata de una continua y única— muertes y resurrecciones, qué impulsa sus “viajes” abandonando sus refugios temporales, sus “casas”, sus máscaras, siempre con su perro fiel: la maleta cargada de escritos y naderías. Ya lo dijimos: el recuerdo de sí, la explicación, el origen, de allí la búsqueda del padre como pretexto de sus “movimientos”; pero también, simultáneamente, la búsqueda de la mujer. Una mujer que poco a poco va siendo recordada, es decir inventada, a partir de una obsesión o un sueño ajeno. ¿Qué clase de mujer es esta?, una mujer que al parecer muere de agua, en una bañera o acaso en el mar, una mujer que en algún momento la describe el personaje como alguien “cuya belleza anula otra forma de belleza”, y el narrador como “una mujer que estaba hecha de muchas mujeres muertas”.
En la página final el personaje se apresta a su más reciente huida con su insobornable maleta, es un paisaje crepuscular, de agua, flotando en una frágil canoa y entonces el diálogo o monólogo con la mujer inasible, buscada; algo de compasivo y materno en las únicas palabras que parecen provenir de ella: “No has tenido un buen día”, y luego la placidez y promesa de la línea final: “Cuando cayó la noche, el sol aún brillaba detrás de sus párpados”.
Toda la concurrencia de este simbolismo parece apuntar a la imagen de que la mujer buscada y ¿finalmente hallada?, es la muerte misma; la nada, el abismo, ahora esplendente y benévolo, acompañándolo, como una bella parca, como la poesía misma, a lo que tal vez sea su último viaje. Estaríamos así ante un viejo tópico romántico incorporado a una obra de clara textura existencial.
Toda esta imaginería tiene como escenario el Caribe, el mar, el acantilado, la atmósfera de salitre y calcinación, los símbolos de estatismo y derrota que propicia: “Sed./La sed infinita del mar./ Desierto de sal mimetizada que tortura mi garganta./ Agua desmesurada en la que me consumo, me calcino me disuelvo./ Lento, insistente y voraz, el sol quema mis quemaduras, hurga la piel sangrante con sus astillas de fuego hasta la ceguera a través de la traslúcida cortina de mis párpados”, escribe en alguno de sus cuadernos el protagonista.
En esta novela Gustavo Arango ha tirado su red en nuestra geografía y la ha extraído plena de imágenes para la construcción de una sombría, compasiva y lúcida reflexión sobre la enigmática aventura del hombre sobre la tierra.












miércoles, 28 de junio de 2017

El origen del mundo, en la Feria de Guadalajara

Presentación de El origen del mundo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Noviembre 27, de 2010. Participan: Yeana González (Coordinadora editorial de Ediciones B, México), Tomás Granados Salinas (Coordinador editorial del Fondo de Cultura Económica de México) y Gustavo Arango.



El origen del mundo en la
Feria del Libro de Guadalajara

Yeana González: Bienvenidos a la presentación del premio Bicentenario de Novela 2010. Por primera vez Ediciones B México convoca a este premio internacional de novela y abre una convocatoria para aquellos que llevan su manuscrito a editoriales donde por alguna razón no los reciben o no los leen o no les prestan la atención que merecen. Esta novela, El origen del mundo, es seductora, precisa e ilustrada… me refiero a ilustrada por la manera como define los detalles de cada escena con Regina, Aimée, Gabriela...y todas las alumnas de Magnífico Delgado. Bienvenido a México, Gustavo Arango, y Tomás Granados Salinas, quien formó parte del jurado que seleccionó la obra de Gustavo Arango, va a hablar un poco del proceso de selección. Gracias, bienvenido.


Tomás Granados Salinas: Gracias, Yeana. Les agradezco a todos por abrirse un espacio para estar aquí, a Ediciones B y a Gustavo Arango, por escribir el libro más que por venir aquí. El libro para mí fue una revelación. Fue una suerte participar como jurado en este concurso. Cuando llegué al momento de leer este libro tuve certeza de que esta primera edición del concurso al que convoca Ediciones B iba a tener un buen resultado, que se iba a escoger una buena obra. A partir de ese momento, las siguientes obras las leí obligándolas a derrotar a la novela que yo ya tenía seleccionada, que era El origen del mundo. Quiero en un momento contarles un poco por qué creo que es una novela atractiva, eficaz, que se puede leer en diversos planos. Pero lo que más me interesa y lo que creo que puede resultar más interesante también para ustedes es que sostengamos un diálogo con Gustavo. Digamos que el libro se va a quedar aquí con ustedes, espero que lo compren ahora mismo o más adelante en el stand de Ediciones B, pero lo que difícilmente vamos a tener con nosotros es al propio Gustavo Arango, quien quizá es pariente de Doroteo Arango y, en consecuencia, tenemos a un Pancho Villa encarnado en un colombiano y trasterrado a Estados Unidos. El otro miembro del jurado fue Mario González Suárez, un novelista, narrador, guionista, maestro de escritura, y ambos quedamos muy contentos con este resultado. Hubo un ligero debate, algunas pocas opiniones que dirimir o juicios que precisar, y llegamos a esta conclusión. Si no recuerdo mal, hubo más de una cincuentena de novelas en el concurso, poco más de una docena en la parte final y de aquí salió, yo creo que sin dificultad, El origen del mundo de Gustavo Arango. Resumir la novela es relativamente sencillo y, entonces, lo voy a hacer, porque creo que lo medular del libro no es tanto lo que acontece, es decir la acción, que se resume diciendo que en este libro asistimos a un curso de escritura creativa en una escuela de verano en una universidad norteamericana. En esta novela aparece Magnífico Delgado, un nombre imaginario que podría ser… que es humanamente posible, y Magnífico Delgado es el profesor que enseña, o mejor, conduce un taller narrativo. A partir de esa conducción, lo vemos y conocemos su amor por ver a las mujeres escribir. Ese es el tema esencial del libro y, mientras ocurre esta descripción de sus aficiones como voyerista, como mirón, como fisgón, conocemos su propia escritura. El libro es este relato relativamente sencillo que se refiere a unas semanas, creo que seis semanas, y que transcurre simplemente desde el día dos, de la primera semana, cuando arranca la novela, cuando una de las alumnas parece danzar en mitad de la calle, hasta que se acaba el curso y toman vino blanco muy pudorosamente. En ese transcurso, en esas seis semanas, vamos viendo cómo el narrador que ve a Magnífico Delgado nos describe su capacidad para entrometerse en lo que está ocurriendo en una mujer mientras escribe. Vemos poco a poco el pasado del escritor, vemos lo que él pretende convertir en una novela. El origen del mundo es una novela que en realidad está compuesta de muchísimos micro relatos. Podría decirse sin problemas que es una serie de cuentos enlazados gracias a una voz narrativa poderosa que convierte estos relatos sueltos en una novela. En ese sentido creo que es muy original. No diría que es lo más novedoso del universo, pero es un planteamiento contemporáneo de la novela que no está sujeta a la necesidad de concluir todo lo que plantea. Pero aquello que sí está en el centro de la narrativa está bien resuelto. Digamos que eso es todo lo que se podría decir si uno quisiera contar de qué se trata esta novela: es un profesor de escritura creativa que da un curso. Así descrito le estoy haciendo un flaco favor a la novela, porque casi diría que eso es lo de menos. Porque lo importante es la capacidad del narrador, en consecuencia aquí sí de Gustavo Arango, para describir una exuberancia femenina, creativa, literaria, que a mí me sedujo por completo. Creo que ése es uno de los grandes aciertos del libro, aparte de que está lleno de cabos deliberadamente sueltos. Digamos que si el libro fuera llevado a un taller literario convencional, un director de taller o un profesor en un curso de escritura creativa le señalaría, le podría señalar con el dedo flamígero, todos los cabos sueltos que deja la novela. Yo creo que ésa es una de sus virtudes, porque es claro que son deliberados. El libro está lleno de estas pequeñas alusiones que insinúan un posible relato y que no se resuelven pero que yo creo que le dan una enorme verosimilitud al texto. Tengo aquí marcada una que creo que es el epítome de lo que ocurre con esta técnica, esta astucia literaria de Arango. En un momento, cuando Magnífico Delgado está dando el curso, decide que tiene que volver a una novela que se llama justamente El origen del mundo, es una novela que en realidad son tres relatos, o es lo que intuyo que es la novela, así aparecen los relatos que escribe el personaje, y entonces dice así:
“Ese martes regresó pronto al apartamento, durmió una siesta que se prolongó hasta que se cansó de descansar y preparó las clases del día siguiente. Luego abrió la cajita de los manuscritos. Era una preciosa antigüedad que casi un siglo atrás había salido de Sri Lanka repleta de hojas de té y que un día volvería a aquella isla llevando las cenizas de Delgado”.
Hay una frase… Son seis, ocho palabras, que nos cuentan el final, la muerte de Delgado, que no aparece nunca aquí, no importa, pero ya nos dijeron: alguna vez Delgado va a morir, sus cenizas van a ser puestas en la caja que contiene… que contenía en este momento sus novelas, y volverá a Sri Lanka. ¿Por qué? Nadie nunca nos lo dice. Pero hay un micro relato en una frase. Un personaje que atesora una caja y cuando muere, no sabemos si en este mismo libro iba a morir, si morirá cincuenta años después o lo que sea, pero ahí nos deja sembrada esta semilla. Lo pongo como ejemplo. No es que de esto se trate esta novela, pero está llena de estas pequeñas alusiones. Este es un hombre, por ejemplo, divorciado y sabemos de su matrimonio minúsculas dosis de información, porque aparecen por aquí o por allá como si fueran aparentes errores narrativos, como cabos sueltos; yo insisto, cabos deliberadamente sueltos.
YG: Bueno, yo tengo otra. Cuando dice: “Había pocas cosas en el mundo más hermosas que una mujer escribiendo”. La última parte del primer capítulo.
TGS: Y de nuevo el ingenio narrativo. Dice... déjenme encontrarla porque creo la frase lo amerita.
YG: Porque narra cada parte de una mujer escribiendo, la forma como se agacha y se ven muchas cosas.
TGS: “Delgado recordó lo que no había conseguido recordar al comienzo de la clase, que había pocas cosas en el mundo más hermosas que una mujer escribiendo”. Parece muy bonito, pero entonces la siguiente frase, es lo que hace que valga. Repito: “Qué había pocas cosas en el mundo más hermosas en el mundo que una mujer escribiendo. Ocho mujeres haciéndolo era una de esas cosas”.
Es decir, hay una frase contundente y rayana en lo cursi, podríamos decir, muy categórica, matizada después por una salida que redondea el planteamiento. Creo que es una novela llena de estas perlas, de estos micro-relatos, micro-ficciones, que salpican el texto.
Hay además los tres grandes relatos, que son los que está escribiendo el personaje. Uno es delirante en el sentido de que es un niño o un jovencito, debe tener pocos años, que recuerda su infancia en una casa totalmente sin sentido, al cuidado de una abuela a la que enferma. Después, su padre entra al crimen organizado, se hace delincuente, por sugerencia del propio niño. En fin, es un relato sin sentido, un absurdo bien conducido donde hay una especie de tensión, porque en cualquier momento va a ocurrir una tragedia. En ese sentido, tiene algo de relato policiaco, como que hay un misterio que no acaba de resolverse; también es una de las cosas que yo creo que son deliberadas. En un segundo relato conocemos a una especie de matarife filósofo, que está por recibir una instrucción, que es seducido o aparentemente seducido por la mujer del mandamás. Es como si el personaje entrara a una mafia y no supiera qué le van a encomendar y, al mismo tiempo, parece que lo va a seducir la amante del jefe, el jerarca de esa mafia. Después hay un tercer relato, quizá es el único momento donde me da la impresión de que se le sale de control al narrador, donde hay un detective improvisado al que se le encomienda una pesquisa y, en el transcurso de esa pesquisa, van apareciendo otros personajes. Digamos que, si uno viera solo ese relato, ya dentro de ese relato hay esta aparición de nuevos relatos ajenos que tienen su propio derrotero. Pero ahí es un poco la caja dentro de la caja dentro de la caja. Pero, bueno, estos son los tres relatos. Concluyo aquí la descripción de la novela. No quiero abundar en esto y quiero empezar a hacerle preguntas, a soltar algunos temas, para que Gustavo nos diga algo.
Como les digo, el libro está tan minuciosamente tallado, es un libro muy cuidado en su lenguaje. A mí me sorprendió –no lo comenté con Mario González Suárez– que está escrito en un español no regional, muy personal, muy característico. Pronto uno descubre el sabor propio del narrador. No hay localismos, ni colombianismos, ni por decir algo el español que se pudiera hablar en Estados Unidos. Es un español que un mexicano leerá con total facilidad, pero no es un español simplón. No es un español que se haya logrado hacer comprensible porque rehúye la búsqueda de un tono propio, sino porque es un lenguaje en la puridad del español. Ese idioma, el idioma que es el centro de los ejercicios que se plantean en la clase de narrativa y, luego, el idioma, el lenguaje, como centro en un juego que ocurre en el tercer relato, donde un par de personas que están viajando en un avión meten una serie de palabras en una bolsa y después juegan a sacarlas, a ver que les dicen las palabras sueltas, después de que se habían puesto las frases en pedazos. Entonces empezaría por preguntarte por este amor, esta devoción por el lenguaje, como profesor de literatura que eres, como escritor de una diversidad de libros, encuentro una búsqueda, aparte de esa búsqueda de la mujer que escribe, una búsqueda del lenguaje, muy transparente, muy personal. Me gustaría que nos dijeras algo sobre ese costado de la novela.
Gustavo Arango: Muchas gracias, Tomás. Me siento radiografiado, desnudado en público con esa lectura. La verdad es un honor tener lectores como Tomás o como Mario, los jurados. Me he sentido muy honrado y muy agradecido por que hayan elegido, hayan apreciado mi novela.
También, antes de responderte, quiero agradecer a Ediciones B, porque esta es una oportunidad maravillosa. Hace mucho tiempo comprendí que si quería seguir escribiendo, que es una pasión que tengo desde muy niño, sin entorpecer la tarea creativa, tenía que olvidarme un poco de la tensión y de las preocupaciones que implica querer publicar, y seguir escribiendo, confiando en que algún día los libros saldrían. Entonces resulta por ahí, por esas magias extrañas, aparece este premio convocado por Ediciones B que abre unas puertas y le da al libro lo que todo autor espera de sus libros, que lleguen a las manos de los lectores. Quiero agradecerle a Yeana, a César por su tarea de edición, a todo el equipo: a Soraya, a Yendi, a Emilio también por el diseño y esa portada que es muy bonita.
El lenguaje ha sido una fascinación mía por muchos años, desde que tengo…desde que tenía trece años, o algo así, y estaba apasionado por la lectura de libros de Julio Verne y cada semana iba a la biblioteca pública y prestaba un librito suyo. Después me equivoqué, tuve un accidente, y en lugar de prestar un libro de Julio Verne presté uno de Julio Cortázar y así llegaron un montón de lecturas que me fueron convenciendo de que quería ser escritor. El niño que leía en aquella época también está por aquí adentro muy contento celebrando este premio y está publicación. Obviamente todos estos años han sido una búsqueda de la voz. Al principio todo escritor joven imita, se siente mal porque imita, trata de encontrar su manera de expresar y, bueno, la persistencia, la terquedad, poco a poco fueron como abriendo vetas expresivas. Creo que para mí también ha sido muy significativo el desplazamiento geográfico. Nací en una zona del interior colombiano que se llama Medellín, luego viví un tiempo en una región del Caribe colombiano, que es Cartagena de Indias, y ese desplazamiento me fue sensibilizando sobre las sutilezas del lenguaje, las variaciones, esos pequeños detalles, esas filigranas del lenguaje, que son tan poéticos. Luego me he ido a los Estados Unidos. Una de las reflexiones del libro es también el desarrollo del español en los Estados Unidos, donde llegan todas las variedades y se encuentran. Inmigrantes de las distintas regiones del mundo hispano llegan y están siempre hablando de las variaciones: “¿Ustedes cómo llaman a esto en su país?”, “Esta palabra es una mala palabra en mi país, nunca diga…”, ya iba a decir algo que no se puede decir en México… Pero bueno, es una constante reflexión sobre el lenguaje y siempre tuve la conciencia de que salirme del registro idiomático en el que nací, en el que crecí, iba a ampliar mi horizonte expresivo.
Quisiera por ejemplo mencionar un caso muy específico de El origen del mundo. Una de las novelas de Magnífico Delgado, “Confieso que he matado”, la que mencionaba Tomás sobre este aparente niño criminal. La gestación de esa obra fue muy curiosa porque se produjo después de haber leído el poema de Sor Juana, “Primero sueño”. Lo leí y se quedó ese ritmo obsesivo del poema de Sor Juana en mi cabeza y, de pronto, era un viernes, agarré el cuaderno y empecé a escribir. Incluso la métrica de las primeras cosas que escribí eran las mismas del poema de Sor Juana, pero el tema era completamente distinto. Estoy seguro de que si se mira ese relato, en algunas frases habrá la métrica de “Primero sueño”. Era una posesión, realmente. Empecé a escribir ese relato un viernes en la tarde. Ya por la noche estaba muy cansado, quería irme a dormir y me acostaba, pero como seguían viniendo frases y ya había aprendido por experiencia propia que si abandonaba un relato era muy difícil volverlo a retomar –porque era muy difícil recuperar la intensidad, el tono–, entonces me volvía a levantar y seguía escribiendo. Así estuve todo el sábado. Llegó la noche del sábado para el domingo y seguía escribiendo. Terminé en la madrugada del domingo, exhausto pero feliz. Fue casi como una experiencia de posesión. Yo diría que Sor Juana estaba por ahí haciendo sus pilatunas en ese relato.
Entonces, es una pasión por el lenguaje, por sus sutilezas. Por ejemplo –y ahora mencionabas el caso de que en un taller de escritura creativa esta novela tendría muchos reparos– me interesa mucho la incorrección idiomática. A veces corremos el riesgo, en el mundo hispano, de ser excesivamente correctos: Esto se dice así, esto se expresa de este modo, esto es cacofónico, hay una rima interna… y yo digo: ¿Qué hay de malo? Muchas veces en el texto soy incorrecto a propósito y a veces esas incorrecciones revelan cosas nuevas del lenguaje, porque digamos que, para redondear esta pregunta, para mí el lenguaje aun en la narrativa es un lenguaje poético, cuando entendemos poético como visionario, como algo que es capaz de iluminar unos sectores de la realidad que antes no estaban iluminados. Cuando yo siento que he logrado hacer algo que abre un horizonte que estaba cerrado, creo que se ha logrado algo muy importante. He sido el instrumento de una expresión que ha abierto, que ha iluminado un sector de la realidad.



TGS: Es sorprendente confirmar, bueno, saber que México está presente en su novela. A través de Sor Juana, a través de una de las ocho mujeres que escriben, una es de Guanajuato, y en algún momento se dice de Delgado: “Descubrió con horror, en un cuento leído muchas veces, que la única esperanza de aquel hombre miserable era la compasión de su enemigo. Descubrió que era a él, a aquel que dio la orden de matarlo, a quien le suplicaba: ‘Diles que no me maten’”.
Omito ir más allá, para decir el autor de esos pasajes.
GA: Que es un autor que quiero muchísimo.
TGS: México está curiosamente inoculado en este cuento. Ahora me gustaría pasar al personaje de Magnífico Delgado. Debo decir que me cuesta trabajo no imaginar, como lector, que hay aquí enormes elementos autobiográficos. No es el tema esencial… pero quiere detenerme en un punto deliberadamente violento… No quiero ofender al autor… pero un tema esencial de este libro es el eunuco, no sólo aparece en el epígrafe, es decir, el epígrafe dice en un momento: “Hay eunucos que a sí mismo se hicieron”, en un momento habla el personaje de su harén. Todo el libro está lleno de enorme erotismo no sexual. Es decir, aquí no hay sexualidad. No hay una pareja haciendo el amor. No hay sexualidad, pero todo es erótico. Es decir, la mirada del personaje descubre erotismo en una bandera de Colombia, por decir algo –podría hacerlo ahora–, o en el gafete que una persona porta. Es una mirada capaz de descubrir erotismo en miles de situaciones. Pero no hay sexualidad. Es pleno voyerismo, ganas de mirar y no de actuar, aunque de momentos hay onanismo. Es decir, la única sexualidad es para darse placer a sí mismo, del narrador. Entonces me gusta mucho esta capacidad del narrador para producir esas miradas, esos deslumbramientos constantes con sus personajes. Perdón que haga este paralelismo con lo biográfico o lo no biográfico, pero es un profesor de cultura latinoamericana que viene de un país sudamericano, nunca se dice qué país, es un exiliado cultural, más que un exiliado político… Lo que acabas de decir ahora sobre tu concepción de los libros es lo que en algún momento Magnífico Delgado dice: “Yo voy a escribir, porque los libros que valen, si vale lo que yo escribo, en algún momento saldrá”. Planteada esta suposición de que hay muchos elementos autobiográficos, y tirada la piedra sobre el eunuco, me gustaría conocer tu respuesta.
GA: Hay muchos subtextos en esta novela. De hecho, en algún momento con el editor consideramos la posibilidad de que el libro no se llamara El origen del mundo, porque hay otras novelas con ese título, hay otros libros, y finalmente se optó por dejarlo porque como el título es una alusión al cuadro de Courbet, el pintor francés, realmente ahí la discusión sobre la originalidad era lo de menos. La novela insistió en que tenía que llamarse de ese modo. Pero en algún momento se llamó Orígenes y Orígenes de Alejandría fue este teólogo que se castró para evitar distracciones. De manera que el tema de la castración está presente. Ahora, es la castración simbólica del maestro. Todos sabemos que un salón de clase es un lugar donde hay tensión erótica, pero el maestro generalmente está limitado para expresarla, hay unas normas, hay unas leyes, hay una serie de patrones de conducta que no permiten que el profesor…
TGS: O la profesora…
GA: Bueno, sí, perdón… completamente de acuerdo. Hay una castración de todo tipo en el salón de clase. Pero eso no evita que el profesor tenga fantasías, o que el profesor tenga una serie de sensaciones, sentimientos, en el salón de clase. Ahora, la situación de un profesor es muy curiosa, yo la comparo con la situación opuesta a El retrato de Dorian Gray, recuerden esa historia de Oscar Wilde, ese Dorian Gray siempre joven, mientras su cuadro y la gente alrededor se envejecían. El profesor es lo contrario. Todo el mundo está joven, su foto está joven, pero el profesor se va envejeciendo en medio de gente que siempre está joven y es inevitable que haya deseo en ese caso, porque el profesor se va volviendo viejo verde. De hecho, yo creo que es el momento en el cual Magnífico está entrando definitivamente: el espacio de la vejez y está reconociendo que, tal vez, va a ser un viejo verde. Todavía no lo es completamente, pero está empezando a ver que ya el tiempo está pasando por sobre él, que ya no es ese joven que cuando empezó a ser profesor entraba al salón de clase y no le creían que era el profesor, porque era demasiado joven. Ahora cuando entraba al salón de clase siempre le creían: era el profesor. Entonces está todo ese drama del envejecimiento en un espacio donde siempre hay personas jóvenes, eso es parte de la reflexión. Pero hay algo más y, de nuevo, me siento muy halagado por la lectura que hace Tomás, porque yo creo que hay que sentirse uno bendecido cuando uno encuentra lectores como él: está el erotismo del alma y no es el erotismo corporal. Hay una serie de alusiones por ejemplo a San Juan de la Cruz, “Llama a de amor viva”, que es un poeta que quiero muchísimo. Para mí “Llama de amor viva” es el poema más hermoso de la lengua castellana. Entonces el erotismo de esta novela es justamente el erotismo del alma, porque digamos que hemos entrado en un tiempo donde el erotismo ha sido despojado del alma, se ha corporizado, se ha materializado todo, y Magnífico se resiste a eso, se resiste a que la sexualidad esté despojada de la espiritualidad. Magnífico es un lector de los místicos, es un lector de la poesía erótica asociada con lo religioso, tiene una cantidad de obsesiones también de tipo religioso. De manera que la castración es casi una condición para que el erotismo adquiera digamos ese nivel de pureza que de algún modo pierde en la materialización de lo sexual. Pero claro, ese es uno de esos elementos que conviven en el texto... la llama de amor viva con las zonas oscuras del personaje.
TGS: Vamos acercándonos, por la tiranía del tiempo, al final de esta sesión y quiero terminar haciéndote una pregunta no sólo sobre el título, lo que nos lleva el propio título… es decir, El origen del mundo. Perdón, yo trabajo en el Fondo de Cultura Económica y tal vez para justificar que yo esté aquí y no en otra presentación del Fondo que está ocurriendo a estas horas, les recomiendo la lectura de este libro que se llama Ver: Sobre las cosas vistas, no vistas y mal vistas, de Francisco González Crussi, donde aparece una reproducción de El origen del mundo, un cuadro que hoy podemos ver. Como somos gente del siglo 21, muy desenfadada, la vemos sin mayor complicación, pero ha sido una obra polémica, una obra censurada, una obra de culto y una obra oculta, al mismo tiempo. Es material para análisis psicoanalíticos… da para mucho este cuadro. Aparece obviamente en el título, no sólo de este libro sino del que está escribiendo el personaje, y al mismo tiempo el libro no tiene que ver con el cuadro. Es decir, el cuadro está sin estar presente, no el cuadro en sí mismo, el tema del cuadro… no diría que el libro está bañado porque sería ya caer en el erotismo sí sexual, pero está presente en todo este libro. Me gustaría preguntarte por Courbet, por Jorge Edwards, sobre el origen de El origen del mundo ya sin Orígenes, además.
GA: En 1995 tuve la oportunidad de ir a París, y ahí sí es una experiencia biográfica trasladada a la aventura de Magnífico Delgado, y de visitar el Museo D’Orsay, que era antes una estación de tren. Cuando visité el Museo acababan de exhibir por primera vez al público la pintura de Courbet, que era del siglo 19 pero siempre estuvo en colecciones privadas, era un mito, pocos la habían visto y estaba allí exhibido al lado de las puertas del infierno de Rodin. Cuando yo vi ese cuadro, será un poco exagerado pero tuve como una especie de revelación. Me dije: “Ahí está todo explicado”. No sé qué era lo que estaba explicado, pero ahí estaba todo explicado. “El origen del mundo” es un cuadro de una crudeza, de una franqueza, de una limpieza, de una pureza, que es realmente muy difícil de expresar. Si yo hubiera querido hacer un ensayo o un escrito más formal sobre el cuadro, probablemente las palabras no habrían alcanzado. Entonces la novela, sin hacer una mención directa, tiene muchas alusiones: el manantial nacarado, el bosque, el paisaje… Eso me parece un homenaje mucho más digno del cuadro que simplemente hacer, en mi caso, una reflexión tan directa sobre esa pintura. De alguna manera es el tema de la desnudez como verdad, la desnudez como ruptura con la apariencia, es expresarnos y abrirnos a los demás de la manera más íntima y de la manera más transparente. De manera que es un símbolo que me pareció central dentro de la novela. No conozco la novela de Edwards, incluso supe que existía después de haber escrito la novela y después de haberla titulado y, entonces, por eso no tuve tanta dificultad para decir: bueno, se puede llamar de ese modo. No hubo una influencia directa y ambas se refieren al cuadro, como después me enteré leyendo la reseña. Creo que son miradas... en lugar de estar mirando una novela a la otra, las dos novelas están mirando hacia el cuadro. De manera que no hay, digamos, no siento que haya un conflicto en ese sentido y la verdad es que nadie sabe quién le puso ese nombre a ese cuadro, es un autor anónimo. El cuadro en un principio no se llamaba de ese modo. De manera que también es un homenaje a ese ingenio anónimo que ve un cuadro como el de Courbet y decide: “Se llama El origen del mundo”, que es una expresión muy fuerte, muy intensa, y que también está asociada con lo religioso. La palabra origen es siempre una expresión de lo religioso en el sentido de búsqueda del principio, de la inteligencia que habita detrás de las cosas. También es una reflexión sobre la escritura como esa capacidad que nosotros tenemos para crear, es una reflexión sobre la creación escrita pero, en un sentido más amplio, es una reflexión sobre la creación en general.
TGS: Mira, un poco en ese sentido de la revelación que tuviste, aquí justamente hay una descripción del cuadro. Este es un médico que, a partir de la mirada médica, de cualquiera de nosotros o de cualquier fenómeno social… pude hablar casi de cualquier tema, desde el punto de vista de un médico. Entonces habla de esta pintura. Sabiendo anatómicamente lo que está ahí, es capaz de hacer una serie de analogías, llegar a conclusiones inesperadas gracias a eso. Entonces recuerda, entre otras cosas: “El nombre de la pintura es El origen del mundo y quizá no es difícil ver por qué. Recuerda la afirmación de Nicolás Venette, médico del siglo 17, de que a las partes pudendas de una mujer se les llamaba en su tiempo naturaleza, porque todos venimos de ahí y agregó que –y aquí es donde hay un encuentro con lo que te ocurrió a ti–, todos nuestros placeres así como todas las desgracias que ocurren y continúan ocurriendo en el mundo, vienen de ahí. Es decir, es esta idea de “Ahí se resuelve todo”, en esta representación de los genitales femeninos… Al describirlos así es de una pobreza lo que acabo de decir porque el cuadro es mucho más que eso. Estoy siendo el antigonzálezcrussí o el antigustavoarango. En fin, creo que por cuestión de tiempo estamos llegando al límite y me gustaría saber si alguien desea hacer algún comentario. Si hubiéramos despertado alguna curiosidad, creo que el único modo de resolver la curiosidad es comprando el libro, leyéndolo. Es un libro que se presta para muchas lecturas. Se puede leer realmente rápido, con la advertencia de que, si uno lo interrumpe y lo lee un par de días después, es posible que perciba una discontinuidad, porque hay muchos relatos dentro de los relatos y aun en el relato principal hay muchos desfases respecto de la narración central, que es esta del curso de escritura. Pues, tengan ese cuidado, es un libro que se presta para esa lectura veloz y siempre que uno esté consciente de esos desfases se puede leer así y, además, puedes volver y detenerte sobre todos los relatos autocontenidos. Yo no diría más. Felicidades, Gustavo. Felicidades, Ediciones B. Felicidades a los que decidan hacerse de un ejemplar en este momento.

(Los asistentes informan que el salón está disponible por más tiempo, y la conversación se prolonga un poco más)

YG: Bueno, pues yo me sonrojé en cada página…
TGS: Eres una chiquilla, Yeana.
YG: A medida que leía me decía: “Ya lo viví…, ya lo viví”, y sí me costaba trabajo. Qué te puedo yo decir, el maestro...
TGS: No quiero atormentarlos más, tampoco tenemos que llenar las dos horas, pero aprovechando que tenemos este momento extra hay algo que me gusta mucho del libro, un rasgo más del personaje. Este es un profesor con mucha experiencia como profesor, lleno de trucos que sabe que funcionan, abusivo en ese sentido. Porque dice: “Voy a hacer esto y yo sé que va a producir este efecto… si se ríen es que ya los tengo, ya los compré”, “Voy a hacerles este ejercicio que nunca falla”. Es un maestro que pone en escena… actúa de profesor. En la preparatoria en la que yo estuve había una maestra que era célebre. Todas las generaciones son capaces de recordar los chistes que decía en el momento preciso. Era una maestra de ética y, si hablaba de la honestidad, en ese momento aparecía la anécdota fulana. Para cada generación era una puesta en escena fresca, nueva, era ver algo como si estuviera naciendo en ese momento, cuando lo cierto era que era una actriz que sabía en qué momento hacer el chiste adecuado, tomarles el pelo, etcétera. Entonces, este personaje tiene ese elemento. Es un profesor que sabe manipular en cierto sentido a las escritoras y es un profesor que, al mismo tiempo, es un poco cínico respecto de sí mismo. Me gustaría preguntarte por este asunto de la escritura y la manipulación, o de la manipulación a través de la escritura… o de la enseñanza. Hay un juego ahí en el que las hace comer de su mano a las muchachas… a las deliciosas muchachas que conforman su harén… La docencia y esta puesta en escena, este juego de aparente espontaneidad… Pero, claro, esta es la séptima vez que tenemos esta conversación, es la séptima presentación, y siempre le hago las mismas preguntas, entonces ya lo tenemos totalmente…
GA: Tendría que hacer alusión al primer capítulo de la novela, donde Magnífico se refiere a lo que llama el ritual del sanitario. Cada semestre, antes del primer día de clase, Magnífico Delgado se va al cuarto de baño, se encierra, respira hondo, se mira en el espejo, piensa, recuerda cuál es el objeto de su vida, se recuerda y se refresca a sí mismo las razones por las cuales es talentoso y es brillante… porque Magnífico fue, dentro de la historia, un joven brillante. Como decía, empezó a ser profesor bastante joven, cuando casi tenía la misma edad de sus alumnos. Un salón de clase es un lugar muy interesante para las relaciones humanas, y un profesor es una persona que… hace poco, hace apenas dos semanas estaba dando una conferencia en la universidad donde trabajo, en la Universidad del Estado de Nueva York, y hablé sobre El origen del mundo y hacía una serie de reflexiones sobre lo que significa ser profesor. Decía que es el más absurdo de todos los personajes. Así como Camus decía que el escritor es el más absurdo de todos los personajes, el profesor es una mezcla de tirano y de payaso, a propósito de lo que decías de los chistes de la profesora. …El poder lo ejerce a partir de las notas, a partir de esa necesidad del estudiante de obtener ciertos grados y salir adelante y conseguir lo que se propone, su título… Es obvio que si Magnífico lleva tantos años en ese campo, es consciente de eso, de ese juego de poderes que existe en el salón de clase. Pero al mismo tiempo Magnífico está constantemente vigilándose desde la perspectiva ética, es consciente de esas manipulaciones, pero nunca las lleva a la materialización. Hay un pasaje donde se cuenta lo más cerca que estuvo de tener una relación con una estudiante. Se cuenta que la estudiante le escribía unos mensajitos y que Magnífico le dijo no: “No podemos tener nada hasta que termine el semestre”, y cuando terminó el semestre la chica se desapareció y Magnífico nunca la volvió a ver. Entonces, hay esa consciencia del poder que existe en un salón de clase. Pero también hay un pasaje donde el narrador cuenta que Magnífico les dijo desde el primer día de clase que no pensaba intimidarlos con las notas, que se despreocuparan por las notas. Él sabe que eso produce un efecto relajante dentro del ambiente de la clase, porque finalmente para Magnífico el salón de clase no es un sitio de poder, es un sitio de placer… y es el placer de la interacción con otras personas, es el encuentro. Él dice que hay pocas cosas en la vida que lo llenan de más felicidad que estar parado frente a un salón de clase hablando de literatura, hablando de poemas, hablando de cuentos…, y hay una figura, hay una imagen que está también como subtexto dentro de la novela, que es la imagen del volcán, que es obviamente una representación de la pintura, pero también del volcán como la figura de la creación del mundo. Hay un momento en el cual Magnífico les cuenta a las estudiantes la historia de un hombre que vivió quince días en los desiertos volcánicos de Hawái y que solamente se alimentaba del rocío que encontraba en el musgo de las piedras volcánicas. Yo creo que esa imagen del volcán, de eso grandioso, de la lava, de la explosión, al lado de la gota de rocío, es como la señal de identidad de esta novela donde lo magnífico y lo delgado, lo grande y lo pequeño, lo extraordinario y lo minúsculo se combinan en esto que somos los seres humanos. Nosotros somos al mismo tiempo grandiosos, somos maravillosos, somos un milagro, pero también somos frágiles, somos pequeños, somos vulnerables… y esa combinación de gran poder, de gran fuerza, con la debilidad que nos está sitiando a toda hora, que se manifiesta a través del envejecimiento y de la muerte, es como la señal de identidad de la novela. Por eso la imagen final define a Magnífico Delgado como un oteador de volcanes y como un bebedor de rocíos…
TGS: “El bueno y talentoso Magnífico Delgado, bebedor de rocíos, oteador de volcanes”. Pues, sin más. Aquí lo dejamos a este Magnífico Delgado y a esta magnífica novela.
YG: En el País del Sueño… Muchas felicidades y muchas gracias a todos por estar aquí.







martes, 27 de junio de 2017

La mano paciente del orfebre

Para equilibrar las cargas, después de la reseña indignada de ayer, aquí van las palabras de presentación de El origen del mundo, en el Queens Museum of Arts, el 16 de abril de 2011, en el marco de la Semana del Inmigrante en Nueva York.


La mano paciente del orfebre 

Miguel Falquez-Certain

La nueva novela de Gustavo Arango es, en primer lugar, “una compleja fantasía sobre un hombre que encontraba su placer en escribir sobre mujeres escribiendo”, como su narrador la define en sus últimas páginas. Pero es mucho más que eso: es el placer de la escritura, la alegría de leer, el mundo explicado desde una perspectiva única, ejemplar, original y auténtica, los juegos literarios para aprender a desbordar la fantasía, el ojo fantasma del demiurgo de Victor Hugo observando con deleite el mapa femenino, una clase veraniega de creación literaria en la Universidad de Rutgers, la vida rutinaria de su protagonista, Magnífico Delgado, profesor de la Universidad de Syracuse, repartida entre su habitación desordenada y sus trabajos alternativos de repartidor de periódicos, mal consejero espiritual de un amigo improbable, fantasías sexuales, detective privado, recuerdos de la infancia y de la adolescencia y, sobre todo, regodeo en la creación de una literatura rítmica, sonora y perdurable.
El título de la novela, El origen del mundo, se deriva de una pintura de Courbet que encuadra a una mujer desnuda, donde sólo son visibles el seno derecho, la vagina poblada de vellos púbicos, el inicio de sus nalgas en las entrepiernas y unos muslos generosos explayados que se ofrecen al espectador con insolencia. En 1866 fue un escándalo y aún hoy lo sigue siendo. Facebook censuró la imagen recientemente. La han tildado de pornográfica porque la mujer descabezada se convierte en objeto de lujuria.
Sin embargo, al igual que en el Placer del texto de Roland Barthes, el verdadero protagonista es la escritura misma, el placer incomparable de crear un mundo con palabras donde antes nada había. La anatomía femenina se convierte en paradigma del placer exquisito de la creación. Así lo afirma el narrador: “En el agua ha jugado a recorrer su cuerpo. Ha sido al mismo tiempo el amante y la amada, la textura y la mano: la caricia completa”. La narración se desenvuelve deliciosa y rebosante como aquella cinta de Möbius con una sola cara y un solo borde, con la propiedad matemática de ser un objeto no orientable que avanza y retrocede y retorna y fluye ineluctablemente ad infinitum en donde la palabra es el hilo conductor que hace posible la multidimensionalidad y coetaneidad del suceso. Por consiguiente, la novela nunca cesa de existir, no termina en el sentido tradicional sino que más bien se abre en múltiples direcciones y hace del lector su cómplice en la construcción de sus significados.
Si bien la metaficción y la autoreferencialidad coexisten en la construcción novelística, es decir, la ficción que se construye al lado del narrador con la anuencia del novelista, por un lado, y la constante recreación de la labor del escritor como eje fundamental del proceso con obvios tintes autobiográficos, por el otro, es por la forma de engarzar sus palabras y de ejercer diversos estilos, a cual más de ricos e innovadores, que colocan a esta novela en un lugar de privilegio. Aun cuando el escritor y el narrador sean eruditos el resultado dista de ser petulante. Las alusiones literarias flotan con elegancia y se incorporan a la narración sin ser forzadas. Cuando habla de un escritor que alguna vez dijo al momento de morir “luz, más luz” no es necesario que sepamos que se refiere a Goethe, pues el contexto es lo importante. Tampoco es preciso conocer ni recordar el poema “Ítaca” de Cavafis ni “Lisboa revisitada” de Pessoa para regocijarnos con su afirmación que “donde fuera uno la ciudad iría con él”.
El solo capítulo “Confieso que he matado” justificaría la existencia de esta novela. En menos de treinta páginas, el mundo del personaje, que bien puede ser el recuento de la infancia y de la adolescencia en el país de origen del protagonista, el profesor Magnífico Delgado (ese oxímoron que brinda múltiples interpretaciones), tiene un estilo de narrar diferente a los otros que se encuentran en este libro. Treinta años de novelitas amarillistas que han explotado el tema del narcotráfico quedan mal paradas ante esta elocuencia desnuda de un huérfano producto de la violencia que desangra a nuestro común país de origen. Y es porque el tema no es la violencia en sí ni el tráfico de drogas, sino la condición humana con toda su riqueza de esplendores y miserias.
El narrador nos dice que “desde los veinte años, su vida ha sido un diálogo constante con la muerte”. Sabe que tiene poco tiempo para brindar su testimonio. En su fiebre pantagruélica de dejar su huella, intuimos que en el acto de crear encuentra finalmente la razón de su sino.
Casi todos conocemos las famosas anécdotas de Flaubert en que afirmaba pulir hasta el cansancio siempre en pos de la palabra exacta y aquélla de que Madame Bovary en realidad era él mismo. También recuerdo la preciosa novela de Gesualdo Bufalino, Diceria dell’untore, cuya elaboración le tomó treinta años, desde su concepción, realización y constantes revisiones, para ver la luz finalmente cuando el autor tenía sesenta y dos años. Si bien creo reconocer ecos de Cortázar y de Borges, sobre todo en la forma de enfrentar el estilo, en la forma de narrar y de concebir sus tramas (por ejemplo, dice el narrador que “Él mismo no era más que tres historias, un refrán y varias líneas de un poema” y que ha visto el mundo como lo hace Borges en el Áleph desde un punto de vista privilegiado), creo que es en las obras de Alain Robbe-Grillet, particularmente en La casa de citas, que puedo encontrar un paralelo paradigmático en la exquisitez con que Gustavo Arango ha logrado plasmar el ritmo cantarino de sus espléndidas palabras. Y junto con ecos proustianos, en aquel plan de trabajo para su próxima novela en que propone que “permitiera que estuviera siempre terminado, por si la muerte llegaba de manera accidental o provocada. Escribiría el principio y el final de aquel periplo en el que todo el universo quedaría contenido y luego dedicaría el tiempo que tuviera para llenar el espacio entre los dos extremos”, justamente lo que se trazó Proust en la elaboración de En busca del tiempo perdido. A cuarenta y cuatro años de publicada Cien años de soledad, me complace haber leído con deleite una novela que nada le debe al mal llamado “realismo mágico”. Pero, lo que es más importante, El origen del mundo se inscribe por derecho propio como iniciadora de una nueva y excelente producción que ofrece insospechadas posibilidades.
Nos dice el narrador que “incluso con la pugna que el placer desencadena, todo puede seguir, el goce puede andar sin detenerse, puede moverse en pos de virtuosismos y de cimas más altas, si evita utilizar la familia de palabras que todo lo interrumpe, que todo lo congela”. Gustavo Arango no sólo tiene voz y estilos propios, sino también un mundo rico y enriquecedor que observa con precisión de entomólogo y que ha logrado plasmar con mano paciente de orfebre, una visión auténtica que marca un hito en la producción novelística latinoamericana.










lunes, 26 de junio de 2017

Un crítico indignado

Una reseña de El origen del mundo, publicada en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República: Vol. 48. Número 85 (2014)


La novela de un voyerista

Por Rodrigo Zuleta

La reciente novela de Gustavo Arango, El origen del mundo, puede considerarse una novela sobre la creación literaria, es decir, estamos ante literatura sobre literatura. La incursión en este género implica un doble riesgo. De un lado, éste se apunta a lectores normalmente más exigentes que el lector medio. Además, y eso es lo más arriesgado, el autor se expone a la comparación con Borges, de la que casi nadie puede salir bien librado.
En un acto de misericordia, tal vez sea recomendable ahorrarle a Arango la comparación con Borges. También es legítimo pasar por alto la posibilidad de leer su novela dentro de la tradición de la llamada novela de artista ya que, aunque gran parte de la obra gira en torno a un hombre que escribe una novela, en ella falta el motivo clásico del conflicto del artista con la sociedad.
Acaso sea más justo empezar una lectura desde ceros y decir que se trata de una novela sobre un profesor de literatura hispanoamericana y de escritura creativa en una universidad norteamericana que tiene una obsesión erótica platónica con sus estudiantes mujeres a las que le encanta ver escribiendo.
Una de las características de la novela de Arango es que tiende a partir de elementos que parecen un anuncio de algo que apunta hacia lo sublime y que luego se desinflan en banalidades. El título mismo hace pensar en diversas cosmogonías, y que en realidad se refiere a un cuadro de Courbet, no queda justificado por la historia que se cuenta.
La novela se abre con la imagen de una mujer que empieza a ejecutar una extraña danza en la mitad de una calle, como si hubiera entrado en trance. Al final sabemos que sólo estaba tratando de espantar una abeja que la había hecho entrar en un estado de pánico.
La escena sólo tiene sentido si logra leerse en clave de caricatura. Lo mismo ocurre con lo grandilocuente que hay en el personaje principal. Máximo Delgado, célibe atormentado por deseos eróticos insatisfechos, digno a ratos de una mala imitación de alguna película de Woody Allen, que se consuela mirando a sus alumnas mientras resuelven los ejercicios que él les pone en la clase de escritura creativa como escribir diez minutos sin parar, desarrollar un texto a partir de una frase como “alguien está sentado” o sacar palabras de una palabra determinada jugando con sus letras.
El placer de ver mujeres escribiendo le había sido revelado a delgado años antes a la escena que da comienzo a la novela por una mujer llamada Aimée, a quien le había dado clases de español y quien le había regalado un argumento para una historia al contarle un sueño en el que alguien la buscaba para matarla y lo único que tenía para reconocerla eran los trazos de su escritura a mano. Delgado termina poniéndole ejercicios de escritura y al final descubre la satisfacción que le da ese curioso placer voyerista.
Si la novela de Arango fuera una novela lograda, al lado de una permanente ironía, tendría que tener una permanente tensión erótica. Es difícil sentirla, aunque en algún momento –chiste demasiado evidente para mi gusto– Delgado quiera decir “texto” y termine diciendo “sexo”. En cierto pasaje de la novela se habla de un proyecto para escribir una versión del Quijote en la que Alonso Quijano no se enloquezca por leer libros de caballería, sino por leer literatura pornográfica. La idea, que también suena a Woody Allen, no se desarrolla en ninguna parte (pág. 120).
La historia de la abeja no finaliza en el descubrimiento de que la presunta danza de Regina no es el resultado de alguna posesión extraña –que debería estrellar a Delgado contra la realidad–, sino termina llevándolo a hacer una serie de elucubraciones librescas sobre las abejas y la sexualidad femenina. “Virgilio –escribe– vivió en tiempos en que se creía que las abejas eran asexuadas y les dio una explicación moral a los ataques. Aristóteles decía que las mujeres, después de estar con un hombre, emanaban un olor almizclado que atraía y excitaba a las abejas”(pág. 78).
El desenlace de esa escena apunta a una posible caricatura de un erudito, incapaz de aproximarse a las mujeres que desea, lo que lo lleva a resignarse al voyerismo y a las especulaciones librescas. Sin embargo, la tensión entre esos dos mundos es algo que sólo se explota a medias. Además, hay muchas desviaciones de ese eje narrativo que son difícilmente justificables y que al menos, en una ocasión, termina convirtiéndose en un cuento aparte que puede leerse de manera independiente. Me estoy refiriendo al tercer capítulo, titulado “Confieso que he matado” y que deja abierta la pregunta acerca del papel que tiene en el marco de la totalidad de la novela. Son casi setenta páginas. Tal vez pueda plantearse la hipótesis de que es parte de una trilogía planeada por Delgado, cuya tercera parte debía llevar como título precisamente “El origen del mundo”, obra que en el capítulo cuarto define como “un nuevo intento, tal vez el último, de escribir algo que fuera mucho más que variaciones, torpemente disfrazadas, del simple patetismo de su vida”(pág. 80).
En el mismo capítulo se da cuenta también de algunos datos de la historia del cuadro de Courbet. Al inicio fue propiedad de un diplomático turco cuya colección fue rematada después de su muerte, lo que hizo que el cuadro pasara después por muchos propietarios y por muchos sitios, incluyendo un burdel. En 1935 se le da el nombre de “El origen del mundo”. Los nazis quisieron destrozarlo, pero sobrevivió a la guerra y los soviéticos vieron en el mismo una especie de alegoría de “la alegría de la mujer en un mundo socialista”(pág. 85). En 1955 fue adquirido por Jacques Lacan y su esposa Sylvia Bataille y, cuando ellos fallecieron, pasó a ser propiedad del Estado Francés.
La historia del cuadro que, apócrifa o no, resulta interesante se interrumpe de pronto y Delgado vuelve a sus estudiantes a quienes les propone un ejercicio con el adjetivo “viscoso”, lo que da otra vez para un juego con los dobles sentidos. El quinto capítulo es otro relato aparte –de 35 páginas– que resulta bastante insoportable.
En el sexto sabemos cosas de la infancia de Delgado. De un lado está la muerte de sus padres y su hermana por la explosión de una bomba en un centro comercial. Es algo que no tiene una conexión clara con el resto de la narración: se podría pensar que Delgado, más que con sexo, debería estar obsesionado con la violencia. Y, por otro lado, tenemos noticia de la torpeza sexual de su adolescencia que en cierta manera anticipa la vida del profesor voyerista.
En ese capítulo, a más tardar, queda claro algo que tal vez explique cierto desagrado que se siente al leer la mayor parte de la novela. Delgado es un personaje grotesco –incluso en un extremo inverosímil– desde niño. Baste con pensar en un pasaje en el que se dice (pág. 119) que a los quince años no sabía qué era la masturbación y que cuando lo supo, tardó “varios meses en entender y aplicar el mecanismo”.
No obstante, pese a que se trata de un personaje grotesco, Arango lo toma demasiado en serio y a ratos narra en un tono claramente patético. Ese patetismo conduce a la novela, a mi modo de ver, al fracaso narrativo.







jueves, 22 de junio de 2017

La mirada de David Lara

David Lara Ramos presenta hoy en Cartagena su libro de crónicas El dolor de volver, publicado por Collage Editores.  Como sigo preparando el volumen de críticas, perfiles y entrevistas sobre la "aranguiana" (y perdonen la avalancha que está generando la egoteca), saco pecho para decir que hoy va un perfil de David, a propósito de la presentación de Santa María del Diablo en la Feria del Libro de Bogotá 2015. Fue publicado en la revista Latitud, de El Heraldo de Barranquilla, el 26 de abril de 2015.



El cronista de Tierrafirme

Por  David Lara Ramos 

Afirma Gustavo Arango que uno de los grandes empeños ha sido convencer a su madre de sus virtudes como escritor. Luego de ganar en México el Premio Bicentenario (2010) con la novela El origen del mundo, María Nubia, su mamá, le pidió que le enviara un ejemplar a Medellín, donde reside. Arango vive hace 16 años en Estados Unidos, de los cuales 10 ha sido profesor de literatura de la Universidad Estatal de Nueva York, en la ciudad de Oneonta.
Ahora que la señora María Nubia ha llegado a visitarlo a Oneonta, a Gustavo le produce cierta tensión preguntarle: “¿Cómo le pareció la novela que le mandé?”, a pesar de que su obra sigue atrayendo lectores y reconocimientos. En 2013, fue el escritor homenajeado en la New York Hispanic/Latino Book Fair, y dos de sus novelas han sido finalistas del Premio Herralde, convocado por la prestigiosa editorial Anagrama. A finales de 2014, Ediciones B publicó Santa María del Diablo, novela que narra la fundación, auge y desaparición de Santa María de la Antigua del Darién, primera ciudad de América continental. “Mi interés en la historia de Santa María de la Antigua del Darién —explica— comenzó hace unos veinte años, en Cartagena. Visitaba con frecuencia la Biblioteca Bartolomé Calvo y me encontré con un libro fascinante, Urabá heroico, de Ernesto Hernández. Allí estaban el desafuero y la locura que se le suelen atribuir al Realismo Mágico. Estaba el impacto psicológico y la violencia del encuentro de dos mundos muy distintos. De inmediato pensé que la historia de la primera ciudad española en tierra firme era como una novela que poco necesitaba de la imaginación”.
Arango vivió por 10 años en Cartagena, ciudad que marcó su vocación literaria y le mostró que en la Historia había hechos que despertaban su imaginación: “La ciudad te marca, de eso no hay dudas —me dice—, pero un detalle despertó aún más mi interés: Fernández de Oviedo, el gran cronista de La Corona, llegó a ser nombrado gobernador de Cartagena, antes de la fundación de la ciudad, pero en un impulso de rabia renunció al cargo. En aquel tiempo, supe que para poder escribir la novela debía leer miles de páginas de la Historia general y natural de las Indias, escrita por Oviedo. La empecé a leer, a tomar apuntes, a imaginar el relato, a seleccionar detalles. El año pasado, Ediciones B estaba buscando novelas históricas y presenté el proyecto. Lo aceptaron y pasé tres meses de trabajo febril escribiendo Santa María del Diablo”.
Su ejercicio como editor del suplemento literario de El Universal, de Cartagena, le dió las herramientas para investigar sus ficciones, pero fue el escritor Tomás Eloy Martínez, mentor y maestro, quien le dio la solidez para concretar su vocación en una ciudad de múltiples caminos como Nueva York, a la que llegó a estudiar literatura. «Al emprender la escritura de Santa María del Diablo pensé que debía usar una metodología de investigación y un acercamiento narrativo como se hace el periodismo. Mis años de periodista me dieron la disciplina y el empuje para sacar adelante un proyecto como este. Tomás Eloy Martínez fue profundamente respetuoso de los procesos creativos. Creo que la novela ha sido posible porque Tomás nos enseñó a navegar en las aguas de la ficción y la no ficción, mientras hacía mi doctorado en la Universidad Rutgers, en Nueva York, una ciudad que vibra en cada esquina. La visito con frecuencia, por lo menos una vez al mes, y siempre llego con ojos dispuestos al asombro. Nueva York ha sido generosa conmigo. Quizá nunca viva en Nueva York porque las multitudes me agotan. Prefiero el silencio de Oneonta. Me alegra saber que en cualquier momento puedo conducir las tres horas que me separan de la Gran Ciudad y perderme en sus ríos de gente”, concluye al presentar algunas de sus influencias.
En Santa María del Diablo hay un cronista que referencia hechos reales vividos por Arango, incluso avista el futuro para él. Son sus propias vivencias que él acomoda en su narración: «Hay un personaje casi invisible, sobre el que se sostiene todo el relato. Lo llamé Tierrafirme y es el indio amanuense de Fernández de Oviedo. Resulta fascinante que el verdadero primer cronista de Indias fuera un indio que aprendió a escribir y a tomar dictados. En la novela, la voz que narra desde el presente es heredera de Tierrafirme. Mientras escribía me di cuenta de que para darle vida al relato debía recurrir a mis propias experiencias. Cuando era niño visité varias veces las selvas del Chocó. Visité muchas veces la zona de Urabá. Alguna vez, en el sitio donde estuvo el primer asentamiento español, jugué fútbol con el criminal más famoso que ha dado Colombia. Al escribir el libro sentí —alentado, en cierta forma, por González de Oviedo— que ese tipo de detalles enriquecían el relato».
Gustavo siente una gran admiración por los cronistas. Escribió, en 1995, Un ramo de no me olvides, una crónica sobre los inicios de García Márquez en Cartagena. En Santa María del Diablo se ocupa de otro cronista, Fernández de Oviedo, un personaje que para él merece toda admiración: «Me llama la atención el olvido en que tenemos a Gonzalo Fernández de Oviedo, quizá, por su condición de cronista al servicio de la Corona española. Una de las razones que explican su olvido es el conflicto que tuvo con Bartolomé de las Casas. Pero la tarea de Oviedo fue la del hombre del Renacimiento: es geógrafo, zoólogo, botánico, antropólogo, etnólogo, psicólogo, filósofo, teólogo y politólogo. La lectura de sus crónicas es fundamental para quien aspire a hacer periodismo».
En una novela histórica las licencias que se toma el escritor pueden desdibujar el hecho real yendo en contra de los elementos de un género complejo, sobre ese asunto, Arango tiene sus visiones: «En la investigación y escritura tuve el rigor del periodista. Procuré no especular en asuntos esenciales. Lo que sí hice fue dar vida a lo que en los documentos está dicho de manera sumaria. Hay un episodio al comienzo de la novela en el que Oviedo dice que un enorme monstruo marino devoró una embarcación. Lo que hice fue acudir a mis lecturas de Julio Verne para darle vida a esa escena. La peste de modorra apenas ocupa unas frases en los cronistas. La población entera de Santa María… cayó presa de un sueño pesado. Como no se despertaban, se morían de hambre. Cerca de ochocientas personas murieron por esa causa. Desde esa perspectiva, nada es inventado. Las escenas que recreo están inspiradas en algún documento, un testimonio, en alguna fuente, salvo algunos nombres que puse a personajes que no los tenían, lo demás es real. Las licencias creativas se podrían contar con los dedos de una mano.
Esas licencias —pregunto— son las que le permiten al narrador afirmar que la ficción es obra del diablo: «Eso es idea del mismo Fernández de Oviedo. Uno de sus mayores arrepentimientos fue el de haber escrito una obra de ficción, la novela de caballería Claribalte, porque según él la ficción era mentira y la mentira era cosa del diablo. En sus crónicas hay una insistencia permanente en el tema de la verdad. Como buen hombre de su tiempo, tenía una obsesión por la salvación de su alma».
Arango ha sido finalista en dos ocasiones del Premio Herralde de Novela de la Editorial Anagrama, sin duda, un aliento para su escritura. ¿Insistirá? Sabe que más allá de un galardón está la determinación de leer y producir obra: «Los premios son señales de que voy por buen camino. Creo que no volveré a concursar en el Herralde. La editorial Anagrama ha empezado a incurrir en la misma arbitrariedad que es tradición en Planeta o Alfaguara: premiar a autores de la casa. Eso es abusar de las ilusiones de miles de autores ingenuos que creen que tienen posibilidades de ganar. En el caso colombiano, si no has pagado tu derecho de entrada a las camarillas bogotanas, eres inexistente. Siendo un autor inexistente, creo haber hecho una obra decorosa», remata.
Eso es lo que quisiera decirle a María Nubia, su madre, quien ahora realiza un cocido de fríjoles, en el pequeño apartamento donde Gustavo escribe: «Creo —me comenta en voz baja— que es la única persona que se lee todo lo que escribo, pero lo hace para ver si revelo historias de la familia. Si encuentra algo, me lo reprocha y me dice que para qué me pongo a contar esos chismes. Le digo que ella es la única que se da cuenta, pero igual me llevo mi regaño, aunque últimamente me parece que se está ablandando».
Entonces toma valor para hacerle la pregunta «¿Y… cómo le pareció la novela que le mandé?» Sigue un silencio. Con una cuchara de palo en la mano, María Nubia lo mira y lo increpa con un marcado acento paisa: «¿Y usted qué?, pues mijo, no ve que yo vengo aquí es a cocinarle por unos días, para que no coma esas porquerías que le dan en este país, por eso es que está tan gordo. ¿Vos qué?, ¿se embobó?, dejate mijo de preguntar pendejadas, pues… más bien póngase a arreglar la mesa, que estos frijoles ya van estando, y hay que atender al invitado… ¡apúrele, pues!