Conferencia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Cartagena, en abril de 1995.
El arte del periodismo
Antes de entrar a un diálogo
abierto –y aprovecho para agradecerles por haber acudido a la invitación del
Taller de Periodismo-, quisiera hacer una serie de consideraciones sobre Un ramo de nomeolvides, hablar del largo
e intenso aprendizaje que fue hacer ese libro, de las intuiciones y
certidumbres que he podido encontrar a lo largo del trabajo y luego, en ese
diálogo con los lectores que enriquece y llena de sentido lo que hacemos.
Quisiera hacer una descripción
general de Un ramo de nomeolvides,
pero tropiezo con grandes dificultades conceptuales para hacerlo. Siempre he
tenido el privilegio –o la limitación, según se le mire- de olvidarme de los géneros
literarios o periodísticos a la hora de escribir. El resultado de esa tendencia
es una serie de trabajos que no aceptan fácilmente las definiciones
tradicionales de reportaje o crónica, en el periodismo, o las de cuento o prosa
poética –por mencionar algunas– en literatura. Por eso no sabría decirles
exactamente qué es Un ramo de nomeolvides,
no sería capaz de ponerle una etiqueta determinada. Algunos lectores del libro
han tenido más arrojo y mejor inspiración a la hora de definirlo.
En los comentarios que ha
suscitado, durante estos cuatro meses de vida pública, Un ramo de nomeolvides ha sido calificado de reportaje, relato histórico,
crónica de época, híbrido entre crónica y novela, periodismo literario,
literatura periodística o ramillete de crónicas, esta última la más poéticas de
las definiciones que ha recibido.
Me costaría mucho decidirme
por uno de esos términos. Pero como hay que decir algo que se le aproxime,
diría que Un ramo de nomeolvides es
una investigación periodística escrita con la pasión y el rigor expresivo de
una obra literaria. En pocas palabras, periodismo entendido como arte. Con esta
perspectiva, quisiera hablar un poco de tres momentos importantes dentro del
trabajo: la etapa investigativa, el proceso de escritura y una que apenas
comienza, que es su encuentro con los lectores.
En cada una de estas etapas
es posible hacer reflexiones valiosas sobre el ejercicio periodístico, que es
justamente el propósito que nos reúne.
Entre
papeles y recuerdos
La etapa de investigación está
llena de incertidumbres y emociones encontradas. Un buen día resulta que sobre
nuestros hombros pesa, sin que entendamos sus dimensiones, la responsabilidad
de escribir un libro en un poco más de un año.
La primera semana la tomamos
con calma. Pensamos que un año es mucho tiempo y que lo que nos han dado es una
beca para pasarla sabroso. Vamos a cine, dormimos hasta tarde y, a veces, para
silenciar nuestra conciencia, empezamos a buscar, de manera aperezada, en los
libros y revistas que tenemos al alcance de la mano.
Al comenzar la segunda semana
comprendemos que los años suelen tener un poco más de cincuenta semanas y que
la primera, a pesar de los simulacros de trabajo, la hemos perdido vagando.
Entonces vamos al archivo a
buscar los periódicos de la época en que Gabriel García Márquez escribió en El Universal, un período que está de
moda en esos días a raíz de la mención que el escritor hace del jefe de
redacción de aquella época, Clemente Manuel Zabala, en su última novela, Del amor y otros demonios.
Y al enfrentarnos a la
primera noticia del primer periódico amarillento y quebradizo de hace casi
cincuenta años, al ver que las noticias tienen párrafos, y los párrafos
palabras, y las palabras ideas o realidades, empezamos a entender las
verdaderas proporciones del trabajo en que nos hemos embarcado.
En ese momento, cuando uno
comprende que tendrá que leer los periódicos de varios años, día a día, página
a página, noticia a noticia, para tratar de entender esa época y a esa persona
a la que se le siguen los pasos, se tienen enormes deseos de salir corriendo.
Pero como nos gustan y
estimulan los retos importantes, entonces comprendemos que debemos proveernos
de lápiz y papel –en cantidades generosas–, un computador, disciplina, orden y
toda la experiencia de los trabajos previos.
En el caso concreto de Un ramo de nomeolvides, una de las
actividades fundamentales durante la investigación fue la reseña pormenorizada
de todos los periódicos de la época. Varios autores han coincidido en afirmar
que la etapa principal del paso de Gabriel García Márquez por El Universal estuvo comprendida entre
mayo de 1948 y diciembre de 1951. De tal manera que esa época hay que mirarla
con especial detenimiento.
De cada edición de El Universal hice una reseña de las
principales informaciones. Todo importaba, así en apariencia no tuviera una
relación directa con nuestro trabajo: las noticias nacionales, las
internacionales, los eventos y acontecimientos locales, las notas sociales,
deportivas, culturales y las columnas y comentarios de la página editorial.
Esas reseñas incluían, a veces, síntesis del contenido o transcripciones
íntegras, según la utilidad que se le podía intuir al texto para el propósito
general del trabajo.
En este punto conviene señalar
que muchas veces el propósito central de un trabajo no se ve con claridad desde
el comienzo de la investigación. Avanzamos casi a ciegas, recopilamos miles de
datos sin saber si finalmente habrán de servirnos, pero debemos procurar tener,
lo más pronto posible, algunas certezas sobre las características finales del
trabajo.
Para este fin resultan útiles
y necesarias las metodologías de investigación. Al precisar objetivos y etapas,
al imaginar lo que será el resultado final, estamos definiendo criterios de valoración
de toda la información recopilada. Este hecho, cuando se trata de hacer un
libro, es fundamental, porque impide que nos sintamos abrumados con la enorme
cantidad de información que debemos manejar.
Pero no hay que ser rígidos
con nuestra metodología. No debemos tener miedo a variar el rumbo de nuestra investigación
si lo que vamos encontrando en el camino así nos lo sugiere. Al contrario de lo
que puede creerse, la etapa de documentación en los archivos de prensa exige al
máximo de nuestra capacidad creativa.
Como ignoramos casi por completo
lo que nos espera entre esos papeles amarillos y polvorientos, conviene estar
siempre alerta para descubrir nombres y situaciones y seguirles su trayectoria.
Leer archivos es una labor detectivesca en la que hay que estar siempre alerta.
A veces, detrás del dato o la frase en apariencia más intrascendente, puede
esconderse una revelación definitiva para darle perspectiva a nuestro trabajo.
Aquí conviene insistir en un
hecho sobre el que no sobra insistir. Los detalles pequeños son cruciales para
la construcción de nuestro texto final. El ambiente, la atmosfera del relato se
enriquece con todos los datos pequeños que podamos reunir. Además del registro
de las principales noticias, debemos convertirnos en espías de la cotidianidad:
toda referencia sobre las costumbres de la época, sobre la manera de vestir,
sobre los temas de las conversaciones cotidianas es información importante.
Para citar algunos ejemplos, Un ramo de nomeolvides reflejaría menos
esos años finales de la década del cuarenta, los hechos y personajes serían
menos vivos y convincentes para nuestros lectores, si hubiéramos pasado por alto
detalles como los pasteles de pavo que eran la especialidad gastronómica del
hotel Caribe, o si hubiéramos ignorado el concurso radial ‘Coltejer toca a su
puerta’, que semanalmente ponía en vilo a la ciudad, también si hubiéramos
pasado por alto los titulos de las películas, los artistas que visitaban la
ciudad, o la repercusión de los hechos nacionales en el ámbito local.
Hay una imagen que se emplea
con frecuencia para referirse al trabajo periodístico: se trata de la metáfora
del iceberg o témpano de hielo. Como sabemos, cerca del noventa por ciento del
bloque de hielo se encuentra por debajo de la superficie del agua y sólo un
diez por ciento sobresale. Igual cosa sucede con el trabajo periodístico. Al
momento de acopiar información conviene proveerse de cantidades inmensas de información,
así sólo se emplee una mínima parte en la versión final.
Ese material que se descarta,
ese noventa por ciento que no se ve en el resultado final, actúa como la masa
que permite que el texto flote adecuadamente.
Entre
la memoria y el olvido
Otro de los pilares básicos
de la etapa investigativa, para hacer Un
ramo de nomeolvides, fueron las entrevistas a personas que vivieron esos años
cerca de García Márquez.
Es aconsejable que las
entrevistas se cumplan después de conocer en profundidad el material
documental, porque este nos ayudara a determinar cuáles son las personas que
debemos buscar, también nos orientará en el tipo de preguntas que debemos
hacer.
En el caso de este trabajo,
las entrevistas fueron con personas que en su mayoría tenían más de setenta años.
Este hecho nos enfrenta a uno de los principales obstáculos a vencer en un
texto de época, ese obstáculo es el olvido.
Si todos nosotros nos ponemos
a pensar en nuestros recuerdos de hace cinco o diez años, nos damos cuenta de
la cantidad de vida que tenemos encima, y del montón de hechos que se escapan a
nuestra memoria.
En personas que ya sobrepasan
los setenta, la memoria es una insólita mezcla de vaguedad y nitidez en medio
de la cual debemos buscar la época y las personas sobre las que estamos
indagando.
En casos como este conviene
proveerse de ayudas para recordar. Al visitar a cada uno de los entrevistados
es recomendable llevar copias de algunas notas de prensa y fotografías para
ayudar a la memoria. A veces, la lectura de un texto olvidado, despierta en
nuestro entrevistado una serie de evocaciones que de otra manera habrían sido
imposibles.
Para las entrevistas seguí
unas pautas mínimas que también deseo compartir hoy con ustedes. En primer
lugar, procuré tener varias conversaciones espaciadas con cada persona, para
confrontar recuerdos y para ir más al fondo en la tarea de recordar. A veces sólo
en la segunda o tercera visita el entrevistado empezó a moverse con propiedad
en una época generalmente clausurada en su memoria. Con frecuencia ocurrió que
los entrevistados se quedaran pensando en aquellos tiempos remotos y se
comunicaran luego conmigo porque acababan de recordar algo.
Como desde el principio tenía
claro que las imágenes serían un componente fundamental del texto final, insistí
en pedirle a cada entrevistado que describiera lugares y personas con detalle y
que recordara anécdotas que incluso le parecieran poco importantes.
Mi labor periodística me ha enseñado
que los datos mas reveladores y trascendentales suelen pasar desapercibidos
para quien los ha vivido, y sólo una conversación estimulante, que guíe en la búsqueda,
puede permitir hacer esos hallazgos.
Para citar solo un ejemplo,
este tipo de búsqueda de los detalles nimios condujo a uno de mis entrevistados
a recordar la canción que le da título al libro y sobre la que está construido
todo el trabajo.
Aquí quiero llamar la atención
sobre un hecho importante. Paralelo a la labor de acopio de información, se da
en un nivel casi inconsciente la tarea de buscar la forma definitiva que tendrá
nuestro trabajo. Y esa búsqueda, en muchos casos, no es otra cosa que la búsqueda
del título.
En el momento en que supe de la
canción sobre el olvido que solía cantar Gabriel García Márquez, que decía: “Te
voy a dar un ramo de nomeolvides, para que hagas lo que dice el significado”,
en el momento de escuchar eso tuve una especie de revelación que me permitió
comprender con claridad cuál era el enfoque que debía darle al libro. Comprendí
que no sólo debía reconstruir los años que pasó Garcia Márquez en El Universal, sino también las múltiples
derivaciones de esos años hasta la gloria que hoy tiene y hasta el olvido desde
donde sus amigos de aquel tiempo lo recuerdan.
Una revelación como esa, por
ejemplo, determinó una etapa adicional en el proceso de documentación. No sólo habría que revisar los periódicos de
aquellos dos años de finales de la década del cuarenta, sino los periódicos de años
posteriores, hasta nuestros días, para ver la relación de Gabriel García Márquez
con el periódico en el que comenzó.
Ese contrapunto con la
actualidad, ese permanente contraste entre aquellos años y la forma como hoy
viven cada uno de los protagonistas de aquella historia, le dio a Un ramo de nomeolvides una dimensión
adicional y definitiva: la de los múltiples destinos humanos, la de la juventud
plena y vital en contraste con la vejez y la inminencia de la muerte.
Solo quiero agregar una cosa más,
en relación con la etapa investigativa. Al hacer todas las entrevistas, además
de pedir anécdotas e imágenes, procuré que cada persona hiciera una descripción
física y anímica del personaje central. Eso permitió reconstruir y darle vida a
ese joven pálido, flaco, con bigote y acné, un muchacho de provincia
desarrapado y digno que tamborileaba en las mesas de los cafés y alternaba la
euforia festiva con unas cavilaciones silenciosas y profundas que inspiraban
reverencia entre sus amigos. Y, lo que es más importante, esos mismos
testimonios permitieron encontrar a ese muchacho que desde los veinte años tenía claro que quería ser escritor, y
no un escritor cualquier, sino el más grande del mundo.
Manos
a la obra
Y así, después de mirar los periódicos
por arriba y por abajo, después de hurgar hasta en las listas de invitados a
las fiestas o en las listas de pasajeros salidos por vía aérea, después de haber
rescatado del olvido cientos de imágenes, con montañas de papel y archivos
infinitos de computador, llegó el momento de sentarse a escribir el libro.
En ese momento se comprende
que lo realmente importante es aquello que conserva la memoria. Que toda la documentación
reunida es sólo un apoyo para precisar datos o para retomar transcripciones de
textos. Inexplicablemente, secretamente, a lo largo del proceso de investigación,
el libro ha tomado cuerpo en nuestra cabeza. La época y sus características son
un espacio al que entramos cuando escribimos. Lo único que se requiere de
nosotros es la fuerza y el entusiasmo para hacer el libro realidad.
Quizá lo más difícil de la
escritura es hallar el tono general del libro; pero una vez se encuentra, una
vez se empiezan a escribir las primeras páginas aceptables, lo demás es
entregarse a esa pasión que nos quita el sueño, que nos lleva al límite de las
fuerzas, pero también al límite de la felicidad.
También en el proceso de
escritura hay que estar atentos a los cambios de enfoque y estructura que el
texto nos está sugiriendo. A veces comprendemos que lo que creíamos el comienzo
del libro es un capitulo intermedio o un elemento del final. Y si uno está de
verdad inmerso en su trabajo, si se entrega a él como a una obra de arte, todo
va encontrando su forma con una extraña facilidad.
Quiero llamar la atención sobre
un hecho particular. Cuando se está escribiendo el texto, en ocasiones se
plantean vacíos que obligan a hacer nuevas indagaciones y entrevistas. La etapa
de documentación no termina sino en el momento en que decidimos dar por
terminado el libro. Hasta el último día, hasta el último minuto de la última revisión
que le hagamos al texto, debemos estar abiertos a todos los datos y elementos
que puedan enriquecer nuestro trabajo.
A partir de ese momento el
libro ha dejado de pertenecernos, es como un episodio de nuestro pasado que le
pertenece a otros. Y la mejor manera de enfrentar tranquilos esa última etapa
es haber agotado todos los esfuerzos, haber hecho todo lo humanamente posible
para lograr un buen trabajo.
La mejor manera de no tener posteriores
conflictos de conciencia es no dejar nada al azar, ni un solo dato, ni un solo
adjetivo. Ser obsesivos al exigirnos calidad.
Y
ahora los lectores
Y así llegamos a esta última
etapa, de la que sólo nos es posible conocer una mínima parte. En muchos casos
ignoramos los efectos y sensaciones que producimos en nuestros lectores.
Publicar un libro es, para usar una imagen que me gusta, como arrojar una
botella al mar. Rara vez sabemos lo que pasa con lo que hemos escrito, sólo a
veces recibimos opiniones, elogios o críticas que trastornan por igual.
Pero el recuerdo de las horas
invertidas en hacer ese trabajo, el recuerdo de las noches eufóricas frente al
computador, a la hora en que casi todos duermen, el recuerdo de esas fatigas
que nos dejaban postrados e incapaces de pensar, nos dice que hemos cumplido
con nuestro compromiso.
Eso, cumplir dignamente con
nuestro compromiso, debe ser la medida de nuestro trabajo, ya sea literario o periodístico.
Lo demás es como cuidar de un
hijo. Ayudarle a moverse en el mundo. Hablar de él en reuniones de amigos. Y,
mientras leemos una conferencia, o respondemos preguntas, pensar secretamente
en escribir nuevos libros.
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