Un texto publicado por The Toronto Star, el sábado 27 de junio de 1998. Traducción de David Lara Ramos.
García: Lección del maestro
Por Linda Diebel[1]
El miércoles 9 de junio de
1948, el orgulloso y tradicional periódico liberal, El Universal, publica una nota
en la página 5 bajo el título “Crónicas sociales”. Uno puede imaginarse a los costeños
del caribe colombiano leyendo ese día sus periódicos empapados en ese aire húmedo,
mientras las moscas zumban sobre sus desayunos.
Y se lee: “Con el objeto de pasar unas cortas
vacaciones al lado de los suyos, partió para Sucre don Gabriel García Márquez, dilecto
amigo nuestro y colaborador de este diario. EL UNIVERSAL le desea una grata permanencia
en esa localidad y anhela verlo muy pronto reintegrado a las labores periodísticas”.
Ese joven, García Márquez, en
realidad regresó a Cartagena y a El Universal después de unas largas vacaciones
–pero sólo por muy poco tiempo.
A uno le gustaría decir,
imitando al maestro, que se fue del periódico un año, 11 meses y 17 días más
tarde, y que ese día, el día escogido para su partida, llovió al atardecer una fuerte
tormenta que vino desde el norte, como el más propicio de los presagios ante su
decisión.
Pero no está claro cuándo
dejó él de escribir su columna diaria en El Universal.
Viajaría a Europa, viviría en
un burdel, tendría trabajos casuales, regresaría a Bogotá, vendería
enciclopedias, escribiría artículos, reseñas de películas y novelas que pocos leerían,
hasta que finalmente en 1967 publica Cien
años de soledad y llega a ser famoso.
El libro lanzaría a García Márquez
hasta la cima del mundo literario y lo hizo merecedor del Premio Nobel de
Literatura en 1982, convirtiéndolo en el escritor más conocido en América Latina.
Es llamado el rey del Realismo Mágico por un estilo donde hechos y realidades
unen lo mágico a la vida diaria.
Se dice que las futuras
generaciones verán a la América Latina del siglo XX a través de sus ojos, tal
como vemos a la Rusia del siglo pasado a través de los ojos de León Tolstoi, o
a Inglaterra a través del prisma de Charles Dickens.
En realidad, García Márquez
nunca dejó a Cartagena y a la Costa Caribe, lugar donde nació. No
espiritualmente.
Y en realidad nunca dejó el
periodismo y su amado periódico El Universal. Él sí continuó su “labor
periodística”.
El periodismo está en su
sangre. Tiene, como decimos en este oficio, tinta en sus venas. Una vez dijo,
“Cuando hago periodismo, algunas personas piensan que estoy haciendo literatura”.
Por esta razón, y debido al decisivo papel que el
periodismo puede jugar en América Latina en los actuales momentos, García
Márquez, hoy de 70 años, ha conformado en Cartagena, a orillas del Mar Caribe,
una escuela para periodistas.
Está ubicada en un bello
edificio colonial y es llamada Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo
Iberoamericano. O, como dicen sus amigos, “El taller de Gabo”.
Esa fue su idea. Él la desarrolló
con sus amigos, noche a noche, en medio de una tormenta de ideas durante un
Festival de Cine de Cartagena.
Desde 1995, ha trabajado con
500 periodistas de toda América Latina, personalmente o en talleres a cargo de sobresalientes
periodistas como la mexicana Alma Guillermoprieto (quien a menudo escribe en
inglés para el New York Review of Books
y The New Yorker) y en una semana de
taller se enseña de todo, desde la tradición narrativa en el periodismo hasta
la idea de una prensa libre.
García Márquez a menudo habla
del miedo a escribir. Un tema amplio. La página en blanco, la que compara con
la muerte, de la cual dice: “es la única cosa importante que ocurre en toda la
vida”. Es muy crudo al hablar sobre por qué escribe. “pienso que yo escribo
porque yo le temo a la muerte”. Una vez le dijo a un periodista: “Si yo no
escribiera, me moriría”.
En América Latina, el temor a
escribir toma un tono mucho más siniestro. No es sólo asunto de un grupo de
escritores, o un espejismo a punto de acabarse.
Aquí, los periodistas están
muriendo por su oficio.
El Comité Norteamericano para
la Protección de Periodistas reporta que, de los 26 periodistas asesinados en el
mundo el año pasado, 10 murieron en América Latina. En las décadas pasadas 191 periodistas
latinoamericanos fueron asesinados –en Colombia, México, Argentina, Guatemala,
y en otros lugares– y sus muertes no se han resuelto y siguen en la impunidad.
La realidad hace que sus
talleres sean vitales.
-Cómo usar una grabadora; cómo
no dejarse sobornar.
-Cómo atrapar la atención de
los lectores; cómo ser valiente.
-Cómo seguir adelante cuando
las amenazas llegan; cómo seguir escribiendo cuando cesan, lo cual puede ser,
inclusive, más aterrador.
Él trata de inspirar a la
crema de los nuevos periodistas en América Latina, para que sigan escribiendo
en estos tiempos de guerra civil en Colombia, de escuadrones de la muerte en México,
y una poderosa y gran mafia de las drogas, que los amenaza, los secuestra, los
tortura y los mata.
Él les ofrece la oportunidad de
unirse, de construir una vida que los respalde. Inspiración en tiempos
difíciles.
“La democracia no se ha consolidado
en América Latina. Va en progreso”, dice Jaime Abello, anteriormente un
periodista de televisión y hoy director de la fundación de García Márquez.
“El periodismo juega un papel
esencial en la creación de esa sociedad democrática. García Márquez quiere
revivir el espíritu del periodismo”, afirma Jaime Abello.
“Para los periodistas que
vienen aquí, esto no es un trabajo, es como estar de vacaciones”.
Él le llama “Gabo”, es su
amigo. Abello escribió los primeros lineamientos de la Fundación. La sacó
adelante. Una nota escrita a mano es la prueba de su éxito: “Para Jaime A. director sin sueldo, de algo
que aún no existe, de su presidente, G.”
La fundación es financiada
por la UNESCO y donaciones privadas incluyendo periódicos de los Estados Unidos,
Canadá y Europa, que envían fondos y, ocasionalmente, personal.
Organizarlo todo fue un
riesgo para García Márquez. Colombia es el más sangriento de los países. Él es
un intelectual, un hombre cuyas palabras son sopesadas y medidas, una autorizad
moral. Siempre es notica.
Los terroristas ya han
solicitado su ayuda en la crisis actual, pidiéndole que sea presidente de
Colombia. Él ha declinado, diciendo que está seguro de que sería “el peor presidente”
en la historia de Colombia.
Él debe ser cuidadoso.
Lou Clancy, quien fuera
editor general de The Star, es un voluntario
de la fundación de García Márquez. Actualmente está trabajando en el prototipo
de un periódico llamado “El ideal”, a
cargo de un grupo de jóvenes periodistas de la fundación, que espera sea
publicado a comienzos del próximo ano.
Clancey Admira el coraje de
ese hombre. “En Colombia involucrarse políticamente, de cualquier manera, es
algo muy peligroso”, afirma.
Está siempre en la mira de
todos debido a su reputación, pero él sigue adelante. Sin él, la Fundación no
existiría. Su dedicación a su país es clara (en este proyecto). Está tratando
de hacer algo por toda una generación, para que, de esa forma, el país vea los beneficios.”
García Márquez parece tocar a
todo el que encuentra a su paso. Es un toro, su pecho como un barril,
usualmente vestido de blanco, cabello blanco, bigote blanco y enormes cejas
blancas. Es carismático y generoso. Le encanta comer, le gusta reír, hablar y
tomar whisky. Antes le gustaba fumar
–hasta seis paquetes de cigarrillos al día– pero lo dejó después de que
se le extrajo un tumor de su garganta, hace algunos años.
Se define como “costeño
mestizo”.
Clancy habla sobre su calmada
y atrayente presencia. Habla como escribe. Cuenta historias. Te atrapa. Lo
escuchas y tú solo estás siguiendo una maravillosa historia, pero cuando él te
muestra lo cercano del tema, te das cuenta de que sólo ha estado resumiéndolas
dos últimas horas de conversación”.
“Es un contador de historias”,
dice.
García Márquez quiere
compartir esa habilidad.
Quiere hacer mejores
periodistas, afirma Germán Mendoza, director de El Universal y también voluntario
del proyecto. “Gabo es un apasionado del periodismo”, dice.
Mendoza está sentado en la
sala de redacción de El Universal. Una sala como cualquier otra sala de
redacción de 1998: largos tubos de luces fluorescentes sobre su cabeza, grupos
de periodistas en los conocidos cubículos probablemente ideados por algún
diseñador de California; un radio de la policía suena al fondo; los televisores
encendidos; y esa energía intangible que fluye desde las entrañas de una
empresa periodística.
García Márquez realizó su
primer seminario en El Universal. Se inició el primero de abril de 1995, y
Gustavo Arango estaba ahí.
Tiene 33 años, es un escritor
de Medellín, enigmático, intenso, con bigote y chivera.
Llegó a Cartagena tras las
huellas de García Márquez –a trabajar en El Universal y escribir su novela.
Es editor del Dominical, un suplemento
literario que circula semanalmente. Ha publicado dos libros de cuentos y ya
tiene escritas 90 páginas de su primera novela. También escribió el libro Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El
Universal.
Siempre pensó que la novela
era más importante que el periodismo, hasta que conoció a Gabo.
“García Márquez es como un
amigo que ha vivido más que tú”, dice Arango. “Él quiere compartir contigo lo
que ha aprendido”.
“Me enseñó la importancia del
periodismo. El afirma que el periodismo es un género literario como cualquier
otro, y de esa forma debe ser tratado”.
Arango ha aprendido bien la
lección. La edición del Dominical se concentra en temas tales como las víctimas
de las minas quiebrapatas, o sobre el asesinato de un reportero gráfico en
Argentina. Está bien escrito, completo, bellamente editado.
Arango cuenta la historia de
Clemente y su lápiz rojo. Todo periodista tiene a un Clemente. Ese editor
especial.
Para Ernest Hemingway en The
Toronto Star, en la primera parte de este este siglo, el editor fue aquel que
le garabateaba y escribía: “No presuma de escritor”, a lo largo de uno de sus
borradores, y lo preparó para el camino que seguiría toda la vida, una vida
llena de enorme fuerza verbal y prosa libre.
Clemente Manuel Zabala fue
ese editor para Gabo, o Gabito, como le decían en El Universal en los años 40.
El novato le presentó su
primera crónica.
Clemente se la regresó con
tachones en rojo sobre todo el borrador y con escritos en el margen. Por
supuesto, las anotaciones se convertían posteriormente en parte de la historia
que se publicaba.
Todos los días era lo mismo.
Gradualmente había menos
tachones rojos en el papel, hasta que un día no hubo ninguno.
Gabo tenía por primera vez
una historia de verdad.
Hoy Gabriel García Márquez
vive en México.
Ha estado en Cuba en los
últimos meses, visitando a su amigo Fidel Castro. Ahora no tiene tiempo para
una entrevista.
Pero, a través de Gustavo
Arango –reflexivo, entusiasta, apasionado por escribir y totalmente inspirado
por su maestro– uno puede apreciar realmente lo que García Márquez realiza en
sus talleres.
* * *
El 11 de diciembre de 1997,
la noticia principal en primera página presenta el siguiente titular: “FARC atacan base militar: 20 muertos”.
Un asunto común en Colombia.
Debajo está otro titular que
dice: “La lección del maestro”.
Es una crónica completa
escrita por Arango, quien asistió a su segundo taller con García Márquez. Describe lo que él y una docena de periodistas de
México, Argentina, Venezuela, Ecuador y Colombia, aprendieron en una semana.
García Márquez les enseñó
sobre cómo tomar notas, después dejarlas a un lado y dejar que la memoria
recree la vida. Él dice, está bien usar una grabadora, pero no permitas que
ella te tiranice. Escucha a la persona hablar, en lugar de atender a la grabadora
o pensar en la siguiente pregunta.
Usa ejemplos de sus propios
escritos a manera de ejercicios. Les entrega a los estudiantes las herramientas
básicas del oficio, ellas parecen estar a la mano, pero en realidad son las más
esquivas.
Al escuchar a Gustavo Arango es
muy fácil imaginarse el estar en uno de los talleres. Escuchando esa voz que te
hipnotiza.
* * *
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendíá había de recordar aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a conocer el hielo”.
¡Qué lead!, podría exclamar
cualquier periodista al leer la primeras líneas de Cien añs de soledad.
¿Frente al pelotón de
fusilamiento? ¿Y, entonces, qué pasó?, ¿murió?, ¿quién no quisiera seguir
leyendo?
Cuenten una historia: esa es
la lección más importante que García Márquez entrega a los jóvenes periodistas.
“Los buenos periodistas
cuentan la historia completa, pero en una forma narrativa, no lineal”. Dice
Arango: “Él nos dijo: ‘Creen suspenso, agarren al lector por el cuello y llévenlo
con ustedes hasta la última palabra de la última línea. Pero, si creas suspenso,
es mejor que lo mantengas. No puedes dejar que tus lectores se vayan –o
subestimarlos.
* * *
“Al amanecer del día siguiente, jueves 24, el cadáver de
Marina Montoya fue encontrado en un terreno baldío al norte de Bogotá. Estaba casi
sentada en la hierba todavía húmeda por una llovizna temprana, recostada contra
la cerca de alambre de púas y con los brazos extendidos en cruz. El juez 78 de
instrucción criminal que hizo el levantamiento la describió como una mujer de
unos sesenta años, con abundante cabello plateado, vestida con una sudadera
rosada y medias marrones de hombre, debajo de la sudadera tenía un escapulario
con una cruz de plástico. Alguien que había llegado antes que la justicia le
había robado los zapatos”.
Esta escena pertenece a Noticia de un secuestro, el más reciente
trabajo de no-ficción de García Márquez, el cual trata sobre el tema del secuestro
en Colombia.
“Creen escenas”, les dice a
los periodistas. “Hagan una película con sus ojos. Eduquen sus sentidos. El
paisaje, los sonidos los rostros, hasta los olores. Compártanlo todo. Lleven al
lector al lugar de los hechos. Háganlo vivir”.
Sus propias columnas diarias
en El Universal siguen vivas en su
página.
Él escribe sobre lo grotesco,
lo fantástico y lo aparentemente mundano, lo terrenal –o sobre cosas que él una
vez describió como “esos detalles de interés humano que no parecen importantes,
pero que son en realidad los que nos mueven”.
Él escribe sobre cualquier
cosa: “el mago Aben-el-kady y su esposa Samarkanda, quienes llegaron a
Cartagena el 3 de enero de 1949 para “compartir los secretos de la antigua
India”; del teniente Matayana, quien tuvo un duelo al amanecer; sobre el
boxeador Joe Louis, cuyo coraje inspira; y la glamorosa estrella de Hollywood
Rita Hayworth y su príncipe Alí Khan.
Él escribe sobre la vida.
Lo que él enseña, piensa,
debe ser, al menos en parte, una historia cautivante.
García Márquez les dice a los
jóvenes periodistas que han escogido un camino difícil. Escribir es difícil,
afirma, de cualquier forma en la que se realice.
Es una actividad solitaria.
“Él dice que cuando tú
escribes –siempre– estas solo”, comenta Arango. “Dice que escribir es una gran
batalla que nunca termina”.
“Dice que muchos quieren ser
escritores, pero sólo unos pocos lo logran. La vida decide quién es y quien no
es”.
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