jueves, 22 de junio de 2017

La mirada de David Lara

David Lara Ramos presenta hoy en Cartagena su libro de crónicas El dolor de volver, publicado por Collage Editores.  Como sigo preparando el volumen de críticas, perfiles y entrevistas sobre la "aranguiana" (y perdonen la avalancha que está generando la egoteca), saco pecho para decir que hoy va un perfil de David, a propósito de la presentación de Santa María del Diablo en la Feria del Libro de Bogotá 2015. Fue publicado en la revista Latitud, de El Heraldo de Barranquilla, el 26 de abril de 2015.



El cronista de Tierrafirme

Por  David Lara Ramos 

Afirma Gustavo Arango que uno de los grandes empeños ha sido convencer a su madre de sus virtudes como escritor. Luego de ganar en México el Premio Bicentenario (2010) con la novela El origen del mundo, María Nubia, su mamá, le pidió que le enviara un ejemplar a Medellín, donde reside. Arango vive hace 16 años en Estados Unidos, de los cuales 10 ha sido profesor de literatura de la Universidad Estatal de Nueva York, en la ciudad de Oneonta.
Ahora que la señora María Nubia ha llegado a visitarlo a Oneonta, a Gustavo le produce cierta tensión preguntarle: “¿Cómo le pareció la novela que le mandé?”, a pesar de que su obra sigue atrayendo lectores y reconocimientos. En 2013, fue el escritor homenajeado en la New York Hispanic/Latino Book Fair, y dos de sus novelas han sido finalistas del Premio Herralde, convocado por la prestigiosa editorial Anagrama. A finales de 2014, Ediciones B publicó Santa María del Diablo, novela que narra la fundación, auge y desaparición de Santa María de la Antigua del Darién, primera ciudad de América continental. “Mi interés en la historia de Santa María de la Antigua del Darién —explica— comenzó hace unos veinte años, en Cartagena. Visitaba con frecuencia la Biblioteca Bartolomé Calvo y me encontré con un libro fascinante, Urabá heroico, de Ernesto Hernández. Allí estaban el desafuero y la locura que se le suelen atribuir al Realismo Mágico. Estaba el impacto psicológico y la violencia del encuentro de dos mundos muy distintos. De inmediato pensé que la historia de la primera ciudad española en tierra firme era como una novela que poco necesitaba de la imaginación”.
Arango vivió por 10 años en Cartagena, ciudad que marcó su vocación literaria y le mostró que en la Historia había hechos que despertaban su imaginación: “La ciudad te marca, de eso no hay dudas —me dice—, pero un detalle despertó aún más mi interés: Fernández de Oviedo, el gran cronista de La Corona, llegó a ser nombrado gobernador de Cartagena, antes de la fundación de la ciudad, pero en un impulso de rabia renunció al cargo. En aquel tiempo, supe que para poder escribir la novela debía leer miles de páginas de la Historia general y natural de las Indias, escrita por Oviedo. La empecé a leer, a tomar apuntes, a imaginar el relato, a seleccionar detalles. El año pasado, Ediciones B estaba buscando novelas históricas y presenté el proyecto. Lo aceptaron y pasé tres meses de trabajo febril escribiendo Santa María del Diablo”.
Su ejercicio como editor del suplemento literario de El Universal, de Cartagena, le dió las herramientas para investigar sus ficciones, pero fue el escritor Tomás Eloy Martínez, mentor y maestro, quien le dio la solidez para concretar su vocación en una ciudad de múltiples caminos como Nueva York, a la que llegó a estudiar literatura. «Al emprender la escritura de Santa María del Diablo pensé que debía usar una metodología de investigación y un acercamiento narrativo como se hace el periodismo. Mis años de periodista me dieron la disciplina y el empuje para sacar adelante un proyecto como este. Tomás Eloy Martínez fue profundamente respetuoso de los procesos creativos. Creo que la novela ha sido posible porque Tomás nos enseñó a navegar en las aguas de la ficción y la no ficción, mientras hacía mi doctorado en la Universidad Rutgers, en Nueva York, una ciudad que vibra en cada esquina. La visito con frecuencia, por lo menos una vez al mes, y siempre llego con ojos dispuestos al asombro. Nueva York ha sido generosa conmigo. Quizá nunca viva en Nueva York porque las multitudes me agotan. Prefiero el silencio de Oneonta. Me alegra saber que en cualquier momento puedo conducir las tres horas que me separan de la Gran Ciudad y perderme en sus ríos de gente”, concluye al presentar algunas de sus influencias.
En Santa María del Diablo hay un cronista que referencia hechos reales vividos por Arango, incluso avista el futuro para él. Son sus propias vivencias que él acomoda en su narración: «Hay un personaje casi invisible, sobre el que se sostiene todo el relato. Lo llamé Tierrafirme y es el indio amanuense de Fernández de Oviedo. Resulta fascinante que el verdadero primer cronista de Indias fuera un indio que aprendió a escribir y a tomar dictados. En la novela, la voz que narra desde el presente es heredera de Tierrafirme. Mientras escribía me di cuenta de que para darle vida al relato debía recurrir a mis propias experiencias. Cuando era niño visité varias veces las selvas del Chocó. Visité muchas veces la zona de Urabá. Alguna vez, en el sitio donde estuvo el primer asentamiento español, jugué fútbol con el criminal más famoso que ha dado Colombia. Al escribir el libro sentí —alentado, en cierta forma, por González de Oviedo— que ese tipo de detalles enriquecían el relato».
Gustavo siente una gran admiración por los cronistas. Escribió, en 1995, Un ramo de no me olvides, una crónica sobre los inicios de García Márquez en Cartagena. En Santa María del Diablo se ocupa de otro cronista, Fernández de Oviedo, un personaje que para él merece toda admiración: «Me llama la atención el olvido en que tenemos a Gonzalo Fernández de Oviedo, quizá, por su condición de cronista al servicio de la Corona española. Una de las razones que explican su olvido es el conflicto que tuvo con Bartolomé de las Casas. Pero la tarea de Oviedo fue la del hombre del Renacimiento: es geógrafo, zoólogo, botánico, antropólogo, etnólogo, psicólogo, filósofo, teólogo y politólogo. La lectura de sus crónicas es fundamental para quien aspire a hacer periodismo».
En una novela histórica las licencias que se toma el escritor pueden desdibujar el hecho real yendo en contra de los elementos de un género complejo, sobre ese asunto, Arango tiene sus visiones: «En la investigación y escritura tuve el rigor del periodista. Procuré no especular en asuntos esenciales. Lo que sí hice fue dar vida a lo que en los documentos está dicho de manera sumaria. Hay un episodio al comienzo de la novela en el que Oviedo dice que un enorme monstruo marino devoró una embarcación. Lo que hice fue acudir a mis lecturas de Julio Verne para darle vida a esa escena. La peste de modorra apenas ocupa unas frases en los cronistas. La población entera de Santa María… cayó presa de un sueño pesado. Como no se despertaban, se morían de hambre. Cerca de ochocientas personas murieron por esa causa. Desde esa perspectiva, nada es inventado. Las escenas que recreo están inspiradas en algún documento, un testimonio, en alguna fuente, salvo algunos nombres que puse a personajes que no los tenían, lo demás es real. Las licencias creativas se podrían contar con los dedos de una mano.
Esas licencias —pregunto— son las que le permiten al narrador afirmar que la ficción es obra del diablo: «Eso es idea del mismo Fernández de Oviedo. Uno de sus mayores arrepentimientos fue el de haber escrito una obra de ficción, la novela de caballería Claribalte, porque según él la ficción era mentira y la mentira era cosa del diablo. En sus crónicas hay una insistencia permanente en el tema de la verdad. Como buen hombre de su tiempo, tenía una obsesión por la salvación de su alma».
Arango ha sido finalista en dos ocasiones del Premio Herralde de Novela de la Editorial Anagrama, sin duda, un aliento para su escritura. ¿Insistirá? Sabe que más allá de un galardón está la determinación de leer y producir obra: «Los premios son señales de que voy por buen camino. Creo que no volveré a concursar en el Herralde. La editorial Anagrama ha empezado a incurrir en la misma arbitrariedad que es tradición en Planeta o Alfaguara: premiar a autores de la casa. Eso es abusar de las ilusiones de miles de autores ingenuos que creen que tienen posibilidades de ganar. En el caso colombiano, si no has pagado tu derecho de entrada a las camarillas bogotanas, eres inexistente. Siendo un autor inexistente, creo haber hecho una obra decorosa», remata.
Eso es lo que quisiera decirle a María Nubia, su madre, quien ahora realiza un cocido de fríjoles, en el pequeño apartamento donde Gustavo escribe: «Creo —me comenta en voz baja— que es la única persona que se lee todo lo que escribo, pero lo hace para ver si revelo historias de la familia. Si encuentra algo, me lo reprocha y me dice que para qué me pongo a contar esos chismes. Le digo que ella es la única que se da cuenta, pero igual me llevo mi regaño, aunque últimamente me parece que se está ablandando».
Entonces toma valor para hacerle la pregunta «¿Y… cómo le pareció la novela que le mandé?» Sigue un silencio. Con una cuchara de palo en la mano, María Nubia lo mira y lo increpa con un marcado acento paisa: «¿Y usted qué?, pues mijo, no ve que yo vengo aquí es a cocinarle por unos días, para que no coma esas porquerías que le dan en este país, por eso es que está tan gordo. ¿Vos qué?, ¿se embobó?, dejate mijo de preguntar pendejadas, pues… más bien póngase a arreglar la mesa, que estos frijoles ya van estando, y hay que atender al invitado… ¡apúrele, pues!








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