Texto incluido en Recuerde el alma dormida: reflexiones sobre la creación escrita.
Ediciones El pozo. Oneonta (New York), marzo de 2013.
CARTA A UNA JOVEN ESCRITORA
Hola, Lisa.
Aquí está tu regalo.
Espero que te ayude a conseguir lo que
quieres.
Está lleno de espacios en blanco para
que tú los llenes. También de reflexiones y ejercicios.
Más de una vez he notado en tus
mensajes el deseo que tienes de escribir. Tengo también la sensación de que
quieres orientación para lograrlo.
Puede ser un error de apreciación.
La primera pregunta que podemos
hacernos es si de verdad quieres escribir.
Algunas personas creen que quieren
algo, cuando en realidad solo quieren lo que se consigue con ese algo. Esto a
veces funciona, pero el proceso puede ser muy difícil y darle poca alegría a
quien lo hace.
La conclusión ideal sería que también
la escritura misma reportara su porción de alegría.
Aquí hablo de escribir en general, de
hacer novelas o reportajes, poemas o cuentos, ensayos, canciones o guiones de
televisión o cine.
Trata de responder en las páginas
siguientes por qué y para qué deseas escribir.
* * *
Supongamos que encontraste motivos y
razones suficientes para escribir, que ahora tienes más claro lo que quieres
(nunca está suficientemente claro). Supongamos que la conclusión se parece a la
idea con que empezaste: que quisieras escribir textos periodísticos.
Entonces este regalo puede ayudarte.
Si te propusieras empezar ahora mismo
a escribir tu primer reportaje para el New
Yorker, si te sentaras y dijeras: “Listo, voy a empezar”, es posible que
consigas angustiarte y tener un dolor de cabeza.
La creación escrita no puede arrancar
de cero, necesita que calentemos el motor como hacemos con los carros en
invierno.
También podemos considerar nuestros
pensamientos como un músculo que necesita ejercicio para poder desempeñarse
bien.
Creo que fue Hemingway quien habló de
la imagen del iceberg para referirse a la creación escrita. Como sabes, casi el
noventa por ciento del iceberg esta debajo del agua y solo una parte mínima se
asoma encima. Lo mismo ocurre con la escritura. Es un error pensar que todo lo
que escribimos puede y debe ser mostrado y publicado (asomarse por encima del
agua).
Pero para llegar a tener ese 10 por
ciento de textos publicables es necesario trabajar también ese 90 por ciento
que está debajo del agua.
A veces descubrirás que algunas cosas
escritas para no ser mostradas pueden salir a la superficie con solo un poco de
revisión y corrección.
Pensar que se escribe sin la intención
de mostrar tiene un poder liberador. Uno se vigila menos, le concede menos
trascendencia a lo que hace, se vuelve más espontáneo y descubre que cualquier
cosa puede servir de excusa para divertirse escribiendo un rato.
Pero antes de la fiesta pongámonos un
poco trascendentales.
En las páginas siguientes, escribe lo
que te gustaría que estuviera en la superficie de tu iceberg.
No tienes que ser muy elegante en el
estilo.
Solo se trata de hacer una lista.
Todas las frases pueden empezar del mismo modo: “Quiero escribir…”.
* * *
Ahora que sabes a dónde quieres ir, te
recomiendo que lo olvides. Al menos que lo pongas en un rincón oscuro de tu
mente. Para que no te obsesiones y la idea no entorpezca el placer de la
escritura.
Solo más adelante, cuando ya tengas el
hábito de escribir con frecuencia, cuando el motor esté caliente y lubricado,
podrás volver a esta lista y hacer ejercicios que te ayuden a llevarlos a cabo.
Por ahora te invito a pensar en el
placer.
Uno de los ingredientes de ese placer
son los instrumentos.
Ahora mismo te escribo con una de mis
plumas preferidas. Es delgada, de punta resistente y se desliza con suavidad en
el papel.
Siempre me ha parecido más placentero
escribir a mano, sentir la confluencia de pensamiento y trabajo muscular, ver
las palabras como si se derramaran, ver la tinta en el papel, primero húmeda y
brillante y, al poco tiempo, seca y aferrada a las fibras del papel.
También el papel y el cuaderno son
importantes. No te recomiendo escribir en hojas sueltas. La mejor manera de
llevar un registro ordenado de nuestra escritura es con cuadernos sucesivos.
Este no es el cuaderno más hermoso del
mundo pero tiene su gracia.
He comprobado también que los
cuadernos demasiado finos o elegantes nos inhiben para escribir tonterías en
ellos y, cuando uno quiere escribir mucho y con intensidad, se debe también
estar dispuesto a escribir muchas tonterías. Por fortuna, esas tonterías
quedaran bajo el agua y nadie vendrá a señalarnos y a reírse de nosotros.
El placer de la escritura también está
ligado a otros factores: el lugar, la hora del día, la silla, la mesa, la luz,
el vestuario. Supe de alguien que siempre se ponía la misma camisa para
escribir, porque le daba suerte. La escritura puede llegar a ser un ritual
íntimo con el que nuestra vida gana en riqueza y profundidad. Supe también de
alguien que se desnudaba para escribir, porque pensaba que era una manera
simbólica de representar el “desnudamiento” del pensamiento que ocurre con la
escritura. Si decides hacer eso, procura cerrar cortinas y evitar resfriados.
A veces tomar té o café sirve como
gesto para dejar atrás la vida corriente y entrar en el territorio de la
escritura.
Algunas personas recomiendan también
un fondo musical, pero hay que seleccionar bien la música, porque se corre el
riesgo de que nos distraiga.
La televisión no es recomendable, es
demasiado impositiva y absorbente. Frente al televisor encendido es muy fácil
olvidar que nuestro plan era escribir. A menos que tengamos la intención de
escribir sobre lo que vemos en la pantalla.
En fin, Lisa. Creo que me he alargado
mucho para decir algo que pude decir en una frase: escribir es un placer.
Te propongo que escribas en las
páginas siguientes sobre cosas que te producen placer. Piensa en toda clase de
placeres, desde los más corporales hasta los más espirituales. Al fin y al cabo
nadie tiene que leer lo que tengas en la parte baja de tu iceberg.
* * *
Cansancio y falta de tiempo (reales o
imaginarios) parecen ser los principales enemigos de la escritura.
Es muy común pensar que para escribir
un libro debemos buscar la manera de tener uno o dos años libres de apuros
económicos, de obligaciones o distracciones.
La verdad es que nadie en este mundo
llega a tener siquiera dos días así.
A veces pensamos que gente como Tolstoy
llegó a escribir novelas como Guerra y paz, con sus miles de páginas, porque no
tenían los apuros de hoy en día y porque su esposa, la pobre, después de cuidar
de su multitud de hijos se dedicaba a pasar en limpio lo que había escrito su
marido.
Pero Tolstoy no tenía computador y eso
puede hacer mucho más admirable su tarea.
Hoy en día, también es posible
encontrar escritores prolíficos. Joyce Carol Oates, por ejemplo, ha escrito más
de setenta libros y sigue publicando al menos dos por año.
¿Cuál es su secreto? ¿Tiempo libre?
No. Algo mucho más simple: haber descubierto que para escribir un libro o
muchos libros es necesario que el escritor escriba, que cumpla con el deber de
abrir su cuaderno y que empuje un poco cada vez.
Todos los libros se escriben palabra
por palabra, no aparecen terminados de un momento a otro.
Así que el secreto más simple y mejor
guardado de los escritores es que para escribir y terminar libros lo que hay
que hacer es escribirlos palabra por palabra, y que no se necesitan meses o
años para escribir una palabra. A veces diez minutos al día pueden ser
suficientes para ser un escritor prolífico.
Te propongo un ejercicio. Este lo tome
de un libro de Natalie Goldberg, The Wild
Mind. Para hacerlo necesitas un reloj. Consiste en escribir durante diez
minutos sin detenerte. Esa es la condición: que no te detengas ni un instante,
que escribas sin parar durante los diez minutos. La mejor fórmula para no
detenerte es no pensar. Cuando uno piensa, cuando uno se pregunta cuál es la
mejor manera de decir algo, o cuando uno se preocupa por lo que puedan pensar
de uno quienes nos lean, la mano se detiene y uno termina con el lápiz o la
pluma en la boca en lugar de tenerlos en el papel.
Tampoco hay que preocuparse por la
redacción o la ortografía.
Después, si nos interesa sacar a la
superficie lo que escribimos, será posible dedicarles tiempo a las
correcciones. Por lo pronto puede ser suficiente con que nos entendamos a
nosotros mismos cuando releamos lo que escribimos.
–¿Notas que ya no sigo las líneas de
los renglones? Una de las cosas que he aprendido de tanto usar cuadernos es que
las hojas rayadas como estas son tiránicas, obligan a ceñirse los renglones.
Las cuadriculadas, en cambio, como tienen cuadros tan pequeños, no condicionan
tanto y uno puede escribir letras del tamaño que quiera y con la inclinación
que quiera. Los que no te recomiendo son aquellos blancos por completo. El
blanco total es como un abismo y uno se siente perdido y sin puntos de
referencia. Los cuadernos cuadriculados, en cambio, ofrecen algo parecido a la
malla que usan los equilibristas de los circos, la cual da seguridad y protege
en caso de caída–.
Bueno, volvamos a lo de los diez
minutos.
Las condiciones son: No detenerse. No
pensar. No vigilarse. No preocuparse por la redacción y la ortografía.
Para empezar haremos el ejercicio con
una pequeña ayuda.
—Acabo de detenerme para ponerle tinta
a la pluma. Ya se le estaba acabando. Ponerle tinta a la pluma parece un
trabajo más, pero forma parte del placer. Hace que la escritura sea más
artesanal, menos productiva. También la hace más viva. Ponerle tinta a la pluma
es como alimentarla para que pueda seguir—.
En fin, volvamos al ejercicio (las
digresiones son otro de los placeres de la parte hundida del iceberg). Te
hablaba de la ayuda para el ejercicio.
Te propongo que uses la expresión
“Recuerdo”, “I remember”, y que te dediques a escribir recuerdos. Al principio
pensarás que no tienes muchos recuerdos, pero a medida que avances empezarán a
aparecer otros. Sirven toda clase de recuerdos: los de hace cinco minutos o los
de hace cinco años, los de la semana pasada o los primeros y más remotos de la
infancia.
Cada vez que sientas que la mano está
a punto de detenerse, escribe “I remember” y habla de otro recuerdo, hasta que
terminen los diez minutos.
¿Estás lista? Ponte cómoda. Recuerda
que no puedes detenerte. La mano te va a doler al final del ejercicio. Pero
después de repetir el ejercicio algunas veces, o de hacer otros ejercicios
parecidos, el dolor desaparecerá, habrás empezado a tener mano de escritora.
* * *
Creo que puedo imaginar algo de lo que
piensas y sientes después de este ejercicio.
Primero está el dolor en la mano y el
antebrazo. A veces resulta un alivio pensar en la escritura como un trabajo
físico. Lawrence Durrell decía que se sentaba a escribir pensando que era casi
lo mismo que cortar troncos de madera. Eso nos lleva a otra reflexión: escribir
requiere resistencia física, solo así es posible seguir las exigencias que hace
el pensamiento cuando se embarca en sus ambiciosos proyectos creativos.
También es posible que estés
sorprendida con todo lo que pudiste escribir en solo diez minutos. No te
sorprendas demasiado. Con la práctica podrás llegar a escribir el doble o el
triple en el mismo tiempo.
Así llegamos a la reflexión que nos
condujo a este ejercicio. Para ella necesitamos un poco de matemáticas.
Supongamos que lo que escribiste en diez minutos equivale a la página de un
libro. Esto quiere decir que si escribes por diez minutos, todos los días,
durante un año, al final tendrás un libro de 365 páginas.
Supongamos que quieres dedicar otro
año a corregir ese libro. De ese modo tendrás un libro terminado cada dos años.
Si piensas que podrías tener por delante unos treinta años de escritura y
resistencia (te deseo que sean muchos más), habrás podido escribir quince
libros, trabajando solamente diez minutos cada día.
Este es solo un ejemplo. Hay muchas
otras maneras de escribir, quizá menos cronométricas. Pero este ejemplo sirve
para dejar atrás la excusa del cansancio y la falta de tiempo.
Algunos escritores son muy
disciplinados y se sientan a escribir por un tiempo preciso cada día, incluso
si no se sientes inspirados. Ellos creen en la frase: “que la inspiración te
encuentre trabajando”. Otros escritores son más irregulares y escriben por
“ataques de escritura”. Cuando se les mete algo en la cabeza no pueden dejar de
trabajar en algo hasta que lo terminan. Uno de los casos más famosos es el del
escritor francés George Simenon, quien se hizo muy conocido por sus novelas
policiales.
Después de su muerte se han empezado a
valorar sus otras novelas y se le ha llegado a considerar como uno de los
escritores franceses más importantes del siglo XX. Lo curioso es que Simenon
escribía sus novelas en once días. Llegó a escribir más de ochenta novelas.
Cuando se le ocurría algo se aislaba del mundo y escribía y escribía sin parar.
Durante esos días dormía poco y hasta en sueños estaba barajando posibilidades
para sus libros. Al final de los once días quedaba muy cansado y debía
reponerse durante meses antes de empezar otra novela. Pero su manera de
trabajar lo hacía feliz y le daba resultado.
A cada escritor le toca descubrir la
clase de escritor que quiere ser: el que escribe con horario cada día, el que
escribe por ataques, o cualquier otra posible variedad. Pero cuando uno
empieza, mientras uno conoce sus ritmos y sus capacidades, es mejor tratar de
escribir con mucha frecuencia, así solo sean diez minutos o una página cada
vez. De esta manera uno refina su arte, descubre su estilo y se prepara para el
momento en que escribirá sus mejores libros.
Si uno se sienta a esperar “un
ataque”, sin haber explorado y descubierto su propia voz, es posible que el
ataque nunca llegue o que nos encuentre tan mal preparados que nuestra obra
maestra sea todo un desastre.
Aun queda una reflexión sobre el
ejercicio de diez minutos. Al hacerlo, es posible que hayas pensado que te
encontrabas con recuerdos que tenías olvidados hace mucho tiempo. Al empezar
tal vez tenías la sensación de que no habría recuerdos suficientes para los
diez minutos. Al terminar, es frecuente tener la sensación de que hay en
nuestras vidas tantos recuerdos que podríamos llenar muchos cuadernos.
La vida cotidiana nos confina a
espacios reducidos. Pensamos en las cosas de cada día, hacemos planes o
recordamos, pero siempre de manera superficial. Pero cuando escribimos la vida
parece llenarse de matices. Nuestro pasado se llena de contenido y
experiencias. Nuestro presente está repleto de detalles. Nuestro futuro se
llena de posibilidades. Albert Camus decía que escribir es vivir dos veces.
Cuando depositamos en cuadernos nuestras experiencias, emociones y
pensamientos, tenemos el privilegio de volver a esos momentos y sentirlos muy
vivos.
Si alguien nos preguntara qué hacíamos
y qué pensábamos en una fecha determinada, a una determinada hora, es muy
posible que no recordáramos (a menos que se tratara de una fecha especial).
Pero si ahora mismo escribimos lo que hacemos, lo que sentimos y pensamos en
este instante, las circunstancias que rodean nuestra vida de ahora, y si además
ponemos la fecha y la hora en nuestro escrito, dentro de diez o veinte años (o
dentro de cien años, otra persona) podremos volver en el tiempo hasta este
instante y sentir que lo vivimos plenamente.
El ejercicio del recuerdo nos revela
que escribir es abrir puertas y baúles que casi siempre están cerrados y que al
abrirlos nuestra vida interior se llena de espacios y contenidos.
El paso siguiente puede ser elegir un
recuerdo especifico y tratar de traerlo con el mayor número de detalles: un
viaje, una fiesta, un logro personal, un encuentro especial, una conversación,
cualquier recuerdo sirve, incluso los recuerdos dolorosos –aquellos que
preferimos mantener olvidados– tal vez al traer los recuerdos de dolor estamos
consiguiendo que se sanen algunas heridas o que aquello que nos inspira miedo o
angustia empiece a perder fuerza y sea cada vez menos capaz de hacernos daño.
Manos a la obra. Elige un recuerdo.
Escribe sobre él por diez minutos, sin pensar demasiado. Como si te lo contaras
a ti misma de manera distraída. Sin detenerte. Sin vigilarte. Sin preocuparte
por la ortografía o la gramática.
* * *
Los recuerdos son solo el principio.
Puedes repetir los ejercicios anteriores todas las veces que quieras. Incluso
cuando ya seas escritora y tengas muchos libros publicados puedes sacar unos
minutos para escribir listas de recuerdos o para escribir sobre recuerdos
particulares.
A veces empezarás a hablar de un
recuerdo, dispuesta a dedicar el tiempo a ese recuerdo, pero pronto te verás
escribiendo sobre otra cosa. A veces esa otra cosa será solo un rodeo para
volver al recuerdo principal. Otras veces habrás dejado ese recuerdo y no
volverás a él. No fuerces el rumbo de la escritura, deja que fluya como la
tinta, que la escritura misma encuentre su camino. Después de ejercitarte
varias veces empezarás a notar y escuchar más claramente lo que algunos
escritores llaman “la voz”. Sentirás que no eres tú realmente quien determina
lo que se escribe, sino la voz que te dicta para que pongas en el papel.
Ningún escritor piensa: “Ahora voy a
escribir un artículo definido, ahora voy a escribir un sustantivo, ahora voy a
escribir un verbo en presente del indicativo”. Uno solo escucha lo que la voz
le dicta, se dedica a transcribir el dictado. Un escritor es finalmente el
secretario de la voz que lleva adentro y lo único que debe hacer es tener una
mano ejercitada que pueda copiar todo lo que le dictan.
La voz es temperamental y a veces
autoritaria. Se emociona, se entusiasma y a veces dicta muy rápido. Nuestro
deber es seguir al pie de la letra lo que dice. Pero ese no es nuestro único
deber. También, como a la pluma, debemos darle alimento a nuestra voz:
invitarla a leer, a encontrar posibilidades en otros autores, a ver, a vivir, a
escuchar; llenarla de contenidos que ella después devolverá convertidos en
lenguaje.
También, cuando esta callada o con
pereza, debemos despertarla, animarla, proponerle juegos. Lo que s’e de ella es
que cuando uno consigue entusiasmarla después es muy difícil hacerla callar.
Puedo sugerirte algunos juegos para
despertar la voz: Escribir sobre una palabra que te gusta, escribir sobre una
palabra que te parece fea, escribir sobre un lugar, sobre una persona (puedes
hacer una lista de personas que han tenido influencia en tu vida o sobre
quienes tú has influido; te sorprenderá la cantidad que de nombres que van
apareciendo después de pensar un rato), sobre un color, sobre un objeto. Las
posibilidades son infinitas. Lo importante es sujetarse a la obligación de
escribir durante diez minutos sin interrupción.
Después de hacer muchos ejercicios
como esos descubrirás dos cosas: que diez minutos ya no resultan suficientes y
que no necesitas un tema y un punto de partida para escribir.
En este punto estarás preparada para
aumentar el tiempo de escritura poco a poco. No trates de apresurarte. Es
posible que pierdas la intensidad y tengas que volver a los diez minutos.
Aumenta primero a doce o quince minutos. Solo cuando esos doce o quince minutos
te resulten insuficientes vuelve a aumentar.
No parece muy recomendable pasar más
allá de cincuenta minutos o una hora de escritura continua, en especial si
estás tratando de mantenerte escribiendo todos los días, o casi todos. Te será
difícil sacar todo ese tiempo siempre. Además, la mente y el cuerpo tienen sus
límites y no hay que abusar de ellos.
Si el entusiasmo te dice que quieres
seguir trabajando, puedes dedicarte a otras facetas de la escritura que
aparecen cuando ya uno siente que ha asumido el oficio: revisar, corregir,
preparar esquemas y proyectos.
Por lo pronto estamos en el fondo del
iceberg, escribiendo durante diez minutos que ya nos quedan cortos y arrancando
a hacerlo sin necesidad de tema.
Pero antes de intentarlo, te propongo
que escribas sobre uno de los temas que te sugerí hace dos páginas: una
palabra, una persona, un objeto, un lugar, un color.
Diez minutos, por ahora.
Sin detenerse y sin pensar.
* * *
Al tratar de escribir en detalle sobre
alguien o algo podemos tener la sensación de que no lo hemos observado
demasiado.
Junto a la pluma y el papel, los
sentidos son una de las herramientas principales de quien escribe y, si uno
quiere que su escritura sea especial, si quiere que diga cosas novedosas o
reveladoras, es necesario educar los sentidos.
–¿Notas que ya los tachones se están
repitiendo con más frecuencia? He estado escribiendo todo esto desde hace
varias horas y ya la atención empieza a debilitarse. Tal vez descanse un poco
antes de escribirte los fragmentos finales–.
No es necesario escribir siempre para
educar los sentidos. El truco es sencillo, cuando vayas por el mundo intenta
decirte a ti misma todo lo que percibes.
Puedes tratar de concentrarte en cada
sentido a la vez. Deja la vista para el final, es el sentido que más
información nos da. Su educación requiere más tiempo y dedicación.
Te sugiero que empieces por el oído.
Presta atención a todo. Pronto descubrirás sonidos que de otro modo no habrías
percibido: un perro que ladra a lo lejos, una maquina, un carro, una alarma, tu
cuerpo, la pluma deslizándose.
El tacto y el gusto te ayudaran a
hacerte más consciente de ti misma: de tus relaciones con la ropa y con el
aire, con otros seres humanos, con todo lo que tocas, también con los sabores
que te acompañan.
El olfato es sutil pero tiene poderosa
influencia en nuestras vidas. Dicen que del olfato depende lo que se suele
llamar “química” cuando nos enamoramos Eso lo saben muy bien los fabricantes de
perfumes, siempre agregando sustancias hormonales para que la seducción
funcione. Curiosamente el olfato tiene poco vocabulario. Hay más palabras para
describir sabores o texturas que para describir olores. Muchas veces se usa el
vocabulario del gusto y se habla de olores dulces, por ejemplo. Escribir sobre
el olfato es siempre un reto.
Para la vista el problema es la
sobreabundancia. Hay tantas cosas para ver que casi todo pasa desapercibido por
nuestra mirada. A la mirada hay que educarla todo el tiempo. Es preciso
observar cuadros o películas, diciéndonos lo que vemos, especialmente los
pequeños detalles. También podemos caminar o conducir nombrando mentalmente lo
que se nos cruza en el camino.
Un buen ejercicio para educar los
sentidos es el del espía. Consiste en instalarnos en algún lugar público y
tratar de escribir todo lo que percibimos, incluso las conversaciones (esto te
servirá más tarde para escribir los diálogos en tus libros).
Inténtalo ahora. Si vives con otras
personas ni siquiera tienes que salir. Siéntate a escribir y toma nota de todo
lo que la gente dice y hace. Tal vez esa escena pueda servirte más tarde.
Olvídate esta vez de los diez minutos.
Siéntate y escribe por un rato.
* * *
Al hablar de los sentidos aparece otro
ejercicio que es de gran utilidad: las listas. Cuando escribimos no siempre
tenemos que contar algo. A veces resulta suficiente con enumerar. Como ya te
dije, puedes hacer listas de personas con quienes has tenido encuentros
significativos. Puedes hacer listas de comidas o canciones, de libros, de
películas o lugares. Después de hacer cada lista encontrarás que con cada cosa
enumerada podrías escribir algo: por qué te gustan o disgustan, por qué te
resultan molestas o interesantes, o emocionantes, o puedes entrar en detalles
más específicos y describir. A veces sentirás que ya estás escribiendo un
cuento o una novela cuando haces eso.
Las listas son también muy importantes
para la otra herramienta de la escritura, además de los sentidos, los lápices y
el papel: nuestro lenguaje.
La vida diaria reduce nuestro lenguaje
a la mínima expresión. Hay días en los que podemos ir por el mundo, trabajar,
hacer compras, estar con los amigos o hacer gestiones de banco, con solo las
palabras “sí” y “no”. Para quien escribe es importante que el lenguaje sea rico
y diverso. Mientras más palabras se tengan al alcance de la mano (así no se
utilicen) mejores son las posibilidades de escribir de manera más efectiva lo
que queremos escribir. Y la mejor manera de tener las palabras a nuestro
alcance es utilizándolas de vez en cuando.
Debemos usar las palabras como
juguetes, encontrarles su personalidad, repetirlas, pensar en sus sonidos, en
sus combinaciones de letras; notar la manera como son usadas, los contextos,
sus posibilidades.
Muchas palabras están en nosotros y
nunca les prestamos atención, nunca las utilizamos, las dejamos guardadas en
baúles como habíamos hecho con nuestros recuerdos. La mejor manera de tenerlas
disponibles es sacarlas de vez en cuando y desempolvarlas.
Puedes hacer, por ejemplo, listas de
adjetivos o una lista de verbos. Verás los pocos que utilizamos cada día y los
muchos que podríamos utilizar. Escribir no es hablar, supone un uso más
complejo del lenguaje y requiere mayor vocabulario.
Para hacer estas listas no necesitas
tiempo limitado. Veras que después de un rato tienes que esforzarte más. Lo
mejor es proponerte escribir una cantidad: digamos cien adjetivos o verbos o
sustantivos.
Pero no siempre tienes que ser tan gramatical.
Puedes pensar en hacer listas con cualquier tipo de palabras que tenga algo en
común (que empiecen, por ejemplo, con una letra determinada).
Inténtalo ahora. Te propongo que
escribas una página a tres columnas con palabras que tengan las letras “L” y
“T”, las iniciales de tu nombre.
Y bien, mi querida Lisa T., la de
sonrisa brillante, la que me hacía perder el hilo de la clase con su mirada
titilante, creo que aquí termina tu regalo; pero tan solo empieza tu escritura.
Queda mucho por hacer. Hasta aquí solo
hemos hablado de la escritura que está debajo del agua. Más adelante, tal vez
en otro cuaderno, te hablaré de la forma como un libro consigue llegar a ser
realidad. Solo puedo anticiparte que si insistes en hacer estos ejercicios
tendrás buena parte del trabajo adelantado y en ocasiones bastará reunir
algunos de estos ejercicios y darles forma para tener un libro listo. Otras
veces será más difícil, pero siempre tendrás el respaldo de la parte del
iceberg que está debajo del agua.
Al hacer estos ejercicios es posible
que se te hayan ocurrido ideas para cuentos o novelas o textos periodísticos.
No dejes pasar esas ideas. Anótalas. Ve agregando detalles a esas anotaciones,
o lánzate a escribirlas sin preocuparte si al principio no salen tan bien como
te las imaginabas al concebirlas. Después podrás trabajar y corregir y mejorar
hasta llegar a una versión que pueda salir a la superficie del agua.
Si adquieres el hábito de anotar
ideas, no te verás nunca en el problema de querer escribir sin saber sobre qué.
Bastará tomar alguna de esas ideas –puede ser al azar, así también funciona– e
invitar a la voz a que dicte la historia.
No dejes de hacer tu ejercicio de diez
o quince minutos. A estas alturas no necesitarás un tema. Escribirás lo que la
voz quiera. A veces serán recuerdos, a veces serán terapias o meditaciones
sobre hechos, cosas o personas. A veces serán listas o transcripciones de lo
que percibes. Deja que la voz decida a dónde ir. Pronto notarás que la voz se
aficiona a ir a ciertas historias y estarás trabajando sin saberlo en otro
capítulo de uno de tus libros.
También notarás que el tiempo ha
dejado de importar. Descubrirás más de una vez que seguiste de largo más allá
del tiempo que tenías previsto y que en lugar de cansancio has encontrado placer
y descanso.
Solo mucho después es posible que
descubras que ese placer y ese descanso también pueden ser comunicados a los
demás en forma de libros. Ya hablaremos de eso, mi querida Lisa. Por lo pronto
quiero decirte que he sido feliz este domingo que he pasado contigo (tú solo
sabrás eso dentro de unos días), que me dará placer imaginar los momentos que
pasaremos juntos cuando leas este cuaderno y hagas los ejercicios, y que me
alegrará aun mas saber y comprobar que de verdad este regalo te ha ayudado a encontrar
nuevos caminos.
GRACIAS WENDY GAVIRIA
ResponderEliminarExcelentes concejos sobre escribir... Me dieron ganas ya de empezar.
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ResponderEliminarDe acuerdo escritor con casi todo, excepto con lo de escribir en papel cuadriculado, porque yo sé que esta fórmula no va a funcionar conmigo. La sola idea que me recuerde a Don Víctor, mi profesor de cálculo y geometría, no va a dejar fluir las palabras con la fluidez que quisiera. También me va a ser imposible renunciar a la traumática asociación que por varios años me causaron los cuadernos cuadriculados, con el agravante de que mi abuelo era librero y de que los veía llegar por cajas y cajas durante la época de temporada escolar, en la que toda la familia ayudaba con el negocio. Era una dicha ver llenar las bodegas con útiles escolares; mas no con la carga de los que no eran lineales, académicos, "jean Book" o doble línea y que por entonces fabricaba “Norma, Bolivariano, La Bedout o Susaeta”. Sólo los de cuadros me resultaban molestos -y hasta proféticos-, puesto que desde la infancia habían aparecido para anunciarme que los números y yo iríamos por renglones distintos. Pero no sólo en la escuela los cuadernos cuadriculados me hicieron la infancia “de cuadritos”. Lo mismo se repitió con las monjas de La Presentación y dentro de ellas una que evidentemente sabía más del álgebra de Baldor que de la inmaculada concepción de María. Yo sé escritor, que las matemáticas se decepcionaron conmigo por muchos años. Lo positivo es que algo ha cambiado en la actualidad. Resulta que un par de años atrás, ellas y yo, decidimos mirarnos a la cara para hablarnos lógica y francamente. El mediador fue un profesor armenio que me explicó lo más importante para mí; de nuevo, en inglés y empezando de cero. Le entendí todo, pero el acuerdo fue que en buena lógica, yo me quedaría con las cuatro operaciones básicas ante la imposibilidad de no saber cómo aplicar lo demás. El acuerdo funcionó y me ayudó a descubrir que sumar y multiplicar es lo mío y que me resulta mucho más simple que restar y dividir. En fin, ya le he hablado mucho de números y es otra la intención. Comparto con usted, escritor, que hay una gran fuente de inspiración en los recuerdos y es precisamente allí a donde acudo para regalarme la dicha de revivir alguna maldad o burla vieja cuando mis días transcurren monótonos y sin mi amiga La Risa, a quien a veces añoro tanto.
ResponderEliminarHacer listas, como recomendación suya, también me resulta muy familiar y las escribo habitualmente para ir al mercado. Con ellas practico mi escasa aritmética e improviso con algo de gastronomía. Me explico mejor. Resulta que como no me gusta comer sola, casi siempre estoy pensando en alguna receta que me haga posible algún lucimiento en la cocina para tener el valor de invitar y compartir mis platillos con alguien. Por eso, me aseguró de incluir en la lista ingredientes como jengibre, zukini y cuscús. Como usted bien lo sabe, en este país de comidas rápidas, no son comunes los rituales y las conversaciones gratas a la hora de comer.
Entonces, escritor, recibo su carta como si yo fuera esa Lisa, esa joven escritora que a usted inspira. Le doy las gracias por ella y por la carta, no sin antes decirle que leerlo es un placer y que este artículo me enseñó más de lo que se imagina. Adoro escribir, tanto como leer a quien bien lo hace. Quizá algún día, cuando sepa lo que le gusta, quizá podamos compartir alguna de mis recetas y hasta invitar a su Lisa, real o imaginaria, para que nos deleite con su sencilla, amable, bonita y dulce presencia. En adelante procuraré que los recuerdos no sean como un flash que se dispara por error, sin registrar nada; sino una luz que llega para convertir en palabras la imagen de algo vívido, vivido.
Resumiendo y de acuerdo a sus indicaciones: dejaré que la escritura encuentre su camino.
Gracias de nuevo, escritor.