La primera edición completa de Moby-Dick; or, The Whale fue publicada el 14 de noviembre de 1851, por Harper and Brothers.
Por Wenceslao Triana
Hace un
par de semanas me vi atrapado en medio de una excursión a un centro comercial.
Creo haberles contado que una de las pocas diversiones que tiene la gente en el
País del Sueño, aparte de ver películas con finales previsibles, es la de ir a
hacer compras después de haber trabajado como pollos en granja durante la
semana.
Aquel
día yo estaba con el corazón deshecho y pensé que dejarme arrastrar a aquellas
multitudes consumientes disiparía mis pensamientos. Pero pronto me cansé de
perseguir niños antojados de juguetes, jóvenes moviéndose eufóricos entre
etiquetas adheridas a ropa, y adultos eligiendo zapatos o equipos de audio o de
video.
Como sé
claramente los riesgos que existen de perderse en esos laberintos, esperé
pacientemente a que el grupo pasara cerca a un mapa y allí busqué algún rincón
atractivo donde pudiera quedarme mientras los demás calmaban su ansiedad de
comprar. No me sorprendió que entre los más de doscientos almacenes sólo
hubiera un lugar dedicado a la venta de libros. Quizá esa proporción permita
formarse una idea de la poca importancia que tienen los libros en el reino del
dinero.
No sé
si les conté que los mejores libros que poseo —en la biblioteca que he ido
formando desde que empezó mi exilio— los he encontrado en la basura. Tengo una
Enciclopedia Británica que salvé de mezclarse con sobras de comidas. Tengo
primeras ediciones de Hemingway y Faulkner. Tengo incluso casi todas las obras
de García Márquez en inglés que le quité de las manos a un sujeto apático que
seguía quejándose de la falta de espacio que había en su apartamento.
Tampoco
me sorprendió que aquella librería —la del centro comercial— vendiera a mitad
de precio obras que al parecer ya nadie se interesa en comprar. Los clásicos
pasan inadvertidos (todo Shakespeare se consigue en cuatro dólares) y, después
de dos o tres meses de ruidos y de luces, los bestsellers (esas obras
proclamadas en sus solapas como nuevas obras maestras) reciben sepultura de
quinta categoría en las tiendas de liquidaciones. Pero como la jornada de
compras iba para largo, me dediqué a buscar libro por libro, aquel que le
hablara a mi tristeza, aquel que consiguiera consolarme.
Pasé
cerca de cuatro horas mirando, hojeando, leyendo, convenciéndome de que no
había sido escrito el libro capaz de entender lo que sentía aquel domingo.
Estaba a punto de marcharme desconsolado, pensando que a lo mejor servía para
algo sentarse en una banca a ver pasar gente, cuando noté que me faltaba por
mirar los tres libros que adornaban una repisa perdida, al lado de las novelas
románticas. Allí encontré el libro que buscaba.
Tampoco
recuerdo si les he hablado algo de la importancia que le concedo a los
hallazgos, a ese don maravilloso que en inglés algunos llaman serendipity. Si
no lo he hecho, prometo hacerlo la próxima semana. Hoy sólo quiero decirles que
al encontrarme con Moby Dick, la novela de Herman Melville, sentí que en la
aventura del Capitán Achab estaba reflejada mi propia desventura. Ése hombre
buscando por todo el mundo aquella ballena blanca que le arrancó una pierna me
parecía la metáfora ideal del vacío que sentía en el corazón. Me llevaría mucho
tiempo explicarles lo que ha sido mi larga amistad con esta novela en la que
todo parece estar contenido. Quizá sea suficiente con decirles que al mostrarse
como el único libro capaz de decirme algo aquella tarde, ratificó para mí su
maravillosa condición de obra maestra, de engendro maravilloso capaz de
contener dentro de sí a todo el universo.
Días
después me enteré de que Moby Dick fue publicada justamente en octubre de hace
150 años, que muchos la consideran la novela más renovadora de la literatura de
los últimos dos siglos, que fue un fracaso comercial en su momento y que su
autor renunció a la literatura pocos años después del esfuerzo descomunal de
escribirla.
Quizá ninguna novela como esa me ha enseñado
lo vivo y estremecedor que puede ser el concepto novela total. La aventura de
un barco detrás de una ballena puede ser al mismo tiempo una triste historia de
amor o —si miro las noticias— un reflejo de las cosas que suceden cuando un
grupo de personas se ve envuelta y arrastrada por el odio que alimenta una
persona que se nutre de deseos de venganza.
Octubre
31 del 2001
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