Cada
vez que nos abruma lo irracional, cada vez que el mundo y sus criaturas nos
sorprenden con su poder destructor, suele asomarse a nuestros labios la palabra
absurdo. Cada vez que me veo repitiendo con ritmo de letanía: “todo esto es
absurdo”, suelo buscar refugio en un pequeño libro que fue escrito hace siete
décadas, cuando muchos también decían lo mismo.
En El mito de Sísifo, Albert Camus trató de interpretar el
desasosiego que acompaña la vida y lo llamó el sentimiento de lo absurdo. Según
él, todo ser humano llega a sentir el absurdo alguna vez en la vida y hay
muchas maneras de asomarse a ese abismo: cuando nos sabemos mortales, cuando
nos sentimos aislados, cuando llevamos una vida rutinaria, cuando nos
descubrimos desterrados del presente, cuando seres y objetos nos revelan su
extrañeza.
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