"Repartiendo grocerias en el truquito".
Por Wenceslao Triana
Me debo y les
debo a mis dos o tres lectores este artículo desde hace muchos años, casi desde
los tiempos ya remotos en que decidí marcharme del país de los colombios y me
vine, más resignado que ilusionado, a este país donde las mayorías habitan en
un sueño artificial y desabrido.
Por razones que
no viene al caso explicar, fui posponiendo esta charla que sólo ahora un sonido
de campanas me invita a asumir, para que no forme parte de la deuda
incalculable que dejaré al marcharme.
Una de las
primeras cosas que noté, cuando llegué a este lugar, fue la intensa convivencia
que aquí sostienen el español y el inglés. Comprobé con alegría que ya era cosa
del pasado ese saludo con que solían recibir a los recién llegados: “Forget
Spanish!”, tan parecido a la leyenda que Dante encontró sobre la puerta de los
infiernos helados.
Ya para el
momento de mi arribo el español se paseaba orgulloso por las calles, las
oficinas, las empresas de gobierno y de servicio. Ya era posible oír el rumor
de que el inglés terminaría acorralado. Pero más que la batalla demográfica me
interesaba el privilegio de estar en un lugar donde dos lenguas convivían y me
hundí lleno de entusiasmo en el bilingüismo, convencido de que cada nueva
lengua que le añadimos a nuestras vidas es como un nuevo universo que le
abrimos a nuestra libertad.
Siempre traté de
tener claro que las dos aguas podían convivir, pero que era necesario evitar
que se mezclaran en ese pataleo intermedio al que llaman Spanglish. Porque el
Spanglish puede ser un triunfo de la comunicación, pero es una derrota del
inglés y el castellano, esas patrias errantes que hace mucho dejaron de
pertenecerle a Castilla e Inglaterra, que hace mucho son el patrimonio de
legiones de tránsfugas y desterrados.
Pero con el
tiempo encontré un equivalente del Spanglish al que se le ha prestado muy poca
atención y aquí me tienen, sí señores, enemigo del Spanglish pero defensor
acérrimo del engliñol.
Tengan la bondad
de poner al lado de la palabra engliñol el símbolo de copyright. Porque, que yo
sepa, nadie ha hablado de esa lengua cargada de poesía de la que les quiero
hablar.
El Spanglish,
todos más o menos lo sabemos, es un español violentado por la presencia del
inglés. La estructura básica sigue siendo el español, pero el inglés se impone
cada vez que el hablante se ve en apuros para encontrar la palabra que necesita
o cuando la palabra inglesa permite ahorrar sílabas y tiempo. En los dominios
del Spanglish, “So” siempre aparece en lugar de “entonces”, la gente no usa
aspiradoras sino que “vacunclinea”, a nadie le dicen que espere, sino que “wait
a second or a minute”.
La eficiencia es
el signo del Spanglish. Pero la poesía inadvertida es el signo del engliñol.
Permítanme ahora
que explique los conceptos básicos del engliñol. Para ello necesito recordarles
que el País del Sueño empieza a ser consciente de su acelerada hispanización.
Gringo que se respete, gringo que tenga los pies en la tierra y que entienda
los tiempos que está viviendo, sabe que tiene que estudiar español, para no
quedarse atrás en el nuevo país que empieza a surgir de cuartos de aseo y
universidades al mismo tiempo.
No es una
exageración decir que hoy en día, en el País del Sueño, son más los gringos
interesados en saber español que los hispanos interesados en aprender inglés.
El País del Sueño está aprendiendo español para no quedarse atrás en su propio
suelo y, al hacerlo, está dando origen a un curioso fenómeno al que me he
tomado la libertad de llamar “engliñol, palabra que me gusta más que Englinish
o Ingleñol, esta última porque me parece que recuerda demasiado la palabra
ingle, y de hablar de la ingle a hablar de sexo hay menos de tres dedos.
El engliñol es un
español nacido en las estructuras del inglés, podría decirse que es un español
anglosajón. Poco habituados a aventurarse en territorios desconocidos, los
gringos que ahora son estudiantes de español creen que pueden salirse con la
suya si siguen pensando en inglés, pero dejando salir palabras del español.
Piensan que si en
inglés se dice: “” My name is Jim”, aciertan diciendo “Me llamo es Jim”. Creen
que pueden pasar por nativos en Latinoamérica si en lugar de pedir una Seven
up, piden una “Siete arriba”. Creen que caminar hacia la salida (Exit) es otra
manera de caminar hacia el “éxito”.
He dedicado todos
estos años a recopilar las frases que se les escapan a los hablantes del
engliñol. He tenido desde el principio la sensación de que esa frontera entre
dos lenguas es un terreno propicio para la poesía. Para seguir pagando mis
deudas me propongo escribir una novela en engliñol, titulada El camino del
éxito. Pero como el libro aún no está terminado, quiero compartir con ustedes
un par de joyas de esta lengua proverbial.
La primera la
recibí de una profesora de español en una universidad. Un día, revisando la
composición escrita por uno de sus estudiantes encontró la historia de un
hombre que “repartía grocerías en un truquito”. La frase requiere toda una
iniciación. “Groceries” es la palabra inglesa para verduras y el estudiante
decidió que “grocerías” era su equivalente en español. El truquito, por su
parte, es el diminutivo de “truck”, que como muchos de ustedes saben es la
palabra inglesa para camión.
Lo que el tipo de
la historia repartía en su camión eran simples verduras, pero al lado de esa
fruslería repartir grocerías en un truquito suena casi como un cantar de gesta.
Con todo y el
entusiasmo que me genera el engliñol, debo reconocer que algunos de sus
aciertos se deben a la pereza que sus practicantes tienen para consultar
diccionarios. Pero no seré yo quien desprestigie a esa lengua celestial,
especialmente cuando he sido testigo cientos de veces de los milagros que es
capaz de realizar.
Citaré un ejemplo
más. Y los dejo a la espera de mi novela. Un día, una chica estaba hablándome
de sus vacaciones en Acapulco y para decirme que ella y sus amigas “were taking
sun baths” todos los días, me dijo que “sacaban el sol todas las mañanas”.
Ignoro si ustedes comparten mi entusiasmo, pero esa imagen de esas chicas
sacando el sol todas las mañanas, como si lo tuvieran guardado en un cajón o como
si el sol fuera un perrito al que hay que llevar a orinar, es una de las frases
más poéticas que he escuchado en esta ya larga vida de catador de desaguisados.
Texto publicado originalmente en 'Cartagena en Línea', en febrero de 2008.
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