Flannery O'Connor
Hazel Motes es un hombre descontento (o quizá fuera
mejor: enfurecido). Anda por los veintitantos, el cráneo que lleva dentro
parece querer salirse y un lector con agudeza no tarda en comprender que su
nombre le viene de esos ojos avellana (hazel) que miran con desprecio. En el
tren que lo conduce hasta el pueblo que ha elegido su capricho, Hazel Motes se
dedica a irritar al operario y a inspirar miradas diabólicas cada vez que le
pregunta a algún viajero si de veras se ha creído el viejo cuento de que Cristo
lo ha redimido.
El viaje en tren es largo y minucioso como la historia de
las muertes que han venido sitiando al personaje: la de su abuelo, las de sus
padres, también las de sus hermanos. Para abreviar, diré que Hazel Motes no
tiene a nadie en el mundo. Por eso no es de extrañar que su primer encuentro en
aquel pueblo sea con la dama complaciente cuyo nombre y dirección halló en la
pared de un baño de la estación de trenes.
Pocos días después de llegar, Hazel tiene el impulso de
comprarse un automóvil y el capital le alcanza para hacerse a una carcacha.
Entonces, con un aire de superioridad, se dedica a observar a los curiosos
personajes de ese pueblo perdido: un astuto culebrero, un hombre de alma
simiesca al que su sangre le dicta cosas raras, un ciego y una niña que
reparten volantes con el mensaje de Cristo.
En momentos cuyo orden he olvidado, Hazel Motes abandona
a la mujer de afecto fácil, se muda a la pensión donde viven el ciego y la
niña, decide que conquistará a la niña para hacerle daño al ciego y empieza a
predicar en las calles la llegada de una iglesia libre de Cristo. Porque
Cristo, para él, es el pecado.
Muchas cosas oscuras se encuentran a lo largo de ese viaje al abismo que es Wise Blood (Sangre Sabia), la primera novela de Flannery O’Connor (1925-1964): unos seres que dan risa y que dan lástima, una niña con más mundo y más malicia que ese hombre que quería conquistarla, unos gestos sin sentido y hasta un hombre reducido a un tercio de su tamaño con los métodos usados por tribus primitivas.
Muchas cosas oscuras se encuentran a lo largo de ese viaje al abismo que es Wise Blood (Sangre Sabia), la primera novela de Flannery O’Connor (1925-1964): unos seres que dan risa y que dan lástima, una niña con más mundo y más malicia que ese hombre que quería conquistarla, unos gestos sin sentido y hasta un hombre reducido a un tercio de su tamaño con los métodos usados por tribus primitivas.
La relación entre Hazel y la niña hace que Lolita, de Nabokov, parezca una película de Disney. Lo que ocurre con un hombre que quiso hacer negocio con las prédicas de Hazel es simple y llanamente horripilante. El esfuerzo de la dueña de la pensión, para disfrazar como afecto su interés en el dinero de Hazel, es un retrato perfecto de la hipocresía humana. Al final tampoco es de extrañar que Hazel decida quemarse los ojos y guardar un silencio insondable; pues quien acepta los términos de este libro los acepta hasta sus consecuencias más extremas.
Flannery O’Connor vivió treinta y nueve años —diez de ellos reducida por un lupus eritematoso. Siempre fue amante de las aves de corral. A los cinco años se hizo famosa porque tenía un pollo que caminaba con igual elegancia hacia adelante y hacia atrás. Lamentó no haber tenido nunca una gallina que tuviera un ojo de un color y otro de otro. Pasó casi toda su vida en su natal Georgia y al final estaba rodeada de pavos reales. Escribió dos novelas y treinta y dos cuentos que perdurarán por siglos. Pocos libros han llegado a producirme el pavor que me produjo la lectura de Wise Blood. Muchos menos han logrado que me sienta tan cerca de la gracia.
Publicado en Vivir en El Poblado el 19 de diciembre de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario