Ayer perdí mi reloj. Esta mañana perdí
mis zapatos. Me quedan por perder las medias —con rotos para que se asome el
dedo gordo—, los pantalones —cargados de polvo y de camino—, la camisa —con
más ganchos que botones— y los calzoncillos. Entonces, ahí sí... No, ahí no.
Después de todo eso me quedarán por perder la vergüenza, la dignidad, el
orgullo (¿Quién habrá hecho un inventario del ropero del espíritu? ¿Quién sabrá
qué se pone o se quita uno antes que lo otro?), la voluntad... y cuando todo
esté perdido, entonces, ahí sí, quedará solitaria la esperanza. La esperanza es
lo último que se pierde... pero también se pierde.
De Criatura perdida
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