viernes, 19 de diciembre de 2014

Ayer perdí mi reloj...


Ayer perdí mi reloj. Esta mañana perdí mis zapa­tos. Me quedan por perder las medias —con rotos pa­ra que se asome el dedo gordo—, los panta­lones —cargados de polvo y de camino—, la camisa —con más ganchos que botones— y los calzoncillos. En­ton­­ces, ahí sí... No, ahí no. Después de todo eso me quedarán por perder la vergüenza, la dignidad, el orgullo (¿Quién habrá hecho un inventario del ropero del espíritu? ¿Quién sabrá qué se pone o se quita uno antes que lo otro?), la voluntad... y cuando todo esté perdido, entonces, ahí sí, quedará solitaria la esperanza. La esperanza es lo último que se pierde... pero también se pierde.


De Criatura perdida



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