Aguilar contó que
el cacique Taxmar lo tuvo como esclavo por tres años. Fue obligado a cargar
leña, agua y pescado, y tenía que obedecer lo que cualquier indio del pueblo le
ordenara. Aun si estaba comiendo, debía interrumpirse para hacer lo que pedían.
Por su obediencia y diligencia, se ganó la simpatía de todos. Taxmar decidió
mejorar la posición de Aguilar en la tribu, y trató de que tomara esposa entre
sus hijas. Pero Aguilar se negaba, procurando no ofender. Una vez lo habían
enviado a pescar a un río cercano, en compañía de una india hermosa, de catorce
años, quien tenía instrucciones de seducirlo. Como debían esperar al amanecer,
que era el mejor momento para la pesca, la india colgó la única hamaca que les
asignaron, se echó con una manta y empezó a llamar a Aguilar y a pedirle que se
acostara con ella. Habló con voz dulce y quejumbrosa. Dijo que tenía frío, y le
pidió que la abrazara. Pero Aguilar estaba decidido a cumplir con su voto de
castidad. Se puso de rodillas y empezó a combatir con oraciones la terrible
tentación. La impúdica damisela siguió empleando ardides y zalamerías
luciferinas para quebrantar la voluntad de su acompañante. Cuando vio que no
podía vencerlo con cantos de sirena e incitaciones cordiales, se dedicó a
insultarlo irritada, a hacer burla de su hombría, a herir su amor propio y sus
sentimientos. Pero Aguilar siguió orando de rodillas en la arena. Al otro día,
completada la pesca, regresaron al poblado. La muchacha refirió lo ocurrido, y
el jefe de la tribu desistió de la idea de casarlo. Pero, como le tenía mucha
estima, le confió la guardia de su casa y de sus esposas, sus hijas y toda la
servidumbre.
De "Santa María del Diablo"
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