Cuando Kierkegaard murió estaba de pelea con casi todo el mundo. Tenía cuarenta y dos años y los últimos doce los había dedicado a una labor frenética de escritura. Junto a sus más de veinte libros publicados, dejó un diario de siete mil quinientas páginas. Pero, en su tiempo, casi nadie lo leía. Como él mismo escribió: “Soy tan incomprendido que nadie entiende lo que digo cuando digo que soy incomprendido”.
Poco se sabe de su vida personal. Los actos de su padre lo marcaron: el grito blasfemo contra Dios cuando el padre era joven, la violación que dio inicio a la relación con su madre. La vida amorosa de Kierkegaard parece resumirse en el compromiso truncado con Regina Olsen. Muchos coinciden en que su Diario de un seductor, ese manual para conquistar sin poseer, está basado en esa relación que terminó con la insistencia de Kierkegaard en que lo mejor para ambos era no casarse. La ruptura del compromiso marcó el inicio de su poderosa carrera creativa. Muchos de sus libros salieron publicados con seudónimo. Los últimos años estuvieron dedicados a escribir y a sostener fieras batallas contra los intelectuales y contra la iglesia. Pero hay en su vida un componente de misterio que sigue sin descifrar. El suyo era el credo individual: “la multitud siempre miente”. Su vida fue vivida de cara a la eternidad.
La valoración de Kierkegaard empezó a ser consistente a comienzos del siglo veinte. Su diario tardó ochenta años en ser publicado. Hoy en día nadie pone en duda el valor del danés como filósofo, teólogo, crítico social y literario, precursor del existencialismo, psicólogo y poeta. Pero, con todo y el reconocimiento, es posible decir que su mensaje sigue pasando inadvertido, que nunca contará con la aprobación general. Nadie como Kierkegaard ha denunciado las trampas de lo colectivo. Nadie ha insistido en forma tan vehemente en la tremenda responsabilidad que cada uno tiene consigo mismo.
Hay libros de Kierkegaard que se mencionan con frecuencia: Temor y temblor, El concepto de la angustia, Las obras del amor, Diario de un seductor (que forma parte del libro O esto o aquello). Pero si alguien me pregunta por dónde empezar a leerlo, diría que la mejor puerta a su obra es un breve ensayo titulado: Pureza de corazón es querer sólo una cosa.
El ensayo es una reflexión sobre los problemas de la multiplicidad. Queremos muchas cosas y no queremos nada. Cambiamos de pareceres como quien cambia de ropa. Queremos a medias o por motivos mezquinos: vanidad, miedo, búsqueda de aprobación. Somos criaturas sin criterio sometidas al vaivén de las masas. Perdemos lo más valioso que tenemos por andar sumergidos en la inconsciencia de lo colectivo. Todo eso se encuentra en las páginas de Pureza de corazón. Pero hay mucho más. El tono de Kierkegaard es urgente, desaforado. Su estilo está lleno de pequeñas joyas: “La vida es como un poeta, no busca explicar ni concluir; el poeta nos empuja hasta el complejo centro de la vida y allí nos abandona”. Sus historias superan los horrores de Poe, se codean con Chesterton: enterrados vivos, ciudades desiertas, soledades eternas. La brevedad del tratado nos impide escondernos de su verdad más profunda: que nuestra vida transcurre de cara a la eternidad y que a ella no podemos engañarla.
Oneonta, enero de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario